EL TRONCO SAGRADO DE NAVIDAD: UNA TRADICIÓN PAGANA PARA EL SOLSTICIO DE INVIERNO

Durante el solsticio de invierno, en la noche previa a la Navidad, era costumbre colocar un gran tronco de madera en el hogar familiar para que ardiese durante varios días. No se dejaba que se consumiera del todo y se le cubría de cenizas hasta el día siguiente que volvía a ser encendido, llegando a estar presente hasta el Año Nuevo o Reyes.  
Con este ritual doméstico de fuego se celebraba la fiesta solsticial, que junto con la recolección de plantas mágicas como el muérdago y los festejos bulliciosos con mascaradas, rondas de mozos o aguinaldos, vienen a mostrarnos toda una serie de tradiciones comunes y diseminadas a lo largo y ancho de la vieja Europa.
Estas noches giraban en torno a este pesado tronco previamente seleccionado para la ocasión entre los ejemplares más dignos que se encontraran en el bosque, que  aparte de calentar la casa para la reunión de toda la familia en fechas tan señaladas, servía como acto litúrgico, cuyo origen se remontaría a épocas precristianas, donde la concepción mágica del mundo estaba muy presente.
Es así que el Sol sería el primer dios universal, que como tal moría y resucitaba diariamente, siendo ahora el momento en el que nuestros antepasados observaran su posición más baja, necesitando del empuje y la ayuda de ciertos rituales que le ayudaran a que remontase en su recorrido celeste para hacer llegar, meses después, una nueva y próspera primavera. 
En estos días tan entrañables seguimos sintiendo la necesidad de realizar la magia del rito, así como el guardar sus cenizas para posteriormente esparcirlas bien en los tejados de las casas, como protección de rayos o granizos, bien en los campos y establos para propiciar la fecundidad. De la misma manera el tizón medio carbonizado sobrante sería empleado como talismán y para encender al año siguiente un nuevo “Nochebueno”.

Tengan los ojos bien abiertos, pues seguro que todos conoceréis muchas más tradiciones vinculadas con el solsticio  de invierno que seguramente deban reivindicarse para su puesta en valor, a la par de iniciar su recuperación en el caso de que desgraciadamente se hayan perdido en el olvido de nuestros pueblos. 

Paralelos etnográficos
Hasta el declive definitivo del mundo rural, a mediados del siglo XX, la costumbre del tronco de navidad en sus diferentes manifestaciones estuvo muy extendida.
Así lo podemos ver por zonas de Alemania bajo la denominación de Christbrand; en las islas británicas como Yule log; en la Provenza francesa como Tréfoir, lou cahofio y Cachafuac, mientras que en otras regiones es conocido como Tronche (Alpes), Carigure y Bûche de Nöel, así como Kef de Nedelek (Bretaña) y Souche (Normandía);   el Ceppo en Italia; o el tronco de navidad que honran los búlgaros y que denominan Badnjak.
Y por supuesto en los países nórdicos, donde la Navidad fuera conocida como la fiesta del Jul, Yul o Yule, momento en el que se plantaba el árbol sagrado que era decorado con velas, recibiendo durante 12 días todo tipo de libaciones y ofrendas, para acabar finalmente siendo quemado, propiciando a través de sus cenizas la suerte y salud de la familia.  
Esta festividad, además, estuvo vinculada a la honra de los fallecidos, de ahí que se convocara a la Cacería Salvaje presidida por Wotan/Odin para luchar contra aquellos espíritus que amenazaban con destruir los bienes de la comunidad, creencias de las que quizás deriven muchas de las mascaradas de invierno europeas, las cuales, como veremos, fueron prohibidas o camufladas con el paso del tiempo por el cristianismo.  
Del mismo modo, son comunes las leyendas navideñas de origen pagano en las que se nombran a seres míticos que son usados para asustar a los niños cuyo comportamiento no es el adecuado, como los islandeses Grýla y el gato de Yule o el Jólakötturinn, el Knecht Ruprecht, la bruja Perchta, el Krampus o el Belsnickel de Centroeuropa.  
En la Península Ibérica el tronco de navidad recibe infinidad de nombres como tronca, tizón, tió, troncada, toza, tronc, choca, zoca, pullizo, rabasa, corniza, cabirón, nochebueno, etc. Veamos algunos de ellos.
Entre los mejor documentados están los del País Vasco, donde son denominados de diferentes formas, como subileo, sukilero u olentzero. Este último está asociado a un personaje mitológico, derivado posiblemente del Basajaun, que suele adoptar diversos aspectos como el de un hombre verde, un carbonero, un santo o un ser monstruoso de grandes proporciones que sale del bosque durante la Nochebuena para castigar a los niños malos y premiar a los buenos con regalos que deposita junto al fuego del hogar.
Es así que la tronca de navidad en Euskadi tiene la misma denominación que este personaje que en forma de muñeco suele pasearse y quemarse al finalizar la fiesta, como también se documenta en algunas localidades navarras (donde es común llamarlo battairrekos de Nochebuena y Pullizo).
También, en Asturias tenemos el Nataliegu, cuyo leño de roble se usaban para protegerse de la tormenta. Además, este rito doméstico solía también ir acompañado en el exterior de mascaradas de invierno o “Aguinaldos”, donde los mozos solteros vestidos con pieles y cencerros pedían comida y bebida simbolizando así a personajes oscuros de la naturaleza (El Guirria de San Juan de Beleño (Ponga) o Os Reises de Tormaleo y El Valledor en Ibias y Allande, o los aguinaldos a caballo de Amieva y Ponga).
Igualmente contamos con este tipo de mascaradas en Cantabria, destacando la Vijanera que se festejaba el primer domingo del año en los valles de Iguña, Toranzo, Trasmiera, Campoo y Poblaciones, aunque actualmente solo se ha conservado en la localidad de Silió, así como los Entroidos gallegos, en su mayoría relegados al carnaval.
Es en Galicia donde al tronco de navidad además se relaciona con las almas de los muertos de la familia. Al respecto, Manuel Murguía comentaría a finales del siglo XIX lo siguiente:

“ (…) Era costumbre general en Galicia que, con motivo de la renovación del fuego el primero de año, ardiese en el hogar el gran leño al que daban el nombre de Tizón de Navidad. [Con esta costumbre] se continuaba el culto a los antepasados y asimismo el druídico a la encina (…), al igual que en Normandía”.

Recogida de los canhotos en Ousilhao, Tras os Montes, Portugal
Del mismo modo en Los Ancares, según recogiera Jesús Rodríguez López (Supersticiones de Galicia, 1895)  “el Lume novo” era igualmente encendido la víspera de Navidad para traer la suerte para la hacienda y para sus dueños, hasta que una vez prácticamente consumido se conserva el cepo de Navidad, que volvería a ser encendido si se requiriese en alguna ocasión para ayudar a solventar alguna desgracia.
En nuestra vecina e ibérica Portugal se quema el Madeiro de Natal en los hogares al mismo tiempo que se suelen encender hogueras nocturnas en el exterior, siendo frecuente en la zona de Tras os Montes que fueran acompañadas a su vez por la celebración de mascaradas de invierno (Baçal. Ousilhao, Vilaboa, Salsas, etc.). Asimismo, a este tronco también se le suele denominar canhoto, un árbol cortado y seleccionado por los mozos de algunas aldeas trasmontanas en la misma Noche de Difuntos, como así continúa ocurriendo en Ousilhao, donde se subasta al mismo tiempo que se celebra el Magosto. Especialmente llamativa es la festividad de recogida del canhoto que se celebra la noche del 31 de octubre en la localidad de Cidoes (Festa da Cabra e do Canhoto), donde en resumidas cuentas, un viejo carro tirado por varios mozos ascienden a uno de los montes de la aldea a cortarlo, para posteriormente, mientas se celebra una gran cena comunal en la que se guisa una cabra, hacer aparición con el carro cargado del canhoto que hace las veces de trono a una figura enigmática, trascendente y profética ataviada de una máscara demoníaca con cuernos hecha de madera. Este mismo diablo irá gesticulando y agitando su tridente amenazante, incitando a sus secuaces a proseguir la marcha del carro, provocando a su hueste para que instaurasen el caos en la aldea. De tal modo, este mismo tronco sagrado es el que se reparte entre sus pobladores para ser quemado en sus hogares durante la celebración solsticial.
En la zona del Pirineo aragonés y catalán estarán también, siendo en el monasterio de Casbas (Huesca) donde encontramos su registro más antiguo, datado en el siglo XVII. Allí se le denomina “Tronca de Navidad”, “Tizón de Nadal”, “Tió” al árbol cortado expresamente para la cena de navidad, siendo usual que fuese acompañado de hogueras exteriores en algún lugar significativo del pueblo. Además, en dicha tronca se solía realizar un hueco por el que se introducían aguinaldos y dulces para los más pequeños, quienes tenían que propinarle golpes para “hacerla cagar”. Una vez obtenidos los presentes se dejaba quemar lentamente día tras día hasta Reyes, recogiendo debidamente sus cenizas y el tizón sobrante para emplearlos como talismanes mágicos (colgado de la cocina, puerta de la vivienda o establo) y para propiciar la fertilidad de la tierra y del ganado. 
Por otro lado, este tronco sagrado también está presente en Extremadura (“Leño de Navidad”), Córdoba, Sierra Mágina en Jaén, algunas localidades del litoral levantino y Baleares.
En el ámbito del antiguo Reino de León, la tradición hogareña del tronco de navidad suele ir también acompañada en el exterior de botargas o mascaradas de invierno, muy extendidas en comarcas zamoranas de Aliste, Tábara, Tierra del Pan, Sanabria, Tierra del Vino, o Sayago. Entre todas ellas, mencionar la Visparra de San Martín de Castañeda, la Obisparra de Pobladura de Aliste y Pereruela, el Zangarrón de Sanzoles del Vino y Montamarta, los Carochos de Rio Frío de Aliste, la Vaca Bayona de Almeida de Sayago, las Candelas de Samir de los Caños, Moraleja del Vino, etc.
Por último, no podemos dejar de lado a Castilla, donde contamos con referencias del Nochebueno en zonas montañosas de Segovia, en la Manchuela conquense, Montes de Toledo, Ciudad Real, Ávila, Albacete, Madrid, Huerta del Rey (Burgos), localidades de la comarca de Pinares, Tajahuerce y Barca en Soria o en Tendilla (Guadalajara). No obstante, el “Nochebueno” en Soria también aparece como una torta grande de frutos secos que los ganaderos ofrecían a sus animales de labor (Tradición recogida por la maestra María Loreto Carnicero Díez en el año 1953, Archivo Histórico Provincial de Soria).
Del mismo modo, son muchas las poblaciones castellanas que realizan hogueras o luminarias en mitad del pueblo esa misma noche, acompañadas a su vez de rondas de mozos, como los de la localidad de Barca en Soria, donde antaño se confeccionaba un muñeco o “pericopajas” con el que bailaban sinuosamente las mujeres (hoy prohibido por la Iglesia). No faltarán tampoco las cuestaciones o gallofas en las que se pasaba casa por casa para conseguir alimentos para la merienda, acompañados en algunos casos de zarragones, figuras grotescas con elementos animalescos que asustaban o ejercían de bufones de forma similar al de otras mascaradas invernales. Estas últimas, en la zona de Ávila, aparecen en fechas carnavalescas, como los Zarramaches de Casavieja, los Harramachos de Navalacruz, los Cucurrumachos de Navalosa o los Machurreros de Pedro Bernardo.
A su vez, eran habituales durante estos días de navidad los reinados de mozos, en los que las gallofas, cantar de rondallas y comidas comunales eran presididas por un alguacil, el mozo de menor edad, y un rey o alcalde, el de mayor edad, a quien correspondía mandar durante los 12 días que duraban las fiestas, multando a los desobedientes con dinero en efectivo para las meriendas o con algún que otro latigazo o azote en el culo. Incluso, en el norte de la provincia de Soria fueron habituales también los sorteos de novios donde se juntaba a los solteros para diversión de esos días (Yangüas, Santa Cruz de Yangüas, Arenillas y Matasejún).

Orígenes y significado
Como hemos visto, el solsticio de invierno es el momento en el que se produce el nacimiento del sol y el comienzo de un nuevo ciclo que nos va devolviendo paulatinamente la luz.
Por tanto, la primera connotación que tendrían este tipo de ritos es solar. Es así que en el ámbito indoeuropeo, aunque no exclusivamente, se insiste particularmente en la renovación del mundo por la reanimación del fuego, que a su vez ayudaría a la eliminación individual (“nochebueno”) o colectiva (fogatas exteriores o luminarias) de los males y pecados que quedarían purificados.
Al respecto, mencionar la tantas veces traída a cuenta divinidad irania del cielo y de la luz Mitra, quien tuviera gran devoción entre las legiones romanas que extendieron su culto. Esta deidad cobraría especial auge a partir del siglo III bajo el emperador Aureliano, acabando imponiéndose con el tiempo a las demás divinidades, para desembocar por sincretismo, en una religión monoteísta que a punto estuvo de ser la elegida por el Imperio Romano en lugar del cristianismo.
No obstante el culto al Sol puede rastrearse desde muchos siglos antes en buena parte del mundo, habiendo generando todo una suerte de magias propiciatorias que estarían encaminadas a ayudarle para que volviese a crecer de nuevo a lo más alto.
Este cambio de ciclo, implicaría a su vez, el cese de un intervalo temporal, la abolición del año pasado y del tiempo transcurrido, previo a la inauguración de una era, el Año Nuevo, lo que supone un nuevo nacimiento. Durante dicha interrupción, que vendría a abarcar los 12 días que separan Nochebuena de Epifanía, se permitiría el retorno de los muertos a la vida para visitar a las familias, y en definitiva, la vuelta al caos primordial que antecede simbólicamente a la creación que está por venir.
Vemos como durante este periodo los fuegos se apagan y vuelven a encenderse, se determinan los presagios para cada uno de los meses del año, son tolerados los excesos, se propician casamientos y la iniciación de los más jóvenes, son comunes las inmersiones sociales del orden, etc.
Estamos por tanto, ante un tiempo en el que la fuerza del símbolo y el ritual resultan estrictamente necesarios para propiciar la fertilidad y la abundancia venidera, cuyo reflejo bien pudiera haber quedado impregnado en las mascaradas, gallofas, aguinaldos, rondas, entronizaciones de reyes, etc., que se abren paso en estos momentos en los que no parece haber límites entre lo natural y lo sobrenatural.
Esta renovación equivaldría a recordar una y otra vez diferentes momentos del acto de la creación y para ello se haría necesaria la expulsión de ciertas fuerzas extrañas y difusas por medio de ruidos, gritos o golpes. Es por ello que tanto el Olentzero, como los reyes locos o el “pericopajas”, suelen morir al final de su reinado, al igual que la tronca aragonesa y catalana que como vimos, era y es golpeada por los más pequeños.
En cuanto al simbolismo de los árboles, éstos fueron concebidos desde la prehistoria como arquetipos generalizados que representaban el centro del mundo y la conexión entre la tierra y el cielo (axis mundi). Así, alcanzaron en muchas culturas un carácter sacro, como árbol de la vida y de la renovación cíclica, al que se le trasmite los deseos de prosperidad y abundancia, tal y como lo es el roble de los celtas (del que se apuntara que procediese la palabra “druida”); el tilo de los alemanes; el fresno de los escandinavos, el olivo de los árabes, el banano de los hindúes, el abedul de los siberianos, etc.
Muchos antropólogos vinculan al árbol con un antepasado mítico de la comunidad, cuyo espíritu bajaba a la tierra en momentos concretos como éste, al mismo tiempo que simboliza el crecimiento de una familia y de una comunidad. Tampoco dejamos de lado su enorme fuerza mitológica, tal y como nos lo trasmiten algunos escritos tardíos de tradición céltica, como el atribuido al bardo galés Taliesín, quien nos narra cómo Gwyddyon salvó la vida de un grupo de valientes bretones al transformarlos en árboles, sin impedirles que bajo esta forma pudieran pelear contra sus enemigos.

No obstante y siguiendo a Mircea Eliade, todo símbolo es polisémico, de ahí que nunca acabemos de abordar todos sus sentidos posibles, aunque como símbolo le basta con medios simples y primordiales, que no son otros como el imitar a la naturaleza en su forma de actuar, pues en ella se encuentra ligado el macrocosmos y el microcosmos, sin distinción posible.
Finalizando, sólo nos queda añadir que tales costumbres beben de un origen muy remoto, anterior al cristianismo, quien a través de su Iglesia lucharía incansablemente por erradicarlos o darles un matiz acorde a su sistema de creencias.
Desde el siglo IV ya encontramos múltiples declaraciones en contra de estas prácticas festivo rituales por parte de la Iglesia, desde San Juan Crisóstomo, quien denunciaba las mascaradas, comedias y coros de los primeros días del año, pasando por San Ambrosio, San Agustín, Cesáreo de Arlés, Audoeno de Rúan, San Martín de Dumio o San Máximo de Turín, que llegó a censurar que el pueblo se disfrazara de mujer, animal o seres fantásticos.
Significativos son también los acontecimientos acaecidos en el Segundo Concilio de Braga, celebrado en el año 572, donde fueron denunciados en el Sermón contra las supersticiones rurales, los “inventos del demonio” que mantenían los campesinos de Galicia.
Mascarada de invierno y reinado de mozos, Ousilhao (Foto Mario Díaz)
Del mismo modo son conocidos algunos ejemplos de cómo los obispos, en su afán de frenar los excesos de estas festividades, obligaban a sus feligreses a acudir a las iglesias durante el tiempo que transcurría entre el 17 de diciembre y el 6 de enero, con el fin de evitar que se ocultasen en casas y haciendas, lugares considerados ideales para la práctica de ritos que poco tenían que ver con el dogma católico que se estaba consolidando en la Península.
Pero los intentos de acabar con estas creencias y tradiciones, o bien de asimilar algunos ritos que habían perdurado y que buena parte de la Iglesia consideraba paganos, fueron habituales en toda la Europa cristiana, como por ejemplo en el Burcado de Worms, donde su obispo en el año 960 se lamenta de estas costumbres de fin de año heredadas de los romanos, o el caso del obispo de Auxerre en 1220, quien tilda de paganas diversiones como la festa stultorum o fattuorum (fiesta de los locos). Un proceso similar viven los fili, druidas cristianizados de Irlanda y Gales, a quienes se acusaría de practicar la brujería, el exhibicionismo y toda una serie de ritos orgiásticos.

En cuanto a la tradición de la quema del tronco de Navidad, encontramos en las Constituciones Synodales del Obispo Guevara del año 1541, las siguientes palabras:


“Item nos contó que la Noche de Navidad echan un gran leño en el fuego que dura hasta el año nuevo que llaman “tizón de Navidad” y dan después para quitar las calenturas y como esto es rito diabólico y gentilicio anatemizamos y descomulgamos y maldecimos (...)”.

En definitiva, en todas estas tradiciones parecen existir elementos de comportamiento que nos remiten a un pasado muy antiguo de origen indoeuropeo que vendría a coincidir con la finalización de los trabajos del campo, tras la siembra, momento en el que la familia campesina podía descansar del esfuerzo cotidiano.

A todo esto se le sumaría el recuerdo de las celebraciones romanas del ciclo de invierno, cuyas similitudes, en muchos de los aspectos anteriormente descritos, resultan notables. Tal sería el caso del desenfreno y la inmersión social del orden que se producía en las Saturnales, justo antes del nacimiento del Sol Invictus; de los festejos de tipo burlesco protagonizados por mujeres en la fiesta de Háloa (26 de diciembre), dedicada a la diosa Ceres; o de las Dionisíacas, que servían para romper con la rigidez de los modales mantenidos durante todo el año.
Para el Año Nuevo, en las Kalendas de Ianuarius, los romanos adornaban las mesas con manjares especiales, ramos y luces, brindaban sacrificios a sus antepasados y ofrecían a Jano una torta hecha de harina de trigo amasada con sal y vino, además de intercambiar obsequios y presentes, y de disfrazarse de figuras monstruosas.
Valga recordar que el origen de que el año empezara en enero se debe a la necesidad de los romanos de llegar a tiempo a su conquista del interior de Celtiberia, cuando los habitantes de Segeda (Mara, comarca de Calatayud, Zaragoza) marcharon a pedir ayuda a los numantinos en el 153 a.C. Fue entonces cuando se adelantaría el nombramiento del cónsul que dirigiría la guerra a las Kalendas de enero, en vez del 15 de marzo (idus de marzo) como era costumbre.
Estamos, por tanto, ante todo un cúmulo de tradiciones atávicas que tienen que ver con el ritual doméstico y comunitario de renovación del mundo por la reanimación del fuego en el momento del solsticio de invierno, lo que dará lugar a un nuevo ciclo que en la actualidad coincide con nuestro Año Nuevo.

Sean felices durante estas festividades y recuerden, si ven, escuchan o tienen ocasión de presenciar alguna tradición ancestral que aún perviva en estas tierras, cada vez más homogéneas y ajenas a sus raíces, no duden en darle el valor que tienen e intenten recuperarlas, si es que ya cayeron en el olvido.
Que el calor del viejo tronco navideño nos ayude a reconciliarnos con nuestros orígenes para inspirarnos en busca de un futuro donde brille la luz de este nuestro Sol renaciente e invicto.

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INVIERNO MÁGICO: RITOS Y TRADICIONES SORIANAS

En un tiempo en el que los pastores abandonaban los pueblos y marchaban a extremar, las mujeres celebraban reuniones nocturnas al calor de una vieja chimenea cónica. Estos son los "trasnochos", momentos en los que se recordaba a los antepasados y se narraban antiguas leyendas mientras se cosía, hilaba y cardaba la lana. Aquí va el nuestro en particular ...

En lo que fuera la cuna de la Celtiberia, se siguen conservando infinidad de tradiciones de orígenes difusos relacionadas con el solsticio de invierno, que bien podrían despertar nuestro interés para su puesta en valor y recuperación, en el caso de que desgraciadamente se hayan perdido con el olvido de nuestros pueblos.  
  •  Ritos de fuego: el “Nochebueno” y las luminarias

En en la noche previa a la Navidad, se tiene constancia de la costumbre de colocar un gran tronco de madera en el hogar familiar, previamente seleccionado entre los mejores ejemplares del bosque, para que ardiese durante varios días. No se dejaba que se consumiera del todo y se le cubría de cenizas hasta el día siguiente que volvía a ser encendido, llegando a estar presente hasta el Año Nuevo o Reyes.
Estas noches giraban en torno a este ritual doméstico de fuego, que  aparte de calentar la casa para la reunión de toda la familia en fechas tan señaladas, servía como acto litúrgico para la renovación de un nuevo tiempo y ayudar al astro-rey a remontar en su recorrido celeste.
Es por ello que las cenizas generadas por la combustión de este gran tocón eran guardadas para posteriormente esparcirlas, bien en los tejados de las casas, como protección de rayos o granizos, bien en los campos y establos para propiciar la fecundidad. De la misma manera se solía guardar el tizón medio carbonizado sobrante, cuyas cualidades mágicas serían usadas para encender al año siguiente un nuevo “Nochebueno”.
Esta costumbre de origen precristiano estuvo muy extendida en sus diferentes manifestaciones por toda Europa hasta el declive definitivo del mundo rural, a mediados del siglo XX, recibiendo infinidad de denominaciones como Christbrand en Alemania; el Yule log en las islas británicas; Tréfoirlou cahofio y Bûche de Nöel en Francia, el Ceppo en Italia, etc. y por supuesto el árbol sagrado de navidad que honran y decoran en los países nórdicos durante la fiesta del JulYul o Yule.
También en la Península Ibérica estará presente bajo diversos nombres, como la “Tronca de Navidad”, “Tizón de Nadal” o el “Tió” de la zona del pirineo aragonés y catalán, el “Nataliuegu” asturiano, el “Tizón de Navidad” gallego que además se relaciona con las almas de los muertos de la familia, el “Madeiro de Natal” o “canhoto” portugués, “Leño de Navidad” en Extremadura o el “Nochebueno” castellano entre otros muchos. No obstante, entre los mejor documentados están los del País Vasco, donde la tronca de navidad u olentzero, tiene la misma denominación que el personaje mitológico que adoptando diversos aspectos (hombre verde, carbonero, santo o un ser monstruoso), sale del bosque durante la Nochebuena para castigar a los niños malos y premiar a los buenos con regalos que deposita junto al fuego del hogar. Personaje que en forma de muñeco suele pasearse y quemarse al finalizar la fiesta.
En Soria  la costumbre del “Nochebueno” se mantuvo en algunas localidades de la comarca de Pinares, en Tajahuerce y Barca. En esta última localidad, además se organiza una ronda de mozos que antaño contaba con la confección de un muñeco o “pericopajas” con el que bailaban sinuosamente las mujeres (prohibido por la Iglesia), y donde se produce una suelta de pájaros en el interior de la iglesia durante la misa. No obstante, este tronco sagrado de navidad también aparece como una torta grande de frutos secos que los ganaderos ofrecían a sus animales de labor (Tradición recogida por la maestra María Loreto Carnicero Díez en el año 1953, Archivo Histórico Provincial de Soria).

No obstante, la Iglesia lucharía incansablemente por erradicar estas costumbres paganas o darles un matiz acorde a su sistema de creencias. Al respecto valgan las siguientes palabras que encontramos en las Constituciones Synodales del Obispo Guevara del año 1541:

“Item nos contó que la Noche de Navidad echan un gran leño en el fuego que dura hasta el año nuevo que llaman “tizón de Navidad” y dan después para quitar las calenturas y como esto es rito diabólico y gentilicio anatemizamos y descomulgamos y maldecimos" (...)

Quema de un "Pericopajas" en el Carnaval de Soria. (http://www.desdesoria.es)
En estas mismas fechas, también común en muchas localidades sorianas hacer hogueras o luminarias en mitad del pueblo, como en Alcoba de la Torre, Alcubilla de las Peñas, Andaluz, Arenillas, Candilichera, Cañamaque, Centenera de Andaluz, Cubo de la Solana, Escobosa de Almazán, Estepa de San Juan, Fuentecambrón, Fuentepinilla, Hinojosa del Campo, Jodra de Cardos , Judes, Matalebreras, Matute de Almazán, Muro de Ágreda, Pinilla del Campo, Pozalmuro, Soliedra, Taroda, Tajahuerce, Tardajos, Ucero, Valdegeña y Valderrodilla.
A su vez, encontramos también que, por ejemplo, en Villaverde del Monte, a los vecinos nuevos se les daba en Nochebuena una suerte de leña con la única condición de que previamente debían haber pagado la "entrada a vecino".
  •  Bullicio y caos: Rondas, gallofas, zarragones y reinados de mozos

Por otro lado, también fueron comunes en nuestros pueblos las cuestaciones o gallofas, donde se pasaba casa por casa para conseguir alimentos para la merienda (diferente a los aguinaldos en los que los niños eran los protagonistas).
A veces, incluso solían estar acompañados de zarragones, figuras grotescas con elementos animalescos que asustaban o ejercían de bufones de forma similar al de otras mascaradas invernales de gran arraigo en Zamora, Galicia, cornisa cantábrica y toda Europa en general. Contamos con este tipo de  personajes en Valdegeña, saliendo el día 25 de diciembre a rondar a las mozas, en Villálvaro, recorriendo la localidad para anunciar la llegada de la navidad, Matanza de Soria y Villaseca de Arciel. En Rello, se pedían víveres con cencerros y posiblemente vestidos de zarragones, mientras que en Castillejo de Robledo y Peñalba de San Esteban eran auténticos pastores los que recorrían el pueblo con el sonar de sus cencerros, cascabeles y colodras.
Asimismo, se conoce la existencia de otros zagarrones para otras fechas, caso del de La Barrosa de Abejar, las danzas de paloteos de San Leonardo de Yagüe y en las de Santa Cruz de Yangüas, y en el Zarrón de Almazán. .
Los reinados de mozos también se dieron y se dan en Navidad en algunas localidades sorianas, especialmente de la zona oeste y en Burgos, como en Espejón, Santa María de Hoyas, Ucero, Navaleno, San Leonardo de Yagüe y más al sur en Monteagudo de las Vicarías y Romanillo de Medinaceli (donde a su término se dispara simbólicamente al rey y se le rocía con vino).
Generalizando, esta tradición consistiría básicamente en la petición de gallofa, cantar rondallas y disfrutar de comidas comunales, para lo que era preciso nombrar un alguacil, el mozo de menor edad, y un rey o alcalde, que le correspondía al de mayor edad, quien mandaba durante los 12 días que duraban las fiestas, multando a los desobedientes con dinero en efectivo para las meriendas o con algún que otro latigazo o azote en el culo. En algunos de estos reinados, como en Navaleno dos mozos se vestían de “bobos”, posible evolución de los zarragones, sirviendo la fiesta para el ingreso de los más jóvenes en la edad adulta.  
En el norte de la provincia eran más habituales los sorteos de novios durante las fiestas navideñas, juntando a los solteros para diversión de esos días, como en Yangüas, Santa Cruz de Yangüas, Arenillas y Matasejún  (aquí la pareja se alargaba durante todo el año), mientras que en Torrearévalo la costumbre se desplaza al día de San Fernando en mayo.
Igualmente, la Iglesia desde sus inicios trataría de erradicar o trasformar estas prácticas festivo rituales, denunciando mascaradas, comedias y coros de los primeros días del año, además de censurar que el pueblo se disfrazara de mujer, animal o seres fantásticos, como en el caso de San Juan Crisóstomo o San Máximo de Turín.
Un proceso similar viven los fili, druidas cristianizados de Irlanda y Gales, a quienes se acusaría de practicar la brujería, el exhibicionismo y toda una serie de ritos orgiásticos.
Por último y concluyendo con las costumbres navideñas sorianas, no podemos dejar de mencionar por su belleza y originalidad, el Traslado del Arca que se produce el día de Reyes entre las localidades de San Andrés y Almarza, quienes se la intercambian a mitad de trayecto (paraje de Canto Gordo) para alternar su custodia. En su interior se albergan los documentos relacionados con la posesión de una dehesa comunal compartida por estas dos localidades (más las ya despobladas Cardos y Pipahón) desde el siglo XIV, siendo una festividad laica a la que se le añadieron dos misas para consagrar el acto.

Traslado del Arca (elmiróndesoria.es)

  • A través del símbolo

En todas estas tradiciones parecen existir elementos de comportamiento que nos remiten a un pasado muy antiguo de origen indoeuropeo que vendría a coincidir con la finalización de los trabajos del campo, tras la siembra, momento en el que la familia campesina podía descansar del esfuerzo cotidiano.
El solsticio de invierno es el momento en el que se produce el nacimiento del sol y el comienzo de un nuevo ciclo que nos va devolviendo paulatinamente la luz. Por tanto, la primera connotación que tendrían este tipo de ritos es solar
Es así que entre los antiguos europeos, aunque no exclusivamente, se insiste particularmente en la renovación del mundo por la reanimación del fuego, que a su vez ayudaría a la eliminación individual (“Nochebueno”) o colectiva (fogatas exteriores o luminarias) de los males y pecados que quedarían purificados.
Este cambio de ciclo, implicaría a su vez, el cese de un intervalo temporal, la abolición del año pasado y del tiempo transcurrido, previo a la inauguración de una era, el Año Nuevo, lo que supone un nuevo nacimiento. Durante dicha interrupción, que vendría a abarcar los 12 días que separan Nochebuena de Epifanía, se permitiría el retorno de los muertos a la vida para visitar a las familias, y en definitiva, la vuelta al caos primordial que antecede simbólicamente a la creación que está por venir.
De tal manera, vemos como durante este periodo los fuegos se apagan y vuelven a encenderse, se determinan los presagios para cada uno de los meses del año, son tolerados los excesos, se propician casamientos y la iniciación de los más jóvenes, son comunes las inmersiones sociales del orden, etc.
Estamos por tanto, ante un tiempo en el que la fuerza del símbolo y el ritual resultan estrictamente necesarios para propiciar la fertilidad y la abundancia venidera, cuyo reflejo bien pudiera haber quedado impregnado en los zarragones, gallofas, aguinaldos, rondas, entronizaciones de reyes, etc., que se abren paso en estos momentos en los que no parece haber límites entre lo natural y lo sobrenatural.
Esta renovación equivaldría a recordar una y otra vez diferentes momentos del acto de la creación y para ello se haría necesaria la expulsión de ciertas fuerzas extrañas y difusas por medio de ruidos, gritos o golpes. Es por ello que tanto que tanto los reyes locos como el “pericopajas”, suelen morir al final de su mandato temporal.
Por otra parte, la simbología del “Nochebueno” también estaría relacionada al simbolismo de los árboles, concebidos desde la prehistoria como arquetipos generalizados que representaban el centro del mundo y la conexión entre la tierra y el cielo (axis mundi). Así, alcanzaron en muchas culturas un carácter sacro, como árbol de la vida y de la renovación cíclica, al que se le trasmite los deseos de prosperidad y abundancia, tal y como lo es el roble de los celtas (del que se apuntara que procediese la palabra “druida”). 
Del mismo modo, muchos antropólogos vinculan al árbol con un antepasado mítico de la comunidad, cuyo espíritu bajaba a la tierra en momentos concretos como éste, al mismo tiempo que simboliza el crecimiento de una familia y de una comunidad y la fortaleza.

No obstante y siguiendo a Mircea Eliade, todo símbolo es polisémico, de ahí que quepan  todos sus sentidos posibles. A todo esto se le sumaría el recuerdo de viejos cultos en honor a la divinidad irania del cielo y la luz Mitra, así como a las celebraciones romanas del ciclo de invierno, que a su vez vendrían a asimilar y adaptar las celtibéricas en cuanto a que se tratan de festividades relacionadas con el ciclo agrario. 
Tal sería el caso del desenfreno y la inmersión social del orden que se producía en las Saturnales, justo antes del nacimiento del Sol Invictus; de los festejos de tipo burlesco protagonizados por mujeres en la fiesta de Háloa (26 de diciembre), dedicada a la diosa Ceres; o de las Dionisíacas, que servían para romper con la rigidez de los modales mantenidos durante todo el año.
Para el Año Nuevo, en las Kalendas de Ianuarius, los romanos adornaban las mesas con manjares especiales, ramos y luces, brindaban sacrificios a sus antepasados y ofrecían a Jano una torta hecha de harina de trigo amasada con sal y vino, además de intercambiar obsequios y presentes, y de disfrazarse de figuras monstruosas.

Valga recordar que el origen de que el año empezara en enero se debe a la necesidad de los romanos de llegar a tiempo a su conquista del interior de Celtiberia, cuando los habitantes de Segeda (Mara, comarca de Calatayud, Zaragoza) marcharon a pedir ayuda a los numantinos en el 153 a.C. Fue entonces cuando se adelantaría el nombramiento del cónsul que dirigiría la guerra a las Kalendas de enero, en vez del 15 de marzo (idus de marzo) como era costumbre.


Sean felices durante estas festividades y recuerden, si ven, escuchan o tienen ocasión de presenciar alguna tradición ancestral que aún perviva en nuestras tierra, cada vez más homogénea y ajenas a sus raíces, no duden en darle el valor que tienen e intenten recuperarlas, si es que ya cayeron en el olvido.
Que el calor del viejo tronco navideño nos ayude a reconciliarnos con nuestros orígenes para inspirarnos en busca de un futuro donde brille la luz de este nuestro Sol renaciente e invicto.

(Texto resumido y adaptado para Soria del artículo “EL TRONCO SAGRADO DE NAVIDAD: UNATRADICIÓN PAGANA PARA EL SOLSTICIO DE INVIERNO”)

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