EL FUNDADOR DE LA ESTIRPE

Las madres conmemoraban las hazañas guerreras de sus mayores a los hombres que se aprestaban para la guerra, donde cantaban los valerosos hechos de aquéllos
Salustio, Hist., 2, 92

Desde los tiempos remotos, la identidad de un pueblo ha sido cimentada a través de la genealogía, es decir, mediante la construcción de una memoria mítico-heroica que legitimase la realidad presente y diera cohesión al grupo.
Para ello, la poesía celta, derivada de la indoeuropea, debió ejercer un papel fundamental en su transmisión a través de los cánticos que se recitarían de forma oral generación tras generación. Así, entre los cantares célticos, debieron destacar los de contenido mítico y heroico, que desde Europa a la India se encargarían de alabar las hazañas del héroe fundador de una estirpe, al que con el tiempo divinizan, convirtiéndolo en el patrón y protector de sus descendientes.
Este héroe divinizado ofrecería al mismo tiempo las tres funciones de guerrero, sacerdote y rex del esquema tripartito indoeuropeo (Dumèzil), características que son las propias de Teutates entre los celtas, al que se hacían los mayores sacrificios y cuya etimología indica que era el 'Padre del Pueblo', el antepasado mítico.
Representación de Teutates en el caldero de Gundestrup (Dinamarca)
Este tipo de poemas serían compuestos por poetas o bardos especializados, aunque también como el fruto de una elaboración colectiva anterior trasmitida a través de las madres de la comunidad. Explicarían los orígenes de un pueblo y otros temas esenciales de la vida, recurriendo a fórmulas poéticas que lo diferenciarían del lenguaje habitual, además de facilitar su memorización.
Sin embargo, es muy poco lo que se conoce de la literatura celta, prácticamente perdida en su lengua original, siendo la irlandesa y galesa las mejores muestras conservadas. Así, contamos con la rama de Gales (Mabinogion), registrada en algunos manuscritos medievales, y sobre todo con un extenso corpus de sagas, romances en prosa y en verso procedentes de Irlanda, que van desde las invasiones a las que fue sometida la isla (Leabhar Gabhála Érenn), hasta el llamado Ciclo del Ulster o de la Rama Roja. Estas narraciones fechadas entre los siglos VIII y XII d.C. irían recogiendo por escrito toda la tradición anterior, eso sí, con añadidos y adaptaciones propias de la tradición cristiana, pero sin desmerecer en absoluto como una valiosa fuente de información sobre las costumbres, valores y sistemas de creencias de los celtas. 
Respecto a la literatura celta continental, a pesar de no haber sobrevivido ningún poema original, sabemos de la existencia de poetas cantores o bardos entre los galos, que componían y recitaban himnos épicos de contenido mítico cosmológico, acompañados de instrumentos parecidos a la lira, perpetuando la memoria de sus héroes y sus hechos memorables. Serían relatos en verso sobre la historia mítica de una tribu, exaltando las gestas de sus héroes, rescatados a duras penas por la investigación, como el del fundador de Alesia, que acabará equiparándose a Hércules al helenizarse.
En la céltica hispana su desconocimiento ha sido total, excepto por lo que apuntara Joaquín Costa en el siglo XIX y continuase recientemente Martín Almagro Gorbea (2018), quien no tiene dudas de haber detectado elementos propios de este tipo de cantares célticos de trasmisión oral en muchas de las leyendas populares ibéricas, así como en las obras escritas de nuestra literatura altomedieval, en los que la figura mítica del héroe fundador seguiría profundamente enraizada en el imaginario colectivo. Héroes como Bernardo de Carpio y Fernán González en Castilla, Juán Zuría, López de Haro y Sancho Abarca en el País Vasco y Navarra serían buena muestra de ello, pues ofrecen elementos característicos tomados de relatos mítico-históricos celtas que en el siglo X pasaron a ser incorporados en los escritos en lengua romance. Todo ello, dentro de un ambiente geográfico muy conservador y poco romanizado, en el que sobrevivían poblaciones ancladas en un universo de creencias y formas de vida que no diferían en demasía con las de los antiguos celtíberos, al menos hasta la Reconquista y posterior Repoblación, tal y como así nos sugieren las fuentes árabes.
Monumento a Fernán Gonzalez. Navalcarnero (Madrid)
Ahora bien, partiendo de los estudios de mitología comparada de los pueblos célticos europeos, podemos acercarnos a la figura del héroe fundador, al que se asocia con el sacerdocio y la fecundidad, ya que como veremos fue el creador del orden social al instaurar su estirpe, así como el primer mortal sobre el que se establece el culto al antepasado, con sus ritos correspondientes. El hecho de que con el tiempo acabase siendo identificado con una divinidad local quizás sea la explicación de la gran cantidad de teónimos documentados por la epigrafía, indicando así la denominación que en cada lugar se le diese a este “Primer Rey”.

Los elementos comunes que se repiten incansablemente sobre el mito del héroe fundador serán básicamente los siguientes: 

  • Nacimiento del fuego del hogar doméstico.
  • Exposición y alejamiento iniciático en terrenos apartados, donde pasa diversas pruebas  ordálicas.
  • Se convierte en hombre-lobo y jefe de una banda de latrones.
  • Lucha con animales malignos, símbolo de la liberación del mal en su territorio.
  • Doma al caballo, protegido por una diosa.
  • Viaja al Más Allá, donde caza a caballo el jabalí maligno.
  • Tras estos 'trabajos', pasa a ser reconocido como rex.
  • Como rex inicia el tiempo y el calendario, da leyes y enseña los ritos religiosos.
  • Instituye el fuego del hogar.
  • Instituye el sacrificio.
  • Enseña a manejar el arado.
  • Se desposa, quizás en una hierogamia.
  • Pasa a ser el Heros ktistes fundador de la dinastía y de toda la población.
  • El ciclo finaliza tras su muerte con su heroización.
Veamos a continuación el poso que pudieron haber dejado este tipo de relatos en nuestra vieja Celtiberia, para lo que nos serviremos de las evidencias que nos brinda la arqueología, prestando especial atención a la iconografía representada en algunas de sus piezas, donde parece que puede rastrearse la huella del héroe.

En la antigua Termes (Montejo de Tiermes, Soria) las labores de limpieza llevadas a cabo en 1999 documentaron lo que parece ser un heroon celtibérico bajo el conocido templo de la acrópolis. Se trata de una serie de marcas de postes que sustentarían una cabaña rectangular de madera que se supondría residencia del mítico ancestro fundador (heros ktistes) y donde se le rendiría culto hasta que el enclave fuese monumentalizado.
Templo de la acrópolis de Termes (Montejo de Tiermes, Soria)
La distribución del templo posterior, también rectangular, con un banco corrido lateral y una eschara o altar a ras de suelo con reborde tallado en la roca en su centro, a modo de “hogar ritual”, dan la clave para su interpretación como templo familiar del antepasado heroico difunto, erigido para potenciar los vínculos ideológicos del estatus urbano que adquiere el oppida celtibérico. 
Un fuego sagrado que como signo de realeza se relacionaría con el mitema del “guerrero radiante” y fundador de la estirpe humana, propio de otros dioses celtas como Netón*, similar al dios de la guerra de Irlanda, Néit, “El Radiante”, y de héroes mitológicos como el irlandés Cúchulain.

(*Neito aparece en la cara A6 del bronce de Botorrita I, pudiendo tratarse de un teónimo referido al héroe primigenio de un pueblo, al creador de las primeras leyes, que junto a las otras posibles deidades a las que se hace igualmente mención,Tokoitei y Sarnikio, podrían estar sacralizando este tipo de escritos jurídicos relativos a litigios entre ciudades) 

Junto a esta construcción, en la cúspide de la terraza, hay una peña que se considera de carácter onfálico (de perfil umbilical) dominando la ciudad, con una cueva (bothros) excavada en su base que ratifica su relación con los espíritus del inframundo.
De tal manera, en Termes parecen existir pruebas sobre el culto al héroe antepasado, que sería un personaje real mitificado o puramente mítico, quizás Tarmes, quien daría nombre a la ciudad, a juzgar por la interpretación que se hiciera de una leyenda monetal de mediados del siglo II a.C. en la que figura la palabra Tarmeskom/Tarmesko, (Jordán, C. 2005).
En otras zonas de la Celtiberia se ha creído documentar la presencia de algunos de estos hogares rituales, asociados unas veces a morillos, como el de Reillo (Cuenca), con forma de carnero y serpientes en relieve, y otras a restos de sacrificios animales e inhumaciones infantiles, elementos propios del culto al antepasado.
Del mismo modo, el depósito de huesos humanos en espacios liminales parece haber sido una práctica ritual relativamente frecuente entre las sociedades célticas peninsulares (Alfayé 2007). Tal es el caso de Numancia, donde junto al perímetro defensivo González de Simancas acreditó una estancia que ha sido puesta en relación con otro posible heroon. En ella, aparecieron cuatro cráneos que bien pudieran haber estado expuestos a modo de talismanes protectores de la ciudad, como reliquias vinculadas con los ancestros o individuos destacados que se emplearían en algún tipo de ceremonia que desconocemos.
En relación con las ordalías (“juicios de Dios” de la mentalidad cristiana) en las que participa el héroe en su formación, contamos con escenas de combates individuales a pie en los que el arma esencial era la lanza y la espada, como las representadas en las cerámicas numantinas, pudiendo estar aludiendo a un tema mitológico relacionado con los primeros reyes de la estirpe. Además, las fuentes clásicas mencionan constantemente este tipo de enfrentamientos entre “campeones”, como en el caso del jinete de la vaccea Itercatia, que retaría repetidamente a los romanos a un combate cuerpo a cuerpo, siendo el propio Escipión Emiliano el único en aceptar el duelo, que tras vencer al local contemplaría sorprendido cómo los hijos del guerrero caído se mostraron alagados por el ejemplo de honor y valentía dado por su progenitor (Plinio. Nat. 37,9.). Igualmente, en los últimos días de Numancia se llevaría a cabo el “sacrificio supremo” mediante la lucha de sus mejores guerreros de dos en dos (Valerio Máximo. 3,2, ext.7), tal y como les habrían relatado que lo hicieron sus antepasados.
Vaso de los Guerreros (siglo I a.C.) procedente de Numancia
Enlazando con esta idea, tenemos el paso del héroe por una banda de latrones, que asociamos a las cofradías guerreras o mannerbünde propias de las sociedades de jefaturas celtibéricas, las cuales legitimarían y regularían su poder en base a la guerra. Es a través de ella como se entra en la edad adulta, como se gana el prestigio, se ejerce la competitividad aristocrática y se consigue cohesión social, además del mecanismo por el que se obtienen bienes materiales (ganados, botines, etc.) para redistribuir dentro y fuera de la comunidad, y por supuesto la manera de alcanzar pactos, alianzas, redes de fidelidad, territorios y privilegios de paso.
Tradicionalmente fueron asociadas al fenómeno del bandidaje que las fuentes clásicas recogen como práctica habitual de buena parte de los pueblos de la céltica hispana, de ahí lo de latrones, aunque el concepto más bien habría que relacionarlo con un tipo de guerra no oficial, carente del prestigio que otorgaba la mentalidad romana.
Pero lo cierto es que estas élites guerreras actuarían conforme a un sistema de valores éticos que serviría  para vertebrar espiritualmente a la comunidad y dotarla de sentido moral, teniendo como máxima referencia a la figura arquetípica del héroe antepasado. En este sentido, los autores greco-latinos resaltan la expresión de un ethos agonístico entre los pueblos célticos de Iberia, preocupados constantemente por la exhibición del valor, la búsqueda de la fama a través del combate y el deseo de morir en la lucha antes que retroceder o caer cautivo, pues de lo contrario se caería en la deshonra, la humillación y la vergüenza por parte de los suyos.
Así quedaría recogido en algunos textos clásicos, como el de Orosio (Hist., 5.12), quien nos habla de unos numantinos que le pidieron a Escipión con insistencia que se les concediera la oportunidad de luchar en igualdad de condiciones para poder así morir como hombres.
Estas bandas de guerreros quedarían articuladas alrededor de un líder, al que se vinculan por lazos clientelares y se consagran hasta la muerte (devotio), y a las que se pertenecería después de superar una serie de pruebas con sus consiguientes ceremonias mágico-religiosas de iniciación. Éstas estarían relacionadas con la noche, la luna, el fuego, el lobo o el oso, junto con la ingestión de determinadas plantas o bebidas que inducirían a estados alterados de conciencia con los que adquieren facultades características de una bestia salvaje que infunde terror al enemigo.
(El iniciado muere y renace simbólicamente al enfrentarse a todos sus miedos. La lucha contra animales malignos sería el símbolo de su esfuerzo y liberación para convertirse en guerrero de la hermandad).
En este sentido, Estrabón (III, 3, 6.) se referiría a los habitantes que vivían en las márgenes del rio Duero, como pueblos en los que “hay algunos que viven al modo espartano (…) bañándose con agua fría, comiendo una sola vez al día, de forma mesurada y sencilla”, como de constante endurecimiento del cuerpo y el ánimo” .
También, el carácter guerrero de estas élites aristocráticas aparece asociado a la posesión de las ricas panoplias armamentísticas que aparecen en los cementerios celtibéricos, así como por la de otros elementos de prestigio, donde la figura del caballo jugaría un papel especial.
Jarra decorada con escena de doma (Numancia)
Dicho animal sería muy costoso, otorgando rango y estatus a su poseedor, quien no dudaría en emplearlo también como herramienta diplomática, a modo de regalo aristocrático que circularía junto a otros muchos objetos exógenos, como los discos coraza, cuchillos afalcatados, algunas fíbulas anulares, las primeras cerámicas torneadas, modelos evolucionados de espadas, varias placas de cinturones, etc.. Todos ellos, a la muerte de su noble propietario serían depositados en las tumbas de las necrópolis del siglo V a.C., incluyendo arreos y bocados de caballo, e incluso alguna ofrenda faunística (Numancia). Como ejemplo representativo tendríamos la necrópolis de La Mercadera (Rioseco de Soria), donde se hallaron 6 enterramientos con arreos, asociados con armas en todos los casos, cinco de los cuales fueron consideradas tumbas “ricas”.
A partir de la Segunda Edad del Hierro, el caballo alcanzaría una valoración más amplia como emblema político colectivo de los integrantes de un territorio controlado por una ciudad (oppida). Es ahora, siglo IV a.C., cuando comienza una paulatina desaparición de algunos de los elementos de prestigio de las élites, como los cascos, los discos-coraza y los umbos de bronce decorados de los escudos, quedando las panoplias guerreras bastante uniformadas ya entre los siglos III-II a.C., donde destacarán la espada y el puñal biglobular. Al mismo tiempo aparecen y se generalizan fíbulas de caballo, con o sin jinete (armado y desnudo), báculos o estandartes de distinción (necrópolis de Numancia), vajillas para el banquete con iconografía figurativa, y en fechas más avanzadas acuñaciones de monedas con la imagen del jinete lancero.
En cuanto al significado de estas piezas, se ha puesto en relación con la expansión y evolución de ideologías urbanas, en las que sus dirigentes ya no sustentan su prestigio en base a las armas, sino en base a otros elementos de distinción social estrechamente relacionados con los mitos de heroización ecuestre.

Báculo de distinción procedente de Numancia (Museo Numantino)

El propio autor clásico Polibio (fr.95) al hacerse eco de la guerra de Numancia, cuenta como se arrodilla un caballo para dejar subir al jinete, resaltando siempre la habilidad de los celtíberos en su manejo para estos fines.
Por tanto, hay un deseo de reivindicar la ascendencia del héroe fundador de la estirpe o antepasado mítico, al que se asocian otros elementos de ideología céltica, como la cabeza del enemigo suspendida delante del caballo, el jabalí o el lobo, o su relación con algunos signos astrales, como símbolo de su viaje al Más Allá.
El "Lobo Primordial" devorando el sol al final del tiempo, en un vaso de Roa,Burgos (s.IIa.C.)
Fíbula de jabalí expuesta en Museo de La Rioja
Fíbula celtibéica procedente de Lancia (León)
Todos estos elementos son propios del imaginario del “Primer Rey”, quien además se erige como emblema de la ciudad en las acuñaciones monetales (jinete con lanza), siendo el protector del ejército y de su clase ecuestre.
Moneda con jinete lancero y rostro del "héroe fundador" de Arekoratas
Damos por finalizado este ciclo con la muerte del fundador de la estirpe, de quien se cantarían por toda la céltica europea sus hazañas de forma épica, junto a las de otros antepasados muertos en combate, fijando en la memoria de los vivos un sistema ético de valores digno de ser imitado, que trascendería a la mera desaparición de los caídos. 
Esta era la forma de acceder a la inmortalidad, siguiendo los pasos del héroe, el espejo en el que mirarse, el verdadero sentido de la vida…
Camuflado ha quedado en nuestro inconsciente colectivo, en nuestras fiestas patronales, donde se recogen ritos ancestrales de repetición de la creación del cosmos, del culto a los antepasados que pusieron la primera piedra de la tierra que hoy pisamos, de propiciación de la fertilidad…
Una concepción mágica del mundo, que a pesar de haberse desvirtuado e incluso despreciado, sigue presente entre nosotros, esperando un nuevo despertar.


Surgido de la noche, siguiendo a nuestros antepasados,
Ancestros que están en nuestros corazones,
nuestros descendientes en nuestras mentes...
Uno al lado del otro nos paramos.
En nuestra familia, en nuestra tribu, en nuestra patria...
Que podamos ser dignos, que no seamos desterrados.
Que Teutates levante su rostro y brille sobre nosotros
Que nos guíe y bendiga.
Vamos a llevar la antorcha, la descendencia nos seguirá...
 Inspirado en Eluveite, “Tovtatis” (Evocation II Pantheon)

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