El objetivo principal de este blog desde su creación, hace ya algunos años, ha sido dar a conocer la "Cultura Castreña Soriana" desarrollada durante la Primera Edad del Hierro (siglos VII-IV a.C.) al poniente de las montañas que los geógrafos de la Antigüedad denominaron como Idubeda, y nosotros Sistema Ibérico, en la actual provincia de Soria.
Esta cultura, definida por Blas Taracena durante la primera mitad del siglo XX, ha venido relacionándose con los pelendones que mencionan las fuentes escritas grecorromanas, quedando incluidos como una etnia más dentro del conglomerado de pueblos que formasen parte de los celtíberos. Si bien, las citas que ofrecen Plinio, Estrabón y posiblemente Tito Livio son muy escuetas y resultan confusas y contradictorias, además de estar alejadas en el tiempo varios siglos, por lo que su vinculación con los castros sorianos supone hoy día un acto de atrevimiento, y más teniendo en cuenta la parquedad de datos de campo con los que contamos para su estudio.
Cuestiones étnicas aparte, lo cierto es que el desarrollo de los castros de la serranía norte de Soria durante la Primera Edad del Hierro supone la primera forma de poblamiento estable en la región. Para su definición tendremos que tener en cuenta los siguientes elementos arqueológicos: Sus emplazamientos estratégicos, fijados en lugares de fácil defensa debido a sus óptimas condiciones naturales: espolones, espigones fluviales, escarpes, colinas o laderas, con una altitud media de 1200 m. sobre el nivel del mar.
Sus dimensiones reducidas, siendo la superficie total de cada castro inferior a una hectárea, erigiendo construcciones defensivas en las zonas que no están protegidas por las condiciones naturales.
En cuanto a sus defensas, la mayoría de los asentamientos quedan fortificados con una única línea de muralla formada por piedras de careo natural asentadas en seco, protegiendo así el flanco más accesible al recinto, además de aprovechar para su trazado las afloraciones rocosas. Las puertas de acceso son difíciles de documentar, consistiendo en simples interrupciones en el trazado de la muralla o en uno de los extremos junto a un cortado.
La existencia de posibles torreones queda constatado por el aumento en los derrumbes de determinadas zonas del trazado de la muralla, destacando el caso de Valdeavellano de Tera con cinco torres de planta circular adosadas a ésta.
Otro elemento característico de estos castros serían las piedras hincadas o chevaux-de-frise, sistema defensivo que consiste en colocar series de piedras aguzadas de aristas cortantes hincadas en el suelo, sobresaliendo entre 0,30 y 0,60m. en la zona más vulnerable del castro, por lo que no siempre acompañarían a la muralla en su recorrido.
Además, la presencia de fosos podría quedar atestiguada en alguno de estos enclaves a partir de la observación de una ligera depresión, que bien pudiera ser fruto de la extracción de material en estas zonas con vistas a la realización de diversas construcciones.
Por último, habría que tener en cuenta su urbanismo, aspecto quizás menos conocido debido a las dificultades de detección que implica su mera prospección, lo que suscitó que
muchos investigadores supusieran que la arquitectura doméstica estuviera constituida por
simples cabañas efímeras, considerando que las construcciones de
mampostería habrían comenzado a emplearse en un momento avanzado de la Edad del Hierro. No obstante, los escasos trabajos arqueológicos llevados a cabo en el interior de estos castros, han dado a conocer diferentes tipos de plantas de habitación con formas
rectangulares y circulares.
Dejando al margen los aspectos meramente descriptivos, me he propuesto dar un
nuevo enfoque al blog y continuar con el estudio de estas comunidades humanas que la memoria del tiempo ha borrado casi por completo, conservando únicamente, por un lado, el apelativo de pelendones con el que fueron designados por forasteros llegados desde muy lejos, y por otro, la solidez de sus gruesas murallas, hoy derruidas y amontonadas en el silencio, sin perder por ello la esperanza de algún día ser recordadas. Para ello, se irán incorporando artículos propios y comentados de
otros autores, novedades sobre su investigación y otros temas relacionados
con el mundo celta, celtibérico y soriano, sin obviar el amplio abanico de posibilidades que se nos abre con el estudio de las tradiciones populares de los pueblos que hoy día ocupan este y otros lugares, nuestras "otras hierbas", lo que nos ayudará a humanizar y a dibujar a grandes rasgos, el rostro de estas gentes tan remotas.
Iniciemos ya nuestro viaje virtual a la noche de tiempos, donde transitaremos por colinas plateadas, grises alcores y cárdenas roquedas, siguiendo al Duero hasta verle trazar su curva ballesta, para finalmente penetrar en los místicos y guerreros campos de Soria, donde parece que las rocas sueñan.
Tras un largo invierno
llega la primavera y en territorio pelendón salimos de nuestro letargo con el
brotar de los primeros tallos verdes y el nacimiento de nuevos miembros de
nuestra cabaña ganadera. Este renacer de la naturaleza, que será festejado en la
festividad de Beltaine donde
pingaremos el mayo, nos pone en marcha para volver a guerrear y presentar las
reflexiones llevadas a cabo durante este largo periodo de inactividad. La lucha
por conseguir el sustento diario del clan, además de la cría y entrenamiento de
los jóvenes jabatos que mañana continuarán por la senda iniciada desde la larga
noche de los tiempos podrá ser compaginada con la marcha hacía vuestro
encuentro.
Así pues, la campaña que se inicia estará
enfocada en sacar fuera la necesidad imperiosa que muchos sentimos a la hora de
buscar la raíz más profunda que hay en nuestro interior. Algo se mueve dentro,
relacionado posiblemente con el anhelo de escapar de un mundo moderno y
globalizado que nos consume y en el que nos vemos anclados, donde lo material,
la economía y lo técnico parecen impregnarlo todo, olvidando lo más autentico
de nuestro ser, es decir la sabiduría de nuestros antepasados, cuya huella se
trasluce a partir de su historia y del conocimiento de las costumbres y
tradiciones ancestrales de los pueblos.
No se trata de caer en vagos idealismos
románticos a la hora de emprender la búsqueda de nuestra propia esencia
ancestral, ni en denostar los innegables avances que nos trajo la modernidad,
sino incidir en ese desarraigo y en la necesidad de recuperar o reinventar, sin
perder la conciencia crítica, otra manera de concebir el mundo en conexión con
lo más “puro” del interior del ser humano, inherente a lo largo de milenios.
Es por ello que sentimos la necesidad de empoderarnos,
aunque no seamos conscientes de ello, y el ansia de marchar al reencuentro con
nuestra propia identidad, la cual podría mejorarnos en lo humano y por qué no
en la vida y en el desarrollo económico de aquellas zonas rurales de interior
que sufren la mayor tasa de despoblación de Europa y que ahora se equipara a
las de Laponia.
En el caso que aquí presento, la llamada de
lo ancestral me lleva al alba de la Edad del Hierro, a medio camino entre lo
más “salvaje” y “primario” de nuestra Prehistoria y la entrada en la Historia,
punto de partida, a mi entender, de la configuración de un cúmulo de
tradiciones, creencias y costumbres que han acompañado al hombre a lo largo de
todo su recorrido hasta el presente.
En Soria
la esencia más pura del ser humano nunca llegó a desaparecer del todo,
fruto de un devenir histórico en el que el progreso y la modernidad chocaron
abiertamente con las formas de vida de sus gentes. Apegados a una concepción
del mundo en el que el hombre integraba la naturaleza que le rodeaba a su
propio ser y construía su propia identidad en base a toda una serie de valores
éticos y espirituales que se fueron transmitiendo a lo largo de generaciones,
nos encontramos con la forja de un modo de vida campesino que se fue adaptando
al paso del tiempo y a unas necesidades que escapaban de lo estrictamente
material de la actualidad.
LA EDAD DEL HIERRO
Partiendo de las fuentes de información disponibles
para el conocimiento de la Primera Edad
del Hierro (siglos VII/VI-IV a.C.), la ciencia arqueológica nos revela en
territorio soriano lo que siempre se ha interpretado como dos a realidades
culturales y quizás étnicas, la de la Cultura Castreña Soriana que se
desarrolla en la Serranía Norte y que supone la primera forma de poblamiento estable en la región, y la de los
poblados-necrópolis del centro y sur, actuando
la Sierra de Frentes y Cabrejas como área de fricción.
En nuestro recorrido por el centro y sur provincial, nos
encontraremos con una serie de aldeas ubicadas en altura, aunque en ningún caso
inaccesibles, sin sistemas defensivos artificiales y de un tamaño heterogéneo,
junto a toda una serie de necrópolis que en los últimos años empiezan a ponerse
en relación con dichos hábitats. En estos cementerios, como Carratiermes, Ucero,
La Mercadera, Ayllón (Segovia)y Pinilla Trasmonte (Burgos), etc., se constata
en sus fases iniciales (siglos VII-IV a.C.) tumbas de incineración en urna con
ajuares en los que aparecen armas (puntas de lanza, regatones y cuchillos
curvos), adornos de bronce (fíbulas, broches de cinturón, pectorales y
brazaletes) y fusayolas. La presencia de
estos elementos podría estar relacionada con la demanda de bienes de prestigio,
lo que apuntaría hacia cierta complejidad de la sociedad, dentro ya de un
modelo gentilicio articulado en torno a un antepasado común al que se le
rendiría culto como héroe fundador y modelo a seguir. Aquí, una élite guerrera expansiva haría
ostentación de ellos y presionaría a sus vecinos de la Serranía Norte, mucho
más reacios a los cambios. Al mismo tiempo la existencia de un nivel social
desfavorecido, evidenciado a partir de la presencia de otras tumbas que carecen
de ajuar, e incluso a partir de la ausencia de enterramientos de aquellos que
no tendrían cabida en las necrópolis vendría a confirmar el grado de
jerarquización social que van alcanzando estas gentes.
En paralelo, ocupando las colinas, escarpes y
laderas que linealmente se disponen en los rebordes montañosos del Sistema Ibérico se
desarrolla la llamada Cultura Castreña
Soriana, cuya homogeneidad morfológica, con superficies entre media y una
hectárea de extensión, sumado a la presencia de construcciones defensivas tales
como fosos, piedras hincadas y murallas, así como una cultura material donde
predominan tipos cerámicos toscos realizados a mano junto a la escasez de
objetos de hierro (fundamentalmente de bronce), vendrían a definirla (Taracena;
1941 y Romero Carnicero; 1991).
La no detección de lugares centrales desde
donde se articulara el territorio nos llevará a sugerir que no existirían diferencias
sociales entre los castros y que ninguno intervendría en la producción y en la
toma de decisiones de otra comunidad. Es por ello que cada castro podría estar
garantizando el control estratégico de sus medios de producción, principalmente
zonas de pasto y bosques, que en un porcentaje muy elevado podrían haber sido
de usufructo colectivo, sin llegar a superar nunca su capacidad de carga, de
ahí que probablemente se limiten física y demográficamente con la construcción
de sus murallas.
Aquí parece entreverse un modelo de sociedad
de estructura más arcaica que las gentilicias que parecen detectarse tanto en
las tumbas de guerreros del centro y sur de la actual provincia, como en
contextos celtibéricos antiguos contemporáneos de otras áreas adyacentes. Su fuerte personalidad y resistencia al
cambio, nos lleva a pensar, más que en la existencia de diferentes grupos
étnicos en el entorno, (idea que responde a las viejas teorías de las oleadas
invasionistas que abogan por la formación de un primer grupo serrano
identificado con los pelendones que
acabarán siendo arrinconados por los arévacos), en su posible relación con la
presencia de elementos indoeuropeos más antiguos que se desarrollan en la
Península Ibérica, tal y como parece constatarse en el nivel más antiguo del
Castillejo de Fuensaúco, en el yacimiento de El Solejón de Hinojosa del Campo o
en el reciente hallazgo de una necrópolis de incineración en San Pedro de
Oncala, datada en el siglo XI a.C.
En definitiva, todo apunta a que para este
tiempo, castros de la serranía y poblados-necrópolis del centro-sur comparten
una raíz común céltica e indoeuropea, cuyas diferencias quizás estén más en
relación con el poder sociopolítico de unos y otros.
En un momento avanzado del siglo IV a.C. da comienzo la Segunda Edad del Hierro, donde parecen
detectarse algunos cambios territoriales, ya que en la Serranía Norte se
abandonan el 30% de los castros al mismo tiempo que van surgiendo nuevos poblados de extensiones
heterogéneas (2-6 Ha) que pasan a ocupar las tierras más suaves y de mejor
calidad agrícola. Este proceso de intensificación
agrícola llevaría aparejado la necesidad de planificar el ciclo agrario de
manera más rígida, invertir en una mayor fuerza de trabajo sobre la tierra, la
especialización de ciertos recursos por encima de los restantes, y como
consecuencia directa, la necesidad de alcanzar una tecnología adecuada que hasta ahora no había
sido necesaria (generalización del hierro, cerámicas torneadas y una elevada
proporción de sepulturas de guerreros documentada en la mayoría de las
necrópolis, como Carratiermes, Ucero, La Requijada de Gormaz, Quintanas de
Gormaz, La Revilla de Calatañazor y Viñas de Portuguí en Osma) .
Además, se detecta en la configuración de los
hábitats un aumento de tamaño y la tendencia hacia la concentración de la
población, estandarizada en un nuevo modelo de “poblado cerrado” que se ordena internamente en torno a un espacio
central o calle, formando alineaciones de viviendas uniformes, lo que podría
reflejar un reparto equitativo del espacio doméstico que para nada parece
responder al ideal bucólico de las sociedades agropecuarias igualitarias donde
nada es de nadie y donde se vivía en armonía y cooperación, sino todo lo
contrario.
Los Castellares de Arévalo de la Sierra (Foto: celtiberiasoria.es)
Este modelo de poblamiento que venía expandiéndose
desde áreas adyacentes evidencia un fenómeno que se ha venido a llamar “celtiberización”, y podría estar
manifestando la culminación de este modelo de comunidad campesina más estricto,
propiciado seguramente por un dinámico sistema de alianzas y pactos que
ayudarían a afianzar el liderazgo y la institucionalización de determinados
linajes frente al resto de las estructuras vigentes, cuya estrecha vinculación
a la tierra debió minimizar cualquier intento de resistencia, haciendo más
costoso el abandono del medio producción que la asunción del tributo exigido.
A partir de los siglo III y II a.C. el desarrollo de las primeras protociudades (oppida) como Numancia certificaría la consumación de la jerarquización de una
sociedad articulada alrededor de una jefatura, conformando a su vez
colectividades regionales mayores pre estatales, donde una capital absorbería a
los grupos gentilicios de los castros adyacentes. Así, se inicia un proceso de
concentración y jerarquización espacial desde un núcleo central que engloba en
su territorio un engranaje de asentamientos de pequeño tamaño o aldeas,
poblados de mediano tamaño y castillos defensivos, todos ellos ordenados
estratégicamente para asegurar la producción, el control de sus zonas de
influencia y las vías de comunicación (Jimeno; 2011).
En este sentido, las fuentes escritas nos
ofrecen el nombre de los principales núcleos de población de una región
habitada por las etnias de los arévacos y de los pelendones, cuyo análisis y
polémicas dejaremos para otro lugar.
Muralla de Arekorata (Muro), la posible Augistóbriga de los pelendones (foto: celtiberiasoria.es)
Las sociedades
de jefatura se establecerían alrededor de una élite aristocrática que ha
hecho méritos para dirigir a un grupo, ejercer autoridad y redistribuir la riqueza. Estas quedarían
organizadas a través de la creación de un entramado de clientelas y pactos en el que se apoyarían para ejercer el
liderazgo, fortaleciendo sus lazos de unión a través de instituciones guerreras
bien documentadas como la devotio¸ donde el jefe militar queda protegido por la cofradía de
guerreros que lo acompañan, llegando al extremo de consagrar sus vidas por él
si éste moría (ver cita de Valerio Máximo (3,2, ext.7), concibiendo la muerte
como algo deseable para conseguir la inmortalidad.
Además la creación de redes clientelares
amplias y cohesionadas se apoyaba también del hospitium, institución de
la que también se hacen eco tanto las fuentes literarias clásicas como las
epigráficas, siendo entendida tradicionalmente como la necesidad de las
jefaturas por establecer lazos de protección mutua con sus iguales de otros
territorios.
En definitiva, este modelo de sociedad de
jefaturas se apoyaría en el ejemplo y valor heroico de una élite que se
articularía en torno a un antepasado común del que todos descienden y al que
siguen su ejemplo, que con el tiempo haría las veces de “santo protector” de la
ciudad y elemento de unión. Aquí la figura del caballo representado en báculos
y fíbulas y documentado a través de sus tumbas podría significar la fidelidad y
la devoción hacia ese linaje guerrero que guía a la comunidad no solo en lo
político, en lo militar y en lo económico, sino en relación a un ideal espiritual, de honor y valor, sin
olvidar otras interpretaciones ligadas a su posible vinculación con una
divinidad céltica solar, como apuntaremos a continuación.
ESPACIOS SAGRADOS
A continuación vamos a esbozar de forma
sucinta algunos de los elementos de la religiosidad de celtíberos, cuyos lugar
de culto por excelencia sería el santuario al aire libre o nemeton. Estos lugares
generalmente serían cuevas, ríos, lagunas, montes, rocas, árboles, etc., es
decir enclaves donde se manifiestan las divinidades o pudiera sentirse la
presencia de un numen (Alfayé y
Rodríguez; 2009). Sus localizaciones son
muy difíciles de constatar debido a la ausencia de una arquitectura sagrada y a
las escasas huellas arqueológicas dejadas, no obstante encontramos en una cita
de Marcial (I, 49,5) la alusión a un bosque sagrado que pudo emplazarse en el
entorno del puerto de La Bigornia, cercano al Moncayo (¿Borobia?). Textualmente
se recoge lo siguiente: “Verás, ó
Liciano, la alta Ciudad de Bilbilis, noble por sus aguas, y por la fábrica de
sus armas: Verás el Cauno esteril por sus nieves; el sagrado Vadaverón entre
quebrados montes; y el apreciable bosque del delicado Botrodo, delicia dichosa
de Pomona”.
La provincia de Soria
en la actualidad cuenta con ciertos parajes en los que determinados elementos
naturales como bosques, árboles, fuentes, montes, cuevas, ríos, etc., así como
los animales que habitaban en ellos (lobo, jabalí, ciervo, lobo, buitre, etc.),
parecen haber mantenido ese estrecho vínculo que ha quedado grabado en el
subconsciente colectivo y que hoy día siguen siendo sello de identidad de sus
pobladores, lo que no implica necesariamente que hubiesen funcionado como
santuarios.
Nos referimos, en
primer lugar a montañas sagradas como pudo ser el Moncayo, fuente de múltiples leyendas que van desde Hércules y Caco
a otras más cercanas en el tiempo como la recogida y adaptada de G.A. Becquer
de “El Gnomo”, o por ejemplo el
sobrecogedor paraje de la Laguna Negra. Aquí el imaginario popular recoge infinidad de relatos entre los que destaca
el de su formación, de la mano de un ser monstruoso que enfurecido abre una
brecha en la tierra por la que sale a devorar al caballo de un jinete que osaba
a beber de las aguas del manantial que en ese lugar se encontraba, dejando
abierta una hendidura que se cubriría por las aguas que hoy forman la laguna. De nuevo parece entreverse dicha concepción del hombre pre moderno hacia una
naturaleza dotada de vida y alma.
Por otra parte
contamos con el manantial de La Fuentona
cercano al municipio de Muriel de la Fuente, donde nace el río Avión,
lugar en el que se produjo el hallazgo de un casco celtibérico (siglos III-II
a.C.) recuperado en una sola pieza, aunque roto y ligeramente deformado
probablemente de forma intencionada (Lorrio; 2013), a modo de acto de
sacrificio (el propio objeto) que contaría con el agua como elemento
catalizador de dos realidades, salida/entrada físico y funerario, vinculado a
la idea de muerte y regeneración de la tradición celta. El enclave además,
considerado un “pozo sin fondo” jugaría un papel muy importante a modo de
espacio natural acuático posiblemente sacralizado donde se manifestaba una
divinidad céltica de las aguas y el inframundo, posiblemente Aironis, nombre que recuerda al del
topónimo ampliamente distribuido por la meseta de “pozo airón”, quizás como
perduración del teónimo que se constata en el pozo del castillo de San Esteban
de Gormaz (Airo), en las cercanías de
Aldea del Pinar (Burgos) o en la lápida de Uclés (Cuenca) por citar algunos
ejemplos.
Y qué decir del
majestuoso Parque Natural del Cañón del
Río Lobos donde existen evidencias desde tiempos inmemoriales de su
sacralidad, que van desde la Edad del Bronce, momento para el que se documentan
grabados esquemáticos en el interior de las Cuevas Mayor y Menor, funcionando
quizás como lugar de comunicación de identidad intergrupal, de reafirmación del
grupo o grupos o de eventos en tiempos
de disgregación de estos, pasando por la cercanía de una necrópolis celtibérica
de San Martín de Ucero, que quién sabe si no expondrían a los buitres del cañón
a sus guerreros caídos en combate tal y como nos describe Silio Itálico (Pun.
3,340,343). No nos olvidemos tampoco de la fuerza que irradia y el mensaje
simbólico que emite la ermita protogótica vinculada a los templarios de San
Bartolomé (siglo XIII), donde aún hoy, cada 24 de agosto, son recordadas con la celebración de una romería
en honor a San Bartolomé y a la Virgen de la Salud.
Por último, hacer
mención al monte Valonsadero, zona natural de
ricos pastos verdes casi todo el año cercana a Soria capital, donde confluyen
toda una red de cordeles, veredas y cañadas que descienden desde la serranía.
En este lugar se ha documentado un importante
conjunto de pinturas rupestres esquemáticas repartidas en los abrigos de
formaciones rocosas que representan en lenguaje simbólico aspectos cotidianos
como el pastoreo, la domesticación animal, etc., junto a aspectos
sociales complejos posiblemente de culto a los antepasados. Entre todas las manifestaciones pictóricas documentadas, (datadas
entre mediados del III mileno), quisiéramos destacar el posible “trisceles” del
Covachón del Puntal que nos remontaría a la Edad del Hierro, planteando la
posibilidad de que en estos momentos se siguiesen realizando rituales y
ceremonias, reuniones e intercambios en el lugar. Es significativo que en la
actualidad este monte siga siendo un punto importante para el esparcimiento de
los ganados, así como para la celebración de las fiestas de San Juan en el
solsticio de verano, cuya lectura rebasa los límites del mundo moderno
en el que estamos insertos. Allí se acude a buscar a los toros (La Saca) que
son conducidos a la capital para ser sacrificados (Viernes de Toros) y
posteriormente subastar sus tajadas (Sábado Agés) y comerlas en acto de
comunión (Domingo de Calderas).
RELIGIOSIDAD
En cuanto al panteón céltico, al igual que ocurre en todo el territorio peninsular,
existe una gran confusión a la hora de establecer su ordenación, debido en
parte, a la escasez de información proporcionada por las fuentes escritas y a
la presencia de numerosos teónimos que salieron a la luz a partir de la
epigrafía que podrían estar haciendo alusión a una misma divinidad nombrada de
diferente manera por cada etnia o región. A esto se le suma que los pueblos
célticos concebían lo divino de manera mucho más abstracta que en el mundo
grecorromano y que sólo en momentos tardíos, al alba de la romanización,
aparecen representaciones plásticas cargadas de una enorme sacralidad. Tal es
el caso de la cerámica policromada de Numancia, datada en torno al siglo I
a.C., donde encontramos innumerables motivos geométricos que parecen reflejar
cultos solares, representaciones zoomorfas como toros y caballos, animales que
encerrarían en sí símbolos o atributos de una divinidad, así como escenas
antropomorfas, entre las que destacamos la de un posible sacerdote en acto de
sacrificio o la que parece una divinidad femenina vista de frente en gesto de
desvelarse.
Fragmento de cerámica numantina (Foto: A. Plaza)
Será la epigrafía la principal fuente de
conocimiento de las deidades que pudieron ser veneradas en el Alto Duero,
destacando el culto a Lug y las Matres, y en menor medida a la diosa Epona, lo
que viene a coincidir con lo documentado en Celtiberia.
Respecto al dios pancéltico LUG,
contamos con el hallazgo de un ara votiva que dedican los zapateros de Uxama
(Osma, Soria) a Lugovibus (plural de Lugoves), así como con la inscripción
procedente de Pozalmuro (Soria) donde se puede leer el nombre de Lougesteri, recientemente revisada y
considerada un antropónimo en genitivo y no un teónimo.
Ara votiva dedicada Lugovibus (Uxama Argaela)
Lug parece haber sido originalmente un dios
solar o de la luz, guerrero protector de los campos, además de patrón del
comercio y de los pactos y juramentos, cuyo animal totémico pudo ser el cuervo.
Además, como divinidad solar resplandeciente podría haber cumplido también la
idea de guiar a las almas al Más Allá y/o propiciar el renacimiento de los
difuntos, tanto hombres como mujeres, pudiendo formar parte de las
representaciones de jinete a caballo que se documentan en algunas estelas
discoideas celtibéricas y cántabras, así como en las fíbulas de caballito y
báculos de distinción, los cuales en muchos casos aparecen acompañados de
cabezas, símbolo que más allá de su acepción como trofeo de guerra, vendría a
señalar el compartimento donde reside el alma, como así hacen constar las
viejas creencias indoeuropeas. Su relación con el gremio de los zapateros de
Uxama no parece casual tal y como se refleja en la literatura medieval galesa,
a su vez recopiladora de tradiciones orales de varios siglos antes, caso de la IV Rama del Mabinogion (siglo XI) donde
se alude a Lleu Llaw Gyffes” (rubio,
mano, diestro), identificado como Lug bajo la denominación “Uno de los Tres Zapateros Dorados”, que se repite en
las Triads de Gales (siglo XII) y que
concuerda con la aparición de testimonios numismáticos galorromanos en los que
aparece esta divinidad representada asociada a una leyenda que dice SVTUVS AUG
o “Zapatero Divino” (Alberro; 2010).
Báculo de prótomos de caballo con jinete, Numancia
Las MATRES,
generalmente asociadas a fuentes con virtudes curativas, eran diosas con
múltiples funciones, como protectoras de la fertilidad y de la casa, la guerra,
el destino y la fortuna. La certificación de su culto nos llega a través de la
epigrafía, siendo inexistentes los testimonios iconográficos en el ámbito
hispano, donde nos encontramos con algunos ejemplos cercanos bajo el epíteto de
Matribus en Clunia (Burgos) y Yanguas
(Soria), Monitucinis de Salas de los
Infantes (Burgos) o en dativo plural céltico Matrubo de Agreda (Soria). Al respecto, resulta sugerente la
relación del altar de Yanguas con un manantial de aguas sulfhídricas útil para
curar erupciones cutáneas existente junto a la carretera de Diustes, así como
el de Ágreda respecto a una fuente de aguas sulfurosas con propiedades
sanadoras (Olivares Pedreño; 2013).
Altar de Yanguas
Otras denominaciones locales femeninas halladas en el entorno serían Atemniae (Yanguas, Soria) y Drusune
(“Los Olmillos”, aldea próxima a San Esteban de Gormaz donde hay una ermita y
un vado para cruzar el Duero), posiblemente pertenecientes a un mismo santuario
(Olivares Pedreño; 2013).
La otra divinidad pancéltica por excelencia
venerada por los pueblos celtas es EPONA
cuyo culto estaría muy difundido en Europa, principalmente en la Galia y
Germania, llegando incluso a ser adoptada como diosa tutelar de los oficiales y
soldados de caballería romanos. Estadivinidad
indoeuropea vinculada al caballo tiene además una posible relación con la
reproducción y la fertilidad animal y vegetal, aunque la mayoría de los
investigadores destacan por encima de todo su carácter soberano. A pesar de que
también puedan ponerse en relación con fíbulas y báculos donde se representan
caballos, no consta ninguna prueba de su culto en la zona, aunque si se
conserven algunos ejemplos en los altares de Lara de los Infantes (Burgos),
Sigüenza (Guadalajara) y Monte Bernorio (Palencia). Por último, contamos con otros testimonios
votivos de epíteto desconocido en Hinojosa de la Sierra (Soria), donde se alude
a Lattueriis
y a Peicacomai
o alguna otra variante que Jimeno (1980) interpreta como Longini(us) con muchas reservas, la de Canteco en Espejo de Tera (Soria) y V(..)ocio en Alconaba
(Soria).
Fuera ya del campo de la epigrafía encontramos
referencias literarias que parecen indicar la existencia de un culto a la luna, tal y como recoge
Estrabón (III, 4, 16) quien dice que los celtíberos y sus vecinos del norte
rinden culto a un dios sin nombre danzando toda la noche, a las puertas de sus
casas, durante los plenilunios. Más que la existencia de un culto a la luna, podríamos
pensar que este dios anónimo podría ser uno de los más venerados entre los
celtas, llamado Dagda entre los
irlandeses y Dis pater entre los
galos, del que todos descenderían, sin obviar su relación con el calendario
agrario.
Terminando, quisiéramos
hacer una breve referencia ados
divinidades célticas de las que no contamos con testimonios fiables para
asegurar su veneración en nuestro ámbito de estudio. La primera esCernunnos,
muy presente en las Galias, donde aparece asociado a la figura del ciervo como
animal que trasmite la idea de fertilidad, riqueza y regeneración, habiéndose
creído identificar en una pintura de un vaso numantino donde aparece una figura
humana con cuernos. Al respecto, algunos investigadores como Silvia Alfayé
(2007a) creen más en la posibilidad de que esta representación esté relacionada
con la visión de un lobo en perspectiva cenital, planteando serias dudas
respecto a la difusión e intensidad de su culto en Celtiberia, reflexión con la
que estamos de acuerdo.
Fragmento de cerámica numantina asociada generalmente a Cernunnos (Foto A. Plaza)
La otra sería Sucellus, conectado con el mundo de
la guerra y adoptando un carácter infernal y funerario, ligado a su vez a la
potencia simbólica del lobo. No cabe duda que este animal es el depredador por
excelencia del mundo occidental, modelo ejemplar de las fraternidades guerreras
en todo el mundo indoeuropeo (Almagro-Gorbea, 1997). Encontramos
representaciones asociadas a su figura en buena parte de Celtiberia, entre las
que destacamos los casos cercanos de las cerámicas numantinas (fragmento con
hombre cubierto con una piel de lobo, Vaso
de los Guerreros, jarra con tres perros pintados en perspectiva cenital y
en la anteriormente apuntada que se ha venido interpretando como representación
de Cernunnos); la copa pebetero del
Castillejo de Garray (decorada con tres
esquemáticos zoomorfos en perspectiva cenital); en algunas fíbulas como la de
El Castillo de La Laguna (zoomorfo en perspectiva cenital, posiblemente un
lobo), así como en algunas trompas de guerra numantinas que adoptan la
forma de una cabeza de lobo. Mayor controversia
presenta el monumento de caliza con un signo “T” grabado en el testero hallado
por González de Simancas en una estancia situada junto a la muralla de Numancia
(siglo I a.C.) que G. Sopeña (1995) interpreta como la representación del
martillo de esta divinidad céltica que porta un mazo con el que puede matar (si
golpea con el lado izquierdo), o dar la vida y propiciar la fecundidad (si lo
hace con el derecho).
Trompeta de guerra de Numancia con cabeza de lobo
2.POSIBLES PERVIVENCIAS HASTA LA LLEGADA DE LA MODERNIDAD
Muchas de las creencias que estaban vivas en
el momento en el que hace aparición la civilización romana en Celtiberia no
parecen desaparecer por completo, sino que se reinterpretan y adaptan a través
de un largo proceso, propiciando la creación de un universo religioso de nuevo
cuño que no sería totalmente romano, pero tampoco indígena. Esto parece
acontecer sobre todo en aquellas zonas retardatarias cuyas familias estaban
fuertemente unidas por lazos ancestrales y vinculadas a un ámbito territorial
en el que el desarrollo social y político no había alcanzado cuotas
excesivamente elevadas. De tal manera, las religiones privadas o familiares
debieron ser la tónica dominante de estas gentes, es decir a nivel local y en
base a las relaciones de parentesco con una divinidad protectora, lo que les permite su pervivencia
con la romanización y más allá de la Antigüedad tardía, ya que no supondría un
peligro respecto a la promoción del culto imperial. Esto explicaría que varios
siglos después de la conquista de Celtiberia por Roma sigamos encontrando
denominaciones de lugares, personas, familias, divinidades y cultos propios de
la Edad del Hierro, aunque quizás lo que más variase fuese el ritual, ya que con la romanización
se introduce la costumbre de dedicar altares y cumplir promesas en honor de los
dioses, además de plasmarse iconográficamente viejas creencias que hasta
entonces se caracterizaban por ser anicónicas y por la ausencia de templos.
En esta línea, tal y como apunta Santos
Crespo Ortíz de Zárate (1997) podría entenderse la no constatación de un sacerdocio druídico en la Península
Ibérica, pero si posiblemente de uno en un
grado menor que hubiera mantenido vivo este tipo de creencias colectivas
ancladas a un territorio y a unos antepasados determinados.
Fragmento de cerámica numantina con posible escena de sacrificio.
Al respecto, Marco Simón, F. (2005) comenta
la existencia de algunos indicios de dicho sacerdocio, como por ejemplo la
representación de una escena de sacrificio de un ave sobre un altar protagonizada
por un oficiante tocado de gorro cónico representado en un vaso cerámico de
Numancia. Este mismo autor apunta también la posible constatación de sacerdocio
a partir de la inscripción en lengua celtibérica de la llamada tésera deArekorata (¿la Augustóbriga de los pelendones?), donde aparece el término ueizos que califica al nombre propio Bistiros de los Lastikos, relacionado con el teiuoreikis del Bronce de Luzaga que denota una categoría superior
a la del mero redactor del texto y cuyo significado podría tener que ver con la
raíz *weid- (“ver”, “saber”), la
misma que da origen al término “druida” (acepción que se considera más correcta
que la relacionada con el término vidu-,
“árbol”).
Tésera de Arekorata (Foto M. Almagro-Gorbea)
A lo comentado anteriormente, añadir el
ejemplo de algunos antropónimos asociados a familias de origen celtibérico que
continúan consagrándose a divinidades de origen céltico en época romana, como
el caso de los Irrico / Iricos, señores
de la villa romana de La Dehesa en Las Cuevas de Soria, ofreciendo sus votos a Eburos,
divinidad céltica que adoptaría la forma de un jabalí (San Aragonés et al.;
2011).
En efecto, no parece que sea hasta el siglo V
d.C. cuando se produzca la persecución y condena de estas creencias no
contaminadas, tal y como reflejan las actas conciliares (véanse del XII al XVI
Concilio de Toledo) que insisten en no utilizar servicios de adivinos, ni
adorar a los viejos cultos paganos supersticiosos de la naturaleza que seguirán
manifestándose bajo la forma de religiones sumergidas como la hechicería o
formas similares.
Es significativo también cómo las élites
guerreras de los oppida se integran
en las clientelas militares romanas
conformando el grueso de sus tropas auxiliares, posiblemente movidos por la
continuidad de unos valores éticos que siguen alimentando costumbres como la devotio, en este caso hacía un general
(como en el caso de Sertorio), o hacía el mismísimo emperador en última
instancia para momentos posteriores.
No olvidemos tampoco, como al margen de la
potenciación del modelo urbano romano, en el mundo rural muchas de las técnicas
constructivas, oficios artesanos y quehaceres agrarios cotidianos tienen su
continuidad (aperos de labranza, tijeras de esquileo de ovejas, chimeneas
cónicas con bancos corridos, etc.), incluso petrificando con sus calzadas
antiguos caminos ganaderos. Además, si repasamos la Historia del Derecho en
España nos encontramos con que la explotación comunal de terrenos durante la
dominación romana se conoció con el nombre de compascua, proyectándose a la etapa visigótica, donde quedaron
indivisos montes, zonas de pasto y
bosques a fin de que pudieran ser aprovechados de forma colectiva.
Con todo, creemos estar ante todo un elenco
de creencias, costumbres y tradiciones que perduran en buena medida sobre todo
en zonas rurales, la mayoría, aunque difuminadas por el paso del tiempo,
quedando reforzadas con la suma de elementos de tipo germánico visigodo a
partir de la descomposición del Imperio Romano, en esencia de raíz común
indoeuropea. Si bien, la presencia del islam desvanecerá en gran medida gran
parte de las tradiciones más profundas de estas gentes ahora en tierra de
frontera, sobre todo en lo que concierne al mundo de las creencias, como ocurre
en gran parte del centro y sur peninsular, aunque de nuevo serán revitalizadas
con la repoblación medieval procedente del norte donde si se mantuvieron
limpios, sincretizados o fundidos con los cultos romanos, adoptando como forma
de religiones sumergidas, como las que veremos en el apartado siguiente que
dedicamos a la llamada “Soria Mágica”.
Tradición
y territorio medieval
A partir de la Edad
Media el universo campesino soriano adopta una organización territorial muy
particular que se manifestará reacia a las posteriores imposiciones de la modernidad,
además de que, en ocasiones, recuerde a las viejas fórmulas político
administrativas del territorio celtibérico organizado en oppida, castra y pagis.
Nos referimos a la creación por parte de los
repobladores altomedievales, entre los
siglos XI y XII, de una institución
que tendrá un gran arraigo posterior y que perdura con sus variaciones
hasta la actualidad, la Comunidad de
Villa y Tierra de Soria, que funcionaría como entidad unida (240
aldeas) para la defensa y para el aprovechamiento de una tierra cuya
titularidad era real, pero potenciando el disfrute colectivo de montes,
dehesas, ejidos y prados. Incluso entre las normas del Fuero de Soria (siglo
XIII) se perciben algunas similitudes con las fórmulas de los pactos de
hospitalidad celtibéricos. Ya en la Baja Edad Media, ante la
situación de dependencia de las aldeas frente a la villa de Soria, quien reunía
en sí las competencias políticas y capacidad de toma de decisiones, fueron surgiendo
nuevas instituciones para defender los intereses campesinos, dando lugar a la Universidad de la Tierra de Soria,
que en el siglo XV englobaba unas 150-160 aldeas. Ésta se encargada de gobernar
y administrar dicho espacio rural, al mismo tiempo que coordinaba las
relaciones con la ciudad de Soria y la Corona, configurando un entramado político-administrativo
que funcionaría a través de los Concejos de aldea, Asambleas Sexmeras y en última
instancia la Junta de la Universidad de la Tierra.
Sin embargo la
llegada del régimen liberal con Isabel II acabará decretando la
incompatibilidad de este tipo de institución que pasa a ser administrada por la
Diputación Provincial de Soria, aunque no tardarán mucho las voces en solicitar
que fuesen las aldeas las que llevasen a cabo estas funciones. Así, en 1898 de
nuevo el universo campesino decide confiar en la tradición y reinventarse,
reclamando la creación de la Mancomunidad
de los 150 pueblos de Soria, como heredera de las viejas instituciones
anteriores, en cuyo Título preliminar de sus estatutos podemos leer que se
tiene como objetivo prioritario “la
administración, conservación y de su patrimonio contra los ataques a su
integridad y la obtención del mayor rendimiento económico del mismo, según los
principios de máxima utilidad general y la colaboración de la satisfacción a
las necesidades de los pueblos, mediante los repartos de excedentes de los
rendimientos de los bienes”
Hoy día esta
institución sigue funcionando aunque con estatutos renovados desde 1984 y junto
a otras muchas tradiciones de trabajo comunal, tales como las hacenderas o
adras en las que todo el pueblo colabora en la limpieza de caminos, veredas,
bosques, etc., podrían ser el reflejo de la fuerte personalidad de este lugar
que reproduce y entiende las viejas fórmulas de sabiduría popular como su razón
de ser, y quién sabe si no se estuviesen repitiendo antiguos modelos que
hundirían su raíz más profunda en la Edad del Hierro.
3.LA “SORIA MÁGICA”
COMO FUENTE DE CONOCIMIENTO A TRAVÉS DE LA ETNOLOGÍA
A la hora de seguir
rastreando la esencia céltica que emana la tierra soriana, trataremos de ir más
allá de lo que nos aporta la documentación histórica y transitaremos por
algunos de los enclaves de la llamada “Soria mágica”, es decir a través del
universo de las tradiciones, creencias, misterios y folclore que nos puedan
ayudar a desentrañar cuál era la concepción del mundo en época pre moderna y
qué queda de él. Para tal fin, y en periodos históricos más avanzados en el
tiempo se hace necesario el empleo y la utilización de otras herramientas de
búsqueda como la Etnología, que en ocasiones podría estar funcionando a modo de
ventana entreabierta a nuestro pasado más lejano y brumoso de la Edad del
Hierro, momento que como hemos visto, se configura el primer poblamiento
estable de la región.
Nuestro propósito, por tanto, consistirá en
intentar arrojar algo de luz en el conocimiento de nuestros ancestros, además
de señalar el potencial natural, humano y etnográfico que aún se conserva en la
zona, aunque el terreno se presente resbaladizo y haya que ser enormemente
cautelosos a la hora de establecer conclusiones definitivas.
3.1.TRADICIÓN
Y LEYENDAS
Las leyendas juegan jugar un papel fundamental, ya que
forman parte del ámbito espiritual y del pensamiento de la humanidad, no
existiendo otra manera de llegar a ello. Todos los relatos legendarios que el
hombre ha ido repitiendo a lo largo de su historia no son más que la
transmisión de unos arquetipos que han llegado a día de hoy configurando, con muchos
añadidos y corrupciones, un depósito cultural que quizás se remonte al universo
ideológico de las primeras sociedades estables de la región. No obstante, tal y
como apunta Martín Almagro Gorbea (2009), se requiere un previo análisis
crítico sobre la formación y la temática de estas narraciones arquetípicas que
permita separar la paja del grano y dar a conocer su mantenimiento a lo largo
de un proceso de “larga duración”.
A través de la literatura
La literatura medieval recoge toda una serie de elementos que
a través del símbolo nos está transmitiendo una serie de valores inmutables en
el tiempo, en los que la ética heroica que todo ser humano aspira alcanzar
mediante una iniciación, parece jugar un papel primordial, eso sí readaptándose
a la concepción cristiana del momento. Es por ello que en obras fundamentales
como en El Cantar del Mio Cid, cuyo origen parece estar ligado a la
provincia, nos topemos con la esencia de un ideal que hunde su raíz más
profunda en el mundo hispano celta, como llamara la atención Martín Almagro-Gorbea
(2010) al referirse a los augurios que realiza nuestro héroe a través de una
corneja en el comienzo de su destierro, además de la prueba de adversidad a
superar que le espera para recuperar el favor y la confianza de su rey.
Por otro lado, contamos con el cantar de gesta de “Los
Siete Infantes de Lara” que nos pone en consonancia con el Valle del
Araviana y la Sierra del Almuerzo, por donde transitaron los hermanos camino de
la emboscada ante los musulmanes que Ruy Velázquez, enemigo de la familia, les
había preparado, acabando los siete decapitados y sus cabezas remitidas a la
Córdoba de Almanzor. Esta narración, quizás conserve con múltiples elementos
superpuestos la esencia del viejo rito céltico de las cabezas cortadas que se
ha creído constatado en Celtiberia (Almagro-Gorbea (2010), pudiéndose ser
reflejo de tales, ya muy suavizado por el cristianismo y con múltiples
matizaciones, el propio culto a San Saturio, patrón de Soria, cuyo cráneo se
venera dentro de un relicario de plata custodiado en el interior de la
Concatedral de San Pedro. No obstante la cabeza entre los
celtiberos goza de una trascendencia mucha más amplia, al ser ésta la
representación de la esencia de la persona.
Desarrollo de la decoración pintada de un cuenco de la necrópolis de Portuguí, Uxama (Osma, Soria)
Además, la tradición oral recoge en el término de Cortos se
conserva impresa en la roca la huella de la Virgen de Narros que se les aparece
a los siete infantes mientras almorzaban, junto a las cucharas y los platos que
también quedan impresos.
Sin
embargo, será en la literatura del siglo XIX, de la mano de Gustavo AdolfoBecquer, donde de forma inconsciente se recoja todo un abanico de
elementos del folclore popular soriano del que puede extraerse una raíz céltica
que va más allá de la intención romántica del autor (Martín Almagro-Gorbea; 2008-09).
En “El
rayo de luna” el autor nos
rescata a través de su protagonista todo un compendio de creencias
profundamente arraigadas en el imaginario popular del mundo rural tradicional,
tal y como se observa cuando enumera a los seres elementales del fuego, el
aire, la tierra y el agua que habitan en los cuatro elementos de la naturaleza,
o en su relación con la luna. En este sentido, en toda la tradición popular
castellana, al igual que ocurre en Galicia, Asturias y Cantabria y buena parte
de Europa, nos encontramos con relatos de origen celta que sin embargo, en este
rincón donde la historia de sus pueblos parece situar una de las cunas de la
celticidad peninsular han gozado de poca atención. Nos referimos a la creencia
de que todo ser viviente y todo objeto albergaba un espíritu o fuerza interior,
concepto que más tarde derivaría en la creencia de toda una serie de seres denominados
con más de mil nombres, pero que grosso modo conocemos como hadas, duendes,
gnomos, etc., es decir los seres feericos
o elementales de la naturaleza. En Castilla se hablaría de una familia de
mujeres sobrenaturales que reciben el nombre de “moras”, y que nada tienen que ver con los musulmanes, las cuales suelen
englobar a dos grupos de hadas, las encantadas y las damas de agua.
El origen de estos
seres fantásticos podría residir en la creencia de antiguas deidades de las
fuentes, a modo de seres míticos que moraban en ellas y las defendían,
otorgando propiedades sobrenaturales a estos lugares que la tradición acentúa
sobre todo en la noche de San Juan. Si bien, a las “encantadas” se las ubica bajo tierra, en cuevas o en el entorno de
viejas construcciones prehistóricas, saliendo por las noches a peinar sus
cabellos con un peine de oro y custodiando grandes tesoros, habiendo dejado su
huella dentro de los topónimos, como casa del moro, cueva de la mora, charca de
la mora, fuente de la mora, y un largo etcétera (Callejo Cabo, J; 1995).
Volviendo a lo que se desprende de la lectura de “El rayo de luna”, encontramos de la
misma manera la idea celta del paso al Más Allá a través del agua, connotación
de la que ya hablamos al hacer referencia a La Fuentona y que puede rastrearse
además en algunas fuentes clásicas que aluden a dicha concepción del río como
puerta de entrada de ultratumba (Estrabón en su Geografía III,3,4 menciona el cruce del río Lethes (Limia, Orense), considerado por
sus tropas como río del Olvido).
Asimismo la figura de la hermosa dama de blanco parece recoger
un viejo mito que posteriormente se transformaría en la Virgen Blanca o de las
Nieves, venerada en innumerables municipios de la provincia, que en el caso del
área hispano-portuguesa podría tener correspondencia con la diosa lusitana Ategina, relacionada con la noche, la
oscuridad y lo infernal, al mismo tiempo que es divinidad de la fertilidad de
la tierra que muere y renace con el ciclo agrario.
Por otro lado, Becquer en la leyenda de “La
Corza Blanca” nos pone en concordancia con un tipo de hada o espíritu
femenino que puede suplantar durante un tiempo el alma de cualquier ser vivo
alojándose en sus cuerpos, relacionada a su vez con la del ciervo de San
Humberto, patrón de la cazadores, así
como con la cierva blanca que le fue regalada a Sertorio durante la guerra
civil acaecida en el solar de Hispania (82-72 a.C.) y que fue utilizada como talismán
y portadora de mensajes divinos para ganarse el favor de sus aliados nativos
ibéricos, quienes la consideraban una deidad.
También podemos añadir la leyenda de “El Caudillo de las manos rojas”,
donde el poeta de nuevo nos describe una virgen de blanca túnica que puede contemplarse
en la noche con los primeros rayos de la luna, así como la presencia de lo que
parece ser una mora de agua de la leyenda de “Los Ojos verdes” que transcurre
en las cercanías del Moncayo. En cuanto al elemento tierra, lo encontramos nuevamente
en el Moncayo, ya en su vertiente aragonesa, de la mano de “El
gnomo”, donde se repite la idea de una fuente encantada a través del
cual se accede a las profundidades de dicho monte sagrado, lugar habitado por
estos seres que custodian grandes tesoros.
Por último, y quizás
la más conocida y repetida sea la leyenda de “El Monte de las Ánimas”
que Becquer escuchó contar a las viejas del lugar. Este relato muestra la
relación con el culto a los antepasados y la relación entre el mundo de los
vivos y el de los muertos que se produce el 1 de Noviembre, día de la
festividad celta de Sammain, además
de suceder en un monte junto a un río y reproducir otro de los elementos
reconocibles del imaginario celta, el de la batalla funesta, el cazador perdido
o la caza fantástica. Es significativo que en la Sierra del Madero, en las
ruinas de San Andrés, termino deValdegeña, exista también la leyenda oral
de los esqueletos fantasmagóricos de los templarios que vagan por el entorno en
la noche de difuntos portando espadas y espantando a cazadores, mitema
ampliamente extendido por toda la literatura épica irlandesa y galesa de
tradición céltica.
La tradición oral
En el terreno de la
tradición popular transmitida hasta nuestros días de boca a oído, contamos con
el magnífico trabajo de recopilación llevado a cabo por el historiador Florentino
Zamora Lucas, en cuya obra “Leyendas de Soria” (1998) podemos entrever varios
aspectos que podrían hundir sus raíces en la Europa céltica.
Así pues en relación
a la Dama Blanca, encontramos en
Ágreda la leyenda de la Virgen de los Milagros, donde un pastor trashumante de
Yangüas por tierras de la vieja Lusitania (Extremadura), guiado por este ser de
luz encuentra la talla de la virgen que recoge y transporta hasta su lugar de
origen, no pudiendo depositarla en él debido al caudaloso río que
milagrosamente aparece rodeando la localidad (de nuevo el elemento agua). Es
por ello, por lo que se encamina hacia Ágreda donde tras conocer los problemas
acaecidos durante el regreso del pastor, se decide rendirla culto en la iglesia
de San Martín, restaurada por los yangüeses que repoblaron la localidad soriana
(Almazán de Gracia; 1994).
También es abundante la
temática referida al castigo
infringido a toda una población generalmente por parte de una mujer que
recuerda a un hada o mora, en muchos casos asociado a una fuente envenenada.
Tal sería el caso del despoblado de Mortero, entre AlmarzayArévalo de la Sierra, donde se cuenta que todos los habitantes, menos una anciana
que se quedó al cuidado del ganado en los pastizales, fueron invitados a una
boda y fallecieron por beber y comer alimentos cocinados del agua de un pozo envenenado
por una salamanquesa, o aquella versión que atribuye a esta anciana la
categoría de bruja que envenena despechada el manantial, siendo perseguida
después por los esqueletos de los muertos hasta obligarla a sumergirse en el
agua suspirando, de ahí que al manantial se le conozca como el “de los
Suspiros”.
Otros ejemplos conservados de leyendas sobre fuentes envenenadas,
en posible conexión con estos seres que
castigan a quienes osen molestarles, aparecen en las cercanías de Quintanas de Gormaz, Tajueco, Masegoso (sapos), Villamediana
(un reptil) y en Fuentelfresno (una salamanquesa) (Almazán
de Gracia; 1994).
Transformada en una pastorcilla (posiblemente una dama
de agua), cuentan que en Añaviejaun vaquerillo se
enamora de ella y le regala una colodra bellamente decorada por él junto a la
laguna, marchando poco después a Tarazona al queda sin trabajo, para regresar años después y encontrar la
misma colodra saliendo de una acequia. Este hombre acabaría ahorcado por los
moros, por lo que la pastorcilla les maldice.
Dentro del ámbito de
la tradición oral asociada a los cuentos de hadas, que aquí desvinculamos de su
acepción como mera literatura infantil, Soria ciudad cuenta con su particular
“bella durmiente”, narración arquetípica que se remonta milenios atrás en el
ámbito indoeuropeo, existiendo múltiples versiones como la referida a una tal Irene Salcedo que ante la fatal noticia
de la muerte de su amado que marchó a la guerra entra en estado cataléptico
para ser despertada con el beso de su amado vivo a su regreso en el día de
Santa Ana, y de ahí la construcción de su ermita en la ciudad de Soria.
Un tipo diferente de leyendas que aparecen en
abundancia en el imaginario colectivo soriano son las historias que hablan de cuevas-simas con tesoros, generalmente relacionado con los moros y en lugares donde
abundan las evidencias arqueológicas relacionadas con la Edad del Hierro. Al
respecto destacar las de las cuevas de laSierra de Carcaña, entreEspejo de TerayTardesillas,enMolinos de Duero,San Leonardo, en la calle deSorovegadeSoria, en la Cueva de Zampoña, entre la
capital yLos Rábanos, así como en la narración del carlista que pierde sus
alforjas llenas de dinero en Navaleno e incluso en las entrañas de la ciudad
celtibérica de Tiermes, dondese
dice que hay escondido unbecerro
de oro (Almazán de Gracia;
1994). Pero estos tesoros
escondidos no siempre serán legendarios y si no recordar el hallazgo del
depósito votivo del barranco de “San Cabrás” en Lería (cercano a Yangüas, Soria),
formado por monedas celtibéricas y romanas (hoy en paradero desconocido), fechado
en época tardorrepublicana y próximo a una ermita, una fuente, un río y una
cascada (Alfayé; 2007a)
Por otro
lado, contamos con numerosos relatos relacionados con aparicionesde la Virgen
a partir de la cristianización definitiva de la provincia en torno al siglo
XIII. En ellos se observa una forma de actuar similar al de los seres
elementales de la naturaleza, quizás a modo de impronta de lo sagrado en el
paisaje, ya que suelen estar vinculadas a cuevas, fuentes, árboles, montañas,
luminarias, traslaciones milagrosas, conductas animales inexplicables, etc. Esto
nos induce a pensar si en la mayoría de los casos no se estarían superponiendo
creencias cristianas con viejos cultos prerromanos. En este sentido, tenemos
constancia de lugares sagrados a partir de su designación cristiana gracias al estudio
de hagiotoponimia soriana de Sanz Elorza (2015). En él se recogen al menos 229 microtopónimos relacionados con la cruz,
como símbolo de lo sagrado que protege y bendice puntos estratégicos como cruce
de caminos, eras o campos; 183 microtopónimos relacionados con la Virgen; 83
parajes que hacen alusión a santos sin
especificar; cerca de 417 relativos a santos concretos, y otros tantos relacionados
con otras figuras sagradas, cargos y dignidades eclesiásticas, objetos y
símbolos cristianos o lugares de significación litúrgica. Añadir, aquellos
topónimos que tienen que ver con objetos y lugares relacionados con lugares
consagrados quizás generados a partir de procesos de larga duración que se
remontan a la etapa celtibérica, tales como los de la
fuente Santa (8), cerro Santo (7), barranco Santo (2), pocito Santo (2),
pico Santo (1), alto Santo (1) Aguasanta (1), barrio Santo (1), llano Santo
(1), camino Santo (1), prado Santo (1) y matas Benditas (1), así como la
conjunción de todos estos elementos adscritos a un santo o virgen. (Sanz Elorza; 2015).
Ermita de La Soledad con olmos centenarios (Herreros)
En este
sentido, resultan especialmente sugerentes aquellas leyendas cristianizadas que
podrían estar incorporando viejos cultos relacionados con elementos de la
naturaleza. Tal es el caso de los árboles,
variando
el tipo en el que dicha virgen es hallada, para los
que contamos, en primer lugar, con relatos referidos a laVirgen del Espinoen El
Burgo de Osma, Covaleda (trasladada a Soria) o Valdeavellano de Tera. En esta última, la tradición cuenta que
Delia, hija de un rabadán de la localidad, es raptada por los moros, cuyo jefe
al intentar besarla y abrazarla contempla como unas espinillas se clavan en el
pecho de la muchacha que fallece al instante, siendo enterrada en el lugar
donde hoy se sitúa la ermita de laVirgen
de las Espinillas, donde acudían en romería los pastores trashumantes a
pocos metros de distancia de un castro de la Primera Edad del Hierro. En
Ólvega, es un olmo donde es encontrada por dos pastorcillos que la denominaránVirgen de Olmacedo, mientras que
en Vinuesa, como no podía ser de otra manera, se trata de un pino cuyas raíces
quedaron dentro del término de en esta localidad mientras que sus ramas caían en
terreno de Covaleda, hecho que provoca una lucha campal entre ambas localidades
que se salda con la victoria visontina gracias al apoyo de sus mujeres, que
armadas de pinochos acuden en apoyo de sus maridos e hijos. Por último, también
encontramos relatos que hacen alusión a algunos árboles frutales, como el
manzano del que se alimentó una mora que se refugió en una cueva cercana a Trévago
para vivir como ermitaña tras su cautiverio, siendo salvada de morir por un
rayo por la Virgen, razón por la cual se levanta en el lugar un templo dedicado
a Nuestra Señora del Manzano.
Ermita Virgen del Espino (Valdeavellano de Tera)
De igual modo,
también aparecen relatos de entidades sagradas vinculadas a otros elementos de
la naturaleza, véase el ejemplo de la Virgen de las Peñas que protege a los
valientes habitantes de San Pedro Manrique en su célebre ritual del Paso del
Fuegosin que se quemen.
Asimismo, las hay
referidas a animales que realizan
prodigios o anuncian elementos sagrados, como por ejemplo en Salduero, donde un
águila que porta un gran pez entre sus garras alivia el hambre de San Iñigo y dos monjes que le acompañaban en
su visita. Tras la muerte del santo, sus vísceras serán enterradas en el
lugar de la futura ermita de San Juan, mientras que su cuerpo es llevado a su
lugar de origen, Valvanera, pero sucederá que todos los animales que allí se
acercan morirán, por lo que se entiende que ha de edificarse un templo para
venerar las reliquias, en torno a la cual nace el caserío del viejo Salguero. También destacamos la leyenda
existente en Vozmedianosobre
un niño que se perdió cuando sus padres iban a Veruela y fue amamantado por una
loba y encontrado luego en una encrucijada, lo que nos conecta con viejos mitos
casi universales, como el de los gemelos
fundadores de Roma o el del rey de Irlanda
del siglo III Cormac Mac Airt, sin obviar
el significado sagrado de los cruces de caminos a modo de lugares de
transición de un mundo al otro y frontera entre territorios, entre lo habitado
y lo deshabitado.
Por último, hacemos referencia a la creencia de que estos
seres mitológicos fueran los responsables de construcciones castreñas, encontrando algunos relatos
significativos que han llegado a día de hoy y que se vinculan directamente a
algunos yacimientos. Tal es el caso de El Royo, donde la leyenda gira en torno
a un montículo de piedras que se dice fue realizado para evitar que se
levantase un moro o un cura, según con quien se hable, que yace allí enterrado
junto al camino antiguo que conduce a la ermita de la Virgen del Castillo,
emplazada sobre el castro epónimo de la Primera Edad del Hierro. En el poblado
celtibérico conocido como el Cerro de la Campana de Narros encontramos la
leyenda de laVirgen del Almuerzo, cuya
imagen fue enterrada en lo alto de un cerro protegiéndola dentro de una campana,
hasta ser encontrada por unos pastorcillos que se guían por su tañer milagroso en
lo alto del cerro, aunque la ermita se
edificaría cerca de la actual localidad.
Ermita Virgen del Castillo sobre castro de la Edad del Hierro (El Royo)
Lamías y brujas
Las leyendas referidas a lamiasolumias, otro tipo de hada que se da más en la región vasco-navarra, también
afloran en nuestro ámbito de estudio. Aparecen descritas como seres sobrenaturales
de una hermosura desmesurada que sin embargo no pueden mostrar por completo ya
que presentan alguna característica animal, ya sean patas de oca, gallina o
cabra. En la localidad de Lumias, su topónimo nos remite a estos seres mágicos del
que hablan los ancianos del lugar en torno a la Hoz del río Talegones. Allí,
cuentan que un pastor se enamora de una hermosa dama que peinaba sus cabellos
con un peine de oro junto a una fuente en la entrada de su cueva. Tras
proponerla en matrimonio de forma reiterada cada vez que pasaba por el lugar, ésta,
ya cansada de su insistencia acepta con la condición de que averiguara su edad.
El acertijo será resuelto gracias a la ayuda de una bruja de la cercana
localidad de Barahona y a la lamia no le queda más remedio que aceptar a cambio,
nuevamente, de otra condición: que nunca le mirara los pies. La promesa no se cumple
(eran patas de oca) y la mujer se esfuma fulminantemente, quedando el pastor
abatido hasta morir de melancolía poco después junto a aquella fuente (Alkaest;
2008).
Lo
descrito en esta leyenda, una vez más no es nuevo dentro del folclore popular
europeo, aunque en este caso no se la presenta como un ser maléfico de
extremada crueldad, si bien, indirectamente, se la relaciona con la bruja que
aparece en el relato.
Sobre la existencia de brujas en la localidad soriana de Barahona, Gumersindo García
Berlanga (2006) nos sumerge en su estudio, donde la Historia y lo legendario se
funden. Quedan documentados los procesos inquisitoriales acaecidos durante la
primera mitad del siglo XVI en el tribunal de Cuenca, al que pertenecía la
localidad por ser parroquia de esta diócesis. En ellos son juzgadas por
brujería varias mujeres procedentes de pueblos de la provincia de Guadalajara y
aledaños, acusadas de celebrar fiestas diabólicas, juntas y aquelarres en esta
pequeña localidad soriana donde existe el llamado campo de brujas, un
confesionario de piedra con un agujero en medio y una cruz grabada, así como un
pozo airón. Llegados aquí hay que distinguir lo que era la hechicería que se
practicaba desde tiempo inmemorial, personas sabias que utilizaban sus
conocimientos de botánica para realizar magia encomendándose a ciertos númenes,
y el significado que adquirieron las brujas desde la Edad Media y sobre todo a partir
de los siglos XVI y XVII, cuando su persecución fue mayor en relación al
rechazo del cristianismo hacía todo tipo de actos de adivinación, adoración del
fuego, piedras y fuentes. Son conocidas las referencias de autores clásicos respecto
a ritos de adivinación entre los galaicos (Silio
Itálico; III, 344) o entre las tropas de Escipión en el asedio de Numancia. Además,
surelación con el mundo celtibérico
puede rastrearse en el entorno cercano, concretamente en el Barranco del Rus,
donde apareció un grabado rupestre celtibérico en un abrigo donde se representa
un combate singular conocido únicamente por un calco de Juan Cabré (Alfayé;
2007a).
Supuesto altar en el "campo de las brujas" de Barahona
Muchos de los aquelarres que se
describen no serían más que reuniones de curanderos o saludadores para compartir
sus conocimientos (tal y como hacían los druidas de la Europa céltica), donde
charlaban alrededor de una comida, el caldero gastronómico, que en ningún caso
incluiría niños, otra cosa es que la alta tasa de mortalidad de entonces les
llevara a buscar culpables. En cuanto a sus calderos mágicos, a partir del
conocimiento de las propiedades
curativas de la naturaleza podemos distinguir varias finalidades, que van
desde los destinados a hechizar (para bien o para mal), incluyendo los filtros
amorosos, los meramente curativos y los ungüentos que provocan la sensación de
volar al aquelarre o transformarse en animal. Algunos ejemplos de las plantas
que utilizaban las mujeres sabias del mundo de la tradición serían la hierba de
San Juan (antidepresivo), panaceas como
el romero, la salvia y la valeriana y otras muchas como la acederilla, ajenjo
mayor, brezo rojo, cambronera, cardo corredor, cola de caballo, diente de león,
endrino, espliego, gayuba, hierba luisa, hinojo, malva, manzanilla, menta,
ortiga, poleo, tomillo, etc., todas ellas muy conocidas en la tierra de Soria,
que por otra parte ha sido puntera en el desarrollo de productos de herbolario.
Entre las que ofrecen estados alterados de conciencia, contarían con plantas
solanáceas que contienen alcaloides muy potentes, como la belladona y el
estramonio (atropina), la datura o hierba
del diablo, la mandrágora (usada para el amor), el acónito o el beleño
negro. Este último fue llamado beluntia
entre los pueblos celtas, derivado del dios Belenos, dios de la luz, el sol y
el fuego. No olvidemos tampoco las diferentes especies de amanita muscaria, así
como otras sustancias alucinógenas de origen animal como las extraídas de los
sapos (bufotenina), descrito en el Auto de Logroño de 1610 donde fueron
juzgadas las brujas de Zugarramurdi, quienes confiesan golpear sapos para
extraerla.
Concluyendo, el tema de la brujería,
entendido en su sentido primigenio, es abundante en toda la provincia apareciendo
referencias también en la Sierra del Madero, así como en su toponimia: El Burgo de Osma (“Conjuros”), Recuerda (“Valdelabruja”), San
Esteban de Gormaz (“camino del Carril de las Brujas”), Valdenebro
(“Purgatorio”), Alcubilla de Avellaneda (“la Cruz del Diablo”), Agreda (“peña
del Diablo”) y Blacos (“piedra del Diablo), (Sanz Elorza; 2015).
En definitiva, la
mitología y el folclore popular de una región deben ser considerados de gran
interés para poder comprender mejor la naturaleza y la historia de sus gentes,
así como los sistemas de pensamiento y circunstancias que influyeron y
contribuyeron a su formación. La desaparición de muchos de estos elementos
mágicos de nuestro imaginario no ha llegado a consumarse del todo, ya que por
ejemplo, respecto al universo feerico,
hemos visto como en muchos casos se ha envuelto de manifestaciones cristianas, aunque
en demasía, han quedado relegados a los cuentos de niños. Aquí, el egoísmo del
hombre que destruye los bosques e impone un modelo de civilización depredador
con la naturaleza, explicado de forma legendaria como la causa de la
desaparición de las hadas, no se ha consumado del todo. De todos es conocido el
ejemplo en la comarca de Pinares, donde el concepto gestión sostenible existía
desde mucho antes que se inventara. Este territorio, entre Soria y Burgos,
constituye la mayor masa continua arbolada de España, el 41 % de su población
activa se dedica al trabajo de la madera, lo que ha impedido la despoblación
que asola áreas limítrofes, además de que la implicación de sus habitantes con
el medio natural se ha visto traducida en políticas de ordenación forestal y
gestión del territorio modélicas: En Pinar Grande, desde 1907 se sabe cuántos
pinos hay, su tamaño, cuántos se han cortado y los que se cortarán por tramos,
quedando fijado el turno en cien años, de tal manera que los que se explotan en
la actualidad fueron seleccionados para ello hace un siglo. Su propiedad es
municipal, son montes de utilidad pública, cada vecino tiene derecho a una
suerte de pinos. Pero el modelo comunal no explica por sí solo que por ejemplo
no se haya producido un incendio desde 1868, aquí el respeto al monte se
aprende desde la infancia y constituye su forma de ser, existe una gran carga
emocional que va en consonancia con el saber entender una sana tradición
posiblemente milenaria.
3.2.
FIESTAS POPULARES
Cerrando el círculo iniciado al comienzo de
este escrito en busca de la esencia céltica de la Tierra de Soria, vamos a
abordar el mundo de las tradiciones festivas que se han conservado en la región
como un poso que se remonta a un pasado muy remoto. No obstante, esta tarea
resulta ardua y difícil ya que no existen en la mayoría de los casos pruebas
fehacientes que confirmen bien una posible continuidad desde época celtibérica,
bien su origen medieval o moderno. Además la adopción de infinidad de elementos
y las múltiples circunstancias que han intervenido en la configuración de los
usos y costumbres del habitante de estos pagos hacen más espesa aún la niebla
que les envuelve. Si bien, desde aquí reivindicamos lo que subyace de todas
estas festividades, su concepción mágica y simbólica, junto a la necesidad de
su puesta en valor como verdadero patrimonio inmaterial de los sorianos,
castellanos, españoles y europeos. Mantenerlas, recuperarlas y divulgarlas
suponen su salvaguarda y con ella la de nuestra identidad, además de la riqueza
que puede generar como atractivo turístico de unas poblaciones que se desangran
demográficamente.
“Pingar
los mayos”
El final del invierno y el renacer cíclico
del mundo vegetal se plasma en la mentalidad popular con la consumación de toda
una serie de ritos y ceremonias encaminadas a propiciar la abundancia de las
cosechas y el nacimiento de nuevas crías para la cabaña ganadera. Es por ello
que en mayo, y en alguna ocasión en fechas más tardías que enlazan con el verano,
en buena parte de Europa es costumbre festiva plantar un gran árbol en el
centro de la plaza de la localidad por parte de los jóvenes, concretamente los
quintos. En la provincia de Soria encontramos varios ejemplos de esta costumbre
en la que los mozos se las ingenian para adentrarse en el bosque y seleccionarlo,
cortarlo y pingarlo, como en San Leonardo, Cabrejas del Pinar, Salduero,
Covaleda, , Molinos de Duero, Duruelo de la Sierra, Navaleno, Valdeasvellano de
Tera, Torlengua, Matamala, Espeja de San Marcelino, Bayubas de Arriba, Vadillo,
Talveila, Vinuesa (agosto) y San Pedro Manrique (junio), sin dejar de lado
otras muchas ya desaparecidas o las de la vecina y hermana comarca de Pinares
en Burgos.
En mundo céltico, el árbol encerraba un claro
simbolismo sagrado al ser la representación del axis mundi o pilar que une el cielo y la tierra, además de ser un
elemento de la naturaleza que muere y renace. De hecho Prudencio en su obra Contra
Símaco (II, 1005-1011) señala algunos cultos y rituales a los árboles que
se mantenían entre los campesinos hispanos de la Antigüedad Tardía, los cuales
tuvieron su continuidad en época visigoda, como así se denuncian en algunos
concilios y por parte de Martín de Braga, siendo su popularidad la que ha hecho
que perviva hasta nuestros días (Peralta Labrador; 2003). Como árbol cósmico
donde reside la inmortalidad que ha de conquistar un héroe solar se sigue
festejando en nuestros pueblos, donde trepa un mozo a lo alto para conseguir el
premio allí colgado.
El acto de ascender para obtener una recompensa
podría tener consonancia con lo representado en algunos motivos de la iconografía
celta europea, así como con en muchos relatos de la mitología grecorromana y
oriental, donde el árbol de la vida está asociado a dragones o seres con forma
de serpiente a los que se tiene que enfrentar un héroe para conquistar sus
frutos y así renovar a las fuerzas vitales de la naturaleza, además de
conseguir la inmortalidad (Peralta Labrador; 2003). Este gesto de “hombría“, bien pudiera formar
parte de un ritual de iniciación de los jóvenes en su paso a la edad adulta,
costumbre que a pesar de estar ya muy edulcorada y transformada, se viene repitiendo
desde tiempos muy lejanos y si no recordar aquellos jóvenes celtibéricos que
ansiaban formar parte de una cofradía guerrera.
Al mismo tiempo, tanto en Vinuesa como en San
Pedro Manrique, se sabe que los cantos y danzas que efectuaban las parejas
junto al “mayo” llegó a ser censurado y reprimido por parte de las autoridades
eclesiásticas, quizás por el furor que éstas alcanzaban, donde además se
celebraban matrimonios simbólicos en los que las mujeres elegían a "los mejores".
Por otro lado también encontramos en nuestros
pueblos las enramadas que se
colgaban del balcón o ventana de su moza preferida junto a dulces y frutos,
posiblemente bajo la creencia de su poder fertilizador, muy comunes en el valle
de Yanguas y en el entorno de San Pedro Manrique. Del mismo modo, en Sarnago,
encontramos la costumbre de la lucha fingida entre los representantes de sus
dos barrios durante la celebración de la fiesta de las Móndidas, que consiste
en introducir un ramo (arbolillo, arbusto) por la ventana de la antigua Casa
Consistorial, con lo que se producen forcejeos y tirones hasta que uno de los
dos logra su fin. Este ramo, siguiendo a Antonio Ruiz Vega (1986), debió ser
elemento muy común en las fiestas de los pueblos de Tierras Altas, existiendo
constancia al menos en San Pedro Manrique, portado (con roscos azafranados en
su interior) por los tres mozos que acompañaban a las Móndidas, pero también en
Yanguas, en la propia capital y todavía vivos, en la localidad pinariega de
Vinuesa, donde tiene lugar la batalla campal de la pinochada.
Por último, trasladándonos al solsticio de
invierno y en relación con cultos solares, se recogen en muchas localidades de
la provincia, al igual que en toda Iberia, la
costumbre, casi extinta, de quemar en el día de nochebuena el tronco más
grande de leña disponible, que recibe diversos nombres (como “nochebueno”), durando
su combustión hasta año nuevo, día en el que se recogen sus cenizas y se depositan
en los establos como ritual mágico renovador.
El paso
del fuego y las Móndidas
En la noche de San Juan tiene lugar en San Pedro Manrique una de las
celebraciones más conocidas y mágicas de toda Europa, como es el paso del fuego.
La festividad, ampliamente tratada por diversos etnólogos, engloba a su vez diversas
celebraciones y elementos a tener en cuenta, que van desde la elección (en
mayo) de las tres mozas casaderas o móndidas que presidirán la ceremonia tras
el traslado de la imagen de la virgen, hasta el propio rito del fuego (noche
del 23 de junio). Ya en el día de San Juan desde bien temprano se da lugar a la
“descubierta” o circunvalación de la ciudad por parte de las autoridades a
caballo, el encuentro con las móndidas a su regreso y la vuelta por las cuatro
parroquias, “la caballada”, la revisión simbólica de las murallas y una misa en
la que las tres muchachas ofrecen los cesteños (concretamente sus arbujuelos) con
los que han cargado en sus cabezas durante toda la mañana a las autoridades
municipales. Finalmente y tras pingar “el mayo”, con un posible origen más reciente
cada una de las tres mozas recitan unas cuartetas y a su término tiene lugar un
baile en el que de nuevo autoridades y móndidas tienen el protagonismo. Todo este cúmulo de ritos, descritos escuetamente
por nuestra parte ya que existe una copiosa literatura al respecto (Díaz Viana,
L.; 1981), nos muestran la concepción mágica de una localidad serrana que realiza
actos propiciatorios de fertilidad, los cuales vemos en el hecho de pingar un
“mayo” en la plaza del Ayuntamiento, además de la colocación de tres chopos
bien engalanados en la puerta de las casas de las móndidas que serán recogidas
por una comitiva para acompañarlas durante toda la jornada, así como en los
cesteños que portan, los cuales llegan a pesar unos 15 kilos. Éstos están
llenos de tierra y de piedras y lucen tres barras, un rosco, y los arbujuelos o
arguijuelos, que son ramitas trifurcadas, excepto una que es cuadrifurcada, en
las que insertan unas rosquillas de maseta teñidas de amarillo con azafrán que
se reparten entre la población, además de toda una rica decoración formada por paños
blancos, rosas y claveles.
Las tres muchachas vírgenes, vestidas de blanco, y
llamadas "móndidas", como oficiantas de la fiesta se han puesto en
relación con el mundum cereris o
“canastillo de Ceres” (Caro Baroja; 1992), con el culto a Demeter y con otros
ritos extendidos por el Mediterráneo, como el de la Palilia o Parilia, donde aparte del ritual del fuego existía también una ofrenda con canastillos llenos
de dulces (Cortes, L.; 1961). Además, las
móndidas, según el relato medieval, representarían a las vírgenes que fueron a
dar gracias al rey Ramiro I por haberles librado tras la batalla de Clavijo del
“tributo de las cien doncellas” impuesto por el emir de Córdoba. Por nuestra
parte, tanto las móndidas sampedranas como las que también se celebran en
Sarnago (trasladadas al día de San Bartolomé el 24 de agosto) y las ya
desaparecidas de Taniñe y Valdemoro en lo que a Soria se refiere, puede que
formasen parte efectivamente del recuerdo de diferentes rituales de origen
prerromano, eso sí, reinterpretados y adaptados una y otra vez por los
diferentes culturas que han poblado este entorno, desde el mundo clásico, sin un
gran arraigo en este entorno serrano ganadero, hasta el medieval cristiano. Al
respecto, basta recordar la existencia en el folclore del norte
peninsular de algunas leyendas asociadas a un Culebre al que hay que vencer o realizar un ritual de desencantamiento
y en muchos casos ofrecerle el tributo de una doncella, así como el parecido
del tocado de las móndidas con el de algunas cerámicas numantinas.
Por otra parte, el paso del fuego, que junto
a la Anastenaria del sur de los
Balcanes son las únicas muestras de este rito en suelo europeo, supondría más
un acto de valor e iniciación que un ritual de purificación. A pesar de haberse
buscado su origen en relación con el mundo clásico, cuestión que no me
extenderé (semejanzas con rituales celebrados al pie del monte Soracte,
en el santuario de la diosa Feronia de Etruria, donde los “Hirpi
Sorani” andaban desnudos sobre la base de una hoguera, Caro Baroja;1992), hay varios detalles que
nos llevan a sugerir si no estaríamos ante una ceremonia orientada a la
cohesión social y territorial de un grupo de origen celtibérico, todo ello
envuelto de la sacralidad del día más mágico del año y de su transformación por el paso del
tiempo. Al respecto, contamos con el detalle de que la alfombra de ascuas del
roble quemado que pisan los sampedranos la hace el Ayuntamiento y no los
vecinos. Además, las móndidas, como hemos visto, hacen su ofrecimiento
igualmente a las autoridades y no a la Virgen, aparte de que son éstos los que
cierran en todo momento a caballo la comitiva que discurre con el pasacalles en
el día de San Juan, fecha que se inicia con el encuentro entre estas doncellas
y las autoridades que entran galopando desde las afueras de la localidad, dando
paso a su vez a la tradicional caballada, donde nuevamente vemos como los mozos
más aguerridos del lugar montan a pelo sus equinos a la carrera. No olvidemos
tampoco el posible simbolismo que encierra el acto de revisión de las murallas
por parte de los mandos, cuyo significado jugó un papel muy importante ya en
los castros de la I Edad del Hierro (limitador espacial y demográfico,
protección, acto de reafirmación sobre el territorio, etc.), ya en la misma
Numancia, donde se han encontrado posibles indicios ceremoniales vinculados a la
defensa mágica de ésta (dependencia adosada a la muralla NE excavada por
González de Simancas e interpretada como un posible heroon), junto a las
noticias que llegan del desmonte de una muralla celtibérica en la que había
embutida un asta de ciervo en la localidad soriana de Blacos, recogido por Loperráez
en el siglo XVIII (Alfayé; 2007b). Tampoco podemos obviar lo que trasciende del acto de dedicar unas
oraciones a los antepasados junto al cementerio, acto de reafirmación
identitaria y territorial del vínculo que les une con sus antepasados, de los que
todos descienden.
Con todo ello, la
festividad aquí comentada podría englobar todo un cúmulo de ritos asociados al
despertar de la naturaleza y a la fertilidad que algunos autores relacionaron
con la festividad de Beltaineque anualmente celebraban los siete oppida celtibéricos de la cuenca del río
Linares en un santuario común al aire libre, que no fue otro sino la actual
dehesa mayor de San Pedro (Fernandez Nieto; 2005), además de funcionar para reforzar la función política que se ejerce
en el territorio. A todo esto, se le sumarían connotaciones religiosas
vinculadas al culto al sol, tal y como apuntara en su día Blas Taracena: La
fecha elegida, el hecho de que el paso del fuego se haga en dirección al sol
poniente y la vinculación del caballo al astro rey pueden ponernos en esta
pista. No obstante, aunque creamos que la fiesta debe analizarse siempre en su
conjunto, el paso del fuego podría ser un elemento añadido recientemente, tal y
como apuntara Carlos Álvarez a partir del hecho de que no aparezca citado
en ninguna descripción anterior a los años veinte del pasado siglo (Jimeno;
2007). Por todo lo dicho, y aún como
mera conjetura, nos resulta altamente sugestivo su vinculación ancestral más
allá de la antigüedad clásica y más si tenemos en cuenta las similitudes de la pira de brasas (agrandada
unos metros desde hace unos años) con el acto de la cremación de cadáveres en
un ustrinum por parte de los
celtíberos, quienes introdujeron este rito funerario en la región, como bien
apuntan Burillo et al. (2014).
La lectura mágica de la festividad responde al
ideal del hombre pre moderno, otra cosa es que podamos despojarla de sus capas
y añadidos posteriores, tarea farragosa pero no por ello dejaremos de
intentarlo.
Danzas mágicas
Trasladándonos al
ciclo invernal, en el mes de febrero podemos encontrar toda una serie de danzas
con palos que tradicionalmente se han relacionado con viejos bailes
ancestrales, posiblemente de época celtibérica, si bien su parecido con algunas
danzas vascas similares (espata-dantza
o las brokel-dantza) las han acercado
a las gentes repobladoras procedentes del norte que llegan a la región tras el
avance cristiano contra los musulmanes. Están presentes todavía en algunas
localidades pinariegas sorianas como San Leonardo de Yagüe (2 y 3 de febrero) y
Casarejos (precedida de una luminaria consistente en la quema de un gran pino
la noche anterior al 23 de febrero), así como en Hontoria del Pinar y en Navas
del Pinar ya en la vecina y hermana Burgos. Recientemente se han recuperado
algunas de estas danzas en Iruecha (sur provincial) y Valdeavellano de Tera en
la Comarca del Valle, donde debieron de ser bastante comunes al igual que
ocurre en todo el sur de La Rioja, mientras que se sabe de su existencia en
Castilfrío de la Sierra y Renieblas.
No obstante, de
todas ellas vamos a centrarnos en las de San
Leonardo de Yagüe, que habiendo perdido sus espadas primitivas, suelen ser
confundidas con danzas de palos o paloteos, ya que se ejecutan con dichos
instrumentos generalmente de acebo, pero acompañándose a su vez de unas coberteras
o tapaderas que hacen las veces de pequeños escudos. En esta localidad y en
Casarejos suelen ir acompañados de un “zarragón” (llamado “bobo" en nuestro caso).
Este grotesco personaje (una pareja) acompaña a los danzantes vestido a modo de
arlequín, actuando como mero asistente que muere simbólicamente en el último de
los palos, aunque los zarragones de forma similar a lo que ocurre en otras
mascaradas invernales solían dedicarse a asustar y golpear con porras a los que
salían a su paso, por lo que fueron censurándose por la iglesia y camuflándose en
el Carnaval.
La danza ritual se
efectúa en el interior de la iglesia, aunque anteriormente a la década de los
años 30 del pasado siglo debieron de hacerlo al aire libre en medio del pinar,
siendo tradicionalmente bailadas por hombres (cuatro parejas) al son de un coro
de mujeres que se ha visto sustituido por sonidos de dulzainas y tambores.
Si despojamos estas
danzas de algunos de sus añadidos, como por ejemplo el traje “goyesco” de sus
protagonistas, el ritual nos remite nuevamente a ceremonias guerreras y
viriles. El salto, el golpeo de palos (antaño espadas) y el uso de pequeños
escudos que recuerdan a la cetra celtíberica, única en su género en comparación
con los enormes escudos de las tropas romanas, nos ponen en la pista. Además,
la guerra en el mundo celtibérico era concebida como un escenario ritual,
dotada de connotaciones religiosas, en el que sus armas cobraban especial
relevancia. Tanto
Silo Itálico (pun., I.225) como
Justino (ep., 44.2) afirman que los
celtíberos luchaban entre sí cuando no había un enemigo exterior, lo que
conectaría con una motivación de esta práctica relacionada con la obtención de
prestigio social y el valor ritual del ejercicio de las armas (De Francisco
Heredero, A.;2012).
Sin embargo, no pueden desvincularse con el
calendario agrario y de los rituales propiciatorios de fertilidad de
la tierra tan comunes en todo el universo campesino preindustrial. El golpeo de
los palos en el suelo hace las veces de llamar al grano para que crezca, al
igual que se observa en otras muchas danzas o mascaradas de nuestro folclore, constituiría
una preocupación y un deseo que no ha variado en el mundo de la tradición y de
ahí que, con formas diferentes y añadidos propios de cada momento, se hallan
conservado, pues la finalidad era similar, aunque ya no entandamos su contenido
simbólico.
LA BARROSA
Finalizando ya con
el ciclo festivo, en febrero durante el martes de carnaval tiene lugar a las
puertas de Pinares, en Abejar, la
fiesta de “La Barrosa”. La celebración comienza con una cuestación por todas
las casas de la localidad, donde se les ofrecen todo tipo de alimentos y
licores además de dinero, siendo ésta encabezada y protagonizada por los
barroseros. Uno de ellos porta la cesta donde se recogen los obsequios y una
fusta para espantar a los que se acercan, mientras que el otro va dentro de una
vaquilla hecha con un armazón de madera rectangular, cencerros ocultos en su
interior y cubierto con blanca sábana, donde se representa en su zona frontal
el rostro del animal que se remata con auténticos cuernos, además de ir
decorado con cachirulos, cintas de colores y en su parte trasera con un
apéndice que hace las veces de rabo.
Terminado el
pasacalles tiene lugar una comida, para rematar la jornada por la noche en el
salón de baile, donde todos los vecinos esperan la entrada de la barrosa al son
de la música, que tras dar tres vueltas en círculo en el interior vuelve a
salir y desaparece mientras unos cazadores que se disponen junto a la entrada
preparan sus municiones para darle muerte a su regreso. Es entonces cuando se
la vuelve a dejar entrar para inmediatamente después al asomar por la puerta
disparar y acabar con los barroseros. Inmediatamente son recogidos por los
otros mozos en un tapial y atravesando el salón de baile se les introduce por una
puerta aneja que se le denomina “la cueva”, donde se les riega con vino
empapando a los participantes que se encuentran debajo, para así resucitar simbólicamente
y celebrar el acto con abrazos efusivos con los allí reunidos. A partir de aquí se prepara un gran cuenco de
vino del que beben y empapan sus ropas primero los barroseros y después toda la
comunidad de mano en mano, alargándose la celebración con el baile de
éstos y sus madres y una cena privativa
de los mozos, exclusiva de hombres, donde no se consume ningún alimento tocado
por manos femeninas.
De todo lo visto,
en la actualidad la fiesta anda desprendida de muchos elementos que antaño
estuvieron vivos y cargados de simbolismo. Así, la escasez de población hace
que apenas queden quintos para cargar con la barrosa, no se persigue a la
chiquillería ni a las mozas para cornearlas y ha desaparecido la figura del
zarragón que acompañaba a la vaquilla. Además no constan menciones de la festividad
en el Obispado del Burgo de Osma al que pertenecía, ni se conserva documento
municipal alguno, probablemente debido al incendio acaecido en la localidad en
1897. En busca de un posible origen, son
muchos los que se han acercado a su estudio vinculándolo a la etapa prerromana
(similitudes con cerámicas numantinas; Jimeno; 2007) y sobretodo con el mundo
clásico. En relación a este último contamos con diversas interpretaciones que
van desde su relación con la festividad de las kalendas romanas, hasta la de un taurobolio en honor a Mitra o Atis, en el que Antonio Ruiz, Sánchez
Dragó, Juan García Atienza y Martínez Laseca ven similitudes sin faltarles
razón, sobretodo en relación al acto simbólico de la muerte y resurrección del
bóvido. No obstante el hecho de que parezca más una vaquilla que un toro y que además
no existan evidencias de dichos cultos orientales supuestamente trasmitidos por
la soldadesca romana en la provincia, además de que éstos sean demasiado
elitistas para un ambiente agrario como es el del territorio en el que se
asienta Abejar, nos genera serias dudas. Por otra parte, Calvo Brioso (2012)
recientemente lo ha relacionado con un culto funerario de raigambre griega, que
pasó posteriormente a los romanos, y que, siguiendo a dicho autor, se ha
constatado en necrópolis ibéricas a través de fragmentos cerámicos relacionados
con la práctica de libaciones con vino. Lo que si parece verosímil es su
antigüedad: de nuevo vemos posibles rituales de paso hacia la edad adulta, los
barroseros son quintos y al renacer bailan con sus madres, pero no podemos obviar
que guarda la misma esencia que otras mascaradas invernales ligadas con la
propiciación de la fertilidad. Resulta interesante que en las localidades
vecinas de Muriel de la Fuente y Blacos se hable de la presencia, ya
desaparecida, de vaquillas similares, aunque sin duda la más parecida sea la
llamada Vaca Bayona de Almeida de
Sayago (Zamora), sin obviar otras festividades ligadas a los pueblos ganaderos
que en esencia parecen responder a estas tradicionales mascaradas, como el
Zarrón de Almazán, así como la vieja y arraigada tradición en tantos y tantos pueblos del entorno de
bendecir los campos rogando a sus santos la protección contra tormentas,
plagas, etc. Sea o no su origen tan lejano en el tiempo como lo son los
celtiberos de la Edad del Hierro, lo cierto es que se están repitiendo
conductas y creencias que han estado vivas en la conciencia del hombre de la
tradición hasta hace bien poco, cuyo pensamiento mágico y simbólico debió
variar en cuanto a su lenguaje, pero no en cuanto a su significado.
Conclusiones
A lo largo de estas páginas hemos creído entrever un hilo
conductor que nos conecta con nuestra raíz más lejana, transformada y revestida
de mil formas, pero que en esencia puede ayudarnos a conocer la manera en la
que concebían el mundo nuestros antepasados y con ello nuestra identidad.
Hemos visto como se configura la primera forma de
poblamiento estable en la región durante la Primera Edad del Hierro a partir
del castro como unidad básica de poblamiento que gestiona de forma sostenible los
recursos disponibles del entorno. A
partir de mitad del siglo IV a.C. se va a consolidar un modelo de sociedad
gentilicia ligada a través de un antepasado común, quedando inmersos en un proceso
en el que se van tejiendo relaciones clientelares entre familias y poblados
hasta llegar a conformar comunidades territoriales amplias pre estatales. La
eclosión de los oppida o
protociudades en torno al siglo III a.C. supone la consolidación de las sociedades
de jefatura, articuladas alrededor de una élite guerrera que tiene en la ética
heroica y el mérito sus valores fundamentales a seguir no solo en la vida, sino
también en la muerte, como medio para transcender espiritualmente al Más Allá.
Además, el sistema de creencias religiosas de los
celtíberos parece estar en estrecha relación con aquella naturaleza que les
rodeaba, concebida como elemento vivo, tal y como se constata a través de cultos
vinculados a los montes, fuentes, árboles, encrucijadas y a ciertos
animales sagrados, los cuales parecen estar presentes, aunque muy
distorsionados, hasta casi nuestros días.
En un mundo en el que todo se parece cada vez más la
cultura popular nos puede ayudar a recordar nuestras raíces y aprender de sus
enseñanzas, además de ayudarnos a ganar autoestima para mirar hacia el futuro
con paso firme. Hoy en día reivindicar ciertos
valores éticos y espirituales que hunden sus raíces en el honor, el valor, la
justicia, la fidelidad, el compromiso, etc. de los antiguos pobladores de
Celtiberia supone no solo un acto de supervivencia ante la sangría demográfica
que sufren estas tierras, sino una auténtica lucha por reencontrarnos con
nosotros mismos.
No es celta todo lo que reluce, hay que seguir volteando
la paja y dejando caer el grano para poder matizar el origen de nuestras
tradiciones desde el rigor, no obstante los datos apuntan a la Edad del Hierro
como cuna de la celticidad peninsular y por ende del universo campesino tradicional,
siendo clave para entender el presente y saber hacia dónde nos dirigimos.
ALBERRO, M. (2010): “El pancéltico dios Lug y su presencia
en España”, en Polis. Revista de ideas y
formas políticas de la Antigüedad Clásica 22, pp.7-30.
ALFAYÉ VILLA, S.: - (2007a): “Santuarios y rituales de la Hispania céltica”. Revista de Soria nº 58. Diputación Provincial de Soria. - (2007b): “Rituales relacionados con murallas en el ámbito celtibérico”, en Paleohispánica 7, pp. 9-41.
ALFAYÉ, S. y
RODRÍGUEZ CORRAL, J. (2009) Espacios liminares y prácticas rituales en el
noroeste peninsular. Acta Palaeohispanica
X, pp. 107-111.
ALMAGRO-GORBEA , M.
- (1997): “Los pueblos célticos peninsulares”. Las Guerras Cántabras (Almagro-Gorbea
et al.). Fundación Marcelino Botín. Santander.
- (2008-09): “Pervivencia
del imaginario mítico celta en las leyendas “sorianas” de Gustavo Adolfo Bécquer”.Studi Celtici7, p. 207-233
- (2009): “La Etnología como fuente de estudio
de la Hispania celta”. BSAA arqueología,
LXXV, pp. 91-142. Valladolid.
(2010): “De la épica celta a la épica
castellana. La literatura como nuevo campo de estudios de la Hispania céltica”.
Cuadernos de Arqueología, Universidad de Navarra 18, págs. 9‐40.
Pamplona.
ALMAZÁN DE GRACIA, A;
(1994): “Guía de leyendas sorianas”. Revista
de Soria nº 4. Diputación de Soria.
ALKAEST (2008): “Lumias románicas, con patas
de oca…”. http://laberintoromanico.blogspot.com.
BURILLO
MOZOTA, F.; BURILLO CUADRADO, Mª.P.; ALFARO PEÑA, E. (2014): “Una propuesta
para el origen celtibérico de la hoguera del “paso del fuego” de San Pedro
Manrique”. Nuevos Hallazgos, Nuevas
Interpretaciones. VII Simposio sobre celtíberos. Burillo Mozota (Ed.).
Fundación Segeda-Centro celtíberico. Daroca, Zaragoza.
CALVO BRIOSO, B.
(2012); Mascaradas de Castilla y León.
Tiempo de fiesta. Junta de Castilla y León. Consejería de Cultura y
Turismo.
CALLEJO CABO, J; (1995): Hadas.
Guía de los seres mágicos de España. Editorial Edaf. Madrid.
CARO BAROJA, J.
(1992): El estío festivo. Círculo de
Lectores.
CORTÉS VÁZQUEZ, L.
(1961): “La fiesta de San Juan en San Pedro Manrique (Soria)”. Zephyrus nº 12.
DE FRANCISCO
HEREDERO, A.; (2012): “Guerra y ritual en el mundo celtibérico”. ARQUEO_UCA
nº 2.
DÍAZ VIANA, L.
(1981): “El paso del fuego en San Pedro Manrique”. Revista de Folklore nº 12.
Fundación Joaquín Díaz.
FERNANDEZ
NIETO, F.J. (2005): “Religión, derecho y ordalía en el mundo celtibérico: La
Federación de San Pedro Manrique y el ritual de Las Móndidas”. Actas del IX Coloquio sobre lenguas y
culturas paleohispánicas. Palaeohispánica,
5: 585-618.
GARCÍA BERLANGA, G.
(2006): De Barahona y sus brujas.
Gráficas Ochoa. Soria.
GOIG SOLER, I;
(2015): Tal y como vivíamos. Ochoa
Editores, Soria.
JIMENO MARTÍNEZ, A.: - (1980):
Epigrafía romana de la provincia de Soria.
Soria. - (2007):
“Celtiberos y cultura tradicional en el entorno de Numancia”. Pasado y presente de estudios celtas.
Fundación Ortegalia. La Coruña. - (2011):
“Las ciudades celtiberas de la Meseta Oriental”. Complutum, Vol. 22 (2). Madrid.
LORRIO ALVARADO, A.: - (1997) Los Celtíberos. UCM-UA. Edición de: Compobell
- (2013): “El casco celtibérico de Muriel de la
Fuente (Soria) y los hallazgos de cascos en las aguas en la península
Ibérica”.Complutum, vol.
24 (1), 151-173. Madrid.
MARTÍNEZ LASECA, JM.: - (1986): “Sobre la fiesta de “La Barrosa” en Abejar”. Revista de Folklore nº 86, Fundación Joaquín Díaz. -(1990): “Las inveteradas danzas de San
Leonardo”. Revista de Folklore nº
112, Fundación Joaquín Díaz. -(1991): “Pinguemos los mayos”. Revista de Folklore nº 121, Fundación
Joaquín Díaz.
MARCO SIMÓN (2005):
“Religión celta y celtibera”. Celtiberos:
Tras la estela de Numancia. Catálogo exposición. Diputación Provincial de
Soria.
OLIVARES PEDREÑO; (2013): Los dioses de la Hispania céltica. Real Academia de la Historia.
PERALTA LABRADOR , E.
(2003): Los cántabros antes de Roma. Real Academia de la Historia, Madrid.
RODRÍGUEZ GARCÍA, G. (2015): La Forja y la Espada. En gonzalorodriguez.info RUIZ VEGA, A. (1986):
“Las Móndidas de Sarnago”, en Revista de
Folklore nº 68. Fundación Joaquín Díaz.
RUÍZ VEGA, A,;(2001): La Soria Mágica. Fiestas y tradiciones populares. Centro Soriano de
Estudios Tradicionales. Colección “Los libros del santero” nº 2. Soria.
SANZ ELORZA (2015):
“Hagiotoponimia soriana. La impronta de lo sagrado en el paisaje. Revista de
folclore nº 399. Fundación Joaquín Díaz.
SANTOS
CRESPO ORTIZ DE ZÁRATE (1997): “Sacerdotes y sacerdocio en las religiones
indoeuropeas de Hispania prerromana y romana”. IIu Revista de ciencias de las religiones nº 2.
SANZ ARAGONÉS,
C.;TABERNERO GALÁN, C.; BENITO BATANERO, J.P.; DE BERNARDO STEMPEL, P.; (2011).
“Nueva divinidad céltica en un ara de Las Cuevas de Soria”. Madrider Mitteilungen52: 440-456
SOPEÑA,
G. (1995): Ética y ritual. Aproximación
al estudio de la religiosidad de los pueblos celtibéricos, Zaragoza.
ZAMORA LUCAS, F.
(1998): Leyendas de Soria.
(reedición) Ed. Patronato José María Cuadrado del
C.S.I.C. Centro de Estudios sorianos. Soria.