EL FUNDADOR DE LA ESTIRPE

Las madres conmemoraban las hazañas guerreras de sus mayores a los hombres que se aprestaban para la guerra, donde cantaban los valerosos hechos de aquéllos
Salustio, Hist., 2, 92

Desde los tiempos remotos, la identidad de un pueblo ha sido cimentada a través de la genealogía, es decir, mediante la construcción de una memoria mítico-heroica que legitimase la realidad presente y diera cohesión al grupo.
Para ello, la poesía celta, derivada de la indoeuropea, debió ejercer un papel fundamental en su transmisión a través de los cánticos que se recitarían de forma oral generación tras generación. Así, entre los cantares célticos, debieron destacar los de contenido mítico y heroico, que desde Europa a la India se encargarían de alabar las hazañas del héroe fundador de una estirpe, al que con el tiempo divinizan, convirtiéndolo en el patrón y protector de sus descendientes.
Este héroe divinizado ofrecería al mismo tiempo las tres funciones de guerrero, sacerdote y rex del esquema tripartito indoeuropeo (Dumèzil), características que son las propias de Teutates entre los celtas, al que se hacían los mayores sacrificios y cuya etimología indica que era el 'Padre del Pueblo', el antepasado mítico.
Representación de Teutates en el caldero de Gundestrup (Dinamarca)
Este tipo de poemas serían compuestos por poetas o bardos especializados, aunque también como el fruto de una elaboración colectiva anterior trasmitida a través de las madres de la comunidad. Explicarían los orígenes de un pueblo y otros temas esenciales de la vida, recurriendo a fórmulas poéticas que lo diferenciarían del lenguaje habitual, además de facilitar su memorización.
Sin embargo, es muy poco lo que se conoce de la literatura celta, prácticamente perdida en su lengua original, siendo la irlandesa y galesa las mejores muestras conservadas. Así, contamos con la rama de Gales (Mabinogion), registrada en algunos manuscritos medievales, y sobre todo con un extenso corpus de sagas, romances en prosa y en verso procedentes de Irlanda, que van desde las invasiones a las que fue sometida la isla (Leabhar Gabhála Érenn), hasta el llamado Ciclo del Ulster o de la Rama Roja. Estas narraciones fechadas entre los siglos VIII y XII d.C. irían recogiendo por escrito toda la tradición anterior, eso sí, con añadidos y adaptaciones propias de la tradición cristiana, pero sin desmerecer en absoluto como una valiosa fuente de información sobre las costumbres, valores y sistemas de creencias de los celtas. 
Respecto a la literatura celta continental, a pesar de no haber sobrevivido ningún poema original, sabemos de la existencia de poetas cantores o bardos entre los galos, que componían y recitaban himnos épicos de contenido mítico cosmológico, acompañados de instrumentos parecidos a la lira, perpetuando la memoria de sus héroes y sus hechos memorables. Serían relatos en verso sobre la historia mítica de una tribu, exaltando las gestas de sus héroes, rescatados a duras penas por la investigación, como el del fundador de Alesia, que acabará equiparándose a Hércules al helenizarse.
En la céltica hispana su desconocimiento ha sido total, excepto por lo que apuntara Joaquín Costa en el siglo XIX y continuase recientemente Martín Almagro Gorbea (2018), quien no tiene dudas de haber detectado elementos propios de este tipo de cantares célticos de trasmisión oral en muchas de las leyendas populares ibéricas, así como en las obras escritas de nuestra literatura altomedieval, en los que la figura mítica del héroe fundador seguiría profundamente enraizada en el imaginario colectivo. Héroes como Bernardo de Carpio y Fernán González en Castilla, Juán Zuría, López de Haro y Sancho Abarca en el País Vasco y Navarra serían buena muestra de ello, pues ofrecen elementos característicos tomados de relatos mítico-históricos celtas que en el siglo X pasaron a ser incorporados en los escritos en lengua romance. Todo ello, dentro de un ambiente geográfico muy conservador y poco romanizado, en el que sobrevivían poblaciones ancladas en un universo de creencias y formas de vida que no diferían en demasía con las de los antiguos celtíberos, al menos hasta la Reconquista y posterior Repoblación, tal y como así nos sugieren las fuentes árabes.
Monumento a Fernán Gonzalez. Navalcarnero (Madrid)
Ahora bien, partiendo de los estudios de mitología comparada de los pueblos célticos europeos, podemos acercarnos a la figura del héroe fundador, al que se asocia con el sacerdocio y la fecundidad, ya que como veremos fue el creador del orden social al instaurar su estirpe, así como el primer mortal sobre el que se establece el culto al antepasado, con sus ritos correspondientes. El hecho de que con el tiempo acabase siendo identificado con una divinidad local quizás sea la explicación de la gran cantidad de teónimos documentados por la epigrafía, indicando así la denominación que en cada lugar se le diese a este “Primer Rey”.

Los elementos comunes que se repiten incansablemente sobre el mito del héroe fundador serán básicamente los siguientes: 

  • Nacimiento del fuego del hogar doméstico.
  • Exposición y alejamiento iniciático en terrenos apartados, donde pasa diversas pruebas  ordálicas.
  • Se convierte en hombre-lobo y jefe de una banda de latrones.
  • Lucha con animales malignos, símbolo de la liberación del mal en su territorio.
  • Doma al caballo, protegido por una diosa.
  • Viaja al Más Allá, donde caza a caballo el jabalí maligno.
  • Tras estos 'trabajos', pasa a ser reconocido como rex.
  • Como rex inicia el tiempo y el calendario, da leyes y enseña los ritos religiosos.
  • Instituye el fuego del hogar.
  • Instituye el sacrificio.
  • Enseña a manejar el arado.
  • Se desposa, quizás en una hierogamia.
  • Pasa a ser el Heros ktistes fundador de la dinastía y de toda la población.
  • El ciclo finaliza tras su muerte con su heroización.
Veamos a continuación el poso que pudieron haber dejado este tipo de relatos en nuestra vieja Celtiberia, para lo que nos serviremos de las evidencias que nos brinda la arqueología, prestando especial atención a la iconografía representada en algunas de sus piezas, donde parece que puede rastrearse la huella del héroe.

En la antigua Termes (Montejo de Tiermes, Soria) las labores de limpieza llevadas a cabo en 1999 documentaron lo que parece ser un heroon celtibérico bajo el conocido templo de la acrópolis. Se trata de una serie de marcas de postes que sustentarían una cabaña rectangular de madera que se supondría residencia del mítico ancestro fundador (heros ktistes) y donde se le rendiría culto hasta que el enclave fuese monumentalizado.
Templo de la acrópolis de Termes (Montejo de Tiermes, Soria)
La distribución del templo posterior, también rectangular, con un banco corrido lateral y una eschara o altar a ras de suelo con reborde tallado en la roca en su centro, a modo de “hogar ritual”, dan la clave para su interpretación como templo familiar del antepasado heroico difunto, erigido para potenciar los vínculos ideológicos del estatus urbano que adquiere el oppida celtibérico. 
Un fuego sagrado que como signo de realeza se relacionaría con el mitema del “guerrero radiante” y fundador de la estirpe humana, propio de otros dioses celtas como Netón*, similar al dios de la guerra de Irlanda, Néit, “El Radiante”, y de héroes mitológicos como el irlandés Cúchulain.

(*Neito aparece en la cara A6 del bronce de Botorrita I, pudiendo tratarse de un teónimo referido al héroe primigenio de un pueblo, al creador de las primeras leyes, que junto a las otras posibles deidades a las que se hace igualmente mención,Tokoitei y Sarnikio, podrían estar sacralizando este tipo de escritos jurídicos relativos a litigios entre ciudades) 

Junto a esta construcción, en la cúspide de la terraza, hay una peña que se considera de carácter onfálico (de perfil umbilical) dominando la ciudad, con una cueva (bothros) excavada en su base que ratifica su relación con los espíritus del inframundo.
De tal manera, en Termes parecen existir pruebas sobre el culto al héroe antepasado, que sería un personaje real mitificado o puramente mítico, quizás Tarmes, quien daría nombre a la ciudad, a juzgar por la interpretación que se hiciera de una leyenda monetal de mediados del siglo II a.C. en la que figura la palabra Tarmeskom/Tarmesko, (Jordán, C. 2005).
En otras zonas de la Celtiberia se ha creído documentar la presencia de algunos de estos hogares rituales, asociados unas veces a morillos, como el de Reillo (Cuenca), con forma de carnero y serpientes en relieve, y otras a restos de sacrificios animales e inhumaciones infantiles, elementos propios del culto al antepasado.
Del mismo modo, el depósito de huesos humanos en espacios liminales parece haber sido una práctica ritual relativamente frecuente entre las sociedades célticas peninsulares (Alfayé 2007). Tal es el caso de Numancia, donde junto al perímetro defensivo González de Simancas acreditó una estancia que ha sido puesta en relación con otro posible heroon. En ella, aparecieron cuatro cráneos que bien pudieran haber estado expuestos a modo de talismanes protectores de la ciudad, como reliquias vinculadas con los ancestros o individuos destacados que se emplearían en algún tipo de ceremonia que desconocemos.
En relación con las ordalías (“juicios de Dios” de la mentalidad cristiana) en las que participa el héroe en su formación, contamos con escenas de combates individuales a pie en los que el arma esencial era la lanza y la espada, como las representadas en las cerámicas numantinas, pudiendo estar aludiendo a un tema mitológico relacionado con los primeros reyes de la estirpe. Además, las fuentes clásicas mencionan constantemente este tipo de enfrentamientos entre “campeones”, como en el caso del jinete de la vaccea Itercatia, que retaría repetidamente a los romanos a un combate cuerpo a cuerpo, siendo el propio Escipión Emiliano el único en aceptar el duelo, que tras vencer al local contemplaría sorprendido cómo los hijos del guerrero caído se mostraron alagados por el ejemplo de honor y valentía dado por su progenitor (Plinio. Nat. 37,9.). Igualmente, en los últimos días de Numancia se llevaría a cabo el “sacrificio supremo” mediante la lucha de sus mejores guerreros de dos en dos (Valerio Máximo. 3,2, ext.7), tal y como les habrían relatado que lo hicieron sus antepasados.
Vaso de los Guerreros (siglo I a.C.) procedente de Numancia
Enlazando con esta idea, tenemos el paso del héroe por una banda de latrones, que asociamos a las cofradías guerreras o mannerbünde propias de las sociedades de jefaturas celtibéricas, las cuales legitimarían y regularían su poder en base a la guerra. Es a través de ella como se entra en la edad adulta, como se gana el prestigio, se ejerce la competitividad aristocrática y se consigue cohesión social, además del mecanismo por el que se obtienen bienes materiales (ganados, botines, etc.) para redistribuir dentro y fuera de la comunidad, y por supuesto la manera de alcanzar pactos, alianzas, redes de fidelidad, territorios y privilegios de paso.
Tradicionalmente fueron asociadas al fenómeno del bandidaje que las fuentes clásicas recogen como práctica habitual de buena parte de los pueblos de la céltica hispana, de ahí lo de latrones, aunque el concepto más bien habría que relacionarlo con un tipo de guerra no oficial, carente del prestigio que otorgaba la mentalidad romana.
Pero lo cierto es que estas élites guerreras actuarían conforme a un sistema de valores éticos que serviría  para vertebrar espiritualmente a la comunidad y dotarla de sentido moral, teniendo como máxima referencia a la figura arquetípica del héroe antepasado. En este sentido, los autores greco-latinos resaltan la expresión de un ethos agonístico entre los pueblos célticos de Iberia, preocupados constantemente por la exhibición del valor, la búsqueda de la fama a través del combate y el deseo de morir en la lucha antes que retroceder o caer cautivo, pues de lo contrario se caería en la deshonra, la humillación y la vergüenza por parte de los suyos.
Así quedaría recogido en algunos textos clásicos, como el de Orosio (Hist., 5.12), quien nos habla de unos numantinos que le pidieron a Escipión con insistencia que se les concediera la oportunidad de luchar en igualdad de condiciones para poder así morir como hombres.
Estas bandas de guerreros quedarían articuladas alrededor de un líder, al que se vinculan por lazos clientelares y se consagran hasta la muerte (devotio), y a las que se pertenecería después de superar una serie de pruebas con sus consiguientes ceremonias mágico-religiosas de iniciación. Éstas estarían relacionadas con la noche, la luna, el fuego, el lobo o el oso, junto con la ingestión de determinadas plantas o bebidas que inducirían a estados alterados de conciencia con los que adquieren facultades características de una bestia salvaje que infunde terror al enemigo.
(El iniciado muere y renace simbólicamente al enfrentarse a todos sus miedos. La lucha contra animales malignos sería el símbolo de su esfuerzo y liberación para convertirse en guerrero de la hermandad).
En este sentido, Estrabón (III, 3, 6.) se referiría a los habitantes que vivían en las márgenes del rio Duero, como pueblos en los que “hay algunos que viven al modo espartano (…) bañándose con agua fría, comiendo una sola vez al día, de forma mesurada y sencilla”, como de constante endurecimiento del cuerpo y el ánimo” .
También, el carácter guerrero de estas élites aristocráticas aparece asociado a la posesión de las ricas panoplias armamentísticas que aparecen en los cementerios celtibéricos, así como por la de otros elementos de prestigio, donde la figura del caballo jugaría un papel especial.
Jarra decorada con escena de doma (Numancia)
Dicho animal sería muy costoso, otorgando rango y estatus a su poseedor, quien no dudaría en emplearlo también como herramienta diplomática, a modo de regalo aristocrático que circularía junto a otros muchos objetos exógenos, como los discos coraza, cuchillos afalcatados, algunas fíbulas anulares, las primeras cerámicas torneadas, modelos evolucionados de espadas, varias placas de cinturones, etc.. Todos ellos, a la muerte de su noble propietario serían depositados en las tumbas de las necrópolis del siglo V a.C., incluyendo arreos y bocados de caballo, e incluso alguna ofrenda faunística (Numancia). Como ejemplo representativo tendríamos la necrópolis de La Mercadera (Rioseco de Soria), donde se hallaron 6 enterramientos con arreos, asociados con armas en todos los casos, cinco de los cuales fueron consideradas tumbas “ricas”.
A partir de la Segunda Edad del Hierro, el caballo alcanzaría una valoración más amplia como emblema político colectivo de los integrantes de un territorio controlado por una ciudad (oppida). Es ahora, siglo IV a.C., cuando comienza una paulatina desaparición de algunos de los elementos de prestigio de las élites, como los cascos, los discos-coraza y los umbos de bronce decorados de los escudos, quedando las panoplias guerreras bastante uniformadas ya entre los siglos III-II a.C., donde destacarán la espada y el puñal biglobular. Al mismo tiempo aparecen y se generalizan fíbulas de caballo, con o sin jinete (armado y desnudo), báculos o estandartes de distinción (necrópolis de Numancia), vajillas para el banquete con iconografía figurativa, y en fechas más avanzadas acuñaciones de monedas con la imagen del jinete lancero.
En cuanto al significado de estas piezas, se ha puesto en relación con la expansión y evolución de ideologías urbanas, en las que sus dirigentes ya no sustentan su prestigio en base a las armas, sino en base a otros elementos de distinción social estrechamente relacionados con los mitos de heroización ecuestre.

Báculo de distinción procedente de Numancia (Museo Numantino)

El propio autor clásico Polibio (fr.95) al hacerse eco de la guerra de Numancia, cuenta como se arrodilla un caballo para dejar subir al jinete, resaltando siempre la habilidad de los celtíberos en su manejo para estos fines.
Por tanto, hay un deseo de reivindicar la ascendencia del héroe fundador de la estirpe o antepasado mítico, al que se asocian otros elementos de ideología céltica, como la cabeza del enemigo suspendida delante del caballo, el jabalí o el lobo, o su relación con algunos signos astrales, como símbolo de su viaje al Más Allá.
El "Lobo Primordial" devorando el sol al final del tiempo, en un vaso de Roa,Burgos (s.IIa.C.)
Fíbula de jabalí expuesta en Museo de La Rioja
Fíbula celtibéica procedente de Lancia (León)
Todos estos elementos son propios del imaginario del “Primer Rey”, quien además se erige como emblema de la ciudad en las acuñaciones monetales (jinete con lanza), siendo el protector del ejército y de su clase ecuestre.
Moneda con jinete lancero y rostro del "héroe fundador" de Arekoratas
Damos por finalizado este ciclo con la muerte del fundador de la estirpe, de quien se cantarían por toda la céltica europea sus hazañas de forma épica, junto a las de otros antepasados muertos en combate, fijando en la memoria de los vivos un sistema ético de valores digno de ser imitado, que trascendería a la mera desaparición de los caídos. 
Esta era la forma de acceder a la inmortalidad, siguiendo los pasos del héroe, el espejo en el que mirarse, el verdadero sentido de la vida…
Camuflado ha quedado en nuestro inconsciente colectivo, en nuestras fiestas patronales, donde se recogen ritos ancestrales de repetición de la creación del cosmos, del culto a los antepasados que pusieron la primera piedra de la tierra que hoy pisamos, de propiciación de la fertilidad…
Una concepción mágica del mundo, que a pesar de haberse desvirtuado e incluso despreciado, sigue presente entre nosotros, esperando un nuevo despertar.


Surgido de la noche, siguiendo a nuestros antepasados,
Ancestros que están en nuestros corazones,
nuestros descendientes en nuestras mentes...
Uno al lado del otro nos paramos.
En nuestra familia, en nuestra tribu, en nuestra patria...
Que podamos ser dignos, que no seamos desterrados.
Que Teutates levante su rostro y brille sobre nosotros
Que nos guíe y bendiga.
Vamos a llevar la antorcha, la descendencia nos seguirá...
 Inspirado en Eluveite, “Tovtatis” (Evocation II Pantheon)

Referencias bibliográficas:
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SOPEÑA GENZOR, G. (1995): Ética y ritual. Aproximación al estudio de la religiosidad de los pueblos celtibéricos, Zaragoza.

LA DIOSA DRUSUNA: A LAS PUERTAS DE UN SANTUARIO OLVIDADO

En cada uno de nuestros pueblos, detrás de cada curva del camino, en lo alto de los montes, siguiendo el curso de los ríos, en cada piedra…, ahí nos está esperando la esencia de la Soria mágica para ayudarnos a desentrañar sus secretos, para desenredar la madeja, sólo es cuestión de tirar del hilo y dejarse llevar.
En esta ocasión nos trasladamos al rincón en el que Castilla cambia de color, donde se sitúa la pequeña localidad de Olmillos, actualmente integrada dentro del municipio de San Esteban de Gormaz, tierra que nos susurra el recuerdo de su intensa actividad de frontera. Bajo un limpio horizonte que no resulta ajeno al caminante, transitamos sus caminos desgastados. A nuestros pies, la vieja calzada de Quinea, una vía secundaria que antiguamente unía las ciudades de Uxama y Tiermes y llegaba hasta Segontia, citada siglos después en El Cantar del Mio Cid como sendero seguido por el de Vivar en su destierro, compartiendo a su vez tramos con la Ruta de la Lana, uno de los trazados comerciales más antiguos de la Península.
Pero será la majestuosidad del Duero la que nos interrumpa mansamente, mostrándonos uno de los antiguos pasos en barca que facilitaban una rápida conexión con El Burgo de Osma, distante a tan solo 8 kilómetros de donde nos encontramos. Junto al río, se alza una pequeña ermita dedicada a San Hipólito, cuyo santero antaño era el encargado de controlar la barca de paso, de la que se dice que junto a las de los pueblos de Vildé y Navapalos “eran de tan mala construcción, que daba lugar a lamentables desgracias”.
Es en este lugar sacralizado donde creemos que puede partir nuestra modesta historia, ya que en sus cercanías se produjo el hallazgo de dos altares realizados en piedra caliza con inscripciones de época romana dedicadas por individuos de dos familias diferentes que aluden a una misma divinidad de raíz céltica desconocida hasta el momento.
El primero de ellos (43x24x20 cm), concretamente apareció enterrado en el interior de un corral situado en la calle Mayor de la localidad. Su estado de conservación impide una clara transcripción de las letras, como enseguida veremos, aunque el hecho de que aparezca una interrupción en forma de hiedra permite acercar su datación en torno al siglo II d.C., no faltando quienes la elevan hasta el siglo III d.C. (Gómez Pantoja, 2005; Blázquez Martínez, 2006).
Atendiendo a su lectura epigráfica, se observa que el nombre de la divinidad ocupa una posición destacada del altar, seguida del nombre de los dedicantes y su filiación. Así, en una primera lectura se pudo leer lo siguiente:

Drusune / Cisa / Dioc(um) S / uattan(ifilia) / u(otum) s(oluit)
A Drusuna Cisa Diocum (?) Hija de Suattanus le pagó voluntariamente su voto y merecidamente.

No obstante, una reciente revisión de la pieza (Olivares Pedreño, 2015) difiere en relación a la cuarta letra del nombre de la divinidad, que más bien parece tratarse de una B, por lo que el teónimo sería DRUBUNE. Además, se apunta que no está claro el nombre Suattanus, pudiendo tratarse más bien de Muntanus, testimoniado en Hispania, aunque la primera letra es ilegible. Igualmente, pudo detectarse en la segunda línea dos letras iniciales (NE-) hasta ahora desapercibidas, lo que llevan a interpretar el teónimo junto al apelativo Necisad[.], cuya última letra debería ser E.
De tal manera, siguiendo esta última revisión, la pieza podría decir lo siguiente:

Drubune Necisad[e?] Diocus [.]untanuṣ ụ(otum) ṣ(oluit) ḷ(ibens) ṃ(erito)

La segunda pieza (54x37x25 cm) apareció en la puerta de entrada al recinto agrícola donde se halló la anterior, estando mucho mejor conservada, por lo que su lectura resultó más clara:


Atto Ca / ebaliq(um) / Elaesi f(ilius) / D(rubune) u(otum) s(oluit) l(ibens) m(erito).
A Dru(S/B)una, Atto Caebaliqum (?) Hijo de Elaesus pagó su voto de buena gana y merecidamente”

Vemos aquí que el nombre de la divinidad está abreviado, dándose por hecho que aluda a la misma que en el anterior altar, además de que tanto el nombre del padre del dedicante (Elaesus) como el paenomen del dedicador (Atto) sea de origen indígena, y por lo tanto celtíbero. 
Se desconoce cuál pudiera ser la ubicación original de sendas piezas, posiblemente en algún pequeño santuario rural pagano donde se realizarían los rituales de cremación de las ofrendas a la deidad, dentro del territorio de la ciudad arévaco-romana de Uxama Argaela,  a juzgar por su cercanía, y quién sabe si en el mismo lugar que hoy ocupa la ermita de San Hipólito. 

Respecto a los posibles paralelos de la divinidad, únicamente se ha encontrado el teónimo Drusuna en una dedicatoria de Segobriga (Cuenca), aunque como hemos visto, la reciente revisión de la lectura epigráfica del primero de los altares siembra serias dudas al respecto (Abascal y Cebrián, 2000). Si bien contamos con evidencias de posibles relaciones de uxamenses en Segobriga, a juzgar por algunas inscripciones aparecidas en el yacimiento conquense bajo la denominación de Argaeli, quizás relacionados con posibles desplazamientos de pastores trashumantes procedentes de la ciudad arévaca (Gómez Pantoja, 1995b), en cuyo territorio, como hemos indicado, nos hallamos.  

  • Perduración del universo de creencias celtibéricas

El hallazgo, a pesar de todas las sombras que proyecta a la hora de establecer  hipótesis, deja entrever una vez más,  que muchas de las creencias que estaban vivas en el momento en el que hace aparición la civilización romana en Celtiberia no parecen desaparecer por completo, sino que se reinterpretan y adaptan a través de un largo proceso, propiciando la creación de un universo religioso de nuevo cuño que no sería totalmente romano, pero tampoco indígena.
Esto parece acontecer sobre todo en aquellas zonas retardatarias cuyas familias estaban fuertemente unidas por lazos ancestrales y vinculadas a un ámbito territorial en el que el desarrollo social y político no había alcanzado cuotas excesivamente elevadas. De tal manera, las religiones privadas o familiares debieron ser la tónica dominante de estas gentes, es decir a nivel local y en base a las relaciones de parentesco con una divinidad protectora, lo que les permite su pervivencia con la romanización y más allá de la Antigüedad tardía, ya que no supondrían un peligro respecto a la promoción del culto imperial.
Así se explicaría que varios siglos después de la conquista de Celtiberia por Roma sigamos encontrando denominaciones de lugares, personas, familias, divinidades y cultos propios de la Edad del Hierro, aunque quizás lo que más variase fuese el ritual, ya que con la romanización se introduce la costumbre de dedicar altares y cumplir promesas en honor de los dioses, además de plasmarse iconográficamente viejas creencias que hasta entonces se caracterizaban por ser anicónicas y por la ausencia de templos.
No parece que fuese hasta el siglo V d.C. cuando se produzca la persecución y condena de estas creencias no contaminadas, tal y como reflejan las actas conciliares (véanse del XII al XVI Concilio de Toledo) que insisten en no utilizar servicios de adivinos, ni adorar a los viejos cultos paganos supersticiosos de la naturaleza que seguirán manifestándose bajo la forma de religiones sumergidas como la hechicería o formas similares.
Con todo, creemos estar ante todo un elenco de creencias, costumbres y tradiciones que perduran en buena medida sobre todo en zonas rurales, la mayoría, aunque difuminadas por el paso del tiempo, quedando reforzadas con la suma de elementos de tipo germánico visigodo a partir de la descomposición del Imperio Romano, en esencia de raíz común indoeuropea. Si bien, la presencia del islam desvanecerá en gran medida gran parte de las tradiciones más profundas de estas gentes ahora en tierra de frontera, sobre todo en lo que concierne al mundo de las creencias, como ocurre en gran parte del centro y sur peninsular, aunque de nuevo serán revitalizadas con la repoblación medieval procedente del norte donde si se mantuvieron limpios, sincretizados o fundidos con los cultos romanos, adoptando como forma de religiones sumergidas.
  • Antiguas formas de sacerdocio prerromano

Es así que, siguiendo la línea apuntada líneas atrás, podríamos entender la no constatación de un sacerdocio druídico en la Península Ibérica, pero si posiblemente de uno en un grado menor que hubiera mantenido vivo este tipo de creencias colectivas ancladas a un territorio y a unos antepasados determinados (Santos Crespo Ortíz de Zárate, 1997).
Al respecto, Marco Simón, F. (2005) comenta la existencia de algunos indicios de dicho sacerdocio, como por ejemplo la representación de una escena de sacrificio de un ave sobre un altar protagonizada por un oficiante tocado de gorro cónico representado en un vaso cerámico de una Numancia ya derrotada definitivamente por Roma. Este mismo autor apunta también la posible constatación de sacerdocio a partir de la inscripción en lengua celtibérica de la llamada tésera de Arekorata (Muro, Soria), donde aparece el término ueizos que califica al nombre propio Bistiros de los Lastikos, relacionado con el teiuoreikis del Bronce de Luzaga que denota una categoría superior a la del mero redactor del texto y cuyo significado podría tener que ver con la raíz *weid- (“ver”, “saber”).
En este sentido, y buscando el significado etimológico de druida, tradicionalmente se ha interpretado que la raíz *deru- / *dr(e)u-  pudiese haber significado ‘árbol’, en base a la definición aportada por Plinio (Historia Naturalis, XVI, 249), quien comenta que los druidas toman su nombre de la encina «de la cual recogen el muérdago, y comen las bellotas para adquirir sus facultades adivinatorias».
No obstante, hay quienes consideran que la asociación etimológica de druida y roble es equivocada, relacionando drúi con súi, que significa «sabio»; su (=bien) o dru =fuerte), junto a la raíz verbal *weid (=saber), al igual que aparece en el Bronce de Luzaga, por lo que los druidas podrían haber sido algo así como «los muy prudentes» o «los muy sabios», y no «los hombres del roble tal y como apuntaba Plinio.
  • ¿Quién fue la diosa Dru(s/b)una?

A tenor de los apuntes lingüísticos que acabamos de comentar, la raíz del teónimo Dru(s/b)une, a primera vista bien podría estar haciendo referencia a aquellos árboles del género quercus, como el roble o la encina, relacionado a su vez con el otro sentido de esa raíz, ‘poderoso’ o ‘robusto’, pero también con la madera y diversos utensilios creados con este material (¿una barca?). Pero si tenemos en cuenta las dudas planteadas anteriormente respecto a la asociación de la raíz etimológica dru con los árboles, cualquier hipótesis resulta imprecisa.
Si bien, en las cercanías del paraje de la ermita de San Hipólito nos ha llamado la atención que aún pervive, aunque sensiblemente reducido, un gran encinar que los lugareños denominan “El Chaparral”. Sus árboles eran un bien que se repartía entre todos sus vecinos, quedando algunos reservados a la propia Iglesia, como el llamado “carrasco de San Roque”. Éste debió tener claras connotaciones sagradas, a juzgar por la información que desvelan sus propios vecinos, puesto que durante la celebración de luminarias durante el martes de carnaval, siempre se debía aportar al menos una rama de ese árbol a la gran hoguera que se disponía en la plaza de la aldea, donde posteriormente se saltaba sobre las ascuas, se ahumaban a las mujeres cogiéndolas por los brazos y piernas, recogiendo así costumbres relacionadas con el ciclo agrícola de origen pagano.  
Por otro lado, y atendiendo a la lingüística el apelativo Necisad[e], siguiendo a  Olivares Pedreño (2015), este podría derivar del protoindoeuropeo *neḱ- “muerte”, “difunto”. Es así que de nuevo fijamos la mirada en el entorno de la ermita de San Hipólito, atendiendo a la idea de que el tránsito al Más Allá en el mundo celta estuvo muy vinculada a las aguas, residencia de algunas divinidades indoeuropeas como las conocidas Deva y Navia.  
El citado bosque de encinas, junto a la presencia de un curso de agua como el del río Duero abren la posibilidad de que fuese este el lugar el lugar donde se hubiese erigido  un pequeño santuario que recordase formas de religiosidad anteriores en un momento ya avanzado. Al respecto son muchos los ejemplos que relacionan los cursos de agua con puertas de entrada a ultratumba, como en la cita Estrabón (Geo. III,3,4) referida al cruce del río Lethes (Limia, Orense), considerado por sus tropas como río del Olvido. Igualmente, encontramos dentro de la mitología de tradición celta irlandesa la creencia en espíritus elementales que habitan en los sídhe, esto es, en montículos, ruinas, fuentes, ríos y lagos. Este mundo intermedio estaría gobernado por distintos reyes y reinas de hadas que tendrían sus propios palacios, donde celebraban banquetes, tocaban música e incluso guerreaban con las tribus vecinas, creencias que fueron impregnando en buena parte de las leyendas y tradiciones hasta tiempos relativamente recientes, apareciendo bajo la denominación de hadas, ninfas, lamias, xanas, elfos, mouras o moras. 
Del mismo modo en el mundo indo-iranio encontramos divinidades vinculadas a los ríos como Saravasti, asociadas a la fertilidad, la salud, la descendencia y la vitalidad, la que progresivamente se identificaría con Vac, la personificación de la sabiduría y la elocuencia (¿dru?).
Tampoco faltan los hallazgos de ofrendas, generalmente armas y otros objetos metálicos, entregadas una vez inutilizadas a las aguas, siendo el más cercano el hallazgo de un casco celtibérico recuperado en una sola pieza (Siglo III a.C.) en la Fuentona (Muriel de la Fuente, Soria), que podría relacionarse con el carácter simbólico de los ríos como puntos de salida/entrada físico y funerario, vinculado a la idea de muerte y regeneración.
Asimismo, la propia diosa Epona, cuyos testimonios epigráficos peninsulares se reducen únicamente a tres inscripciones en las áreas cántabra y celtibérica, era sobre todo, la protectora y guía de los muertos al Otro Mundo, aunque su polivalencia abarque muchos matices, como su estrecho vínculo con el caballo o su relación con la reproducción y la fertilidad animal.
Otra vía de búsqueda sería tratar de ver si existiese alguna relación entre las connotaciones sagradas que encierra el propio culto a San Hipólito y el universo religioso precristiano. En este sentido la relación de San Hipólito y los caballos es obvia, siendo un claro ejemplo de mito clásico reinterpretado en clave cristiana. Así se produce la identificación del mártir cristiano que moriría arrastrado por sus caballos, con el  personaje mitológico de Hipólito, del que se dice fue hijo de Teseo y de una Amazona, cuya castidad por devoción a Artemis-Diana le costaría una muerte violenta y prematura, pero también le haría merecedor de la resurrección. El origen de esta asociación estaría en el himno 11 del Peristephanon de Prudencio (Perist.11.86, Adfirmant dicier Hippolytum), de finales del s.IV, sin duda bebedor de los relatos de Séneca, Virgilio, Ovidio y otros muchos autores clásicos.
De hecho, su festividad se celebra el 13 de agosto, día que según la tradición en Olmillos se llevaban los rebaños de ovejas y mulas de los pueblos de alrededor, a darle vueltas alrededor de la ermita para conseguir los favores del santo, ritual relacionado con la fertilidad animal. Curiosamente, ese mismo día coincide con la fiesta de Diana del calendario romano pagano, diosa de la caza relacionada con los animales, la luna y las tierras salvajes, que formaba una trinidad con otras dos deidades, la ninfa acuática Egeria, su sirviente y ayudante comadrona, y Virbio, el dios de los bosques. Diana tenía sus santuarios cerca de cursos de agua, quedando asociada como hemos visto al mundo de las hadas, siendo la primera divinidad femenina del Panteón Hispano-romano a quien le eran dedicados bosques de robles. Pero no se conoce ningún testimonio, ni literario ni material, de una posible relación entre Hipólito y el santuario más conocido de Diana en Roma, junto al lago Nemi, del que se dice que acudían las mujeres a pedir protección para el parto, mientras que los hombres aprovechaban para purificarse por los animales salvajes que habían matado, estando los caballos excluidos en el recinto.

No obstante, en Hispania es posible que hubiese varias Dianas, correspondiente a las diferentes diosas prerromanas de características similares a la latina, además de que una misma deidad pudo haber sido adorada bajo diferentes epítetos en diferentes áreas, hecho que explicaría las más de 200 deidades constatadas epigráficamente en la Península.

Concluyendo, y siendo conscientes que nos movemos en un terreno meramente especulativo, Dru(s/b)una pudiera haber sido una divinidad antigua de carácter rural, que dentro del territorio perteneciente a Uxama Argaela hubiese seguido siendo objeto de culto con la romanización en el entorno en el que hoy día se ubica la ermita de San Hipólito, donde todavía existen fuertes reminiscencias que aluden a su funcionalidad protectora de la fertilidad animal, las aguas y los bosques.
Estemos o no en la pista de conocer a esta divinidad pagana, quedémonos con la magia del paraje silvestre, junto al Duero y en el límite de lo que antaño sería un gran bosque virgen propicio para ser guardado por cierto "genius loci" que convierte al lugar en sagrado y por lo tanto susceptible de ser reverenciado bajo el manto del nombre del santo cristiano, Diana, o cualquier otro nombre inmemorial como Drusuna, a cuyo encuentro nos hemos dirigido, pues aquí pervive la Soria Mágica.
Marzo, 2018

Referencias bibliográficas:

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PENA, MARÍA JOSÉ (2017): “Hipólito-Virbio, San Hipólito y Pirro Ligorio”, en Cuadernos de Filología Clásica Estudios Latinos 37(2), Ediciones Complutense,  265-282.

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VÁZQUES HOYS, A.M. (1995): Diana en la religiosidad hispanorromana I y II, Madrid.

(2012): “El barquero de San Hipólito”, en  http://latorredemorales.blogspot.com.es

Información oral proporcionada por Irene y María de Olmillos, quienes se encargan de extraer de sus mayores el tesoro de sus recuerdos.  




EL LEGADO MATERIAL DE NUESTROS PASTORES

Colodra de pastor (Foto: Cándido Heras)
No sé si será por el tinte violeta que adquiere el campo por estas fechas o por los primeros susurros de viento que llegan desde la Idubeda (Sistema Ibérico), pero lo cierto es que septiembre es un mes de melancolía y anhelo. Es tiempo de despedidas, antaño la de nuestros pastores que partían a extremos y hogaño la de los nietos de la despoblación. Los pueblos se quedan vacíos, yermos, sólo hay silencio, recuerdos...

Ya sólo nos queda la vaga impresión difuminada de las andanzas de nuestros  pastores, su mera sombra, la de aquellos cuyas vidas difieren más con nuestro mundo que con el de de un celtíbero envuelto en su negra y áspera capa negra. 
Es por ello que haciendo el esfuerzo por no olvidar, desde aquí reivindicamos su legado, materializado a través de algunos de sus objetos elaborados en la soledad del campo, mientras se vigilaba el ganado o durante las largas estancias en “extremo”. 
Así, junto a las  tradicionales esquilas y cencerros de chapa de cobre con asa y badajo de madera, emisoras de ese sonido monótono y característico que permitía identificar cada rebaño, contamos básicamente con objetos manufacturados en astas o cuernos de buey y cabra, en su mayoría custodiados en algunos museos etnográficos de la provincia de Soria e incluso en el mismísimo Museo Numantino, haciendo honor a su gran valor. 
En dicho material, sobre todo se realizaron abundantes colodras o vasos para beber agua de los arroyos, leche fresca o vino, utensilios que llevaban los pastores colgados de un latiguillo situado en el cincho de suspensión de la mochila o zurrón. Solían presentar inscripciones, generalmente rodeando la base o la boca de la colodra, aludiendo a nombres y apellidos en letras mayúsculas relacionados con los autores de la manufactura o con sus propietarios, o bien indicando para qué iban a ser usados y su fecha de su realización.
Del mismo modo, se elaboraron otros recipientes más grandes, como los constatados en Pinares de Urbión para transportar ajos, sal y pimienta, llamando la atención los que servían de contenedor de la “miera” o aceite de enebro para curar la roña del ganado. 
También eran utilizados los cuernos para llamar al ganado o para la propia comunicación entre pastores, además de fabricarse silbatos y flautas de probada sonoridad musical.
Por otro lado, aparecen todo tipo de objetos cotidianos realizados con fragmentos de cuerna, como punzones, tenedores, espátulas, morteros o las cucharas que repartía el zagal a la hora de comer, habitualmente decoradas en la silueta del mango con motivos geométricos, básicamente semicírculos y triángulos.
A su vez, se conservan cajas joyero y de rapé confeccionadas con varias planchas de cuerna sobre la que se ponía una tapa articulada con una bisagra y un refuerzo de madera. Éstas solían estar profusamente decoradas “a punta de navaja” con diferentes motivos sagrados, entre los que predominan los de santos y vírgenes, además de temas propiciatorios, como el tantas veces repetido “corazón de la vida”, soles y lunas, un jarrón con flores acompañado a menudo del monograma de la salutación angélica: AM–, figuras mitológicas como una sirena, y otros muchos dibujos tomados de escudos, monedas y grabados.
Motivos decorativos: Animales, objetos cotidianos y sirena
Junto a ellos, fueron habituales motivos geométricos variados, entre los que predominan los círculos con cuatro o muchos radios, con una flor inscrita, reticulados, zig-zags y cenefas semicirculares, los cuales parecen retrotraernos a las decoraciones de las cerámica prehistórica.
Tampoco faltarían escenas cotidianas con animales (toros, perros, ovejas, gallinas, gallos, cabras, gatos, caballos; aves, serpientes, peces comadrejas, ciervos, liebres, zorros, mariposas, águilas y lagartijas), relativos al mundo vegetal (árboles y flores), objetos diversos (cachavas, guitarras, escopetas, cuchillos, etc.) e incluso escenas de ambientación pastoril, bélica o referidas a la consagración de un sacerdote.
Motivos decorativos: Jarrones con flores y “el corazón de la vida”
Por último, es conocida, en lo que a Soria se refiere, la existencia de otro tipo de decoraciones más difíciles de interpretar que posiblemente se acerquen al simbolismo de los exvotos, como el del hombre con sombrero y sin brazos; o los dos hombres, uno con una pierna en las manos y el otro llevando la cabeza en las manos.
Junto a estos objetos aparecerán otros muchos confeccionados en madera tallada a punta de navaja (platos, juegos, cuencos, etc.), piel curtida (botas de vino, pellejos de agua), así como algunas cantimploras de barro forradas de esparto, elementos efímeros llamados a desaparecer, como un día lo hicieron aquellos utensilios cotidianos empleados por nuestros antepasados más remotos y que nunca podremos conocer.

Sin duda, la vida pastoril fue el alma de las comunidades campesinas que habitaron en nuestro suelo desde tiempo inmemorial. Quién sabe si volverán los pastores a reunirse junto a la ermita de la Virgen de las Espinillas en Valdeavellano de Tera (Soria), a escasos metros de un castro de la Primera Edad del Hierro, uniendo así parte de su presente con su pasado, ya que el futuro se empeña en olvidar.
Quién sabe si volverán a buscar el amparo y refugio de devociones populares como san Caprasio, a quien se dedica en Suellacabras (Soria) una enigmática iglesia de origen posiblemente pagano y con claras connotaciones relacionadas con el pastoreo. 
Desde aquí damos punto final a este modesto escrito, sabedores de la infinidad de leyendas que se ocultan bajo sus piedras, como la relacionada con el propio diablo, quien adoptando forma de dragón llegó a perseguir al mismísimo apóstol Santiago, que acabaría refugiándose en este templo. Un dragón que hoy no es más que el mundo moderno impaciente por devorarlo todo.

Vistas de la Iglesia de san Caprasio en Suellacabras, Soria. (https://steemit.com/.../enigmas-de-castilla-soria-la-misteriosa-ermita-de-san-caprasio)

A ellos me encomiendo en la inclemente soledad del final del verano. A lo lejos aún puedo observar cómo se alzan algunas tainas y majadas vetustas que tímidamente siguen resistiendo a los envites del tiempo, aunque sabedoras de estar sentenciadas por las zarzas que las acechan, aquellas que ocultarán su ruina y alimentarán el escombro de esta tierra parda. 

Referencia bibliográfica:
BELLIDO BLANCO, A.; (2004): “Arte pastoril en Soria”. Revista de Folklore nº 281. Fundación Joaquín Díaz. Valladolid.

KELTIKA HISPANNA "Zurrón al hombro" Álbum: "Nekue Uertaunei" | 2016