LAS AVES DE LUG EN EL CICLO INVERNAL

Lug es la divinidad resplandeciente suprema de los celtas, cuya huella acabaría sincretizándose con la de otros dioses destacados de los pueblos indoeuropeos, como Rudra, Odín, Mercurio o Apolo, existiendo aún en el día de hoy en Europa multitud de topónimos referidos a él.  
Se trata de un dios que abarcaba un buen número de funciones y facetas, de ahí que fuese también conocido como “el de las Mil Artes” y habitualmente se le mencionase en plural. Aunque lo cierto es que su nombre se ha puesto en relación con la raíz  leuk-, que significa brillarcon fuertes connotaciones solares, por lo que Lug sería “el luminoso” o “el brillante”.
No obstante, la literatura de raíz céltica irlandesa, de la que procede gran parte de su mitología conservada, constantemente alude al ornitomorfismo que adquiere la divinidad, en concreto el cuervo. En esta línea, hay quienes afirman que su nombre podría derivar del galo lugus que significaría “cuervo negro”.
Pero, ¿cómo podría un dios luminoso estar representado por el ave negra? Veamos cómo este doble significado podría complementarse, para después proceder a analizar algunos de los aspectos que lo hacen relacionarse con esta y con otro tipo de aves.

1. EL CUERVO COMO MENSAJERO DE LUG
En la mitología celta irlandesa, el cuervo aparece como el ave del Más Allá, surgiendo junto a Lug en el campo de batalla, señalando un lugar, anunciando e indicando la presencia de un héroe y, en definitiva, siendo el ave que contribuye a traer buenos augurios…
De hecho, en un tratado antiguo tradicionalmente atribuido a Plutarco (“Sobre los nombres de ríos y montañas”) se recoge que los cuervos trajeron buenos pronósticos en la fundación de Lugudunum, capital de los galos en época romana (Lyon, Francia).
También en el ámbito de la céltica hispana, se tiene constancia de un santuario al aire libre dedicado a Lug en Peñalba de Villastar (Teruel), donde posiblemente llegasen peregrinos de las comarcas y regiones cercanas para la celebración del Lughnassad o fiesta del inicio de la cosecha, en torno al 1 de agosto. Un lugar sagrado que cuenta con más de 20 inscripciones en sus paredes, así como una representación antropomorfa masculina con rasgos típicos del arte céltico y otra muy estilizada que se trataría de un bifronte con los brazos extendidos. Debajo mismo de uno de los epígrafes relacionados con la divinidad aparecería lo que parece ser la representación de un cuervo.
Incluso de forma un tanto más difusa, podríamos trasladarnos a la punta sudoccidental de la Península Ibérica, actual Cabo San Vicente, donde autores clásicos como Artemidoro, Posidonio o Estrabón informaron sobre los ritos que los célticos del Anas celebraban en el Promontorio Sacro (hieron akroterion), relacionados, según algunos investigadores como García Quintela (2002), con el culto al Sol y el paso al Más Allá (abierto al Océano y hacia el ocaso). En este mismo entorno se documentan mitos y leyendas, así como diversos topónimos que aluden a cuervos, lo que nos pondría de nuevo sobre la pista del viejo culto a Lug. Desde aquí y hasta la costa cantábrica, este mismo autor plantearía la existencia de muchos más lugares sagrados que igualmente debieron estar asociados con estos parámetros, donde además, desde más antiguo (Edad del Bronce), hay constancia de representaciones aviformes en petroglifos (Cabo de Roca, Santa Tecla, Monteferro, Facho de Donón, la península donde está la Torre de Hércules de La Coruña, etc.)
Cabría entonces la posibilidad de que estas aves fuesen oraculares, en tanto en cuanto se encargarían de ser las transmisoras de la sabiduría y las guías de los difuntos hacia el Más Allá. Los mensajeros del dios, sus representantes, teniendo en cuenta la importante dimensión odínica de Lug (Le Roux y Guyonvarc’h; 2009). Así sería como la deidad estaría presente en el cuervo, animal que refleja el sol en su plumaje negro de manera muy significativa, hecho que pudiera explicar su denominación gala.
Puesta de sol desde el Cabo de San Vicente
Ahora bien, y trasladándonos al ciclo invernal, nos encontramos con otra ave peculiar que también sería asociada a Lug, aunque en este caso no de manera perenne como en el cuervo, sino en una dimensión más efímera y renovadora. Nos referimos al reyezuelo (Regulus regulus), un pequeño pájaro de unos 14 cm de envergadura y 5 gramos de peso, cuyo vuelo normal no sobrepasa los arbustos donde reside, al que la tradición popular europea considera que nunca hay que hacer daño, pues entrañaría muy mala suerte.

2.     EL REYEZUELO DE LUG
Recibe su nombre de una leyenda recogida al menos desde el Primer Milenio a.C., tanto en el ámbito griego, en una de las fábulas de Esopo, como en el céltico a través de relatos de tradición oral. En ella se cuenta el procedimiento al que se recurrió para proclamar al rey de las aves, aquel que lograra ascender más alto en su vuelo. Asimismo, antes de comenzar el concurso, el reyezuelo se había ocultado debajo de un águila, de tal manera que cuando ésta llegó a alcanzar el techo de su vuelo, salió de su escondrijo y continuó volando más alto aún que la hasta ahora reina de las aves.
El pequeño pájaro habría demostrado así su astucia para ser coronado soberano por el Dios Sol, que estamparía en su cabeza un rayo solar. Desde aquel momento lucirían los reyezuelos sus doradas crestas, símbolos de su condición.
Pero este hecho suscitaría el recelo del águila que, como contrapartida, según narra la tradición céltica, impondría una geis (tabú u obligación), según la cual debería ser siempre cazado este pajarillo el día después del solsticio (entonces se pensaba que en San Esteban, el 26 de diciembre), tras lo cual se le coronaría como pequeño rey, pero a cambio de que éste nunca pudiera volar más alto que por encima de un matorral, valla o muro. 
La relación simbólica de este pájaro con Lug ha podido rastrearse a través de la literatura medieval galesa de tradición céltica, concretamente en la “IV Rama del Mabinogion” (siglo XI) donde se narra cómo la propia deidad Lleu adquiere su nombre tras cazar a un reyezuelo.
Adentrándonos en su historia, se nos menciona cómo su madre, Aranrhod, le alumbraría en el momento en el que estaba siendo probada su castidad. Esta condición era necesaria para ocupar el cargo de portapiés del rey Math, vacante desde que Gilvaethwy, con ayuda de su hermano el mago Gwydion, desbancaran a la anterior mediante una violación con el propósito de liberarla de su compromiso y poder así tener un idilio con ella.
De tal manera, el recién nacido de la doncella aspirante al cargo de portapiés desaparecería inmediatamente en el mar, mientras que ella, avergonzada, correría hacia la puerta para huir dejando caer un objeto misterioso que el mago Gwydion, ya reconciliado con el rey, recogería y colocaría en un cofre al pie de su cama. Algún tiempo después, él oiría unos gritos desde su interior y al abrirlo descubriría un segundo hijo. Inmediatamente después acudiría a la madre para notificar la buena nueva, pero la vergüenza se apropiaría de ella y no accedería a reconocerle, además de proferirle un conjuro por el que nunca podría tener nombre a menos que se lo impusiese la misma.
Es así que posteriormente, el mago tramaría un engaño para esquivarlo. Él y el niño se embarcarían hacia el castillo de Aranrhod, situado en una isla, disfrazados de zapateros. Una vez allí la madre les pediría unos zapatos que primero confeccionan demasiado grandes y después demasiado pequeños. Esto provocaría que ella se acercara al navío donde estaba instalado el taller, extrañada de que no supiesen hacer los zapatos a medida. De tal manera, al mismo tiempo que conversaba del asunto con el muchacho, un reyezuelo se alzó sobre el puente del navío. El chiquillo le golpeó y lo alcanzó entre el tendón y el hueso de la pata, lo que provocaría las risas de Aranrhod:
 Dios sabe, dijo ella, que es con una mano segura como el “pequeño” lo alcanzó.
, dice el mago Gwydion, que Dios no te recompense, él ha por fin encontrado un nombre bastante bueno: se llamará desde ahora Lleu Llaw Gyffes (Lleu, el Rubio, de la Mano Segura).
 
El episodio relatado de forma sucinta parece entrañar toda una serie de ritos e ideología relacionado con la propia realeza de la divinidad, cuyo nacimiento siempre tiene lugar de un hecho sobrenatural, además de promover simbólicamente el cambio del nuevo ciclo, pues es el propio Lleu que (re)nace al recibir su nombre, al igual que lo hace el sol en el solsticio impulsado de nuevo hacia lo más alto gracias al empuje de Lug.
Indistintamente, resulta curioso que también en Soria, el dios pancéltico Lug se manifieste a través de un ara votiva que dedican los zapateros de Uxama (Osma, Soria) a Lugovibus (plural de Lugoves). Sin duda un aspecto que escaparía de lo meramente casual y que podría demostrar que los celtíberos conocían este mito en el momento en el que dedican el altar.  

Ara que los zapateros de Uxama Argaela dedican a Lugovibus

3. EL CULTO A LUG EN EL FOLKLORE POPULAR
Aparte de en los textos célticos irlandeses y galeses recogidos ya en el medievo, podemos seguir el rastro del culto a Lug a través del folklore europeo.
Curiosamente, serán las costumbres de los pueblos las que mejor nos acerquen a estos aspectos, teniéndose constancia de la tradición de la caza del reyezuelo tras el solsticio de invierno (en San Esteban o en Reyes) en la misma Irlanda, Bretaña, País de Gales, en la comarca escocesa de Galloway, en la Isla de Man o en Carcasona  (Alonso Romero; 2001). Todos ellos lugares de amplia raíz céltica, donde generalmente encontramos grupos de jóvenes disfrazados con caretas, gorros y capas de paja, que se disputarían su captura. Así, el primero en hacerlo sería proclamado rey, colgando al avecilla de un palo o bastón (incluso dentro de un carro o en una rueda) para inmediatamente regresar a la población encabezando la procesión y la ronda por las diversas casas de la comunidad. De esta forma, se deseaba y trasladaba la buena suerte y la prosperidad para el año entrante, a cambio, claro está, de comida y dinero.
Cacería del reyezuelo (Dibujo de F. Alonso Romero)
Además, y sobre todo en lo referente a costumbres de la Irlanda del siglo XIX, aparece testimoniado que, entre los que trasportaban al reyezuelo, había siempre un personaje cómico que iba provisto de una vejiga inflada atada a un palo, y un chico que se disfrazaba de mujer, los cuales hacían reír con sus movimientos y gestos grotescos, mientras los demás cantaban coplas alusivas a la cacería. Unas prácticas que en gran medida acabarían siendo objeto de crítica por la Iglesia, que optaría por prohibirlas en el peor de los casos o por relegarlas al carnaval y adecuarlas a sus ritos en el mejor de ellos. Es más, desde el medievo todo este tipo de costumbres fueron relacionadas con las antiguas prácticas paganas de ornitomancia que realizaban los druidas.
Tradiciones del ámbito indoeuropeo que beben de fuentes muy antiguas, relacionadas posiblemente con el sacrificio simbólico del rey o jefe de una comunidad, gracias al cual se renovaba la vida, se ordenaba el caos primigenio, renacía el año nuevo frente al viejo y en definitiva, llamaban a la venida de suerte y prosperidad para todos. 
Y es que todo dependería de la virilidad de un rey que, si se le mataba antes de que llegara a la ancianidad, se evitaría que la naturaleza sufriera también el mismo proceso degenerativo del ciclo vital humano.
En resumen, en este tipo de ceremonias lo que se estaba simbolizando era la muerte ritual de un rey, para proceder inmediatamente a una nueva coronación, rito que normalmente iría acompañado de su casamiento con la diosa de sus súbditos (en hierogamia), que encarnaría al territorio o a la naturaleza, a quien se le pediría que volviese a dar sus frutos. Incluso en algunos de los ritos documentados, el “grupo del reyezuelo” se hacía acompañar de los llamados caballitos festivos, que consistían en un armazón de madera que representaba la figura de un caballo y que iba cubierto con una sábana blanca. Debajo iba un joven transportándolo sobre sus hombros, y con un sencillo artilugio de cuerdas hacía que la cabeza de madera del caballo abriese y cerrase la quijada, mientras corría asustando al gentío. Representaciones animalísticas que acabarían con el tiempo desapareciendo al ser también censuradas por la autoridad eclesiástica, que vería en ellas la imagen de antiguas divinidades paganas.
Caballito festivo del sur de Gales
Ahora bien, y trasladándonos a la Península Ibérica, también encontramos algunos rituales similares, como en Cabanas, cerca de Ferrol (Galicia), donde se encuentra un gran peñasco en el que está grabada la huella de un pie y donde se dice que antiguamente se nombraban allí a los alcaldes. Igualmente en Vilanova de Lourenzá (Galicia) se tiene constancia que el día primero del año se cazaba al pajarillo en una plantación de manzanos perteneciente al Monasterio de San Salvador, al que se llamaba el “rey Charlo”. Este inmediatamente después era llevado preso con una cinta en una lanza hasta “el Palacio y Sala Vella del señor abad”, que lo recibía como señal de vasallaje, realizando el rito de cortarle algunas plumas con unas tijeras antes de liberarlo, tras lo cual repartiría pan y vino entre los presentes. Seguiría la elección de cuatro nuevos alcaldes en la casa del Concejo, de los que el abad escogía dos. (Alonso Romero; 2001)
Del mismo modo, es inevitable no hacer mención a aquellas mascaradas, reinados de mozos o de “reyes locos”, gallofas, etc., que tienen que ver con el solsticio de invierno y que han seguido celebrándose tanto en la Península Ibérica como en el resto de Europa. En su mayoría, parecen seguir la línea de renovación de la jerarquía social humana, invistiendo alcaldes o reyes caricaturescos que en pocos días mueren ritualmente (normalmente en los 12 días que van entre Nochebuena y Reyes). 
Fiesta de San Esteban de Ousilhao (Tras os Montes, Portugal) (Foto: Carlos González Ximénez)
Tradiciones invernales, que para más inri suelen también acompañarse de zangarrones, zamarrones, botargas o la denominación que reciban. Esto es, aquellas figuras grotescas con elementos animalescos que asustan o ejercen de bufones a la población, teniendo un gran arraigo en Zamora, Galicia, cornisa cantábrica, así como en buena parte de Castilla.
En esta última, tantas veces ignorada a pesar de ser la cuna de la celticidad histórica peninsular, hemos creído encontrar también otro posible rito relacionado con el asunto que aquí nos concierne. Nos referimos a la localidad soriana de Barca, perteneciente a la comarca de Almazán, en cuyas cercanías (paraje de “Las Eras”, Ciadueña) se erigiese entre los siglos II y I a.C. una ciudad celtibérica de tamaño medio junto al río Duero.

Vasija de los caballos (Ciadueña-Barca, Soria)
Aquí, se organizaba una ronda de mozos en navidades que antaño contaba con la confección de un muñeco o “pericopajas” con el que bailaban sinuosamente las mujeres (prohibido por la Iglesia), y que al acabar su mandato temporal era quemado, tal y como era habitual en los reinados de mozos que abundaban en el entorno (en Romanillo de Medinaceli disparaban simbólicamente al rey y le rociaban con vino). Aunque quizás lo más interesante sea que, en el día del solsticio, en Barca se soltaban pájaros en el interior de la iglesia durante la misa.
La coincidencia de fechas resulta interesante, en el momento en el que Lug se encarga de impulsar el disco solar en su recorrido celeste, lo que unido a la suelta de aves y a la celebración de una botarga con reinado de mozos, hace que nos planteemos la posibilidad de que pudieran ser pervivencias de origen céltico. Y más teniendo en cuenta la presencia de la deidad suprema en la provincia por la estela de Uxama citada anteriormente, lo que no es baladí dada la escasez de teónimos existentes en inscripciones de la Península (Fuensabiñan (Guadalajara), Atapuerca (Burgos), Peñalba de Villastar (Teruel) básicamente para el ámbito celtibérico).
No sería de extrañar, por tanto, que algunos elementos relacionados con los viejos cultos a Lug hubiesen podido perdurar hasta casi nuestros días en algunas zonas retardatarias de fuertes raíces celtas, eso sí, muy difuminados ya por el peso de los siglos. De hecho, es en la “Crónica de la Provincia de Soria”, escrita en 1867 por Antonio Pérez Rioja, donde se propusiera que la voz “belos” podría reducirse a la vascongada “vele”, que significa cuervo, cuyo adjetivo derivado “velecoa” se pronunciaba por los romanos “Veluca”, nombre similar al del emplazamiento celtibero-romano que recoge el Itinerario de Antonino Pio en la vía que unía Astúrica con Caesar Augusta a su paso por Calatañazor. Así, de “vele”, según el mismo, saldría por derivación “velasco” (corvino), “velacha” (cuervecito) y por derivación Blacos y Torre de Blacos, localidades cercanas a Uxama, con restos de un pasado celtibérico y quién sabe si denominadas así también por su relación con el propio Lug.
Sin salirnos de la propia Soria, tampoco obviaremos aquí las similitudes de esos caballitos festivos que en Irlanda, Gales y en la Isla de Man acompañaban a los cazadores del reyezuelo, con la festividad de “La Barrosa” que se celebra en la localidad de Abejar. Una auténtica mascarada invernal que habría quedado relegada al carnaval, en la que el animal representado bajo una sábana y un armazón es en este caso una vaca, y de la que ya en otra ocasión relacionamos, no sin discusión, con viejas tradiciones paganas de origen celtibérico.
Conclusiones:
A lo largo de estas páginas hemos ido viendo la faceta más importante de Lug en el ciclo invernal, así como buena parte de sus representaciones simbólicas y pervivencias relacionadas con aves como el cuervo o el reyezuelo. Es decir, en su condición eterna de guía de las almas hacia la luz de la divinidad (cuervo) y en la meramente humana y circunstancial de los reyes que deben ser renovados y coronados anualmente, al igual que lo hace el sol al remontar tras la etapa oscura.
Dejemos entonces trascurrir al invierno, pues sólo este podrá dotarnos o quitarnos lo que verdaderamente necesitemos, encomendándonos al propio ciclo natural, a la vez amenaza y a la vez nuestra propia morada.
Frente a lo robótico y técnico de nuestro mundo, valgan algunos de estos ritos y costumbres invernales asociados a un Lug que nos seguiría recordando nuestro vínculo con aquella tierra en la que perpetuamente germinamos y marchitamos.
Enero de 2020
Bibliografía:
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