La música tiene unos
significados específicos que permiten entender comportamientos simbólicos y
rituales difíciles de acceder en base a otros restos de cultura material.
Ya
Estrabón, en su tercer libro de la Geografía (III. 3, 7) comenta brevemente sobre algunas de las costumbres de los pueblos del norte
peninsular, quienes (…) mientras
beben, danzan los hombres al son de flautas y trompetas, saltando en alto y
cayendo en genuflexión.
En este sentido las trompas de cerámica
celtibéricas y en particular las excavadas en la ciudad arévaca de Numancia, las cuales alcanzan en número cerca de los 50 ejemplares, pueden ofrecernos algo de luz al respecto. No obstante, también se han documentado en otros yacimientos sorianos como Tiermes,
Izana, Calatañazor, Langa de Duero y Villar del Río, además de los dos
ejemplares procedentes de la localidad riojana de Herramélluri, otro en la
turolense Alloza y el de hallado en las proximidades del "santuario de Lug" de Peñalba
de Villastar (Teruel).
Inicialmente,
las trompas cerámicas exhumadas en Numancia fueron identificadas como posibles
bocinas o cuernos para la caza. (Blas Taracena; 1924). Sería J. M. Pastor Eixarch (1987) quien abogaría por su uso específico para la
guerra, señalando asimismo que los numantinos las utilizarían para congregar a los guerreros y
moverlos ordenadamente en el campo de batalla, para dar instrucciones acústicas en el combate, quizás a imitación
del cornu del ejército romano. Para
ello, se serviría de la referencia que hace Apiano (Iber., 78) a la emboscada que en el año 140 a.C. tendieron los numantinos a las tropas de Quinto Pompeyo,
donde para acentuar la sorpresa, eludieron el uso de las trompetas.
"Pompeyo retornó otra vez a Numancia e intentó desviar el curso de un río hacia la llanura con objeto de reducir la ciudad por hambre. Pero los numantinos lo atacaron mientras estaba dedicado a esta tarea, y sin ninguna señal de trompeta, saliendo a la carrera todos juntos, asaltaron a los que trabajaban en el río. También asaetearon a los que venían en su auxilio desde el campamento y los encerraron dentro del mismo. Atacando a otros que buscaban forraje, mataron a muchos y entre ellos a Opio, tribuno militar”.
No
obstante, los primeros intentos de reconstrucción
de estas trompas por parte de Pastor Eixarch no fueron funcionales y tampoco
estuvieron acompañados de pruebas acústicas y musicales. Así, en general, puede
decirse que ninguna réplica llegaría a alcanzar las características organológicas
necesarias, ya que se fueron confeccionadas a molde, con arcillas industriales y cocidas a
altas temperaturas.
Recientemente
(2011) se llevó a cabo una aproximación
experimental donde se tendría en cuenta su proceso productivo, desde la
preparación de la arcilla, sin desgrasantes añadidos y muy bien decantadas, hasta
la puesta en funcionamiento de los aerófonos. Para ello se basaron en los
restos organológicos que se encuentran en el Museo Numantino de Soria y en el
Museo de la Rioja, en los análisis arqueométricos de la producción cerámica
numantina realizados, además del trabajo y el saber de alfareros tradicionales (Jiménez Pasalodos, R; García Benito, C. y Padilla Fernández, J.J.; 2013).
El
resultado de dicha experimentación determinaría que la gran calidad técnica de
estas piezas y la modernidad de su funcionamiento acústico parecen indicar que
estos instrumentos tuvieron un uso musical complejo ligado a funciones
simbólicas, guerreras y propiciatorias.
Observando
este proceso con mayor detenimiento, lo primero que se dedujo es que son
realmente trompetas naturales,
instrumentos en los cuales la columna de aire pasa a través de los labios
vibrantes del intérprete, que comunica el aire de forma intermitente por la
embocadura, con la que los labios funcionan a modo de lengüeta, amplificándose
a su salida gracias al pabellón.
Así,
fueron reproducidas en sus tres tamaños
principales, que se pueden clasificar en pequeñas (en torno a 12-15 cm. de
diámetro), medianas (de unos 20 cm. de diámetro) y grandes (de 25-30 cm. de
diámetro). Además, se realizaron tres tipos de pabellones a torno en forma de campana: simple, decorado y con
estrechamiento en la boca. Las boquillas
o embocaduras también fueron fabricadas a torno, siguiendo tres tipologías diferentes (recta, cónica o
en forma de copa), las cuales permitirían
conocer las posibilidades musicales del instrumento y su evolución técnica. Por
último, el tubo cónico ultracircular,
que resultó ser la parte más compleja de reproducir, ya que en principio no
podía ser realizado a torno, concluyéndose que fueron probablemente construidos
a partir de placas rectangulares ensambladas que posteriormente se empalmarían
con el pabellón y la embocadura.
Para su cocción se construiría un horno siguiendo los modelos de la Segunda Edad del Hierro, el cual alcanzaría temperaturas entre los 750 y 900º C, tal y como indican los análisis arqueométricos realizados en el yacimiento.
Para su cocción se construiría un horno siguiendo los modelos de la Segunda Edad del Hierro, el cual alcanzaría temperaturas entre los 750 y 900º C, tal y como indican los análisis arqueométricos realizados en el yacimiento.
Ilustración de JR Almeida
De
todo lo descrito se pudo observar que para su fabricación en época celtibérica
se requería de la formación de artesanos especializados dotados de una gran
experiencia trasmitida de padres a hijos.
Una vez terminadas, se procedió a su análisis acústico, para lo que contaron con la experiencia de
trompistas profesionales. De tal manera, en cuanto a la altura de los sonidos
producidos, los instrumentos más pequeños originaron notas más agudas, mientras
que los más grandes ocasionaron los sonidos más graves. Respecto al timbre, los
sonidos formaron frecuencias distintas y complejas, aunque el hecho de que estén confeccionados en cerámica les proporciona en términos generales un timbre dulce.
Conclusiones de la
aproximación experimental de las trompas
Llegados
a este punto de la investigación, una vez vista la fragilidad de los objetos
durante su fabricación, su alta complejidad técnica, así como el número de
horas que requiere su confección, resultaría bastante probable pensar que estas piezas
hubiesen alcanzado una gran importancia socio-cultural, además de la necesidad
de haber contado con músicos especialistas que fuesen entrenados, probablemente
durante años, para poder aprovechar todas sus posibilidades sonoras. Tales
resultados llevarían a sus autores a pensar que no estamos ante meras bocinas de
amplificación, o instrumentos dedicados exclusivamente a la señalización en la
caza o hacer ruido en la guerra, ya que para tal fin hubiesen valido cuernos de
animales carentes de boquilla mucho más fáciles de confeccionar y de tocar.
Réplicas llevadas a cabo por investigadores del Área de Música de la UVa dentro del proyecto EMAP
Resultaría muy probable que la música tuviese una gran significación para los pueblos de
la Celtiberia, ya que existe una estrecha relación entre sonido, rito y
sacralidad, además de que pudiera haber quedado reservada a unas élites que las
emplearían en sus rituales. De hecho, la propia decoración de estos
instrumentos hallados en Numancia, con pabellones zoomorfos que nos remiten a
la figura del lobo, o en los acampanados con pinturas de caballos, lobos, además de círculos concéntricos y otros motivos esquemáticos, denotan una clara connotación mágico-simbólica
que vendría a sumarse a la de otras piezas documentadas en este mismo
yacimiento con mayor profusión que en otros lugares.
Cabeza de lobo de trompa numantina (Foto José Carlos Martínez)
Trompas de uso
mágico-ritual
En
relación a todo lo visto, se podría plantear a modo de hipótesis que las trompas
numantinas fuesen empleadas para producir música ritual, quizás en aquellas
noches de plenilunio que cita
Estrabón (III, 4, 16) en relación a los
celtíberos y sus vecinos del norte, quienes nos comenta, rendirían culto a un
dios sin nombre danzando toda la noche a las puertas de sus casas.
De
igual modo, podrían haber estado presentes a la hora de sellar aquellos pactos
de hospitalidad o acuerdos de libre circulación de personas, objetos o
bienes de intercambio comercial, e incuso en los compromisos de defensa mutua
sellados entre dos comunidades y refrendadas mediante sanción religiosa. A partir del registro
arqueológico del entorno tenemos constancia de lo que parecen ser algunos de
estos compromisos en relación a la utilización de téseras, como las de Uxama,
Ciadueña, Peña Redonda, la llamada tésera
de Arekorata o la zoomorfa hallada en Muro. Si bien, también conocemos a
partir de las fuentes clásicas algunas de las alianzas intertribales que
sellaron los numantinos con belos, titos y lusones, con ciudades cercanas como Uxama, Lutia y Lagni, en el
ámbito vacceo (Apiano, Iber., 87) o
con los lusitanos acaudillados por Viriato (Apiano, Iber., 66).
Tésera de hospitalidad de Ciadueña
En
este sentido, contamos además con algunas pistas acerca de la celebración de banquetes ligados
tal vez a estas prácticas de alianza, donde quién sabe si la música estaría presente. Especialmente significativo resulta el
relato de Plutarco (Tib. Gr. VI) referido a las guerras numantinas, quien
comenta que en el 137 a.C., bajo el gobierno del cónsul Cayo Mancino, tras el
fracaso del cerco impuesto a la ciudad arévaca y ante el hostigamiento de los
celtíberos, se vería obligado a retirarse sobre su campamento, sufriendo
finalmente una derrota estrepitosa que llevaría a los propios romanos a
capitular y pactar unas condiciones de paz que evitasen su destrucción total. Ahora bien, este documento recoge que los numantinos se
llevarían del campamento romano entre sus despojos unas tablas pertenecientes a Tiberio que contenían las cuentas de su
cuestura. Es así que el cónsul volvería a la ciudad para rogar que le
entregaran dichas tablas, alegrándose los numantinos con la feliz casualidad de
poder servirle, rogándole que entrase en la población como amigos, donde le convidaron a comer, interponiendo toda
especie de ruegos para que comiera alguna cosa sentado con ellos (en lo que parece ser un auténtico banquete que se había interrumpido con la llegada del cónsul a la ciudad). Asimismo, en la propia ciudad arévaca se pueden tantear ciertas evidencias acerca de costumbres rituales, quién sabe si en algunos casos llevadas a cabo en el interior de una estancia concreta destinada a un fin particular, como la documentada junto a la muralla por González Simancas en 1922, que albergaba una vasija pintada con cenizas y restos óseos cremados en su interior, y un monumento de caliza de sección trapezoidal y grandes dimensiones con un enigmático signo “T” grabado en el testero, bajo el que supuestamente existían huesos quemados.
Los seres fantásticos de las cerámicas numantinas (Museo Numantino)
La aparición de figurillas
de barro y de vasos zoomorfos que probablemente tuviesen cierta significación simbólica a modo
de exvotos o distintivos de prestigio, también nos servirían para completar la singularidad de este yacimiento en el que
debieron de realizarse muy distintos rituales y compromisos amparados bajo la protección de una
divinidad tutelar.
Especial significación tendrán las características cerámicas pintadas, cuyo contenido decorativo y variedad iconográfica, además de sus diversas y variantes formas, entre las que predominan las jarras, seguidas de copas y cuencos, nos permiten aproximarnos a un uso, así como a un contenido simbólico relacionado con el almacenamiento y protección de alimentos sólidos y bebidas como la cerveza o el vino, además de la propiciación de la abundancia y riqueza de sus poseedores.
En esta línea, Lorrio (2005) apuntaría la posibilidad de que el empleo de las trompas entre los numantinos tuviera lugar con ocasión de la celebración de combates singulares como los documentados en el yacimiento a través del emblemático “Vaso de los Guerreros”, de igual manera que puede observarse en el kalathos de El Castelillo de Alloza donde vemos un individuo tocando una trompa recta. Al respecto tanto Apiano (Iber ., 52-54) como Valerio Máximo (III, 2, 21) aluden a danzas bélicas en panoramas de lucha individual durante las guerras celtibéricas.
Del mismo modo, destacamos un vaso con decoración pintada en el que puede apreciarse a dos individuos masculinos (posiblemente existiese un tercero), que bailan con sus brazos enfundados en lo que viene interpretándose como astas de toro, razón por la cual se ha supuesto que se represente una danza ritual relacionada con el culto a dicho animal.
Añadir la representación de un supuesto guerrero con casco de tres
penachos terminados en ramificaciones y con puñal cruzado en la cintura hallado
en un fragmento de vaso pintado de Numancia en el que el personaje pudiera
estar danzando o saltando, más que con las piernas en posición búdica como hace
unos años interpretaran algunos autores como Alfredo Jimeno Martínez al ver en
él una posible imagen del dios Cernunnos
(Blanco García, J.F.; 2011-12).
Tampoco
podemos olvidarnos de la posibilidad de que las hazañas de los antepasados
fusen recitadas y cantadas por las
madres a sus hijos en el momento de partir hacia la guerra o el saqueo, referencia
que conservamos en el contexto de las guerras sertorianas en un fragmento de
las Historiae de Salustio (Hist., II, 92), referido a un pueblo
meseteño que algunos autores identifican con los celtíberos (Sopeña, 1995).
Ilustración de Niels Bach
Además, igualmente resultaría sugestivo pensar que las trompas fuesen
tocadas en aquellos rituales destinados a honrar a los antepasados en los funerales, a tenor de que hay
constancia en las tumbas de ajuares metálicos
donde parece intuirse la práctica de banquetes vinculados a un estatus social
elevado. Nos encontramos con asadores de bronce o hierro, parrillas (La Revilla
de Calatañazor y Monteagudo de las Vicarías), trébedes, varillas de hierro de
sección rectangular (La Mercadera, Soria), algunos calderos de bronce como los
dos de la necrópolis de Carratiermes, recipientes broncíneos probablemente
importados, como los vasos hallados en Quintanas de Gormaz, Monteagudo de las
Vicarías, La Mercadera, o los simpula
(pequeños cazos o cucharones enmangados) para realizar libaciones en los
sacrificios de Carratiermes y Numancia, todos ellos testimonios de la
celebración de exequias entre las élites guerreras (Lorrio Alvarado; 2005).
Para momentos más tardíos vemos representado en una estela funeraria de Lara de
los Infantes (Burgos) a dos hombres tocando trompas celtibéricas a un
combatiente muerto a punto de ser devorado por un buitre que elevaría su alma
al Más Allá, ritual que como vemos contaba con la trascendente música que
fluiría a través de similares instrumentos a los que aquí centran nuestra
atención.
Izq:Trompa numantina. Dcha: Dibujo de trompistas de la estela de Lara de los Infantes
Así
pues, tal y como hemos ido apuntando, resultaría probable que este tipo de instrumentos estuviesen vinculados a las élites aristocráticas
que dirigirían al grupo ejerciendo su autoridad y redistribuyendo la riqueza. Éstas quedarían organizadas a través de la creación de un entramado de clientelas y pactos en el que
se apoyarían para ejercer el liderazgo, fortaleciendo sus lazos de unión a
través de instituciones guerreras como la devotio, el "sacrificio supremo", donde el jefe militar
quedaba protegido por la cofradía de guerreros que lo acompañan, llegando al
extremo de consagrar sus vidas por él si éste moría.
Por
consiguiente, todo esto nos remite necesariamente al mundo ceremonial de las cofradías
guerreras del ámbito céltico, donde en virtud del ritual mágico, los jóvenes
iniciados se convierten así en guerreros que practican una suerte de éxtasis o
furor desencadenado, al que se asociará la idea de asumir o incorporar al
“alma” facultades propias de animales salvajes como el oso o el lobo a partir
de la ingesta ingestión de determinadas plantas o bebidas que producirían
estados alterados de conciencia (Rodríguez García, G; 2013). Dentro de estos
rituales resultaría probable que estuviesen acompañados de danzas o músicas que
mediante un ritmo repetitivo ayudaría a alcanzar cierto grado de sugestión y
trance que despertará la fuerza mágica del “furor”. De hecho, esto podría
explicar algunas de las decoraciones de las trompas numantinas, como en aquella
que el sonido saldría directamente de la cabeza de un lobo a modo de aullido. Reforzando
esta idea, resulta enormemente sugerente la cita de Silio Itálico sobre los
jinetes celtibéricos de Uxama, que añaden a sus cascos decoraciones de fieras
con fauces abiertas para impresionar (Silio Itálico. Pun., III. 388,389), así
como el comentario sobre los numantinos que embriagados de caelia, en los últimos días de la ciudad, salieron a pelear
enardecidos, habiendo comido previamente carne semicruda (Floro, I, 34, 11), lo
que parece claramente un ritual de preparación que podría verse acompañado de
la sonoridad de las trompas.
Apuntar que para el ámbito céltico europeo, tenemos la representación de sonadores de carnyx en un ritual guerrero del caldero
de Gunderstrup (Dinamarca), a lo que
podríamos sumar los cinco ejemplares muy fragmentados recuperados en 2004 en el
santuario galo de Tintignac (Corrèze,
Francia), cuatro de los cuales presentan forma de cabeza de jabalí y de
serpiente la del quinto, instrumentos de
bronce que quizás hubiesen jugado un papel ritual similar al de nuestras
trompas cerámicas celtibéricas.
Detalle del caldero de Gunderstrup (Dinamarca)
Hallazgo de carnyx en el santuario galo de Tintignac (Corrèze, Francia)
Finalmente,
no podemos obviar algunas de las danzas mágicas
que aún perduran en este entorno quizás como continuación de las que se
llevaron a cabo en épocas muy remotas. El caso más significativo sería el de San Leonardo de Yagüe, donde se ejecutan
con unos palos que se golpean entre sí a modo de espadas, acompañadas a su vez
de unas coberteras o tapaderas que hacen las veces de escudos o caetras. Eran bailadas tradicionalmente al
aire libre (hoy, en el interior de la iglesia) por cuatro parejas de hombres al son de un coro
de mujeres en los primeros días de febrero, junto a la compañía de un grotesco “zarragón”
o “bobo” que moría simbólicamente en el último de los palos. A pesar de haber
perdido parte de su simbolismo original y quedar muy vinculada a
los ritos propiciatorios de la fertilidad propios del calendario agrario, no podemos
dejar de relacionarla con el mundo guerrero celtibérico. Al respecto, apuntar la
cita de Silio Itálico (Pun., I. 225) al afirmar que los
celtíberos luchaban entre sí cuando no había un enemigo exterior, práctica
relacionada con la obtención de prestigio social y el valor ritual del
ejercicio de las armas.
Numancia: algo más que una ciudad
El
hallazgo de un elevado número de objetos que pudieran tener una funcionalidad
ritual en el yacimiento de Numancia, a la que sumaríamos las trompas que aquí
hemos comentado, parece alimentar la idea sobre la importancia y el papel
central que debió jugar la ciudad respecto a toda la Celtiberia.
En
otra ocasión (ver Entre Pinos y Robles,pelendones en la serranía norte de Soria) y citando a Antonio Ruíz Vega
(2002), vimos cómo las fuentes clásicas se contradecían respecto a su
adscripción étnica (arévacos y pelendones), cabiendo la posibilidad de que este
lugar dispondría de un territorio común y neutral donde se impartiría justicia. Este espacio sería similar al drynemeton de los gálatas o al bosque de los Carnutes,
consagrado a los dioses y considerado el centro de la Galia, lugar donde César
nos relata que allí se reunían los druidas y donde no se podía entrar armado.
La
idea partiría de las incongruencias de Estrabón a la hora de fijar las partes
en que estaba dividida la Celtiberia, así como de Posidonio, quien habla de
cuatro o cinco comarcas o regiones, cuestión que además parece tener su
similitud con el caso irlandés (provincias de Conacht, Ulster, Leinster y
Munster y una quinta central, Midhe, cuya capital fue la mítica Tara).
Antonio
Ruíz propone que para la Celtiberia podría coexistir también una quinta
provincia o lugar central que necesariamente estaría cerca de un bosque
sagrado. Si bien, sabemos por un celtíbero-romano como Marcial de la existencia
de los bosques sagrados de Vadavero y Burado (actuales sierra del Madero y
Beratón) en las cercanías de Numancia. Por lo tanto, el hecho de que casi todas
las crónicas hablen de “numantinos” y no de arévacos ni de pelendones, unido al
emplazamiento del cerro de la Muela de Garray en la intersección de dos
comarcas, la norteña y montaraz donde desde antiguo se gesta la Cultura
Castreña Soriana, y la sur, de orografía más suave y mayor vocación agrícola, vendría
a reforzar el carácter sacro de Numancia, quien sabe si a modo de nemeton.
A
todo esto se apunta que solo de esta forma puede entenderse el hecho de que los
numantinos decidieran empecinadamente defender Numancia desde dentro de sus
modestas murallas, dejando de lado la guerra de guerrillas o de movimientos
propia de los celtíberos que les hacía fuertes.
Fuera como fuera, no caben dudas sobre los usos rituales que debieron celebrarse en este emblemático yacimiento, tuviesen o no acompañamiento musical, aunque el estudio de sus trompas parece allanar algo más este infatigable camino de búsqueda sin final.
El final de Numancia, ilustración de Albert Álvarez Marsal.
Valga
este escrito para honrar aquella música atávica que difícilmente podremos
recuperar, invitándoles a imaginar su sonoridad a partir de la mirada y el
empeño que en la actualidad nos brindan bandas de lo que podría considerarse como
el "nuevo folk europeo", con trabajos como los de Àrnica, Keltika Hispanna,
The Wyrm y un largo y creciente
etcétera, a los que deseo que sigan honrándonos con sus rituales en directo por muchos años.
¡Aún
rota la trompa sonará, entre humo y llama!
Àrnica en Raíz Ibérica 2016 (Fotografía de Javier L. Navarrete)
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