TROMPAS NUMANTINAS Y MÚSICA RITUAL EN EL OMBLIGO DE LA CELTIBERIA

La música tiene unos significados específicos que permiten entender comportamientos simbólicos y rituales difíciles de acceder en base a otros restos de cultura material.
Ya Estrabón, en su tercer libro de la Geografía (III. 3, 7) comenta brevemente sobre algunas de las costumbres de los pueblos del norte peninsular, quienes (…) mientras beben, danzan los hombres al son de flautas y trompetas, saltando en alto y cayendo en genuflexión.
En este sentido las trompas de cerámica celtibéricas y en particular las excavadas en la ciudad arévaca de Numancia, las cuales alcanzan en número cerca de los 50 ejemplares, pueden ofrecernos algo de luz al respecto. No obstante, también se han documentado en otros yacimientos sorianos como Tiermes, Izana, Calatañazor, Langa de Duero y Villar del Río, además de los dos ejemplares procedentes de la localidad riojana de Herramélluri, otro en la turolense Alloza y el de hallado en las proximidades del "santuario de Lug" de Peñalba de Villastar (Teruel).

Inicialmente, las trompas cerámicas exhumadas en Numancia fueron identificadas como posibles bocinas o cuernos para la caza. (Blas Taracena; 1924). Sería J. M. Pastor Eixarch (1987) quien abogaría por su uso específico para la guerra, señalando asimismo que los numantinos las utilizarían para congregar a los guerreros y moverlos ordenadamente en el campo de batalla, para dar instrucciones acústicas en el combate, quizás a imitación del cornu del ejército romano. Para ello, se serviría de la referencia que hace Apiano (Iber., 78) a la emboscada que en el año 140 a.C. tendieron los numantinos a las tropas de Quinto Pompeyo, donde para acentuar la sorpresa, eludieron el uso de las trompetas.

"Pompeyo retornó otra vez a Numancia e intentó desviar el curso de un río hacia la llanura con objeto de reducir la ciudad por hambre. Pero los numantinos lo atacaron mientras estaba dedicado a esta tarea, y sin ninguna señal de trompeta, saliendo a la carrera todos juntos, asaltaron a los que trabajaban en el río. También asaetearon a los que venían en su auxilio desde el campamento y los encerraron dentro del mismo. Atacando a otros que buscaban forraje, mataron a muchos y entre ellos a Opio, tribuno militar”.

No obstante, los primeros intentos de reconstrucción de estas trompas por parte de Pastor Eixarch no fueron funcionales y tampoco estuvieron acompañados de pruebas acústicas y musicales. Así, en general, puede decirse que ninguna réplica llegaría a alcanzar las características organológicas necesarias, ya que se fueron confeccionadas a molde, con arcillas industriales y cocidas a altas temperaturas.
Recientemente (2011) se llevó a cabo una aproximación experimental donde se tendría en cuenta su proceso productivo, desde la preparación de la arcilla, sin desgrasantes añadidos y muy bien decantadas, hasta la puesta en funcionamiento de los aerófonos. Para ello se basaron en los restos organológicos que se encuentran en el Museo Numantino de Soria y en el Museo de la Rioja, en los análisis arqueométricos de la producción cerámica numantina realizados, además del trabajo y el saber de alfareros tradicionales (Jiménez Pasalodos, R; García Benito, C. y Padilla Fernández, J.J.; 2013).
El resultado de dicha experimentación determinaría que la gran calidad técnica de estas piezas y la modernidad de su funcionamiento acústico parecen indicar que estos instrumentos tuvieron un uso musical complejo ligado a funciones simbólicas, guerreras y propiciatorias.
Observando este proceso con mayor detenimiento, lo primero que se dedujo es que son realmente trompetas naturales, instrumentos en los cuales la columna de aire pasa a través de los labios vibrantes del intérprete, que comunica el aire de forma intermitente por la embocadura, con la que los labios funcionan a modo de lengüeta, amplificándose a su salida gracias al pabellón.
Así, fueron reproducidas en sus tres tamaños principales, que se pueden clasificar en pequeñas (en torno a 12-15 cm. de diámetro), medianas (de unos 20 cm. de diámetro) y grandes (de 25-30 cm. de diámetro). Además, se realizaron tres tipos de pabellones a torno en forma de campana: simple, decorado y con estrechamiento en la boca. Las boquillas o embocaduras también fueron fabricadas a torno, siguiendo tres tipologías diferentes (recta, cónica o en forma de copa), las cuales permitirían conocer las posibilidades musicales del instrumento y su evolución técnica. Por último, el tubo cónico ultracircular, que resultó ser la parte más compleja de reproducir, ya que en principio no podía ser realizado a torno, concluyéndose que fueron probablemente construidos a partir de placas rectangulares ensambladas que posteriormente se empalmarían con el pabellón y la embocadura.
Para su cocción se construiría un horno siguiendo los modelos de la Segunda Edad del Hierro, el cual alcanzaría temperaturas entre los 750 y 900º C, tal y como indican los análisis arqueométricos realizados en el yacimiento.
Ilustración de JR Almeida
De todo lo descrito se pudo observar que para su fabricación en época celtibérica se requería de la formación de artesanos especializados dotados de una gran experiencia trasmitida de padres a hijos.
Una vez terminadas, se procedió a su análisis acústico, para lo que contaron con la experiencia de trompistas profesionales. De tal manera, en cuanto a la altura de los sonidos producidos, los instrumentos más pequeños originaron notas más agudas, mientras que los más grandes ocasionaron los sonidos más graves. Respecto al timbre, los sonidos formaron frecuencias distintas y complejas, aunque el hecho de que estén confeccionados en cerámica les proporciona en términos generales un timbre dulce.
Conclusiones de la aproximación experimental de las trompas
Llegados a este punto de la investigación, una vez vista la fragilidad de los objetos durante su fabricación, su alta complejidad técnica, así como el número de horas que requiere su confección, resultaría bastante probable pensar que estas piezas hubiesen alcanzado una gran importancia socio-cultural, además de la necesidad de haber contado con músicos especialistas que fuesen entrenados, probablemente durante años, para poder aprovechar todas sus posibilidades sonoras. Tales resultados llevarían a sus autores a pensar que no estamos ante meras bocinas de amplificación, o instrumentos dedicados exclusivamente a la señalización en la caza o hacer ruido en la guerra, ya que para tal fin hubiesen valido cuernos de animales carentes de boquilla mucho más fáciles de confeccionar y de tocar.
Réplicas llevadas a cabo por investigadores del Área de Música de la UVa dentro del proyecto EMAP
Resultaría muy probable que la música tuviese una gran significación para los pueblos de la Celtiberia, ya que existe una estrecha relación entre sonido, rito y sacralidad, además de que pudiera haber quedado reservada a unas élites que las emplearían en sus rituales. De hecho, la propia decoración de estos instrumentos hallados en Numancia, con pabellones zoomorfos que nos remiten a la figura del lobo, o en los acampanados con pinturas de caballos, lobos, además de círculos concéntricos y otros motivos esquemáticos, denotan una clara connotación mágico-simbólica que vendría a sumarse a la de otras piezas documentadas en este mismo yacimiento con mayor profusión que en otros lugares. 
Cabeza de lobo de trompa numantina (Foto José Carlos Martínez)
Trompas de uso mágico-ritual
En relación a todo lo visto, se podría plantear a modo de hipótesis que las trompas numantinas fuesen empleadas para producir música ritual, quizás en aquellas noches de plenilunio que cita Estrabón  (III, 4, 16) en relación a los celtíberos y sus vecinos del norte, quienes nos comenta, rendirían culto a un dios sin nombre danzando toda la noche a las puertas de sus casas.
De igual modo, podrían haber estado presentes a la hora de sellar aquellos pactos de hospitalidad o acuerdos de libre circulación de personas, objetos o bienes de intercambio comercial, e incuso en los compromisos de defensa mutua sellados entre dos comunidades y refrendadas mediante sanción religiosa. A partir del registro arqueológico del entorno tenemos constancia de lo que parecen ser algunos de estos compromisos en relación a la utilización de téseras, como las de Uxama, Ciadueña, Peña Redonda, la llamada tésera de Arekorata o la zoomorfa hallada en Muro. Si bien, también conocemos a partir de las fuentes clásicas algunas de las alianzas intertribales que sellaron los numantinos con belos, titos y lusones, con ciudades cercanas como Uxama, Lutia y Lagni, en el ámbito vacceo (Apiano, Iber., 87) o con los lusitanos acaudillados por Viriato (Apiano, Iber., 66).
Tésera de hospitalidad de Ciadueña
En este sentido, contamos además con algunas pistas acerca de la celebración de banquetes ligados tal vez a estas prácticas de alianza, donde quién sabe si la música estaría presente. Especialmente significativo resulta el relato de Plutarco (Tib. Gr. VI) referido a las guerras numantinas, quien comenta que en el 137 a.C., bajo el gobierno del cónsul Cayo Mancino, tras el fracaso del cerco impuesto a la ciudad arévaca y ante el hostigamiento de los celtíberos, se vería obligado a retirarse sobre su campamento, sufriendo finalmente una derrota estrepitosa que llevaría a los propios romanos a capitular y pactar unas condiciones de paz que evitasen su destrucción total. Ahora bien, este documento recoge que los numantinos se llevarían del campamento romano entre sus despojos unas tablas pertenecientes a Tiberio que contenían las cuentas de su cuestura. Es así que el cónsul volvería a la ciudad para rogar que le entregaran dichas tablas, alegrándose los numantinos con la feliz casualidad de poder servirle, rogándole que entrase en la población como amigos, donde le convidaron a comer, interponiendo toda especie de ruegos para que comiera alguna cosa sentado con ellos (en lo que parece ser un auténtico banquete que se había interrumpido con la llegada del cónsul a la ciudad). 
Asimismo, en la propia ciudad arévaca se pueden tantear ciertas evidencias acerca de costumbres rituales, quién sabe si en algunos casos llevadas a cabo en el interior de una estancia concreta destinada a un fin particular, como la documentada junto a la muralla por González Simancas en 1922, que albergaba una vasija pintada con cenizas y restos óseos cremados en su interior, y un monumento de caliza de sección trapezoidal y grandes dimensiones con un enigmático signo “T” grabado en el testero, bajo el que supuestamente existían huesos quemados.
Los seres fantásticos de las cerámicas numantinas (Museo Numantino)
La aparición de figurillas de barro y de vasos zoomorfos que probablemente tuviesen cierta significación simbólica a modo de exvotos o distintivos de prestigio, también nos servirían para completar la singularidad de este yacimiento en el que debieron de realizarse muy distintos rituales y compromisos amparados bajo la protección de una divinidad tutelar.
Especial significación tendrán las características cerámicas pintadas, cuyo contenido decorativo y variedad iconográfica, además de sus diversas y variantes formas, entre las que predominan las jarras, seguidas de copas y cuencos, nos permiten aproximarnos a un uso, así como a un contenido simbólico relacionado con el almacenamiento y protección de alimentos sólidos y bebidas como la cerveza o el vino, además de la propiciación de la abundancia y riqueza de sus poseedores. 
En esta línea, Lorrio (2005) apuntaría la posibilidad de que el empleo de las trompas entre los numantinos tuviera lugar con ocasión de la celebración de combates singulares como los documentados en el yacimiento a través del emblemático “Vaso de los Guerreros”, de igual manera que puede observarse en el kalathos de El Castelillo de Alloza donde vemos un individuo tocando una trompa recta. Al respecto tanto Apiano (Iber ., 52-54) como Valerio Máximo (III, 2, 21) aluden a danzas bélicas en panoramas de lucha individual durante las guerras celtibéricas.

Del mismo modo, destacamos un vaso con decoración pintada en el que puede apreciarse a dos individuos masculinos (posiblemente existiese un tercero), que bailan con sus brazos enfundados en lo que viene interpretándose como astas de toro, razón por la cual se ha supuesto que se represente una danza ritual relacionada con el culto a dicho animal.

Añadir la representación de un supuesto guerrero con casco de tres penachos terminados en ramificaciones y con puñal cruzado en la cintura hallado en un fragmento de vaso pintado de Numancia en el que el personaje pudiera estar danzando o saltando, más que con las piernas en posición búdica como hace unos años interpretaran algunos autores como Alfredo Jimeno Martínez al ver en él una posible imagen del dios Cernunnos (Blanco García, J.F.; 2011-12).
Tampoco podemos olvidarnos de la posibilidad de que las hazañas de los antepasados fusen recitadas y cantadas  por las madres a sus hijos en el momento de partir hacia la guerra o el saqueo, referencia que conservamos en el contexto de las guerras sertorianas en un fragmento de las Historiae de Salustio (Hist., II, 92), referido a un pueblo meseteño que algunos autores identifican con los celtíberos (Sopeña, 1995).
Ilustración de Niels Bach
Además, igualmente resultaría sugestivo pensar que las trompas fuesen tocadas en aquellos rituales destinados a honrar a los antepasados en los funerales, a tenor de que hay constancia en las tumbas de ajuares metálicos donde parece intuirse la práctica de banquetes vinculados a un estatus social elevado. Nos encontramos con asadores de bronce o hierro, parrillas (La Revilla de Calatañazor y Monteagudo de las Vicarías), trébedes, varillas de hierro de sección rectangular (La Mercadera, Soria), algunos calderos de bronce como los dos de la necrópolis de Carratiermes, recipientes broncíneos probablemente importados, como los vasos hallados en Quintanas de Gormaz, Monteagudo de las Vicarías, La Mercadera, o los simpula (pequeños cazos o cucharones enmangados) para realizar libaciones en los sacrificios de Carratiermes y Numancia, todos ellos testimonios de la celebración de exequias entre las élites guerreras (Lorrio Alvarado; 2005). Para momentos más tardíos vemos representado en una estela funeraria de Lara de los Infantes (Burgos) a dos hombres tocando trompas celtibéricas a un combatiente muerto a punto de ser devorado por un buitre que elevaría su alma al Más Allá, ritual que como vemos contaba con la trascendente música que fluiría a través de similares instrumentos a los que aquí centran nuestra atención.
Izq:Trompa numantina. Dcha: Dibujo de trompistas de la estela de Lara de los Infantes  
Así pues, tal y como hemos ido apuntando, resultaría probable que este tipo de instrumentos estuviesen vinculados a las élites aristocráticas que dirigirían al grupo ejerciendo su autoridad y redistribuyendo la riqueza. Éstas quedarían organizadas a través de la creación de un entramado de clientelas y pactos en el que se apoyarían para ejercer el liderazgo, fortaleciendo sus lazos de unión a través de instituciones guerreras como la devotio, el "sacrificio supremo"donde el jefe militar quedaba protegido por la cofradía de guerreros que lo acompañan, llegando al extremo de consagrar sus vidas por él si éste moría.
Por consiguiente, todo esto nos remite necesariamente al mundo ceremonial de las cofradías guerreras del ámbito céltico, donde en virtud del ritual mágico, los jóvenes iniciados se convierten así en guerreros que practican una suerte de éxtasis o furor desencadenado, al que se asociará la idea de asumir o incorporar al “alma” facultades propias de animales salvajes como el oso o el lobo a partir de la ingesta ingestión de determinadas plantas o bebidas que producirían estados alterados de conciencia (Rodríguez García, G; 2013). Dentro de estos rituales resultaría probable que estuviesen acompañados de danzas o músicas que mediante un ritmo repetitivo ayudaría a alcanzar cierto grado de sugestión y trance que despertará la fuerza mágica del “furor”. De hecho, esto podría explicar algunas de las decoraciones de las trompas numantinas, como en aquella que el sonido saldría directamente de la cabeza de un lobo a modo de aullido. Reforzando esta idea, resulta enormemente sugerente la cita de Silio Itálico sobre los jinetes celtibéricos de Uxama, que añaden a sus cascos decoraciones de fieras con fauces abiertas para impresionar (Silio Itálico. Pun., III. 388,389), así como el comentario sobre los numantinos que embriagados de caelia, en los últimos días de la ciudad, salieron a pelear enardecidos, habiendo comido previamente carne semicruda (Floro, I, 34, 11), lo que parece claramente un ritual de preparación que podría verse acompañado de la sonoridad de las trompas.

Apuntar que para el ámbito céltico europeo, tenemos la representación de sonadores de carnyx en un ritual guerrero del caldero de Gunderstrup (Dinamarca), a lo que podríamos sumar los cinco ejemplares muy fragmentados recuperados en 2004 en el santuario galo de Tintignac (Corrèze, Francia), cuatro de los cuales presentan forma de cabeza de jabalí y de serpiente la del quinto,  instrumentos de bronce que quizás hubiesen jugado un papel ritual similar al de nuestras trompas cerámicas celtibéricas.
Detalle del caldero de Gunderstrup (Dinamarca)

Hallazgo de carnyx en el santuario galo de Tintignac (Corrèze, Francia)
Finalmente, no podemos obviar algunas de las danzas mágicas que aún perduran en este entorno quizás como continuación de las que se llevaron a cabo en épocas muy remotas. El caso más significativo sería el de San Leonardo de Yagüe, donde se ejecutan con unos palos que se golpean entre sí a modo de espadas, acompañadas a su vez de unas coberteras o tapaderas que hacen las veces de escudos o caetras. Eran bailadas tradicionalmente al aire libre (hoy, en el interior de la iglesia) por cuatro parejas de hombres al son de un coro de mujeres en los primeros días de febrero, junto a la compañía de un grotesco “zarragón” o “bobo” que moría simbólicamente en el último de los palos. A pesar de haber perdido parte de su simbolismo original y quedar muy vinculada a los ritos propiciatorios de la fertilidad propios del calendario agrario, no podemos dejar de relacionarla con el mundo guerrero celtibérico. Al respecto, apuntar la cita de Silio Itálico (Pun., I. 225) al afirmar que los celtíberos luchaban entre sí cuando no había un enemigo exterior, práctica relacionada con la obtención de prestigio social y el valor ritual del ejercicio de las armas
Numancia: algo más que una ciudad
El hallazgo de un elevado número de objetos que pudieran tener una funcionalidad ritual en el yacimiento de Numancia, a la que sumaríamos las trompas que aquí hemos comentado, parece alimentar la idea sobre la importancia y el papel central que debió jugar la ciudad respecto a toda la Celtiberia.
En otra ocasión (ver Entre Pinos y Robles,pelendones en la serranía norte de Soria) y citando a Antonio Ruíz Vega (2002), vimos cómo las fuentes clásicas se contradecían respecto a su adscripción étnica (arévacos y pelendones), cabiendo la posibilidad de que este lugar dispondría de un territorio común y neutral donde se impartiría justicia. Este espacio sería similar al drynemeton de los gálatas o al bosque de los Carnutes, consagrado a los dioses y considerado el centro de la Galia, lugar donde César nos relata que allí se reunían los druidas y donde no se podía entrar armado.
La idea partiría de las incongruencias de Estrabón a la hora de fijar las partes en que estaba dividida la Celtiberia, así como de Posidonio, quien habla de cuatro o cinco comarcas o regiones, cuestión que además parece tener su similitud con el caso irlandés (provincias de Conacht, Ulster, Leinster y Munster y una quinta central, Midhe, cuya capital fue la mítica Tara).
Antonio Ruíz propone que para la Celtiberia podría coexistir también una quinta provincia o lugar central que necesariamente estaría cerca de un bosque sagrado. Si bien, sabemos por un celtíbero-romano como Marcial de la existencia de los bosques sagrados de Vadavero y Burado (actuales sierra del Madero y Beratón) en las cercanías de Numancia. Por lo tanto, el hecho de que casi todas las crónicas hablen de “numantinos” y no de arévacos ni de pelendones, unido al emplazamiento del cerro de la Muela de Garray en la intersección de dos comarcas, la norteña y montaraz donde desde antiguo se gesta la Cultura Castreña Soriana, y la sur, de orografía más suave y mayor vocación agrícola, vendría a reforzar el carácter sacro de Numancia, quien sabe si a modo de nemeton.
A todo esto se apunta que solo de esta forma puede entenderse el hecho de que los numantinos decidieran empecinadamente defender Numancia desde dentro de sus modestas murallas, dejando de lado la guerra de guerrillas o de movimientos propia de los celtíberos que les hacía fuertes.
Fuera como fuera, no caben dudas sobre los usos rituales que debieron celebrarse en este emblemático yacimiento, tuviesen o no acompañamiento musical, aunque el estudio de sus trompas parece allanar algo más este infatigable camino de búsqueda sin final. 
El final de Numancia, ilustración de Albert Álvarez Marsal.
Valga este escrito para honrar aquella música atávica que difícilmente podremos recuperar, invitándoles a imaginar su sonoridad a partir de la mirada y el empeño que en la actualidad nos brindan bandas de lo que podría considerarse como el "nuevo folk europeo", con trabajos como los de Àrnica, Keltika Hispanna, The Wyrm y un largo y creciente etcétera, a los que deseo que sigan honrándonos con sus rituales en directo por muchos años.

¡Aún rota la trompa sonará, entre humo y llama!
Àrnica en Raíz Ibérica 2016 (Fotografía de Javier L. Navarrete)
  • Bibliografía
Alfayé Villa, S.: (2007): “Santuarios y rituales de la Hispania céltica”. Revista de Soria nº 58. Diputación Provincial de Soria.
Alonso, P. y Benito, J. E.: (1991-92): “Figuras zoomorfas de barro de la Edad del Hierro en la Meseta norte”, Zephyrus,XLIV-XLV, 524-536. Salamanca.
Blanco García, J.F. (2011-2012): “Triplismo en la Hispania céltica”, en BSAA arqueología,LXXVII-LXXVIII, ,pp.171-202.
García Benito, C. y Jiménez Pasalodos, R.; (2011): “La música enterrada: Historiografía y Metodología de la Arqueología Musical”, en Cuadernos de Etnomusicología nº 1. Sociedad de Etnomusicología para la divulgación de la actividad investigadora y de noticias.
Sopeña Genzor, G.; (1995): Ética y ritual. Aproximación al estudio de la religiosidad de los pueblos celtibéricos. Zaragoza: Institución “Fernando el Católico” (Diputación) y Departamento de Ciencias de la Antigüedad (Universidad).
Jiménez Pasalodos, R; García Benito, C. y Padilla Fernández, J.J. (2013): “Las Trompas numantinas: aproximación a su estudio acústico en una cocción experimental con la reproducción de un horno de la Segunda Edad del Hierro", en A. Palomo, R. Piqué y X. Terradas (ed.) Experimentación en arqueología. Estudio y difusión del pasado, Sèrie Monogràfica del MAC-Girona 25.2, Girona.
Lorrio Alvarado, A.; (2005): Los celtíberos. Madrid: Real Academia de la Historia y Universidad Complutense. Bibliotheca Archaeologica Hispana, 25, y Complutum Extra, 7. 2ª. ed. ampliada y actualizada.
Pastor Eixarch, J. M. (1987): “Las trompas de guerra celtibéricas”. Celtiberia, 73, pp. 7-19.
Ramírez Sánchez, M.; (2005): “Clientela, hospitium y devotio”, en A. Jimeno (coord): Celtíberos. Tras la estela de Numancia. Soria: 279-284.
Romero Carnicero et al. (2013): “Los sonajeros vacceos”, en BSAA arqueología, LXXIX, pp. 81-129. Universidad de Valladolid.
Rodríguez García, G.; (2013): "La figura del lobo y la tradición guerrera de la Hispania céltica”, en Revista Ángulo Muerto nº 1.
Ruíz Vega, A.; (2002): Los hijos de Túbal: Mitología hispánica, Dioses y héroes de la España Antigua. La Esfera de los Libros.
Taracena Aguirre, B.; (1924): La cerámica ibérica de Numancia. Madrid. Biblioteca de "Coleccionismo".

  • Referencias musicales (links)
Àrnica: web oficial
The Wyrmweb oficial
GH Records: web del sello discográfico

Keltika Hispannaweb oficia

RITUAL DE MAGIA Y FUEGO (SAN PEDRO MANRIQUE)

En un tiempo en el que los pastores abandonaban los pueblos y marchaban a extremar, las mujeres celebraban reuniones nocturnas al calor de una vieja chimenea acampanada. Estos son los "trasnochos", momentos en los que se relataban viejas historias y leyendas que la memoria no ha podido enterrar mientras se cosía, hilaba y cardaba la lana. Aquí va el nuestro en particular...

En la noche de San Juan tiene lugar en San Pedro Manrique una de las celebraciones más conocidas y mágicas de toda Europa, como es el paso del fuego. La festividad, ampliamente tratada por diversos etnólogos, engloba a su vez diversas celebraciones y elementos a tener en cuenta, que van desde la elección (en mayo) de las tres mozas casaderas o móndidas que presidirán la ceremonia tras el traslado de la imagen de la virgen, hasta el propio rito del fuego (noche del 23 de junio).
Ya en el día de San Juan desde bien temprano se da lugar a la “descubierta” o circunvalación de la ciudad por parte de las autoridades a caballo, el encuentro con las móndidas a su regreso y la vuelta por las cuatro parroquias, “la caballada”, la revisión simbólica de las murallas y una misa en la que las tres muchachas ofrecen los cesteños (concretamente sus arbujuelos) con los que han cargado en sus cabezas durante toda la mañana a las autoridades municipales. Finalmente y tras pingar “el mayo”, con un posible origen más reciente cada una de las tres mozas recitan unas cuartetas y a su término tiene lugar un baile en el que de nuevo autoridades y móndidas tienen el protagonismo. 
Todo este cúmulo de ritos, descritos escuetamente por nuestra parte ya que existe una copiosa literatura al respecto, nos muestran la concepción mágica de una localidad serrana que realiza actos propiciatorios de fertilidad, los cuales vemos en el hecho de pingar un “mayo” en la plaza del Ayuntamiento, además de la colocación de tres chopos bien engalanados en la puerta de las casas de las móndidas que serán recogidas por una comitiva para acompañarlas durante toda la jornada, así como en los cesteños que portan, los cuales llegan a pesar unos 15 kilos. Éstos están llenos de tierra y de piedras y lucen tres barras, un rosco, y los arbujuelos o arguijuelos, que son ramitas trifurcadas, excepto una que es cuadrifurcada, en las que insertan unas rosquillas de maseta teñidas de amarillo con azafrán que se reparten entre la población, además de toda una rica decoración formada por paños blancos, rosas y claveles.
Las tres muchachas vírgenes, vestidas de blanco, y llamadas "móndidas", como oficiantas de la fiesta se han puesto en relación con el mundum cereris o “canastillo de Ceres” (Caro Baroja), con paralelos en la celebración de las mondas de Talavera de la Reina donde no hay rito de fuego, así como con el culto a Demeter y con otras solemnidades extendidas por el Mediterráneo, véase el de la Palilia o Parilia, donde aparte del ritual del fuego existía también una ofrenda con canastillos llenos de dulces. Siguiendo la tradición popular, las móndidas representarían a las vírgenes que fueron a dar gracias al rey Ramiro I por haberles librado tras la batalla de Clavijo del “tributo de las cien doncellas” impuesto por el emir de Córdoba. Por nuestra parte, tanto las móndidas sampedranas como las que también se celebran en Sarnago (trasladadas al día de San Bartolomé el 24 de agosto) y las ya desaparecidas de Taniñe y Valdemoro en lo que a Soria se refiere, puede que formasen parte efectivamente del recuerdo de diferentes rituales de origen prerromano vinculados con la primavera , eso sí, reinterpretados y adaptados una y otra vez por los diferentes culturas que han poblado este entorno, desde el mundo clásico, sin un gran arraigo en este entorno serrano ganadero, hasta el medieval cristiano. Al respecto, basta recordar la existencia en el folclore del norte peninsular de algunas leyendas asociadas a un Culebre al que hay que vencer o realizar un ritual de desencantamiento y en muchos casos ofrecerle el tributo de una doncella, así como el parecido del tocado de las móndidas con el de algunas cerámicas numantinas.
Por otra parte, el paso del fuego, que junto a la Anastenaria del sur de los Balcanes son las únicas muestras de este rito en suelo europeo, supondría más un acto de valor e iniciación que un ritual de purificación. A pesar de haberse buscado su origen en relación con el mundo clásico,(semejanzas con rituales celebrados al pie del monte Soracte, en el santuario de la diosa Feronia de Etruria, donde los “Hirpi Sorani” andaban desnudos sobre la base de una hoguera, hay varios detalles que nos llevan a sugerir si no estaríamos ante una ceremonia orientada a la cohesión social y territorial de un grupo de origen celtibérico, todo ello envuelto de la sacralidad del día más mágico del año y de su transformación por el paso del tiempo.
Al respecto, contamos con el detalle de que la alfombra de ascuas del roble quemado que pisan los sampedranos la hace el Ayuntamiento y no los vecinos. Además, las móndidas, como hemos visto, hacen su ofrecimiento igualmente a las autoridades y no a la Virgen, aparte de que son éstos los que cierran en todo momento a caballo la comitiva que discurre con el pasacalles en el día de San Juan, fecha que se inicia con el encuentro entre estas doncellas y las autoridades que entran galopando desde las afueras de la localidad, dando paso a su vez a la tradicional caballada, donde nuevamente vemos como los mozos más aguerridos del lugar montan a pelo sus equinos a la carrera. No olvidemos tampoco el posible simbolismo que encierra el acto de revisión de las murallas por parte de los mandos, cuyo significado jugó un papel muy importante ya en los castros de la I Edad del Hierro (limitador espacial y demográfico, protección, acto de reafirmación sobre el territorio, etc.), ya en la misma Numancia, donde se han encontrado posibles indicios ceremoniales vinculados a la defensa mágica de ésta (dependencia adosada a la muralla NE excavada por González de Simancas e interpretada como un posible heroon), junto a las noticias que llegan del desmonte de una muralla celtibérica en la que había embutida un asta de ciervo en la localidad soriana de Blacos, recogido por Loperráez en el siglo XVIII. Tampoco podemos obviar lo que trasciende del acto de dedicar unas oraciones a los antepasados junto al cementerio, acto de reafirmación identitaria y territorial del vínculo que les une con sus antepasados, de los que todos descienden.

Con todo ello, la festividad aquí comentada podría englobar todo un cúmulo de ritos asociados al despertar de la naturaleza y a la fertilidad que algunos autores relacionaron con la festividad de Beltaine que anualmente celebraban los siete oppida celtibéricos de la cuenca del río Linares en un santuario común al aire libre, que no fue otro sino la actual dehesa mayor de San Pedro, además del significado de “la caballada” como reunión de la élite ecuestre de una comunidad celtíbera. A todo esto, se le sumarían connotaciones religiosas vinculadas al culto al sol, tal y como apuntara en su día Blas Taracena: La fecha elegida, el hecho de que el paso del fuego se haga en dirección al sol poniente y la vinculación del caballo al astro rey pueden ponernos en esta pista
No obstante, estén ligados o no los actos de 23 y 24 de junio, el paso del fuego podría ser un elemento añadido recientemente, tal y como apuntara Carlos Álvarez a partir del hecho de que no aparezca citado en ninguna descripción anterior a los años veinte del pasado siglo. Por todo lo dicho, y aún como mera conjetura, nos resulta altamente sugestivo su vinculación ancestral más allá de la antigüedad clásica y más si tenemos en cuenta las similitudes de la pira de brasas (agrandada unos metros desde hace unos años) con el acto de la cremación de cadáveres en un ustrinum por parte de los celtíberos, quienes introdujeron este rito funerario en la región (Burillo et al,2014).

Ilustración de: Ramón Guillén López, ARECO S.L.

La lectura mágica de la festividad responde al ideal del hombre pre moderno, otra cosa es que podamos despojarla de sus capas y añadidos posteriores, tarea farragosa que sin embargo no debe frenarnos en nuestro afán por salvaguardar nuestras tradiciones ancestrales, aquellas que guardan el secreto de lo que somos.




Artículo completo y bibliografía: LA ESENCIA CÉLTICA DE LA "SORIA MÁGICA"

TIEMPO DE PINGAR EL MAYO

En un tiempo en el que los pastores abandonaban los pueblos y marchaban a extremar, las mujeres celebraban reuniones nocturnas al calor de una vieja chimenea acampanada. Estos son los "trasnochos", momentos en los que se relataban viejas historias y leyendas que la memoria no ha podido enterrar mientras se cosía, hilaba y cardaba la lana. Aquí va el nuestro en particular...
El final del invierno y el renacer cíclico del mundo vegetal se plasma en la mentalidad popular con la consumación de toda una serie de ritos y ceremonias encaminadas a propiciar la abundancia de las cosechas y el nacimiento de nuevas crías para la cabaña ganadera. Es por ello que en mayo, y en alguna ocasión en fechas más tardías que enlazan con el verano, en buena parte de Europa es costumbre festiva plantar un gran árbol en el centro de la plaza de la localidad por parte de los jóvenes, concretamente los quintos.
Siguiendo nuestro camino de búsqueda de la esencia céltica que destila Soria, y aprovechando la proximidad de la fecha, encontramos en muchos pueblos de la provincia de Soria varios ejemplos de esta costumbre ancestral en la que los mozos se las ingenian para adentrarse en el bosque y seleccionarlo, cortarlo y pingarlo, para después danzar alrededor de él, pedir regalos, compartir dulces, hacer hogueras (mayoritariamente desaparecidas) y en algunos casos competir por trepar a lo más alto del árbol, que se solía embadurnar de grasa para hacerlo más costoso. Además, hay también localidades que suelen cortar ramas verdes para colgarlas de sus casas y así propiciar la prosperidad de la familia o de la moza a la que se quiere agasajar. 
Este rito de comienzos de mayo (aunque en ocasiones se traslada a San Jorge o al solsticio de verano), como hemos indicado, se extiende a lo largo y ancho de la geografía europea, antaño cubierta por densos bosques, cuyos árboles fueron primeramente objeto de culto animista, a modo de espíritus de la vegetación y la fertilidad, para después convertirse en morada de los dioses.
En todos los paralelos encontrados, que van desde desde Irlanda a los Pirineos, pasando por toda la Europa central, Escandinavia e incluso algunos países eslavos, son los más jóvenes los protagonistas de la festividad
Así, en Inglaterra, por ejemplo, durante el May Day, los más jóvenes van de casa en casa cada primero de mayo portando ramas y flores, cantando y pidiendo regalos, decorando el árbol seleccionado con cintas de colores de diferentes longitudes que cuelgan de lo más alto, flores y una diversa vegetación, en torno al cuál ejecutan bailes ceremoniales
En Francia, ha quedado vinculado a la Reina Maya, una muchacha virgen que representa la primavera. También en la región de Alsacia van muchachas vestidas de blanco con un “árbol mayo” pequeño en sus manos, adornado con cintas y guirnaldas, a las que se acompaña de casa en casa, cantando coplas y recibiendo obsequios
En Suecia se celebra durante el solsticio de verano (Maj Stänger), colocándose “palos de Mayo” en las casas, normalmente de pino y adornados con flores y juguetes. 
En la Lituania rusa, también se plata un árbol verde a la entrada del pueblo, eligiendo a una muchacha que es coronada con ramitas de abedul. Incluso entre los gitanos de Transilvania y Rumania también se alza un “arbol mayo”, junto al que las mujeres embarazadas dejaban un vestido día y noche y si a la mañana siguiente encontraban una hoja sobre el vestido, era señal de buen parto. La lista es interminable e imposible de cubrir en su totalidad, desde Italia (Il Maggi), Bélgica (May Boom), Alemania (Maibaum), República Checa (Májka o Máj) Suiza, Eslovaquia, etc.
Junto a la figura del árbol, en algunos casos además se acompañan de una figura antropomorfa que representa a las fuerzas de la vegetación, denominados en Alemania “Walber” en el norte de Baviera, “hombrecito hoja” en Ruhla, ”rey de la hierba” en Grosvargul (en Pascua de Pentecostés) y “Rey hoja” en Hildesheim (Alemania); así como el “Jorge verde”en Carintia (al sur de Austria), un gran pelele blanco que representa al invierno y que se quema en mayo en Suiza, o bien la figura de un deshollinador cubierto con hojas y hiedra en Inglaterra. 
En nuestra Península Ibérica, esta costumbre se extiende por Castilla y León, sobre todo cerca de zonas boscosas, cubriendo principalmente las áreas de la Maragatería y pueblos de la montaña leonesa, la Alta Sanabria zamorana, en la comarca de La Armuña (Salamanca), Valladolid, donde destaca el “mayo” de Iscar, los “mayos” palentinos, en Pinares y la ribera del Duero burgalesa, Segovia (Fuentepelayo, Calabazas, Fresneda y Mata de Cuéllar) y por supuesto en Soria donde encontramos un gran número de ejemplos: San Leonardo, Cabrejas del Pinar, Salduero, Covaleda, Molinos de Duero, Duruelo de la Sierra, Navaleno, Valdeasvellano de Tera, Torlengua, Matamala, Espeja de San Marcelino, Bayubas de Arriba, Vadillo, Talveila, Abejar, Deza, Orillares, etc. 
Aquí también suelen hacer acto de presencia las enramadas que se colgaban de los balcones o ventanas junto a dulces y frutos, muy habituales antaño en las fiestas de los pueblos de el valle de Yanguas, en el entorno de San Pedro Manrique y en la propia capital soriana.

Móndidas de Sarnago (Soria)
Como curiosidad, en Sarnago, nos encontramos la costumbre de la lucha fingida entre los representantes de sus dos barrios durante la celebración de la fiesta de las Móndidas (mayas, doncellas o puras), que consiste en introducir un ramo (arbolillo, arbusto) por la ventana de la antigua Casa Consistorial, con lo que se producen forcejeos y tirones hasta que uno de los dos logra su fin. Igualmente, en la localidad pinariega de Vinuesa, todavía hoy tiene lugar la batalla campal de “La Pinochada (mes de agosto), donde al igual que en San Pedro Manrique (en junio, donde se pinga un gran chopo), las parejas realizaban cantos y danzas junto al “mayo”, llegando a ser censurados y reprimidos por parte de las autoridades eclesiásticas, quizás por el fervor que éstas alcanzaban, y donde además se celebraban matrimonios simbólicos en los que las mujeres elegían a los que consideraban "los mejores" para ellas.
Del mismo modo estarán presentes en muchas zonas de Aragón, en Navarra y La Rioja, como el de Muro de Cameros, donde se danza alrededor de un árbol que ha sido convenientemente engalanado con cintas de colores y recortes de telas de los vestidos que se han hecho las mozas para estrenar en las fiestas; en Galicia donde recibe el nombre de “Festa dos Mayos”, Castilla- La Mancha, Andalucía y Extremadura y en general a lo largo y ancho de nuestra piel de toro bajo la advocación cristiana de la “Cruz de mayo”.
Danzas de Iruecha (Soria)

En cuanto a sus posibles orígenes y simbolismo, dada la coincidencia de su dispersión por la Europa indoeuropea, se ha sugerido su relación con el mundo céltico, para los que el árbol encerraba un claro simbolismo sagrado al ser la representación del axis mundi o pilar que une el cielo y la tierra, además de ser un elemento de la naturaleza que muere y renace. De hecho Prudencio en su obra Contra Símaco (II, 1005-1011) señala algunos cultos y rituales a los árboles que se mantenían entre los campesinos hispanos de la Antigüedad Tardía, los cuales tuvieron su continuidad en época visigoda, como así se denuncian en algunos concilios, siendo su popularidad la que ha hecho que perviva hasta nuestros días.
Como árbol cósmico, es en él donde reside la inmortalidad que un buen mozo aguerrido, cuan héroe solar, deberá conquistar trepando a lo más alto para conseguir el premio allí colgado.
Así, el acto de ascender para obtener una recompensa podría tener consonancia con lo representado en algunos motivos de la iconografía celta europea, así como con en muchos relatos de la mitología grecorromana y oriental, donde el árbol de la vida está asociado a dragones o seres con forma de serpiente a los que se tiene que enfrentar un héroe para conquistar sus frutos y así renovar a las fuerzas vitales de la naturaleza. Este gesto de “hombría“, bien pudiera formar parte de un ritual de iniciación de los jóvenes en su paso a la edad adulta, costumbre que a pesar de estar ya muy edulcorada y transformada, se viene repitiendo desde tiempos muy lejanos, y si no recordar aquellos jóvenes celtibéricos que ansiaban formar parte de una cofradía guerrera.
Por otra parte, en muchas tradiciones la imagen del sol está vinculada también a la del árbol, pues se le representa como fruto del "Árbol del Mundo", abandonando su árbol al comienzo de un nuevo ciclo para volver a posarse en su copa al final del mismo, de modo que en este caso, el "mayo" podría estar también simbolizando la llegada de la "estación del sol".
Sin duda, todo indica que estamos ante un tipo de ritual cuyos orígenes se remontan a nuestra prehistoria más reciente, quizás coincidiendo con la segunda festividad celta del año conocida como Beltane, celebrada en la transición entre la primavera y el verano, estando muy relacionada con la divinidad de carácter solar y protector Belenos, Beli, Bilé, Bel y todas sus variantes, para la que se levantaban hogueras a la vez que pingaban un árbol sagrado, alrededor del cual se llevaban a cabo rituales destinados a propiciar la fertilidad de los campos y del ganado.
En un mundo en el que todo se parece cada vez más la cultura popular nos puede ayudar a recordar nuestras raíces y aprender de sus enseñanzas, además de ayudarnos a hacer piña en nuestros pueblos alrededor de sus tradiciones. Desde aquí reivindicamos lo que subyace de todas estas festividades, su concepción mágica y simbólica, junto a la necesidad de su puesta en valor como verdadero patrimonio inmaterial de nuestra tierra.

Mantenerlas, llevar a cabo iniciativas para su recuperación allí donde cayeron en el olvido y divulgarlas suponen su salvaguarda y con ella la de nuestra identidad, además de la riqueza que puede generar como atractivo turístico de unas poblaciones que se desangran demográficamente.
Pinguemos los mayos, bendigamos los campos y bailemos al son de la primavera que pasa ligera, al revés del invierno que se nos hace eterno.