SALUDADORES: PRÁCTICAS BRUJERILES CONTRA LA RABIA


Hacía la noche clara con la luna, de manera que pudieron ver que el hombre era mozo de gentil rostro y talle; venía vestido todo de lienzo blanco, y atravesada por las espaldas y ceñida a los pechos una como camisa o talega de lienzo. Llegaron a la barraca o toldo de Andrés, y con presteza encendieron lumbre y luz, y acudió luego la abuela de Preciosa a curar el herido, de quien ya le habían dado cuenta. Tomó algunos pelos de los perros, friólos en aceite, y, lavando primero con vino dos mordeduras que tenía en la pierna izquierda, le puso los pelos con el aceite en ellas y encima un poco de romero verde mascado; lióselo muy bien con paños limpios y santiguóle las heridas y díjole: -Dormid, amigo, que, con el ayuda de Dios, no será nada.
Miguel de Cervantes. “La Gitanilla” 
Viejas semblanzas que aún flotan en el aire, que perduran en nuestro inconsciente, historias que fueron de boca a oído y que todavía hoy nos siguen fascinando. Penetremos en el mundo de los curanderos, santeros, hechiceros, conjuradores, etc., personajes que en su conjunto quedaron englobados dentro de ese gran saco que es el de la brujería.
Una brujería que nada tendrá que ver con esa visión de personas que, por intermediación y pacto con el Diablo u otro demonio, obtenían poderes sobrenaturales de tipo maléfico, sino más bien con la herencia de antiguas prácticas paganas ligadas al mundo de lo espiritual
Es decir, que nuestro acercamiento a estas cuestiones se llevará a cabo en torno a la búsqueda de su propia lógica, no racional claro está, sino emocional y simbólica, en tanto en cuanto el hombre tradicional analizaba la realidad y buscaba su trasformación de acuerdo a unas prácticas mágicas que se creía condicionaban los acontecimientos naturales.
Por ello, entendemos a las brujas y brujos como buscadores del conocimiento y de una sabiduría oculta, dispuestos a transgredir los límites y en comunión con la Naturaleza, con los muertos y con otras entidades espirituales, de las que obtendrán favores como el poder de sanar o causar daño. Prácticas, en definitiva, que han sido ejercidas desde la noche de los tiempos y que deben relacionarse con el primitivo chamanismo, aunque a menudo y sobre todo con el paso del tiempo, serían vistas como meras supersticiones.
No obstante, la palabra superstitio, etimológicamente viene a significar “por encima y más allá de lo regular”, lo cual hace probable que inicialmente no fuera visto como algo estúpido o innoble. Aunque el término halla sido utilizado mayoritariamente en dos sentidos muy cercanos entre sí: el de una falsa creencia o conocimiento y el de una creencia disfrazada de conocimiento.
En definitiva, creencias populares que han estado muy vivas hasta la mecanización del campo, no hace mucho de aquello y cuya aceptación iría variando en cada época.
Así, ya desde el siglo VI fueron criticadas y denunciadas por la jerarquía eclesiástica, como en el caso de San Martín de Dumio en su “De correctione rusticorum” o en el  llamado “Sermón contra las supersticiones rurales” recogido por el Segundo Concilio de Braga del año 572. Un siglo después  secondenan a todos aquellos que seguían rindiendo culto a los espíritus de las fuentes, pues era práctica frecuente llevarles ofrendas de pan y vino e incluso sacrificios de animales. Del mismo modo se sancionaría a los veneratores lapidum (adoradores de piedras), cuya prohibición aparece en las actas del XII y XVI Concilios toledanos, donde no solo se persigue el tradicional culto de aquéllas, sino específicamente a las que el sentir conciliar consideraba como más peligrosas, las que contenían inscripciones votivas paganas.  
Relacionado directamente con la brujería, primeramente sería negada su existencia, tal y como se observa en el “Canon Episcopi” del siglo X, asimilándolo a imaginaciones impías perjudiciales para el hombre, siendo interesante el hecho de que recogiese numerosos testimonios de mujeres poseídas por el Diablo e incluso por la diosa Diana, además de ofrecer datos sobre los primeros aquelarres.  

Quinientos años más tarde, se pasaría a sostener oficialmente que quienes afirmaban que el vuelo de las brujas era simplemente una ilusión estaban asociados con el diablo, cambiando el tercio para proceder a su condena y persecución, tal y como expone el famoso tratado del “Malleus Maleficarum” de 1487 que se difundiría por toda Europa.
En un ámbito más local y haciendo alusión a las constituciones sinodiales del Obispado de Osma (Soria) celebradas en julio de 1584, vemos de nuevo un firme rechazo por parte de las autoridades eclesiásticas a todo tipo de actos de adivinación, adoración del fuego, piedras y fuentes. Concretamente nos encontramos con la prohibición de la celebración de “misas supersticiosas” que se salían de la ortodoxia de Roma, como por ejemplo aquellas relacionadas con la bendición de los campos, ramos y candelas fuera de la iglesia. También se perseguiría la costumbre de tañer las campanas para espantar a las tormentas (“tocar a nublo”), sumergir la imagen del santo en una fuente en épocas de sequía para propiciar las lluvias o hacer determinadas representaciones dramáticas y danzas. Y cómo no, la reprobación de prácticas curativas como las que se llevaban a cabo en la noche de San Juan, siempre relacionadas con la vegetación y las aguas. Es precisamente en el siglo XVI cuando tuvieron lugar los procesos inquisitoriales contra las llamadas brujas de Barahona (Soria), acusadas de celebrar fiestas diabólicas, juntas y aquelarres.

Magia contra la rabia

Por el contrario, quisiéramos hacernos eco y profundizar en determinados personajes que hasta no hace demasiado tiempo no solo no fueron perseguidos y condenados por la Iglesia, sino que gozaron en nuestros pueblos de la consideración de las gentes y del apoyo de las autoridades.
Nos referimos a la figura del saludador, entendiendo por tales a aquellos curanderos dotados de un supuesto poder que les permitía sanar a las personas y animales afectados por el temido mal de la rabia o hidrofobia, empleando para ello su aliento y su saliva. De hecho, el término salutator-oris, vendría referido a aquel que restauraba la salud.
Desde su popularización en la Edad Media, se pensaba que el fluido corporal de estos personajes contenía ciertas propiedades curativas, por lo que en unos casos embadurnaban los labios del enfermo con saliva y luego le echaban el aliento por toda la piel de su cuerpo. En otros, mojaban sus labios con el agua de un vaso y con disimulo depositaban su saliva para que quedara en el fondo y lo bebiese el enfermo. Cuando se trataba de sanar animales, el saludador daba bocados de pan cortados con su boca y mojados en su saliva.
Representación de un “saludador”, en un grabado publicado por “Nuevo Mundo” en 1908
Sin embargo, otros saludadores pretendían curar untando la herida del enfermo con sangre del perro rabioso que la había hecho, o bien echando sobre la herida de la persona mordida la ceniza que resultaba de quemar los pelos del perro que la había causado, tal y como nos relatara el mismísimo Cervantes en una de sus novelas ejemplares titulada “La Gitanilla”. (Asimismo aparecen también referencias en otras obras de nuestra literatura clásica, como por ejemplo, en “El Lazarillo de Tormes”, en la poesía satírica de Quevedo o en los dramas de Calderón de la Barca).
Pero éstas no serían las únicas tareas encomendadas a los saludadores, pues llegarían a ampliar sus servicios luchando contra otros padecimientos o contagios e incluso preservando las cosechas y librando a las poblaciones y sus ganados de las alimañas.

Ahora bien, para ser considerado saludador se decía tenían que cumplir determinados requisitos de nacimiento, a la vez que superar diversas pruebas.
Entre los primeros estarían el haber nacido en Jueves o Viernes Santo, ser el séptimo varón de siete hermanos, haber llorado en el vientre de la madre, o nacer con el “mantillo” (la bolsa amniótica que normalmente es expulsada algo después del bebé). También se hablaba de que algunos poseían una serie de signos distintivos habitualmente ubicados debajo de la lengua o en el paladar como la rueda de Santa Catalina o una representación de la cruz.
Añadir que también habría quienes afirmasen que este tipo de curanderos fuesen descendientes de Santa Quiteria, protectora contra la rabia (hidrofobia), cuya hagiografía nos narra que sería devorada por una jauría de perros, siendo hallados sus restos en el camino que une Marjaliza y Sonseca (Toledo), donde hoy día existen las ruinas de un antiguo Monasterio, el de San Pedro de La Mata, datado de época Visigoda (siglo V).
Dicha santa cuenta todavía hoy con un buen número de templos dedicados a su culto, sobre todo en Aragón o en la propia Marjaliza (Toledo), mientras que en Soria estuvo también presente en una ermita del municipio de Somaén, ya desaparecida.
Ermita de Santa Quiteria (Somaén, Soria)
Las pruebas por las que tenían que pasar los saludadores solían consistir en pisar con los pies desnudos una barra de hierro al rojo o apagar con la lengua un ascua encendida sin que hicieran mella en el aspirante. En definitiva pruebas referidas a su tolerancia al calor, pues también existieron testimonios asegurando que no sufrían daño alguno con el agua o el aceite hirviendo.

Cierto o no, el caso es que se desconoce si todos ellos fueron capaces de superarlas, o si más bien los poderes les eran heredados de padres a hijos, siguiendo así la tradición dentro de las familias, aclarando que el oficio de saludador no debió ser exclusivo de los hombres, aunque parecen haber sido mayoritarios. 
Saludadores sorianos
En relación con los saludadores de la provincia de Soria, contamos con documentación relativa a la solicitud de servicios por parte de la villa episcopal de El Burgo de Osma de oficiantes del municipio de Herreros, al no existir saludador propio encargado de esos menesteres. Así, en 1601, el propio Ayuntamiento pagó 2.555 maravedís al saludador de Herreros que vino a saludar al ganado enfermo. En 1620 se documenta un descargo de 12 reales por ir de nuevo en su búsqueda. Y ya en 1667 se abonan otros 22 reales de la paga de fin de diciembre a Bartolomé Sanz, saludador y también vecino de Herreros, donde sin duda debió haber una gran tradición. 
Vistas de Herreros (Soria)
Ya a mediados del siglo XVIII y en el mencionado Catastro de la Ensenada, fueron registrados como tales cinco saludadores en cuatro localidades de Soria: Deza, Berlanga de Duero, Castilfrío de la Sierra y San Esteban de Gormaz.
No obstante, ante la proliferación de embaucadores que se lucraban a partir de sus supuestas dotes sanadoras, serían habituales los procesos de fe por honor de oficio por parte de los Tribunales de la Inquisición. De hecho, el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, lo sigue definiendo como “Embaucador que se dedica a curar o precaver la rabia u otros males con el aliento, la saliva y ciertas deprecaciones y fórmulas”.
Tal y como acabamos de ver, los saludadores serían requeridos y contratados con frecuencia por parte de asociaciones de labradores, particulares y por los Concejos o Ayuntamientos, llegando incluso en ocasiones a consignarse una cantidad permanente o retribución anual.
A mediados del XVIII comenzarían a promulgarse órdenes que indicaban no recurrir ni contratar a saludadores, aunque su arraigo popular y social haría que siguiesen ejerciendo con total impunidad. Sería a partir del último tercio del siglo XIX, con el descubrimiento del virus rábico, cuando se empezara a dejar de recurrir a sus servicios, al menos oficialmente, dándose protagonismo a la intervención de médicos y veterinarios. 
A pesar de ello, la actividad de los saludadores todavía se prolongaría hasta bien entrado el siglo XX, donde nos encontramos a través de la prensa de la época informaciones referidas a denuncias contra saludadores y curanderos, como en el episodio acaecido en 1907 en el pueblo soriano de Valdanzo, donde la Junta local de Sanidad había dictaminado la cremación de un pollino afectado por la rabia, cuyo dueño haría caso omiso contratando un saludador ambulante.  
De la licantropía a los saludadores
Llama la atención que los saludadores fuesen todo lo contrario a la mitología de los hombres lobo o licántropos, aunque quizás pudieron haber compartido un mismo sustrato remoto que con el paso del tiempo se fuese diluyendo dentro del folclore popular.
Este tipo de creencias fueron muy recurrentes en las leyendas de todo el mundo, en sus diferentes formas. Así, la licantropía, que debe su nombre al mítico rey Licaón de Arcadia en el Peloponeso (Grecia), quien fuese convertido en lobo por la ira de Zeus, entraña una cosmovisión profunda, impregnada por la magia y los ritos de paso de las antiguas cofradías guerreras germánicas y célticas. Es decir, la de aquellos “guerreros lobo” que formaban bandas articuladas alrededor de un líder, con el que quedaban vinculados a través de lazos clientelares, consagrándose hasta la muerte (devotio). Todo ello tras tener que superar una serie de pruebas con sus consiguientes ceremonias mágico-religiosas de iniciación, relacionadas con la noche, la luna, el fuego o el lobo y con la ingestión de determinadas plantas o bebidas que inducirían a estados alterados de conciencia con las que adquieren facultades características de una bestia salvaje que infunde terror al enemigo.
Vaso de los guerreros, Numancia
Rabia guerrera, furor o frenesí que serían características propias de la belicosidad de los pueblos indoeuropeos y que aparecen reflejadas en algunas citas de autores clásicos, como Apiano (Iber, 54 y 67), Tácito (Germ.XLIII) y Silio Itálico (XVI, 44-67), en la propia mitología irlandesa de tradición céltica o en las sagas nórdicas posteriores que describen al guerrero berserk, figura por antonomasia de este tipo de cualidades. 
Igualmente, contamos con referencias que aluden a la tradición popular de vestirse con máscaras de animales, hoy todavía conservada en muchos pueblos, como la de los jinetes celtibéricos de Uxama, que “con caras y fauces de fieras hacen terribles sus morriones” (Silio Itálico, III, 348).
Fragmento de trompa con forma de lobo (Numancia)
En este sentido, es sabido el empleo de la piel del lobo entre los heraldos celtíberos, así como la denominación que recibían este tipo de mitos ya bajo la dominación romana: versipellis, es decir, “el individuo que cambia de piel”, elemento al que parece concedérsele una gran importancia en las metamorfosis. Algunas de estas viejas creencias, pudieron haber sido reinterpretadas posteriormente por el cristianismo a través de santidades relacionadas con la curación de la dermis, como el propio San Antonio Abad, San Antón o San Bartolomé. Baste recordar cómo la tradición popular extiende la creencia de quemar la piel de lobo como fórmula mágica para hacer regresar al maldito a su aspecto humano, práctica que como hemos visto emplearían algunos saludadores contra los rabiosos.
Por tanto, este tipo de magia guerrera propia de la Edad del Hierro en la que unos iniciados adquirían facultades de ferocidad y resistencia propia de animales salvajes, parece estar en el origen del mito de los Hombres-Lobo que la tradición popular irá incorporando. Perdiendo progresivamente su sentido original como potencial para la guerra, para ir siendo sustituido por uno más negativo, asociado a la maldición del que lo padece, relacionada con algún aspecto moral que pretende reprobarse.
Así, a partir de la Edad Media la figura del licántropo aparece ligada a los hechizos de brujas y por eso se estudiarán junto con éstas, de las que se diría se reunían en el monte y a través de un ungüento de lobo se trasformaban en bestias...

Relatos que se irán repitiendo y trasformando a lo largo y ancho de Europa: Son los not of one skin de Noruega e Islandia, el lobisomem en Portugal, loup garou en Francia, vodkolav en Eslovaquia, bleiv-garv en Bretaña y por supuesto la figura del lobishome gallego, auténticos asesinos psicópatas que causarán el pánico entre las poblaciones rurales. 
Creencias, en definitiva, que tendrán un gran arraigo popular, y que en ámbitos más cercanos son recogidas con sus múltiples variantes, como por ejemplo en tierras leonesas, donde los pastores que hubiesen visto un lobo debían abstenerse de mirar a las mujeres y a los niños para no trasmitirles un hechizo, o la profusión de amuletos relacionados con los dientes de lobo para evitar el mal de ojo.
En este sentido, merece la pena resaltar la similitud que guardan algunos de los aspectos sobrenaturales que guardan los saludadores con los licántropos, como el hecho de tener que ser el séptimo hijo, propio de la idea de que éstos tenían un intelecto superior, además de nacer con el don de la doble visión, de la premonición y del poder curativo. Según las tradiciones que han llegado hasta nuestros días, estos niños tenían la capacidad de conectar con otros planos de existencia, aunque el siete no deja de ser un número sagrado desde la Antigüedad. De hecho durante mucho tiempo al séptimo hijo varón se lo llamaba Séptimus y se lo destinaba al estudio de la medicina.
Por otro lado, también habría que tener en cuenta lo que supondría la rabia en el mundo rural preindustrial, cuyo origen era considerado divino e incluso relacionado con maldiciones provenientes de los demonios. El hecho de ser mordido por un perro rabioso significaba morir a manos de una de las enfermedades más temidas por la humanidad. 
Parándonos en la descripción de los síntomas de la enfermedad, podemos ver como los primeros indicios de contagio (simplemente a través del contacto con la saliva de un animal infectado) empezaban con un dolor de cabeza y angustia en la zona de la mordedura, desde donde el virus iría subiendo por el sistema nervioso hasta el cerebro provocando fiebres y un malestar que precedía a la encefalitis. Además generaría hidrofobia, manifestada mediante espasmos violentos al intentar beber agua, junto a ataques de terror, depresión nerviosa, agresividad, furia, necesidad de morder, alucinaciones visuales y auditivas, babas y delirios durante tres días. Finalmente se sucedería una etapa de parálisis que acababa con la muerte del portador del virus.
Algo terrible, tal y como hemos descrito de forma sucinta, lo que quizás explique que incluso la Iglesia probase con todo tipo de magias su curación. Hasta que Luis Pasteur descubriera finalmente su vacuna en 1885, resultando curioso que la última víctima de esta enfermedad en España se produjese en 1975 en un médico mordido por su propio perro.
Retrato de Manuel Blanco Romasanta, único acusado judicialmente de licantropía en España (1853). Fue condenado a morir al garrote vil. 

Asimismo, no sería extraño ante semejante cuadro clínico la aparición de otro tipo de mitos como los de los “chupadores de sangre”, o lo que es lo mismo, el vampirismo. Estos llegarían a popularizarse en Europa desde mediados del S.XVIII, siempre asociados a zonas que sufrieron importantes brotes de rabia y muy en consonancia con las leyendas de los Hombres-Lobo. Documentados están por la arqueología casos de tratamiento o exorcismo antivampírico hallados en enterramientos de Bulgaria, Italia y Polonia, donde se procediese a la decapitación del cadaver o a su estacamiento y obstrucción bucal. Tampoco faltarían en nuestra piel de toro en forma de leyendas de este tipo, como las de la xuxona en Galicia, la guaxa asturiana y muy especialmente en el área catalana con la dama de la torre Malaveïna, el conde Estruch, el conde Arnau o el Ugarés del castillo de Estela. 
Hallazgo de la llamada “Vampira de Venecia”, acusada de alimentarse de cadáveres en el siglo XVI. 

Pudiese ser, tal y como apunta la ciencia, que buena parte de estas leyendas surgiesen como explicación de enfermedades de las que no se tenía respuesta racional, como la esquizofrenia, la porfiría o la mencionada rabia. No obstante, pensamos que no todo puede explicarse por estas vías, ya que como hemos visto sus orígenes parecen muy lejanos, penetrando en el imaginario popular del hombre premoderno hasta llegar a nosotros con sus deformaciones y corrupciones, pero siempre desde la óptica mágica y simbólica del hombre de aquel tiempo.
Valgan estas modestas pinceladas para visualizar el oficio de los saludadores, sin duda uno de los pocos personajes asociados a la brujería que no sufrieron el rechazo generalizado del pensamiento dominante. Sería porque la maldición de su nacimiento fuese para hacer el bien luchando contra la rabia, o quizás por aquello del “haberlos haylos”, no fuese que funcionase y todo, quién sabe...
Bibliografía:
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