Inaugurando la sección Otras Hierbas, los pelendones salimos de viaje dejando atrás nuestra amada Celtiberia y nos desplazamos a una pequeña aldea
portuguesa situada a escasos kilómetros de la frontera zamorana y orensana, en
una comarca donde el tiempo parece haberse parado y donde sus habitantes
repiten con orgullo generación tras generación su nombre, Tras os Montes.
El viaje a la aldea de Ousilhao nos deparará muchas sorpresas, un entorno natural
incomparable de bosques de robles y castaños que clarean en las inmediaciones
de las pequeñas aldeas de la comarca, unas gentes que luchan por sacar lo
máximo de una tierra poca generosa y muy exigente, múltiples puntos de agua que
hacen del lugar un paraje de cuento y unas usanzas y ritos que se pierden en la
noche de los tiempos.
Por consiguiente, voy a
hablar de algunos de los aspectos etnográficos que más llaman la atención del
visitante que osa a adentrase en tan accidentadas tierras, centrándome en sus festividades
y en el simbolismo que encierran, así como en sus leyendas mejor guardadas, todo
ello en un marco arqueológico que nos remite a la presencia de al menos un
castro bimilenario, cuyos enclenques restos vigilan y flanquean con el recuerdo
digno de lo que fueron en el paso serrano que les acerca a la capital comarcal,
la hermosa villa de Vinhais.
Mi sorpresa será que el rastro del pasado no solo está presente a través de algunas evidencias materiales, sino que está custodiado en el corazón de sus habitantes, es decir que el verdadero patrimonio de Ousilhao es inmaterial, ajeno a la erosión del sol, la lluvia y la nieve. Empapado de las historias y leyendas que la sabiduría popular comparte amable y generosamente, comienzo mi andadura.
1. UNA ALDEA DE LEYENDA
Como punto de partida remontamos el Alto do Castro,
monte situado a 1.078 metros sobre el nivel del mar. Una vez en la cima, el susurro del viento me
trasporta hacía lo que parecen ser los restos de un viejo castro del que no
queda ya nada en pie y apenas puede revelarnos cuál fue su tiempo histórico. Aquí
es donde se sitúa una de las primeras leyendas que escuché en la aldea, donde
el imaginario popular cuenta que vive su moura,
espíritu de la naturaleza que custodia un tesoro de oro y que en las mañanas
del día de San Juan deja escuchar su bello y cautivador canto.
- La moura del castro
Las mouras, son seres
mitológicos pertenecientes al mundo de los elementales. Suelen vivir bajo
tierra y, como en este caso, en el entorno de un viejo castro, saliendo por las
noches a peinar sus cabellos con un peine de oro, aunque también contamos con
leyendas en las que estos seres están vinculados a las fuentes, como más
adelante descubriremos. Son muy comunes en toda la tradición popular
galaico-portuguesa, aunque se conocen en prácticamente toda Europa, donde
adoptan nombres y comportamientos muy diversos, aunque de forma generalizada
las englobamos bajo la denominación de hadas.
Este ser con apariencia de
hermosa mujer, cuya presencia sigue viva en la tradición de los lugareños,
guarda fabulosas riquezas de las que tan sólo ella disfruta y ocasionalmente
algunos humanos si aciertan a desencantarlas, tarea que siempre se desaconseja,
ya que de no hacerlo podría atraparte en su mundo, del que no se puede volver.
Como encantada que es,
anhela librarse de su hechizo para volver a ser libre, de ahí que pueda encariñarse
con ciertas personas. Ahora bien, si alguien tuviese la ocasión de toparse con
ella entre los castaños y robles que circundan el castro, lo que nunca debe
hacer es infringir ciertas normas o revelar un secreto que ella no quiere que
se sepa, ya que acarrea todo tipo de desgracias, como las que se recogen en la
tradición popular de innumerables aldeas gallegas y trasmontanas. Así, se
conoce desde el muchacho que por contárselo a los padres se apoyó en una piedra
de la que jamás se pudo despegar, el campesino que encuentra monedas de oro y,
por hablar demasiado, ya no vuelve a encontrar ninguna más, la muchacha que fue
obsequiada con ricos presentes viendo cómo todos ellos se convertían en carbón
cuando dijo de dónde procedían, o aquellos que sufren daño físico e incluso
encuentran la muerte por realizar algo que no debían o elegir el objeto
equivocado entre todos los que oferta a quien se tope con ella. (Callejo Cabo;
1995).
No obstante, a las mouras por lo general no les gusta
la compañía de los hombres, aunque su innata curiosidad hace que jamás estén
alejados de ellos y los observen frecuentemente. Nunca se dejarían observar en
lugares cuyo entorno natural originario esté deteriorado, ya que al ser
consideradas espíritus de la naturaleza protegen las flores y los árboles,
sufriendo enormemente con el deterioro progresivo de los bosques, del que
depende su supervivencia en el tiempo. Es por ello que hacen labores
importantes y desapercibidas para la mayoría de seres humanos, tales como
repasar el aura de las plantas, hoja por hoja, y la de los pastos, llegando
incluso a modificar la orientación de una rama de árbol para que crezca de
forma más vigorosa.
A las hadas en general,
y a ésta en particular, les gusta la música suave y melodiosa, sienten pánico
por los truenos, odian el sonido de los tambores y en especial, el de las
campanas que se escuchan desde la iglesia de San Esteban, que por otra parte,
al estar realizadas en hierro, metal que repelen, les hace huir despavoridas. Además
de poseer, de forma generalizada, instrumentos musicales con los que acompañan
a sus canciones, en su mayoría de cuerda, estos seres aman también la danza,
que realizan principalmente en primavera durante la medianoche. En múltiples
leyendas de localidades cercanas se cuenta que cuando se reúnen en la cima de
las montañas bailan siempre en círculo o en corro dándose la espalda, pudiendo
apreciarse su rastro por los famosos “anillos de hadas” o bien a partir del
aroma a hierbas aromáticas que levantan en su frenético y revitalizante danzar.
Eso sí, este tipo de fenómenos, según la tradición, no están exentos de
peligros, ya que es normal, en caso de presenciarlos casualmente, que uno se sienta
embriagado y atraído al corro y comience a danzar hasta desfallecer, ya que el
tiempo de duración del baile para un humano no es el mismo que para uno de
estos seres, pudiéndose darse el caso de permanecer semanas en este estado de
embrujo y tener la sensación de haber pasado solo unos minutos.
También son conocidas
las historias sobre el rapto o trueque de bebés por parte de unas hadas que sienten
envidia por la vitalidad de los humanos y a menudo tratan de cambiar a sus
crías para que sean amamantadas de forma temporal sin que las madres se den
cuenta. En su lugar, innumerables leyendas europeas aseguran que suelen dejar a
un viejo elfo, o a un niño raquítico que suele morir a los pocos días de
debilidad, a un enfermizo bebé de hada que puede tener una oportunidad de
salvación gracias a la leche humana, o simplemente una vieja y arrugada hada
que, cansada de la vida, adopta forma de niño para ser acunada, alimentada y
mimada por una madre adoptiva. En una época en la que la mortalidad infantil
era altísima, no es extraño que se buscaran explicaciones consoladoras para que
sus padres pudieran echar la culpa a alguien, o se contentaran sabiendo, que al
menos su hijo seguía vivo en el mundo de las hadas.
Por otro lado, el hecho de que nuestra moura esté
relacionada con una construcción prehistórica, un castro, es tema habitual en
toda la mitología europea. Generalmente se asocian a monumentos megalíticos del
II milenio antes de nuestra era, lo que no es de extrañar viendo el tamaño de
sus piedras, que si bien hoy sabemos cómo se construyeron y a qué cultura
pertenecían, el imaginario popular sin embargo, encontró en las leyendas su particular explicación de
aquello que no comprendían.
No es de extrañar que solo en el concejo de Vinhais
fueran registrados 159 lugares de interés arqueológico, la mayoría de los
cuales presentan una toponimia relacionada con mouras y mouros, uniendo
historia y leyenda.
En definitiva, este lugar sería la morada de una moura
que aparte de tener una gran fuerza física que le permite transportar grandes
piedras, se hace sentir en el mágico día de San Juan con su bello cantar. Pero
no es casualidad que sea en este día y no en otro. En esta fecha se produce el
solsticio de verano, momento idóneo en el que las mujeres de la aldea emplean para recoger
la planta de la cidreira, cuyas propiedades curativas están sobradamente
probadas, quizás por la magia que las impregna una de las noches más mágicas
del año, o al menos eso es lo que nos dice una tradición tan extendida a lo
largo de la geografía peninsular y europea.
- Mouros: raza de primitivos pobladores de la aldea
La tradición popular de Ousilhao nos
revela también la presencia en este mismo lugar de otros personajes míticos
como los mouros, quienes en el paraje de la “Torre”, donde se dice que había
una ermita, acudían a oír misa.
Una vez más no es casualidad que coincidan las
leyendas con evidencias históricas del pasado, ya que en esta zona la
arqueología sacó a la luz un altar de piedra con una inscripción en latín. En ella puede leerse (7):
“Elanicus Ta / urinus Lae / su uo(tum)
l(ibens) sol(uit)”, que traducido a nuestra lengua vulgar vendría a decir
“Elanico Taurino cumplió debidamente la promesa hecha al dios Laesu”. La investigación, ha planteado dos alternativas al respecto, bien que se trate del apellido del dedicante, o el padre de éste, bien que se trate de una deidad prerromana no atestiguada hasta la fecha, puesta en relación con la raíz indoeuropea *leis ("surco de arado"), que algunos autores relacionan con los campos cultivados (Redentor; 2006). Dentro de esta última posibilidad, su culto sería mantenido en época romana, en clara alusión al origen indígena del que la circunscribe, posiblemente en torno al siglo III, a juzgar por las características del monumento.
Siendo posibles sendas alternativas hay que tener en
cuenta que no existe testimonio alguno del nombre Laesus en Hispania, aunque si estarían registrados Elaesus y Blaesus. No obstante, habría que explicar la carencia de la primera
letra del nombre, y si es el nombre del padre, la inexistente terminación del
genitivo. Por el contrario, la posibilidad de que estemos ante el nombre de un
dios con dativo terminado en –u
aumenta si se tiene en cuenta la aparición en Vico de Sanabria, relativamente
cerca de Ousilhao, del altar dedicado a Madarssu
Blacau (Olivares Pedreño; 2002).
Rastreando testimonios
epigráficos relacionados con divinidades de tipo céltico en el territorio
suroriental de la antigua Gallaecia,
ocupado en la actualidad, de modo aproximado, por el distrito portugués de
Braganza, desaparecen por completo los testimonios del dios Cosus, tan frecuentes en el occidente de
León y, por otra parte, aparecen testimonios de Bandua, así como tres epígrafes dedicados al dios Aernus,
identificados como divinidades célticas muy antiguas.
Debemos estar, por tanto,
ante un lugar posiblemente sagrado y perpetuado desde la más remota antigüedad,
que los antepasados de la zona han ido trasmitiendo de boca en boca bajo un
envoltorio legendario que amenaza con desaparecer, ya que cada vez son menos
las referencias que se tienen de estas historias en el subconsciente colectivo.
Volviendo al terreno legendario, vamos a conocer a los mouros, que no deben confundirse con los musulmanes que pisaron estas
tierras hace más de mil años, ni con los maridos de las mouras. Al parecer se
trata de seres que la mitología popular atribuye como raza ancestral,
precristiana y gigantesca, que custodian un tesoro encantado en ese lugar (el
castro) que ellos mismos construyeron. Estos míticos individuos habitan en el
mundo subterráneo, donde existen galerías que hay quienes consideran forman
parte de un sistema arterial de túneles que recorren buena parte del noroeste de
la Península.
Múltiples son las leyendas populares
sobre mouros que relatan cómo se les puede escuchar moler, cantar o realizar
todo tipo de ruidos procedentes de las ruinas subterráneas donde habitan. Incluso
nos llegan historias de sus frecuentes contactos con humanos, generalmente producidos
para intercambiar todo tipo de productos, casi siempre oro por alimentos o trabajos,
siempre y cuando se cumpliese con un pacto previo y no se revelasen sus
relaciones ni el origen del enriquecimiento repentino del hombre, que de ser
así podía acarrear incluso la muerte. También, son conocidas leyendas cercanas
que repiten como una niña ayudó a un mouro a peinarse y a despiojarse
recibiendo oro a cambio, con la condición de no poder mirarlo hasta llegar a su
casa, tratado que no se cumplió, por lo que las riquezas se convirtieron en carbón,
sino acabó peor, ya que se dice que si se te ocurriese volver a reclamarles
podrías acabar en la olla.
Así, se nos presenta una leyenda que
nos indica que, aún siendo seres mágicos poseedores de poderes especiales,
éstos tienen necesidades mundanas, necesitan alimentos y les gusta participar
en matanzas de cerdos de los vecinos, ir a ferias y mercados o incluso reclamar
servicios de una comadrona para que les ayude en el nacimiento de sus hijos. En estos encuentros con humanos el pago
siempre se realiza en oro, de ahí
que la tradición los considere poseedores de grandes cantidades de ese metal
precioso, no faltando quienes incluso relacionan su nombre con la palabra
“ouro”. Es habitual que sean de este material sus aperos, útiles de cocina y
ruecas y que todo el halo de leyenda que los recubre brille como este metal.
La supuesta
existencia de tesoros escondidos bajo tierra que se describen en los cuentos y
en las creencias legendarias de muchos países, del que no es ajena la aldea
trasmontana que centra mi atención, dio lugar en épocas de dificultades de
subsistencia, a que la mentalidad popular pusiera sus esperanzas salvadoras en
la localización de éstos.
Además, sirvió
de motivación para el
saqueo de mamoas, castros o megalitos por parte de Indiana Jones de poca monta,
que ayudados por libros supuestamente mágicos, intentaron enriquecerse
frecuentemente con pésimos resultados. Tal es el caso del libro de desencantos
más utilizado por toda la región galaicoportuguesa desde al menos la Edad
Media, me refiero al grimorio conocido como Libro
de San Cipriano. En él, encontramos rituales mágicos, invocaciones, pactos
con el demonio y búsquedas de tesoros mágicos que fueron utilizados por muchos
incautos para intentar salir de su condición de pobres labriegos. Y digo
incautos porque los relatos que han llegado sobre su utilización están llenos
de fracasos por no cumplir adecuadamente con su ritual, siendo habitual que la
más mínima imprecisión en su lectura destapara la caja de las iras de estos
seres que propinaban castigos ejemplares a quien osaba a intentarlo. Sumergiéndonos
entre sus páginas podemos encontrar múltiples rituales de desencanto, como
trazar un triángulo en el suelo desde el que rezar oraciones de desconjuro a
los santos de rodillas y en latín (más bien portugués), o bien una guía de
localizaciones muy imprecisas de tesoros que nadie encuentra. Aunque como
acabamos de comentar, mejor ni intentarlo.
Algunos autores interpretan que la
decepción de no conseguir encontrar ni arrebatar los tesoros que esconden los
mouros podría ir asociada a la concepción negativa de enriquecerse sin un
trabajo honesto, es decir la idea de abandonar la dura vida del campesino sin
esfuerzo, de ahí que las leyendas nos presenten a estos busca tesoros como transgresores
de alguna norma.
Esto último podría estar relacionado
con la idea de quienes ven a estos seres de leyenda como el paradigma de los no
campesinos, concebidos como seres superiores frente al labriego, inferior,
simbolizando así por la propia sociedad que los crea las inquietudes de un
mundo dual presentado de forma extrema. (Martos Núñez, E. y De Sousa Trindade, V.M.; 1997).
Pero no solo de oro vive el hombre, ni
los mouros, ya que volviendo a la raíz de la palabra, algunos autores le atribuyen un origen indoeuropeo. De dicha base céltica parece derivar la palabra irlandesa marb, la britónica marw, y la restituida del galo marvos. De ella procede también directamente la voz que utilizaron los celtas luso-gallegos: maruos = muerto (Millán González-Pardo, 1990, 550).
Hay que
tener en cuenta que para nuestros antiguos la muerte era un tránsito, un paso
de un estado de existencia a otro, necesario para llegar al mundo de los
antepasados en el que se seguía viviendo. Ese mundo era, en cierta medida, muy
parecido al de los vivos pero contaba con elementos que el hombre echaba en
falta en su mundo terrenal. Por tanto, los muertos simplemente se transformaban
para seguir interviniendo en el mundo de los vivos, como ancestros que son, adquiriendo
distintos aspectos para hacerse vivibles a los mortales. Serían los antepasados,
los desaparecidos hace mucho tiempo cuando aún no había llegado el cristianismo,
aunque increíblemente se les asocie en este caso y en mucho otros escuchando misa.
Lo cierto es que casi por todo el
mundo existen leyendas que hablan de antiguas razas humanas que sufrieron una
maldición o perdido una batalla y se vieron relegados, como castigo a habitar
en las entrañas de la tierra, donde construyeron sus ciudades y se acomodaron
lo mejor posible alejados de la superficie. Muchas de estas leyendas, como las de El libro de las Conquistas de Irlanda (Tuatha de Danann) nos hablan
de seres feericos, enanos en general, o bien de gigantes, como en el caso de Escocia y los mouros galaicoportugueses.
Sea cual sea su significado u origen,
lo cierto es que aparecen como figuras opuestas, aunque paralelas a los seres
humanos. Si la vida humana es a la luz del día, los mouros actúan de noche, ocupan
aquellos lugares donde la vida humana es imposible, y obtienen todo tipo de
productos sin que se les vea trabajar la tierra.
Por último, decir que en contadas
ocasiones aparecen como seres peligrosos que atacan a las personas,
generalmente a niñas que pueden acabar devoradas. Esto nos lleva a buscar su
huella, y nunca mejor dicho, a los pies del Castro de Santa Comba, donde me llegan relatos de alguna que otra fechoría proferida por estos
seres.
- La huella de los mouros
Acompañado de un amable vecino de la
aldea, el señor Carlos Lopes, quien me comenta no haber visto tal marca desde
la niñez, buscamos concienzudamente dicho vestigio por toda la superficie rocosa
que se encuentra muy cubierta de líquenes. Atendiendo a la dificultad de ver a
simple vista estas formas grabadas en la roca, al igual que hay constancia de
otros lugares donde fue costoso y ni siquiera pudo obtenerse un calco, dada la
poca profundidad del surco y la erosión de los años desisto en mi empeño, y lo
pospongo para otra ocasión quedándome con la leyenda, ya que como he comentado
al inicio de este estudio, el verdadero patrimonio de esta pequeña localidad
portuguesa es inmaterial.
Lo cierto es que han llegado hasta la actualidad cientos historias muy similares, atribuidas en muchos
casos a personajes santos, históricos o épicos que anduvieron por estos lugares, sin obviar algunos topónimos donde aparecen este tipo de huellas que los designan como pisadas de moros y moras, como es nuestro caso.
Veamos por tanto algunos paralelos
ilustrativos que nos ayuden a comprender mejor un mito muy extendido que parece
responder a un patrón común: el enfrentamiento de dos religiones diferentes,
que termina con el triunfo del cristianismo frente al paganismo.
La mayoría de emplazamientos en los que se han
documentado petroglifos en forma de herradura atribuyen su origen al apóstol Santiago en su viaje a Compostela o en su lucha contra los sarracenos. Al respecto, encontramos analogías en las regiones españolas de Navarra, Cantabria, Burgos, La Rioja, León, Zamora o en la propia Galicia, donde destaca la leyenda de las huellas de Santiago situadas en el monte Pindó (La Coruña), enclave sagrado por excelencia para los gallegos desde tiempos prerromanos, donde no faltan tradiciones orales trasmitidas generación tras generación sobre tesoros fabulosos, hermosas princesas, rutas secretas, serpientes de siete cabezas, hadas encantadas o sacrificios y ritos de fecundidad, etc.
Además, en muchos de estos lugares la tradición también atribuye a estas huellas la función de indicar una fuente cercana, como en Sopeña (León), donde se cuenta que Santiago afincado en una peña saltó sobre Astorga, cayendo al otro lado de la ciudad en un prado, en el cual, al apoyarse el caballo, manaron cuatro fuentes, una por cada herradura.
Además, en muchos de estos lugares la tradición también atribuye a estas huellas la función de indicar una fuente cercana, como en Sopeña (León), donde se cuenta que Santiago afincado en una peña saltó sobre Astorga, cayendo al otro lado de la ciudad en un prado, en el cual, al apoyarse el caballo, manaron cuatro fuentes, una por cada herradura.
Mención aparte, serían las leyendas
recogidas que relacionan estas huellas con personajes
épicos como el de Rodrigo Díaz de Vivar, “el Cid”,
dispersas a lo largo del ámbito geográfico donde tuvieron lugar sus
hazañas, desde su destierro de Castilla por Alfonso VI en Burgos, hasta Alicante,
según queda relatado en el primer texto literario castellano, el Cantar de Mío
Cid. No obstante, también aparecen dispersas por otras zonas que no coinciden
con su ruta y que se atribuyen a otras figuras como Don Pelayo en Asturias o Roldán,
héroe de la épica francesa y sobrino del emperador Carlomagno a quien se asocian grabados por toda la región pirenaica francesa e incluso en lugares tan dispares como las Médulas (León) y en la provincia de Salamanca.
Igualmente, casi en los cinco continentes podemos entrever leyendas asociadas a este tipo de marcas y a otras dispares, pero enormemente significativas, vinculadas a diferentes personajes religiosos, mitológicos, héroes locales, etc. estando quizás, entre las más conocidas, las veneradas en Jerusalén relacionadas por los musulmanes con las pezuñas del caballo de Mahoma que se conservan en el interior de la llamada, por esta razón, Mezquita de la Roca.
Yéndonos al caso que nos atañe, parece vislumbrarse la misma esencia mitológica que acabamos de ver en otras regiones, la lucha entre la tradición pagana y la cristiana, con Santa Comba como protagonista. Indagando en el culto a esta santa, se observa como muchos de los lugares en los que se venera están relacionados con ritos mágicos ya cristianizados que pudieran venir desde muy antiguo. Desde la Edad Media, esta advocación que parece ser fruto de la combinación del culto a dos vírgenes mártires, Santa Coloma de Siens y la de Córdoba, quedaría inserta dentro de la tradición gallega como una bruja que tras encontrarse con Jesús en un camino de Galicia decidió convertirse al cristianismo siendo después martirizada por su fe. De tal manera, no es de extrañar que siga siendo en la actualidad la patrona de las brujas gallegas y que en lugares como en Santa Comba de Oia se crea que su altar produce fertilidad en las mujeres o que muchas curanderas utilicen en sus métodos de curación el cuchillo de hierro que se asocia a la santa como instrumento para cortar el mal.
Igualmente, casi en los cinco continentes podemos entrever leyendas asociadas a este tipo de marcas y a otras dispares, pero enormemente significativas, vinculadas a diferentes personajes religiosos, mitológicos, héroes locales, etc. estando quizás, entre las más conocidas, las veneradas en Jerusalén relacionadas por los musulmanes con las pezuñas del caballo de Mahoma que se conservan en el interior de la llamada, por esta razón, Mezquita de la Roca.
Yéndonos al caso que nos atañe, parece vislumbrarse la misma esencia mitológica que acabamos de ver en otras regiones, la lucha entre la tradición pagana y la cristiana, con Santa Comba como protagonista. Indagando en el culto a esta santa, se observa como muchos de los lugares en los que se venera están relacionados con ritos mágicos ya cristianizados que pudieran venir desde muy antiguo. Desde la Edad Media, esta advocación que parece ser fruto de la combinación del culto a dos vírgenes mártires, Santa Coloma de Siens y la de Córdoba, quedaría inserta dentro de la tradición gallega como una bruja que tras encontrarse con Jesús en un camino de Galicia decidió convertirse al cristianismo siendo después martirizada por su fe. De tal manera, no es de extrañar que siga siendo en la actualidad la patrona de las brujas gallegas y que en lugares como en Santa Comba de Oia se crea que su altar produce fertilidad en las mujeres o que muchas curanderas utilicen en sus métodos de curación el cuchillo de hierro que se asocia a la santa como instrumento para cortar el mal.
Todo esto nos lleva a pensar que nos
encontramos ante un lugar que en otro tiempo fue considerado sagrado o
vinculado a viejos cultos que la tradición ha mantenido vivo en cierta manera
bajo un halo de polvo que apenas impide ver más allá de su superficie rocosa. Cabría la posibilidad de que la huella de herradura grabada en su roca fuese, tal y como apunta Santos Estévez (2002), “petroglifos arrinconados por la investigación al ser considerados medievales”, por lo que merecerá la pena aumentar y tener más en cuenta este tipo de manifestaciones. De hecho, existen diversas hipótesis que relacionan este tipo de marcas de herradura como símbolos de fertilidad e invocación a la luna, con ritos de investidura de algún jefe local o
como emblema de la conquista de un nuevo territorio, en estrecha relación con cultos prerromanos de tipo céltico. Sin
irnos muy lejos, en la cercana localidad de Valpaços, en el enclave de Pias dos Mouros, donde la tradición de
nuevo saca a la luz a estos seres mitológicos, está documentado un monumento
excavado en la roca con una disposición octogonal, dos escaleras simétricas y
paralelas que dan acceso a la parte alta de una estructura donde se localizan
dos cavidades rectangulares en las que aparecen dos inscripciones grabadas en
alfabeto latino. El lugar ha sido interpretado como un posible santuario
rupestre de tradición indígena prerromana, similar a otros muchos que se
disponen por el oeste peninsular, que posiblemente fue reutilizado como
enterramiento durante la Antigüedad Tardía (Correia Santos, M. J; 2010).
Otra posible interpretación
podría estar relacionada con su posible valor simbólico como delimitador
territorial. Al respecto, basta recordar que en esta región se conocen hoy
ritos relacionados con la identificación de parcelas de terreno destinados a la
producción agrícola o a pastizales para el ganado a través de tres piedras de
granito que son clavadas verticalmente en el suelo, siendo la central más alta,
y que los vecinos denominan “marcos”.
La demarcación de estas lindes se hace siempre en presencia de algún testigo y
se acompaña de un ritual religioso en honor a San Silvano. El ritual consiste
en arrojar la tierra extraída de la excavación previa a la colocación de las
piedras mientras se rezaba la siguiente oración: “San Silvano te guarde e te defenda dos margeeiros. Amén” Por margeeiros se entiende a aquellos que no
respetaran el ritual y cambiasen los marcos de sitio por la noche, los cuales
no encontrarían el descanso eterno ni después de muertos hasta que fueran
depuestos los límites en su lugar correspondiente. De este modo, la
sacralización del territorio se hace en comunidad, bajo el respeto colectivo
que tiene la obligación de dar a conocer a los demás los límites de propiedad (Sofía
Adriana Maciel; 1998).
Sea nuestra Fraga da Vela un lugar sagrado
prerromano, una zona de frontera entre dos territorios o la huella del paso de
diferentes religiones por la región, lo cierto es que podría haber albergado
cierta significación mágico-religiosa, además de estar vinculada posiblemente
con el castro que se yergue en sus inmediaciones. Vayamos a este lugar donde la leyenda
atribuye la existencia de un gran tesoro encantado escondido e intentemos desempolvar
la historia de este extraordinario enclave.
2. UN CASTRO DE LA EDAD DEL HIERRO
Poco conocida es la presencia de este castro que desde lo alto preside la aldea como testigo, desde el silencio, del paso de generaciones que con el tiempo se vieron obligados en su mayoría a emigrar a tierras extrañas. Desde sus ojos de piedra, ya derruidos y prácticamente inapreciables, sigue observando la transformación de la vida de los habitantes de la aldea que se abre a sus pies.
Poco conocida es la presencia de este castro que desde lo alto preside la aldea como testigo, desde el silencio, del paso de generaciones que con el tiempo se vieron obligados en su mayoría a emigrar a tierras extrañas. Desde sus ojos de piedra, ya derruidos y prácticamente inapreciables, sigue observando la transformación de la vida de los habitantes de la aldea que se abre a sus pies.
En primer lugar, vamos a definir qué es un castro, entendiendo como tal
aquellos asentamientos humanos previamente planificados que se sitúan en
lugares estratégicos fácilmente defendibles, tanto por la naturaleza del
terreno como por la construcción de estructuras artificiales, desde donde
controlan un territorio que explotan, quedando organizados en su interior como
una pluralidad de viviendas de tipo familiar. La difusión de este modelo de
asentamiento se llevó a cabo desde la Edad del Hierro y tienen su ocaso con la
romanización, aunque en el Noroeste peninsular se alargan en el tiempo.
En nuestra visita pudimos apreciar su muralla, que estaría construida íntegramente de piedra local, rodeando todo el perímetro de la cima del monte, que se extiende en poco más de una hectárea, hoy arruinada y amontonada con el peso del olvido. ésta queda adaptada perfectamente al terreno, cerrando aquellos espacios mejor defendidos de forma natural, como en los crestones rocosos, donde se sitúa en la actualidad la antena de telecomunicaciones de la localidad. No parece estar formada por un doble paramento y relleno informe como en otros castros de la meseta castellana, aunque resulta difícil realizar una descripción precisa dado su mal estado de conservación. En su flanco norte, parece situarse la entrada, donde se aprecia una gran acumulación de piedras que podría ser el indicio de lo que pudo ser una torre.
En nuestra visita pudimos apreciar su muralla, que estaría construida íntegramente de piedra local, rodeando todo el perímetro de la cima del monte, que se extiende en poco más de una hectárea, hoy arruinada y amontonada con el peso del olvido. ésta queda adaptada perfectamente al terreno, cerrando aquellos espacios mejor defendidos de forma natural, como en los crestones rocosos, donde se sitúa en la actualidad la antena de telecomunicaciones de la localidad. No parece estar formada por un doble paramento y relleno informe como en otros castros de la meseta castellana, aunque resulta difícil realizar una descripción precisa dado su mal estado de conservación. En su flanco norte, parece situarse la entrada, donde se aprecia una gran acumulación de piedras que podría ser el indicio de lo que pudo ser una torre.
Tampoco hemos podido estimar aspectos
de arquitectura militar tales como
fosos o conjuntos de piedras hincadas, habituales en otros castros peninsulares
que se extienden desde Cataluña, valle del Ebro, Soria, Zamora y Salamanca.
Tomando como referencia el yacimiento fronterizo de As Muradellas (Lubián, Zamora), estos dispositivos defensivos
suelen encontrarse delante de la muralla, pero otras veces se pueden situar
antes o después del foso. La tradición interpreta tan curioso artilugio como
una defensa contra la caballería, si bien, como apuntan la mayoría de los
investigadores, vendrían a funcionar posiblemente como obstáculo para impedir
que el enemigo se acercase rápidamente contra el muro en una acción de rapiña.
Pasamos a su interior, donde la
vegetación que cubre la superficie impide apreciar indicios de vivienda alguna en prospección. No
obstante, conocemos cómo pudieron ser las moradas de este tipo de poblados a
partir de excavaciones arqueológicas realizadas tanto en la meseta castellana
(grupo Soto de Medinilla de la I Edad del Hierro) como en el área
galaico-portuguesa, generalmente con cimientos y bases construidas de
mampostería en seco y alzados de tapial no muy diferentes a los materiales
empleados en la construcción de las viviendas tradicionales de la aldea, donde
aún pueden observarse restos de estas antiguas técnicas constructivas en vías
de desaparición.
Las plantas de las viviendas pudieron ser de forma circular o con esquinas redondeadas, aunque es habitual el uso de plantas circulares y rectangulares indistintamente. El único caso cercano donde se puede hablar con seguridad de plantas circulares es el castro citado anteriormente de Lubián y quizás en el de Moimenta (Esparza Arroyo, 2011). En su interior, debieron contar con un único ambiente en el que coexistirían el descanso, las actividades culinarias y posiblemente el hilado.
Las plantas de las viviendas pudieron ser de forma circular o con esquinas redondeadas, aunque es habitual el uso de plantas circulares y rectangulares indistintamente. El único caso cercano donde se puede hablar con seguridad de plantas circulares es el castro citado anteriormente de Lubián y quizás en el de Moimenta (Esparza Arroyo, 2011). En su interior, debieron contar con un único ambiente en el que coexistirían el descanso, las actividades culinarias y posiblemente el hilado.
La disposición de este enclave, sin
duda se vio favorecida por sus buenas condiciones naturales de defensa contra
otros grupos humanos o contra las alimañas que merodeaban por el entorno, como
el lobo, cuyo aullido ha dejado de escucharse en la larga noche en la que
ejerció su dominio. Por tanto, las cuestiones defensivas fueron desde siempre
las razones principales utilizadas para explicar su ubicación en altura, pero
hoy día sabemos que no fueron las únicas. La disponibilidad de recursos
económicos en el entorno, tales como pastos, tierras de cultivo, bosques, agua
y minerales son factores a tener en cuenta también. Estas gentes, que no debieron
exceder entre 150 y 200 almas, debieron de aprovechar la gran variedad de
alternativas estacionales que ofrecía el medio ecológico inmediato, las cuales
no supondrían el sobretrabajo de sus habitantes, el agotamiento de los recursos
disponibles, ni la mejora de la
tecnología empleada, pero si el
equilibrio entre lo que se producía y consumía, tal y como parece estar
sucediendo en las poblaciones castreñas del Noroeste. De tal manera, es posible
que las murallas jugaran también el papel de limitar la expansión física y
demográfica del castro con el fin de evitar el surgimiento de relaciones de
dependencia entre sí y mantener una modesta autosuficiencia. En el momento de
producirse, al cabo de varias generaciones, resolverían la posible crisis reduplicando
el sistema, es decir, a partir de la fundación de un nuevo castro de
características semejantes con el excedente demográfico sobrante, lo que les
llevaría a colonizar estos espacios montañosos, estableciendo entre sí, lazos
de solidaridad y cooperación.
Así, no solo una supuesta inseguridad, sino la disposición de un variado abanico de recursos susceptibles de ser explotados serían las razones que esgrimieron sus habitantes a la hora de asentarse en ese lugar, que además supone un paso de comunicación importante entre valles.
Igualmente, pudo jugar un papel
importante su faceta simbólica, como expresión visual de la comunidad y
afirmación de sus derechos en el territorio circundante, ya que sus murallas
serían visibles a propios y extraños desde larga distancia. Así, el hecho de
amurallarse podría cumplir la función de delimitar un espacio comunitario, en
la que la construcción de las mismas, también serviría para la materialización
de la cohesión social de las familias que lo integrasen.
- Hadas de agua encantadas (y encantadoras)
Dejando atrás el castro, penetrando en la vega fértil que en la lejanía nos conduce al molino de pan junto al río, antes de llegar a las primeras casas de
la aldea se esconde abrazada y protegida por
innumerables zarzas y enredaderas la fonte
do aranganho. Irrumpiendo en su silencio, perturbando su largo letargo
y rescatándola del olvido de los más jóvenes, que ya ni recuerdan su paradero,
me sumerjo en otra de las muchas leyendas populares del lugar, en este caso
relacionada con el culto a las aguas.
Esta fuente, tiempo atrás, fue
considerada curativa. A ella solían acudir aquellas madres que estaban
preocupadas porque sus hijos no se desarrollaban bien y presentaban cierto
raquitismo. Los bañaban y si seguían un ritual adecuado la magia de sus aguas
les devolvía un retoño nuevo, renovado y sano. Dicho ritual aún es recordado
por las más ancianas del lugar, que me comentan que requería la presencia de
cuatro mujeres, las cuales al sumergir al menor en sus aguas tenían que rezar
lo siguiente:
“Fonte,
fontinha cura este menino, em honra do Pai e da Virgen María, um Padre Nosso e
uma Avé Maria”
Seguidamente, cada una de las mujeres
pronunciaba una frase:
Eu
te benzo aranganho, com tres folhas de castanho, com tres pellos…, que te leve
Barzabú.
Después de estas palabras mágicas, dos
de las señoras allí reunidas se desplazaban hasta un pequeño arroyuelo, cogían
una rama nueva y delgada de un árbol que crece en el lugar y que llaman negrilho y hacían pasar por debajo del
arco que envuelve la fuente al niño nueve veces diciendo lo siguiente:
“Larba,
lorbao, cara de cao, fuge p`ro mar, Santa Lucinda t`ha de curar. Em honra do
Pai e da Virgen Maria, um Padre Nosso e
uma Avé Maria”
No es casualidad que fuese nueve
veces, baste recordar la significación mágica de este número en todo el
noroeste peninsular y en la Europa atlántica. Representa las grandes realizaciones mentales y espirituales, es el número de la iniciación, porque marca el final de una fase de desarrollo espiritual y el comienzo de otra fase superior, simbolizado por el paso de las unidades a las decenas. Y para
muestra un botón: nueve son las olas que en la playa de La Lanzada en Galicia debes
recibir en la noche de San Juan para que sus aguas te transmitan fertilidad y
propiedades curativas, nueve son los besos que hay que dar a una moura si se os
presenta en forma de serpiente para desencantarla y nueve son las vueltas que
hay que dar alrededor de un castro para no enojar a sus moradores, etc.
Pero sus aguas no solo expulsan los
males del cuerpo, sino también los del espíritu, los pecados y el mal de ojo,
como nos muestra este rezo a las brujas:
“Bruxos
e bruxas, mundanos e mundanas, mal me non possam fazer trista, contista
valha-me Sao Joao Baptista e Sao Joao Evangelista ó redor da mina casa assista”
(4)
Curiosamente no he tenido la oportunidad de ver a
ninguna bruja, entendiendo por éstas, aquellas que fueron perseguidas desde la
Edad Media y sobretodo en la Edad Moderna por haber realizado, supuestamente,
un pacto con el diablo. Pero si hay mujeres sabias que de abuelas a nietas han
sabido transmitir todo un saber popular relacionado con consejos espirituales y
curación de dolencias físicas y que son enormemente respetadas por sus gentes.
Eso si, a lo largo de todo el recorrido por la aldea, en las cunetas y zonas de
huerta crece sin ningún tapujo una de las plantas de poder que más se han
asociado a la brujas, el estramonio. Se trata de una planta de la familia de las solanáceas tremendamente tóxica, ya
que contiene una serie de alcaloides, como la atropina, que provoca delirios alucinatorios e incluso la muerte en función de la dosis ingerida.
Tradicionalmente se asoció su utilización a las brujas, que realizaban
ungüentos con el fruto de esta planta y después se las aplicaban con un palo o
escoba en aquellas zonas cuya piel o mucosas absorbieran mejor la sustancia,
axilas, ingles e imagínense donde también,
hasta creer volar en su escoba camino del aquelarre, y de ahí la imagen
estereotipada que hoy tenemos de ellas.
Todas estas manifestaciones de
religiosidad popular, hoy prácticamente perdidas, pero ayer muy vivas gracias a
que adoptaron un sentido cristiano, bucean bajo las aguas de viejos cultos
paganos, donde se buscaba el apoyo de un hada
para dar a esta fuente virtudes mágicas y medicinales. Así, la tradición
recoge la presencia de una dama de agua o ninfa que habita en su interior y que
gusta salir a sus inmediaciones a peinar sus largos cabellos con un peine de
oro, aunque también hay referencias a otras acciones que realiza como tejer
madejas de lana o lavar la ropa blanca. Su apariencia, por tanto, no es muy
distinta a la que se recoge en toda la tradición peninsular y europea, un ser
hermoso que viste en ocasiones largas túnicas o va desnuda, de ojos de color
verde esmeralda profundamente seductores para los humanos.
Estos seres, según la tradición
popular, están dotados de poderes especiales, como la curación, o por el
contrario, pueden producir la muerte por ahogamiento a algunos humanos, sin
olvidar su capacidad de poder profetizar acontecimientos e incluso favorecer la
acumulación de riquezas.
El día más favorable para verla, de
nuevo, es la mágica noche de San Juan, momento en el que abandona su morada, un
palacio subterráneo, cuya entrada está en el fondo de la fuente, en la cual,
guarda grandes tesoros y riquezas.
No obstante, la leyenda atribuye a
este tipo de seres la búsqueda deliberada del contacto con el hombre `para
engatusarlo y seducirlo, cosa que se les da muy bien, aunque en el caso de no
ser correspondidas pueden resultar muy peligrosas. En casi todas las historias sobre
estos seres fantásticos, dicha seducción, que en ocasiones acaba incluso en
boda, puede resultar peligrosa, ya que de nuevo el contacto con ellas queda
sujeto a la condición de no mencionar su categoría de “mujer de agua”. (Callejo
Cabo, J.;1995)
También pueden adoptar la simbólica forma
de serpiente, como ocurre con las serpes o cóbregas en Galicia, fruto de algún
encanto del que anhelan liberarse algún día, aunque no escuché referencias de
esta manifestación al respecto.
En conclusión, una vez más, encuentro
una nueva evidencia de religiosidad popular, en este caso similar a las de otras
tradiciones como la de las xanas asturianas, las
janas leonesas, las lavandeiras gallegas
y muchas otras repartidas por la Europa atlántica, todas ellas vinculadas al
elemento agua, visto como símbolo de regeneración y elemento purificador.
3. TRADICIONES FESTIVAS: LA FIESTA DE SAN ESTEBAN O DE "OS RAPAZES"
Durante el solsticio de invierno, que
a los ojos humanos se traslada a los días 24 y 25 de diciembre, el sol vuelve a
nacer y comienza a elevarse, dando paso al lento triunfo de la luz sobre una
oscuridad que ha ido ganando terreno desde la también mágica noche de San Juan.
No es casualidad que en este preciso momento que además coincide con el final
de la siembra, los habitantes de la aldea de Ousilhao, año tras año, celebren una
de sus fiestas mayores. Como si fuese la primera vez, todo comienza de nuevo a
partir de San Esteban, el ciclo continúa.
La fiesta es organizada anualmente por
cuatro mozos pertenecientes a cada uno de los barrios de los que se compone la
aldea, lo que alimenta la cohesión social de un caserío muy disperso. Entre
todos y todas se reparten los personajes que conformarán la celebración: un
rey, dos vasallos, cuatro mozos, un gaitero, un tamborilero y un grupo de
mascarados, el resto les acompañaremos en el trascurrir de estos tres días
intensos para vivir una navidad diferente.
Nos situamos, por tanto, en el día 24 de diciembre y
escuchamos el sonido de una gaita que anuncia el inicio del ciclo festivo. El
gaitero, que tradicionalmente es forastero, hace su llegada a la aldea para
despertar a la población y se reúne con los cuatro mozos para ensayar y que
todo salga como marca la tradición.
Dejamos pasar la mañana del 25 de
diciembre y ya por la tarde se inicia el recorrido ritual por la aldea en la
que los mozos con los “máscaras”, el tamborilero y el gaitero van entrando en
las casas de la localidad al mismo tiempo que cantan, bailan y hacen diabluras.
Éstas, están preparadas para recibirles, organizando una habitación con una
mesa en medio cubierta con un mantel blanco de lino sobre el que se ofrece pan,
vino, dulces variados, carne de cerdo, etc., y les esperan en el más absoluto
silencio.
Los primeros en acceder al interior de
las casas son los cuatro mozos acompañados por los músicos, que danzan en torno
a la mesa con movimientos circulares al mismo tiempo que hacen sonar sus
castañuelas y cantan las buenas fiestas del siguiente modo:
“Estas
casas sâo caiadas, mais por dentro do que por fora, muitos anos vivam nelas, os
senhores que nelas mora”.
Terminada esta primera ceremonia salen
los mozos y entran los terroríficos “máscaras”, los cuales son imposibles de
identificar, en un principio, por su indumentaria. Ésta, se conforma de un
traje de colores rojizos y amarillos elaborado a base de tiras de tela del que
cuelgan campanillas y todo tipo de abalorios que emiten sonidos estridentes, una
capucha cubriendo la cabeza, zuecos de madera y la tradicional máscara de
madera de castaño. Su aparición rompe el silencio de las familias que esperan
en sus moradas, aportando una apariencia medio animal, medio humana, con caras
perversas, ojos grandes y bien abiertos, cejas y pestañas grabadas a fuego,
nariz pronunciada y boca abierta con la lengua fuera, de la que en
ocasiones sale una serpiente, junto a
unas orejas que pueden ser de lobo o cabra en la mayoría de los casos.
El comportamiento de estos seres es inesperado, no
conviene llamar su atención para no ser objeto de sus travesuras. Su presencia
aterroriza a los más pequeños y produce un infinito respeto entre los adultos,
están al margen de cualquier norma y de las convenciones sociales que rigen la
aldea durante el año. Son capaces de las peores tropelías, inquietan al que los
recibe al mismo tiempo que se percibe que son necesarios, ya que de este caos
vendrá el orden que imperará el año venidero.
Con el mismo estruendo con el que
entran en las casas se esfuman, dejando atrás el rastro de un vendaval para
volver a las calles, donde corren, gritan, arrastran todo tipo de objetos,
saltan muros, ventanas, fustigan la tierra y si se cruzan con alguien, lo
cercan, saltan en torno a él, le salpican con los charcos de agua y le
provocan.
Terminado el día de navidad, a la noche, el pueblo se
junta para la “gallofa” y ya con la cara destapada bailan hasta altas horas de
la madrugada.
A la jornada siguiente, el día 26 de
diciembre, desde muy temprano se repite la ronda por las casas que faltan por
visitar. La comitiva vuelve a dar las buenas fiestas del siguiente modo:
“Levantem-se
ó senhores, desses seus escanos dourados, dai a esmola ao Santo Estêvao, que
ele lhes dará o pago” (6)
Terminado el recorrido, al mediodía,
se juntan los mozos y los “mascaras” en la casa del “rey” para partir hacia la
iglesia donde se celebra misa en honor a San Esteban. En el trascurso del
recorrido se forma un cortejo con el gaitero al frente seguido de los cuatro
mozos y otras personas, el rey y sus dos vasallos y en último lugar los
“máscaras”, los cuales no tienen un lugar definido y continúan con sus
tropelías.
A la entrada del templo, el sacerdote
espera con el agua bendita que vierte sobre el rey y los vasallos y una vez
dentro éstos ocupan el lugar central, mientras uno de los mozos acercan unos
panes de trigo para ser bendecidos. Parte de este pan será repartido entre la
comunidad allí reunida para ser guardado en las casas por su supuesto carácter
curativo y protector, siendo, siempre que sea necesario, dado al ganado para
librarlos de enfermedades y sobre todo contra el mal de ojo.
Mientras, a los “máscaras”, que
representan las fuerzas sobrenaturales de la naturaleza, se les impide el paso
a suelo sagrado, por lo que se esconden y permanecen tranquilos y sosegados.
Cuando la ceremonia religiosa termina se lleva a cabo
una procesión en torno a la iglesia y a continuación se organiza la Mesa de San
Esteban al aire libre, donde los “máscaras” aprovechan para acometer sus
últimas diabluras. Tras montar la mesa se coloca en ella pan, vino, embutidos,
dulces, fruta, etc., y se disponen a su alrededor primeros los hombres, seguido
de las mujeres y de los niños, quedando el cura, el rey y los vasallos en otra
contigua más pequeña.
Es ahora cuando se produce el acto de
comunión colectiva de comer el pan bendito y beber el vino que ofrecen los
mozos, siempre sin la presencia de los “máscaras” que siguen sin poder
participar en este acto.
Después del banquete y tras cantar
varias oraciones, el párroco hace la transferencia de poderes del viejo al
nuevo rey, al que se aplaude efusivamente. Acabado el ritual se colecta dinero
para las fiestas del año siguiente y el nuevo rey, flanqueado por sus vasallos
y seguido, ahora si, por los “máscaras”, es acompañado hasta su casa ofreciendo
pan y vino a toda su comitiva.
En el intervalo de tiempo entre estos
hechos y el baile que tendrá lugar como colofón de fiestas, los “máscaras”
continúan sus travesuras, que ahora se acentúan, pues el día termina y con él
se marcharán estos seres sobrenaturales. Se llevan a cabo pequeños robos, como
el de algún carro de bueyes de los que aún quedan por la aldea, asustando a
quienes se cruzan con ellos y profiriendo sus famosos discursos satíricos,
generalmente dedicados a personas de la localidad, a los que no se tiene ni la
más mínima piedad.
Ya entrada la noche los vecinos vuelven a bailar hasta
altas horas de la madrugada, la fiesta llama a su fin, al día siguiente todo
volverá a la normalidad, cada uno regresará a sus quehaceres diarios renovados,
dejando atrás días de barullo, confusión y caos.
- Simbolismo y conexión mágica de la fiesta
Sin duda, la festividad de San Esteban
que acabo de presenciar tiene un origen que se remonta a lo noche de los
tiempos, pero, ¿qué noche es esa?, ¿cuándo se produjo?, quizás nunca lo
sabremos, no obstante vamos a perdernos un poco a la luz de su luna para
rescatar un pedacito de su origen más remoto.
Por un lado, estaríamos ante una
fiesta que nos ofrece ciertas características de ritos de paso, ya que se realizan, como he indicado anteriormente,
en un periodo de transición cercano al solsticio de invierno, además de
integrar en su participación a los jóvenes o “rapazes” que realizan pruebas de resistencia física y ritos de
pubertad.
Por otro lado, la máscara en sí forma
parte del mundo de los símbolos, no
tiene una sola interpretación, no permite un acceso directo a su significado y
éste no puede desligarse de la cultura, el lenguaje y el contexto donde es
llamada a figurar, presentándose como expresión simbólica de la comunidad.
Ahora bien, comprender un símbolo no
es tarea fácil, y más con nuestra mentalidad racional, hija de La Ilustración.
Aún así, diversos autores han tratado de interpretarlo, en primer lugar, como
un símbolo cósmico porque recoge el mundo de lo visible a través de la
representación plástica de un rostro semihumano y semianimal; En segundo lugar,
como un símbolo onírico, porque se enraíza con los recuerdos de una comunidad
que una vez al año atraviesa la consciencia. Por último, como símbolo poético
porque apela al lenguaje de una sociedad que se comunica mediante expresión
simbólica, hablándonos de las costumbres y tradiciones de una comunidad en un
sentido oculto que está detrás de todas las actitudes colectivas y ancestrales (Sofía
Adriana Maciel, 1998).
Además, el aspecto enigmático y
terrorífico de la máscara envuelve emocionalmente al observador que la teme, a
la vez que la considera necesaria como entidad mágica que se comunica por la
expresión de elementos simbólicos tales como los ojos abiertos, la boca abierta
y serrada, la lengua colgando y los gestos ejecutados por el portador, además
de todo lo que la rodea.
Según Benjamín Pereira, la aceptación
de este personaje se justifica porque representa en un sentido amplio la idea
de protección de la aldea, siendo a través de ella cuando se normalizan ciertas
fuerzas extrañas y difusas que en ese periodo se creen desencadenadas y que se
catalizan mediante su representación para retornar a la normalidad.
En definitiva, con la máscara se desarrollan toda una
serie de rituales de fertilidad, fecundidad, iniciación, así como funciones
sociales, económicas, mágicas y religiosas que suponen la existencia de una
lógica de relaciones, entre el elemento plástico y lo que pretende significar,
como por los lazos de unión que establece con los restantes elementos del
sistema cultural al que pertenece.
Ver fiesta en los siguientes vídeos:
https://www.youtube.com/watch?v=_VamFdo9XGA
Festas de Santo Estevão - Ousilhão from Bernardo Faria on Vimeo.
CONCLUSIONES
Ver fiesta en los siguientes vídeos:
https://www.youtube.com/watch?v=_VamFdo9XGA
Festas de Santo Estevão - Ousilhão from Bernardo Faria on Vimeo.
CONCLUSIONES
A lo largo de estas páginas, hemos visto como en
varios lugares de la aldea existen testimonios del pasado que la tradición ha
ido adornando con leyendas que fueron gestadas para transmitir la cultura de un
pueblo de forma amena y entendible.
No puede obviarse la similitud entre algunas de las tradiciones aquí descritas con fiestas y usos que se remontan a la etapa prerromana, como las creencias vinculadas al culto de la naturaleza y las fuentes, dioses asociados con
cultos a la luna o cósmicos en ocasiones relacionados
con santuarios en peñas, recuerdos de la veneración a una diosa madre indoeuropea (Matres) de los que podrían derivar las mouras y en definitiva toda
una serie de costumbres que parecen guardar cierto parecido con las
descripciones de los pueblos celtas recogidas por los autores grecorromanos
hace más de dos mil años.
También, resulta sugerente su semejanza con viejas costumbres romanas, como el culto a los muertos (Lares, Manes y Penates) o algunas festividades como las Saturnales, las Dionisiacas rurales o Kalendas de enero, donde eran habituales las procesiones bulliciosas de mascarados y la inversión del orden establecido durante unos días.
Además, parecen aflorar determinados elementos que se irían configurando a lo largo de la Edad Media y Moderna y que el lento paso del tiempo de esta población rural ha ido difuminando sin hacerlo desaparecer del todo. Cabe recordar que en navidad son muchas las aldeas en las que podemos escuchar cantar villancicos, ver algarabías de niños pidiendo aguinaldos por las casas, procesiones en las que se arma ruido con cencerros, pequeñas bromas, robos o cambio de sitio de animales y objetos, junto a todo tipo de desenfreno festivo que casan con el estado de ánimo cristiano en fechas tan señaladas, a pesar de que la Iglesia condenara y persiguiese muchas de estas celebraciones por considerarlas paganas.
No es mi intención única llevar a cabo
meras analogías con ritos del pasado que puedan estar vivos en tradiciones y
leyendas actuales, ni forzar relaciones imposibles, ya que parto que es
imposible llegar a comprender el trasfondo de este puzle, del que solo cuento
con varias fichas. No obstante, resulta innegable que todo lo acontecido en Ousilhao es el reflejo de la impronta que fueron dejando, con el paso de los siglos, las diferentes gentes que se dejaron caer por sus bosques, pastizales, campos de cultivo y calles tímidamente asfaltadas.
A las nuevas
generaciones que vuelven a los pueblos de origen de sus padres y abuelos en
verano quisiera dedicar este artículo. No olvidéis vuestras raíces, caminad, descubrid viejos lugares,
hablad con vuestros mayores, seguid poniéndoos vuestras máscaras y si tenéis la suerte, o la
desgracia, de encontraros con algunos de los seres mágicos aquí descritos, no
probéis ningún conjuro de desencantamiento, ni os dejéis llevar por la codicia
de falsas promesas de enriquecimiento, corred y que el viento os golpeé en la cara y agite
vuestros cabellos.
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