EL "CABALLITO" DE SORIA


En un tiempo en el que los pastores abandonaban los pueblos y marchaban a extremar, las mujeres celebraban reuniones nocturnas al calor de una vieja chimenea acampanada. Estos son los "trasnochos", momentos en los que se relataban viejas historias y leyendas que la memoria no ha podido enterrar mientras se cosía, hilaba y cardaba la lana. Aquí va el nuestro en particular...
El caballo aparecerá integrado en la estructura ideológica de las comunidades de la Edad del Hierro, ejerciendo como bien de prestigio y elemento regulador de estatus social en sus primeros momentos y como símbolo de los nuevos valores políticos urbanos a partir de la plenitud de la celtiberización de la región (siglo IV a.C.). (Obviamos por razón de espacio otros muchos aspectos relacionados con su significado simbólico que trataremos en otra ocasión con mayor profundidad).
Apenas contamos con datos que nos hablen del estado de domesticación de estos animales para la Primera Edad del Hierro, cuya introducción tradicionalmente se asoció a las oleadas indoeuropeas y a los grupos de Campos de Urnas que penetraron desde el Nordeste, aunque sólo a partir del 800 a.C. aparecerá generalizado en las tumbas de Europa Oriental y Central, evidenciándose su utilización como animal de monta en diversos yacimientos del tránsito del Bronce Final-Hierro I, como en Moncín (Borja, Zaragoza), Zafranales y Vincamet (Fraga, Huesca), La Pedrera (Vallonga de Balaguer-Térmens) y área del Moncayo, etc., donde incluso parece jugar desde los primeros momentos cierto papel de prestigio, como así lo demuestran los enterramientos de fetos de équidos documentados para en Els Vilars de Arbeca (Lérida).
Para las regiones del Duero su presencia es menor, a excepción de Soto de Medinilla (Valadolid), y su empleo será mayoritariamente para la monta (como así parece indicar el desgaste de un premolar indicativo del uso de bocados), carga y trasporte, y en menor medida para su consumo alimenticio, éste último interpretado como un aprovechamiento excepcional, probablemente ritual.

No obstante, el caballo estuvo íntimamente ligado desde sus comienzos a las relaciones de poder de los primeros linajes aristocráticos que surgen en las familias y clanes de los poblados y castros que se articulan en torno a un ideal de vida heroica, otorgando rango y estatus a su poseedor. Como animal privilegiado, pudo jugar el papel de herramienta diplomática, a modo de regalo aristocrático que circularía junto a otros muchos objetos exógenos, como los discos coraza, cuchillos afalcatados, algunas fíbulas anulares, las primeras cerámicas torneadas, modelos evolucionados de espadas, varias placas de cinturones, etc., que tras ser intercambiados, a la muerte de su noble propietario serían depositados en las tumbas de las necrópolis del siglo V a.C.
Especialmente relevante será la presencia en las tumbas de arreos y bocados de caballo, e incluso alguna ofrenda faunística (Numancia), pudiendo destacar el ejemplo de la necrópolis de La Mercadera (Rioseco de Soria), donde se hallaron 6 enterramientos con arreos, asociados con armas en todos los casos, cinco de los cuales fueron consideradas tumbas «ricas».


Bocado de caballo procedente de la necrópolis de Alpanseque (Foto: MAN)

Por lo tanto, estaríamos ante un animal muy costoso, solo al alcance de una élite que se sirve de ellos para controlar los intercambios que circulan, especialmente movimientos de ganados, pastizales y zonas de paso, e incluso en actividades tan propias de la nobleza como en la caza y la guerra, acometiendo razias y auxilios con gran rapidez de desplazamiento, puesto que en un día podían llegar a cubrir, en condiciones óptimas y sin carga, cerca de 130 km. 

En la Segunda Edad del Hierro el caballo alcanzaría una valoración más amplia como emblema político colectivo de los integrantes de un territorio controlado por un oppida. Así, las élites dominantes de estos núcleos protourbanos, apoyadas en instituciones como la fides, la devotio o el hospitium, conformarían una clase de caballeros de gran alcance social, ya que serían éstos los que representaban y dirigían a la comunidad a nivel interno y a su vez en alianzas étnicas mayores. 
En cuanto a su representatividad osteológica, seguirán ocupando posiciones bastante modestas, con cifras que para el caso de la Numancia del siglo III a.C. no superarían el 5% del total. Las posibilidades de crianza de caballos son óptimas, aunque su posesión quedase muy restringida a dichos grupos oligárquicos que conformarán la fuerza militar más importante de las ciudades-estado celtibéricas, que con el tiempo pasarían a engrosar las filas de los cuerpos mercenarios de cartagineses y después de romanos, dada la fama y el prestigio que alcanzarán en el manejo de estos animales para la guerra.
A finales del siglo V y comienzos del siglo IV a.C. se produce la paulatina desaparición de importantes elementos de prestigio que antes se depositaban en las tumbas, como los cascos, los discos-coraza y los umbos de bronce decorados delos escudos. Ya llegados al III-II a.C., se tiende a la uniformización de la panoplia guerrera, cuyos dos elementos fundamentales son la espada y, especialmente, el puñal biglobular. Al mismo tiempo aparecen y se generalizan fíbulas de caballo, con o sin jinete, báculos de distinción (necrópolis de Numancia), y en fechas más avanzadas acuñaciones de monedas con la imagen del jinete lancero (Arekoratas, Muro), cuyo significado se pone en relación con emblemas políticos colectivos, así como con elementos religiosos y espirituales asociados en muchos casos a signos astrales, como es el caso de los vasos cerámicos pintados de Numancia. 
Por otro lado, las fuentes escritas también darán cuenta sobre el enorme valor y significado que alcanzan los caballos celtibéricos, siempre relacionados con el mundo de la guerra y como animal de monta. Así, por ejemplo Polibio (fr.95) en la guerra de Numancia, cuenta como durante la batalla quedaban los caballos en la retaguardia “atados a pequeños postes de hierro, esperando la vuelta de los jinetes”, observación que concuerda con la idea de que estas élites luchaban como infantería montada. Este mismo autor también se hace eco sobre cómo “se arrodilla un caballo para dejar subir al jinete”, resaltando siempre la habilidad de los celtíberos en su manejo para estos fines. También, Estrabón subraya que los caballos celtíberos son de color gris, pero que fuera del país, pierden este color, asemejándolos a los partos y destacando su rapidez respecto a otras razas, lo que se contradice con la cita de Silio Itálico, quien expresa que “los caballos de Uxama, Celtiberia, se distinguen de un caballo normal ibérico, que es ligero y rápido, tanto por su constitución más pesada que significa menos velocidad, como por su vida más larga”. No obstante, este tipo de fuentes escritas parecen excesivamente literarias al referirse a la gran facilidad con que los pueblos prerromanos capturaban a los caballos salvajes y los domaban y adiestraban según sus necesidades bélicas o cotidianas, visión sesgada por parte de una cultura civilizada frente al salvajismo celtibérico, cuya conquista quedaba justificada. Aún así, durante la ocupación romana las fuentes informan en reiteradas ocasiones sobre el empleo del caballo como tributo o indemnización de guerra (Diodoro de Sicilia, 5,33,16), es decir como patrón de riqueza, además de símbolo de defensa, poder y fortuna. 
Arévacos en el asedio de Numancia (Ilustración de Angus Mcbride)
Añadir que cabría la posibilidad de durante la Edad del Hierro pudiesen haber convivido diferentes razas equinas tal y como se ha venido sucediendo en todo el ámbito de la Meseta Norte a lo largo de la historia, además de que posiblemente se dispusiesen numerosas yeguadas criadas en los montes comunales del entorno adyacente a los poblados en estado de semilibertad, de forma similar a los manejos que tradicionalmente se llevaron en Soria y que aún se mantienen en otros territorios más norteños. 
Así pues, tanto los usos como las razas equinas fueron evolucionando desde la Antigüedad, partiendo de un tipo de caballo de tamaño medio, ligero, rústico y resistente que ocupaba el centro de la península, y que fue cruzándose con una gran variedad de razas caballares foráneas, quedando algunas individualidades de esta raza antigua denominada “de las mesetas españolas” ubicadas en el Sistema Ibérico y proximidades de las provincias de Soria y Guadalajara. Esta raza fue la acompañante de los rebaños ovinos trashumantes y junto a ella se fue haciendo frecuente el caballo de las estepas (Equus Przewalskii), introducido desde Levante a través del valle del Ebro, conformando un tipo de tamaño medio, altas extremidades, tronco corto y gran velocidad, que supuso la base de la caballería tanto de los guerreros cristianos como de los árabes. 
Será a partir de la Edad Moderna cuando irá desapareciendo la misión guerrera del caballo, potenciándose el cruce con caballos europeos de gran tamaño y perfil acarnerado, orientándose hacia una utilización como animal de montura, de tiro en las labores agrícolas, o bien para el transporte de mineral, leña, carbón, estiércol, aros, gamellas, hierba, víveres, etc. En Pinares y otras comarcas sorianas sería empleado a su vez para los trabajos de guardas, empleados municipales y vecinos que se servían de ellos para el marcado de la corta de pinos, arreglo de las suertes, etc., aunque de forma generalizada, su crianza girará en torno a la producción de mulas, más rústicas y válidas para la agricultura.
Artículo completo y bibliografía: LOS CUSTODIOS DEL GANADO

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