En esta ocasión nos hacemos eco de las tesis de Martín Almagro-Gorbea en relación a las pervivencias de tradición celta que quedaron insertas en nuestra literatura medieval. En concreto, analizaremos la leyenda de los Siete Infantes de Lara, cuyo desarrollo está unido al antiguo territorio de los celtíberos pelendones, entre Burgos y Soria. Conoceremos así una trama que recoge la esencia de las viejas leyendas épicas europeas de la fratría guerrera y el mito de la fundación territorial por parte de un héroe arquetípico.
“¡Diego!… ¡Martín!… ¡Fernando!… ¡Suero!… ¡Enrico!…¡Veremundo!… ¡Gonzalo!…”, y cuando llegaa este nombre, dos veces lo repite;y recobrando esfuerzo y vida nueva,entrambas manos trémulas extiendey agarra de Gonzalo la cabezay la alza; pero al verla sin el cuerpo,un grito arroja, y súbito la suelta,cual si hecha de encendido hierro fuese"
La literatura celta parece jugar un papel de suma importancia a la hora de iniciar la búsqueda de las raíces más profundas que conforman la identidad europea, pues se nos ofrece como valiosa fuente de información sobre las costumbres, valores y sistemas de creencias de los celtas que de otra manera nos serían imposibles de percibir.
Este
tipo de relatos recogerían
la huella de aquellos hermosos e
inmemoriales cánticos populares
compuestos y recitados de
forma oral por bardos
especializados o en el seno mismo de las familias de la comunidad,
conformando a lo
largo de los siglos, un
tipo de narración
en la se
explicarían los orígenes de un pueblo y
otros temas esenciales de la vida. Todo
ello recurriendo a fórmulas poéticas que
lo diferenciarían del lenguaje habitual, además de facilitar su
memorización.
Sin
embargo, no conocemos la poesía celta en
su lengua original, además de que ésta
no
quedara
plasmada
por escrito
hasta
la Alta Edad Media, gracias
a lo cual hemos
podido recuperar
buena parte de esa tradición anterior que
en esos momentos interesara
recoger. Eso
sí, con añadidos y adaptaciones propias de la tradición cristiana,
como
en el caso irlandés, que
conservara un extenso
corpus de sagas, romances en prosa y en verso que
que
van desde las invasiones a las que fue sometida la isla, Leabhar
Gabhála Érenn,
hasta el llamado Ciclo
del Ulster o
de la Rama
Roja, o
bien el de la
rama galesa
conocido como Mabinogion.
Por
nuestra parte, en
la céltica hispana
su desconocimiento ha sido tal
hasta
el punto de parecer
haberse desvanecido
con el peso
del tiempo
sin
ni siquiera haber
dejado
ruinas.
O
eso
creíamos, ya que sorprendentemente se habrían
conservado pequeños
trazos
camuflados
en nuestros
cantares
de gesta
y en el romancero
medieval español, donde
investigadores
de
la talla de Joaquín Costa, Fernández
de Escalante, Delpech o más
recientemente Martín Almagro-Gorbea
(2018)
han
detectado elementos
característicos tomados de relatos mítico-históricos celtas.
No
parece casualidad que sea aquí, en
estas tierras
de la antigua Celtiberia, como
parte
integrante del mundo
celta europeo, donde
tuviera
lugar
la
creación de algunos de los primeros
cantares de gesta de la literatura castellana. Nos
referimos al
Poema
de Fernán González, el
de Mío Cid o
el de
los Siete Infantes de Lara, todos
ellos fechados en torno al siglo X, momento quizás en el que este
tipo de relatos populares impregnados
de tradiciones de
origen atávico pasaran
a ser incorporados en los escritos en lengua romance.
Y
es
que en este
territorio, hoy
perteneciente
mayoritariamente a la provincia de Burgos, contamos
desde el
Primer
Hierro
con
toda una serie de castros
que
se diferenciarían de los serranos
de
Soria por
su
mayor tamaño, ya que vendrían a ocupar como norma general varias
hectáreas, además
de no
presentar fosos
ni piedras hincadas, como
en el de Peñalara,
Picón de Navas o Valdosa. Otros
tendrían continuidad en el periodo celtibérico, caso de Los
Ausines, Arauzo de Torre, Salas, Peñalara, Hortezuelos y Quintanilla
del Coco, aunque para momentos
de plenitud destacarían
los
asentamientos de Clunia,
situada a las puertas de la sierra, y de
Lara,
en el corazón mismo
del
territorio, ejerciendo
el
papel de núcleos jerárquicos centrales desde los que se controlan
otros núcleos secundarios posiblemente
pertenecientes a la etnia de los pelendones.
Asimismo otros centros de menor rango como Canales de la Sierra o el
Alto del Arenal de San
Leonardo de Yagüe pudieron
haber podido ejercer algún
tipo de tutela sobre los cercanos castros de Huerta de Abajo y
Hontoria del Pinar, abiertos
hacia Uxama y Numancia en el Alto Duero.
Mapa de la Rura de los Siete Infantes de Lara según Menéndez Pidal
En
definitiva, un
espacio geográfico de
tradición céltica muy conservador
y romanizado en
menor medida,
donde
pudieron haber sobrevivido poblaciones
ancladas en un universo de creencias y formas de vida que no diferían
en demasía con las de sus
antiguos pobladores de la Edad del Hierro. Quién
sabe si esa "gente
barbárica" pseudopagana
a
la que se alude en
una carta de cambio de Alfonso III, fechada el año 909, teniendo
en cuenta que la
idea
de un Duero despoblado hasta la posterior repoblación cristiana
enunciada en su día por don
Claudio Sánchez
Albornoz no parece
sostenerse del
todo a día de hoy, siendo
cada
vez más los elementos que apuntan en una dirección contraria.
Así
pues, a lo largo de estas páginas nos vamos a centrar e
el ciclo
narrativo de
los Siete Infantes de Lara, donde
cabría
la posibilidad de
que éste
pudiera
tener alguna raíz más o menos histórica, conectada acaso con algún
enfrentamiento
entre clanes familiares y locales
como
serían los de Salas y los de Lara dentro de ese tiempo un tanto
difuminado del nacimiento de Castilla. A lo que habría añadir
la
esencia legendaria
del
mito épico de fratría guerrera relacionada con una fundación
territorial de tradición céltica, pues
en ella persistiría
el
recuerdo las
antiguas
tradiciones socio-territoriales del alfoz de Lara, vinculado
posiblemente a un
pasado gentilicio que la arcaizante sociedad castellana mantendría
vigente en determinados aspectos hasta ese periodo (Estepa
Díez,
C.,1984)
De
hecho, en
este territorio parecen
observarse ciertas semejanzas y
continuidad histórica en
cuanto a la disposición del poblamiento desde el periodo
celtibérico, pues
los
nuevos núcleos rectores se
situarían en
las cercanías de los
antiguos
castros
celtibéricos
(Bengoechea
Molinero, A.).
Castillo de Lara (fotografía de tierradelara.es)
Por
último y a fin de cuentas, no quisiéramos obviar que
gran
parte de la crítica ha defendido que tuvo que haber una tradición
épica en verso antes de las crónicas escritas conservadas y
estudiadas por Menendez Pidal, como la
primera versión de la Estoria
de España
que Alfonso X el Sabio encargó en 1271, pasando
por una Segunda
Crónica General
encargada por el conde Barcelos en el 1344 y
de
una Tercera
Crónica General
de 1512, a
las que le siguieron varias
docenas de romances impresos o manuscritos entre 1547 y 1600
aproximadamente. Es
decir, un hipotético Cantar
de los Siete Infantes de Salas
que divulgarían oralmente los juglares entre los siglos X y XIV,
recogiendo
en buena medida elementos de la tradición oral insertos todavía en
el
imaginario de
los habitantes de lo que antaño fuera la Celtiberia.
- El
argumento de la leyenda:
El
relato épico narra la traición que Rodrigo Velázquez, un caballero
castellano de la época del conde García Fernández, comete contra
sus sobrinos los hijos
de Gonzalo Gústioz y de doña Sancha, Señores
de Salas, conocidos
como los Siete
infantes de Salas (posteriormente
de
Lara).
Todo
comienza con
la celebración de las bodas entre Ruy Velázquez (tío
de los infantes) y
doña Lambra, donde
acaban enfrentándose los
familiares de la novia con los infantes,
teniendo
como resultado la muerte de un primo
de doña Lambra a manos de Gonzalo González, el menor de los siete.
Gracias a la intervención del Conde de Castilla y de
Gonzalo Gústioz, los acontecimientos no llegaron a más, aunque
poco después, de nuevo el menor de los infantes ofendería a doña
Lambra provocando su
sed de venganza.
Por
ello, junto
con su
marido Ruy Velázquez, se
urdiría
un plan por el que Gonzalo Gústioz, padre
de los infantes, fuese
enviado a Córdoba para entregarle una carta escrita en árabe a
Almanzor, en la que se rogaba a este que el portador fuese asesinado.
Sin embargo, Almanzor se apiadaría
de
él,
reteniéndole
en palacio bajo el cuidado de una princesa mora hermana del mismísimo
gobernante
musulmán.
A
su vez, los siete hermanos de Lara serían
dirigidos hacia una emboscada ante tropas musulmanas en
tierras sorianas, donde tras
un dura resistencia morirían
decapitados.
Las
cabezas de los infantes serían enviadas a Córdoba y allí
reconocidas por su padre, hecho que provoca que Almanzor decidiera
liberarle, no sin antes de partir de regreso recibir la noticia de
que iba a ser padre de un hijo, al que llamarían Mudarra González.
Es entonces cuando acuerda con la princesa mora que cuando fuese
mayor acudiese a Salas a conocer a su padre portando media sortija de
oro, señal de que era su hijo.
Él
será el que, con el paso del tiempo y una vez conocida su verdadera
historia, acudiese a Castilla a vengar la muerte de sus hermanos,
matando a Ruy Velázquez y a doña Lambra.
En
primer lugar, en
la
leyenda de los Siete Infantes de Lara los hermanos parecen
estar actuando como
una Männerbunde
o
fratría
de jóvenes guerreros,
aspecto
propio
de la tradición
indoeuropea
que
se documenta tanto
en el mundo germánico
como en el celta.
Este
tipo de cofradías, características
por
otra parte en
las sociedades de jefatura celtibéricas, legitimarían
y regularían su poder en base a la guerra, siendo
a
través de ella como se entraba
en la edad adulta, como se ganaba
prestigio, se ejercía
la competitividad aristocrática y se conseguiría
la
cohesión social. Además
serían
el
mecanismo por el que se obtendrían
bienes
materiales para redistribuir dentro y fuera de la comunidad, y por
supuesto la manera de alcanzar pactos, alianzas, redes de fidelidad,
territorios y privilegios de paso.
También,
es conocido como este
tipo de
sociedades guerreras se vinculaban
a un jefe carismático hasta la muerte con un pacto sagrado o
devotio,
lo
que en la
propia leyenda
medieval
nos
recuerda al hecho de que estemos ante lo que parece una
cofradía de
siete
hermanos en la que los mayores mueren y se sacrifican cumpliendo una
vocación colectiva de lucha, donde
sólo
quedará un superviviente vengador que refundará
la dinastía. Este
papel parece ser jugado por Gonzalo
y Mudarra, héroes
fundadores que recuerdan
a su vez a los
reyes célticos de Irlanda,
así como en época medieval
al propio
Fernán González o Sancho
Abarca, quienes parecen estar
recogiendo igualmente las
características de este tipo
de héroes propios
del imaginario céltico.
Escultura dedicada al héroe Fionn en Irlanda
Justamente,
Mudarra
sería el
héroe arquetípico
por
excelencia, siendo
engendrado
de forma extraordinaria fuera del matrimonio, como
superviviente, vengador y
héroe fundador de la nueva dinastía. Bien
pudiera ser además
una
reduplicación del personaje de Gonzalo y a la vez la reencarnación
sintética de los siete hermanastros de Salas, presentando
también
características
“dioscúridas”
propias
de
Lug,
dios
pancéltico
por excelencia.
Asimismo,
Mudarra
es
el que persigue
a Ruy Rodrigo y
a doña Lambra, que
simbolizarían el
mal en
sí mismos,
al
igual que en el tema
de
la cacería de un animal maligno
y monstruoso,
relacionado con el mito céltico
de
la institucionalización del primer sacrifio del primer rey.
Sería
por tanto, el
Giberto de la fratría de Los
Hijos
de Aymery
de Narbona, el
héroe irlandés Cúchulainn o
el
rey Conchobar, reuniendo en su
figura las
tres funciones del
esquema indoeuropeo teorizado
en los
estudios de mitología comparada de
Dumezil,
es
decir rey
celta, guerrero y cazador. Del
mismo modo en
él estaría presente ese característico furor que presentan los
grandes guerreros celtas,
manifestado
en
la gesta por ejemplo cuando
ante
su madre le dicen jugando al ajedrez que es “hijo
de nadie”.
En
el resto de personajes descritos en
la gesta encontramos igualmente este tipo de trifuncionalidad
indoeuropea,
en
especial a través de los elogios fúnebres
del padre ante las cabezas de sus hijos. Unos
elogios
a
los guerreros muertos
que
nos
remiten
a la
tradición literaria del mundo celta, como
en los
80 elogios que ofrece el poema galés medieval
Gododdin
dedicado a los 300 guerreros britanos
muertos
en Catraeth ente
a los anglos de Deira y Bernicia hacia
el 600 d.C. (como
300 eran los cristianos que lucharon en el
campo de Almenar),
y
a las informaciones recogidas por los autores clásicos, ya sea en
los funerales de Viriato (Apiano,
Ib.
75),
o
en
los comentarios sobre los galos de Diodoro
de Sicilia V,31:
“En
sus discursos son amenazantes, altivos y trágicos; sin embargo, son
inteligentes y capaces de aprender. También tienen poetas a quienes
llaman bardos, y que cantan alabanza o culpa, acompañándose con
instrumentos similares a las liras”.
Como
guerreros que
son, representarían
la segunda función caracterizada por la fuerza y el valor, aunque
Diego,
el mayor, que
parece
ser el jefe
de la fratría,
ostentaría
la primera y la segunda función, ya
que recibiría el elogio de haber dado muerte
a tres reyes moros en
la batalla del Vado de Cascajar. Un
triple
adversario que
a su vez cuenta con
paralelos en
toda
la épica legendaria indoeuropea, desde la tradición hispana con
Hércules dando muerte al triple cuerpo Gerión, a la irlandesa con
Cúchulainn
venciendo a los tres Meic
Nechtain,
hasta la romana del combate ordálico entre los trillizos Horacios y
los Curiacios de Alba.
También
el siguiente,
Martín, asumiría
la
primera función por su juicio y saber, mientras
que el
tercero y el cuarto aparecen como cazadores, asumiendo
por tanto la segunda
y
tercera función,
Por
último habría que incluir también al
hayo
Muño
Salido, muerto
junto a los hermanos,
que
representaría al augur
y
por lo tanto
la
función
sacerdotal.
Sería
el
druida celta que
observa a través del vuelo de las aves que los augurios les
son desfavorables. Así,
en el bosque de Canicosa tendría lugar un
primer augurio realizado a partir de un
aguila que Martín
Almagro-Gorbea
pone en relación por su parecido con el augurio basado en el
chillido del águila que recoge la Historia
regum Britanniae del
galés Geoffrey de Monmouth,
crónica pseudohistórica
escrita entre los años 1130 y 1136. Igualmente
la Crónica de 1344 habla
también de
una corneja diestra y siniestra (como
en el
Cid),
primer presagio
que indicaría la
recomendación de regresar a
Salas y del que harían caso
omiso.
Vista panorámica de Canicosa de la Sierra (Burgos)
Por último el augurio al cruzar el río, muy propio de la tradición celta indoeuropea en la que el agua es el punto del paso al Más Allá y que recuerda al famoso episodio del paso del río Lethes (Limia, Orense), considerado la puerta de ultratumba o río del Olvido por parte de los soldados romanos a los que se les ordenara cruzarlo (Estrabón Geo. III,3,4). Creencias que por otra parte llegarían también al Cantar del Mio Cid, como muestra el episodio del paso del río Jalón tras un augurio favorable (I,858-859).
No
obstante, curiosamente
esta última
tradición céltica
también sería
utilizada para elegir el
asentamiento en la fundación medieval de Ávila (1090)
por las gentes procedentes
de Lara y Covaleda, como
puede leerse en la siguiente crónica:
“Cuando
el Conde Don Remondo, por mandado del Rey Don Alonso que ganó á
Toledo, que era su suegro, ovo de poblar á Avila, en la primera
puebla vinieron gran compaña de buenos ornes de cinco villas, de
Lara é algunos de Covaleda.
E de Lará vinien delante, e ovieron sus aves á entrante de la
villa, é aquellos que solían catar de zagueros, entendieron que
eran buenos para poblar alli, é fueron poblar en la villa lo más
cerca del agua.
E los de cinco villas, que venían enpos dellos, ovieron esas aves
mesmas. E muño Entravemudo que binie conellos, era mas acabado
agorador, é dijo por los que primero llegaron, que bieron buenas
aves, mas que herraron en posar, por lo bajo, cerca del agua, é que
serien bien andantes siempre en fechos de armas, mas en la villa non
serian tan poderosos nin tan honrados como los que poblaren la media
villa arriba, é fizo poblar i aquellos, é oímos decir á los ornes
antiguos é desque nos llegamos asi los fallamos, que fue verdadero
este agorador, lo que dijo, probaron tocios muy bien é faciendo
servicio á Dios é á su Señor, acrecieron mucho en su honra é en
su poder, é entretanto vinieron otros muchos poblar á Avila, é
señaladamente Infanzones é buenos de Estrada, é de los ornes é
otros buenos ornes de Castilla, e estos se ayuntaron con los
sobredichos en casamientos y en todas las otras cosas que
acaecieron.” Crónica
Inédita de Avila
En
suma,
este tipo de fratría guerrera
y
el
hecho
de que sean
siete
hermanos
encajaría
dentro
del
imaginario celta,
como
así
reflejan
algunos
textos
irlandeses como
El
destino de los hijos de Tuireann,
donde
son
siete los
guerreros
que acompañan a la cabeza de Bran, "el cuervo", en
los siete
hijos del rey Daire
y
de Ailill
y de Medb del
Ciclo
del Ulster,
en la
fratría de Fionn y sus seis
compañeros, o
en
la
historia de Cian y sus siete hermanos, estos
últimos hijos
de la reina de los Firbolgs, primeros invasores que colonizan
Irlanda, que
de la misma manera mueren
y son vengados por el hermano
menor.
Fuera
de Irlanda podríamos
añadir el
Romance
de Peredur
que
recoge el
Mabinogion
galés,
precedente del poema bretón de Perceval, o
la narración
india
de
los
siete Maruts,
quienes
formarían
una fratría o männerbunde de carácter guerrero. También
en
Los
cuatro hijos de Aymon y
en el
Ciclo
de los Hijos de Aymery de Narbona
hay
siete
hermanos
y
uno de ellos, el séptimo, estará destinado a la sucesión,
similitudes
que estos
casos podrían
explicarse por los contactos
existentes
en
el siglo XII entre la Casa de Narbona y la de Lara.
Todos
ellos son ejemplos de un posible sustrato común de tipo céltico
presente en los cantares medievales europeos, donde
vemos
como frecuentemente
su superioridad
les permite
enfrentarse a ejércitos mucho más numerosos, tal
y como sucede con
el héroe Cuchulainn y con
Fionn,
así
como
en la narrativa épica medieval castellana con los
Siete Infantes en
el
Valle
de Araviana o en la
batalla de
Hacinas con Fernán González.
Del
mismo modo, los
siete hijos procederían del
prototipo mítico de la unión entre la divinidad solar con
la Diosa Tierra, aquella
gran diosa
madre,
señora de
la guerra y de la fecundidad que
tantas veces representara
la Morrígan o Ériu de Irlanda y
que probablemente
estaría encarnando la propia Doña
Sancha, en contraposición a
Doña Lambra, que
encarnaría
el tema característico
de la mujer falsa y traidora.
No
nos olvidemos de
la existencia del
culto a Epona en el entorno de Lara, donde
fuese hallado un altar de pequeñas dimensiones con una inscripción
dedicada conjuntamente a las Matres, Boigena y a dicha divinidad
céltica de los caballos, de la fertilidad y de la naturaleza,
asociada a su vez con el agua, la curación y la muerte, pues sería
protectora y guía de las almas de los difuntos del mundo terrestre
al Más Allá.
En
este sentido, cuando doña Sancha
antes de querer ejecutar al
traidor
Ruy Velazquez sueña que bebe su
sangre e incluso intenta cumplir el sueño, entraríamos
en
relación con
un viejo
rito ancestral celtibérico de necrofagia canibálica propio
de la diosa céltica de la Guerra.
Una
diosa que en los relatos suele adoptar adoptar forma
de cuervo para beber y devorar los restos de los guerreros caídos en
batalla de
manera similar a lo que reflejan
las cerámicas numantinas en las que los buitres se acercan al
difunto.
Esta
relación se hace aún más evidente si
tenemos en
cuenta las
noticias que ofrecen algunos autores clásicos al
referirse a los celtas como gentes que
bebían
sangre de los sacrificios humanos, en particular de los enemigos
vencidos y muertos. Al
respecto, Estrabón
(IV,
5,4) y
Diodoro de Sicilia comentarán que los
celtas practicaban
la antropofagia, mientras
que
Solino (22,3) es
más explícito al
referirse a los
celtas de Irlanda, comentando
que
“después de una victoria, en primer lugar se embadurnan
la cara con la sangre de los enemigos vencidos y luego la beben”,
de
forma similar a lo que describe Pausanias
(X,22,3) al
referirse a
la invasión gala de
Grecia. También
Amiano Marcelino (XXVII,4)
resaltaría
la ferocidad de los celtas escordiscos que “acostumbran a ofrecer
sus prisioneros como víctimas a Bellona y Marte y a beber sangre
humana en sus cráneos vaciados con avidez”.
Esto
último nos lleva a comentar la
presencia del
rito
celta
de
conservar los cráneos de los enemigos muertos que
parece recoger la gesta de los Siete Infantes de Lara y
quizás el propio culto a San Saturio a los pies del Duero en la
capital soriana.
El
ritual
quedaría
recogido, por un lado, en las fuentes clásicas, gracias a autores
como Estrabón
(IV,4,5)
que nos comentan que "al
salir del combate, colgaban del cuello de sus caballos las cabezas de
los enemigos muertos y las llevaban consigo para fijarlas como
espectáculo en los vestíbulos",
aunque
en
la
Península Ibérica solamente existe un texto que habla de la
costumbre de las
tropas hispanas, que tomaron parte en la conquista de Selinunte por
los cartagineses, de cortar la cabeza a los enemigos y clavarlas en
picas (Diod. XIII 57, 2).
Por
otra parte, podemos rastrear esta costumbre entre los celtíberos
mediante la arqueología, encontrándonos de lleno con el
monumento de Binéfar (Huesca) donde se representan hombres sin
cabeza ni manos. En
el báculo de distinción
hallado en la necrópolis
de Numancia, el cual aparece
rematado
en sendos prótomos de caballo que se unen por la grupa, desde donde
cuelgan dos cabezas humanas.
Báculo procedente de Numancia
O en las
cerámicas
de carácter funerario de Uxama (Osma, Soria), donde
se
representan cabezas que son elevadas por unas aves a
modo de alegoría
del alma elevándose al Más Allá.
Motivos decorativos de cerámicas procedentes de Uxama, Osma (Soria)
Esta
costumbre probablemente
tuviese alguna relación con
la creencia de que sólo
podían
beneficiarse de la inmortalidad aquellos guerreros a quienes no se
les hubiera cortado la cabeza, ya
que sería en ella donde residiría
el alma, la esencia del individuo, y
de ahí lo que supondría cortar
la cabeza del enemigo.
Otro
elemento de carácter celta a tener en cuenta en la leyenda
castellana sería la ejecución
de Ruy Velázquez,
quien es colgado,
descuartizado y apedreado hasta quedar enterrado en un túmulo
(equivalente de morir
ahogado y como paso simbólico al Otro Mundo), acto
que
concuerda con los viejos ritos indoeuropeos característicos
de celtas y germanos de triple muerte.
Estos con
diversas variantes, consistirían
en morir colgado, degollado
o herido por arma cortante, en ocasiones quemado y finalmente
ahogado. Sería un castigo capital entendido como sacrificio
espiatorio por haber ofendido a las divinidades celestes, terrestres
e infernales. De tal manera,
estaríamos ante un rito
que ya aparece descrito por Lucano en la Farsalia (I,444.445) que
tendría una
larga continuidad en las narraciones épicas celtas de Irlanda y
gales, y para Martín
Almagro-Gorbea también en
la Castilla del siglo XIV, tal
y como se refleja en El
cuento del Hijo del rey Alcaraz
(Libro del Buen Amor
del Arcipreste de Hita, 128-41). Aquí "el fijo del rey Alcarás
encuentraría su destino" tras serle vaticinado por cinco astrólogos, muriendo al salir de cacería y ser golpeado
por el pedrisco caído en una fuerte tormenta, destruido por un rayo,
es decir, quemado, precipitado desde un puente, que se rompe a su
paso, ahogado
al
caer a un río, tras
quedar colgado de
un árbol por
sus ropas.
Por
otra parte el destino de doña Lambra no será mejor que el de Ruy
Velázquez, existiendo versiones populares del canto que dicen que se
suicidaría en un Pozo
Airón,
topónimo que se
documenta en toda la Península y especialmente en Castilla, aunque
en nuestro caso estaría referido a
la laguna existente
en
Aldea del Pinar, relacionado
con la divinidad céltica
de las aguas y el Inframundo Aironis.
Para
finalizar, comentar que tanto Menéndez Pidal (1951) como
otros muchos investigadores han querido probar el origen
germánico de la épica castellana,
aduciendo
a
su parecido con otras epopeyas como el Cantar
de los Nibelungos
o
la
saga
de Thidrek,
donde
se
destaca
también
la
importancia de los vínculos sanguíneos, la crueldad de las
venganzas como modo de imponer una justicia individual no apoyada en
instituciones sociales ni en un corpus de derecho (la
venganza de sangre o Blutrache),
o la agresividad de las relaciones pasionales, que conllevan una
importante carga sexual.
No
negaremos posibles
influencias germanas, que
por
otra parte pudieron haber influido e incluso renovado la
tradición épica celta, ya que ambas tradiciones, proceden de un
fondo común indoeuropeo, lo que hace que elementos el de las cabezas
cortadas, el paso del río como tránsito al Más Allá, el rito de
la Triple Muerte estén igualmente presentes (Almagro, 2018).
En
virtud de todo lo dicho,
el tema del anillo y su uso para reconocer el padre a su hijo,
ha sido interpretado por muchos investigadores, entre ellos el propio
Menéndez Pidal, como prueba del carácter germánico de la épica
castellana, aunque de nuevo no deja de ser una historia similar a la
del héroe irlandes Cúchulainn, quien al partir para el Ulster tras
su estancia formativa en Escocia, entregaría a la guerrera Aífe,
con la que había mantenido relaciones, un anillo de oro para que
pudiese identificar a su futuro hijo. Con el tiempo, Connla, el hijo,
es enviado al Ulster donde acabaría enfrentándose a su padre sin
que este le reconociese, hasta quedar herido de muerte, momento en el
que se dará cuenta de su identidad y de que ha matado a su hijo.
La
narración que acabamos de mencionar, junto al hecho de que las dos
mitades de anillos nos recuerden al uso que los pueblos celtibéricos
le dieron a las teseras de hospitalidad a la hora de sellar sus
pactos, no estarían más que confirmando que esta joya literaria
española escrita en lengua castellana nos conecta con las entrañas
históricas de Europa, manteniendo muy vivo su recuerdo y con ello la
identidad de los pueblos que la conforman.
Concluyendo,
sólo nos cabe decir que la
leyenda de los Siete Infantes de Lara sigue muy presente,
transmitiéndonos,
como hemos visto, elementos que estarían insertos en el imaginario
de nuestros antepasados desde hace milenios. Es
tal su viveza que ya
desde
el siglo XVI los
monasterios de San Millán de la Cogolla en La Rioja y San Pedro de
Arlanza en Burgos
rivalizaron por conservar
la sepultura de los
jóvenes decapitados, aunque se sabe que en el 1600
se
procedería a la apertura notarial de
los siete sarcófagos ubicados en el pórtico de la entonces antigua
ubicación en Suso (La
Rioja) con el objetivo de certificar
su autenticidad. Poco
después, la
aparición de los cadáveres descabezados decantaría
la disputa hacia el monasterio riojano,
aunque
años
antes, concretamente
en
diciembre de 1569, se habrían
encontrado en la iglesia parroquial de la villa de Salas de los
Infantes (Burgos)
tal y como dice textualmente el romancero: «las
cabeças de los siete Infantes dentro de vn arca de madera, cubiertas
con vn lienço».
Pero
más allá de la Tierra de Lara, de Salas de los Infantes y de la
comarca de Pinares, los Siete
Infantes
nos
siguen
acompañando
en
la Sierra del Almuerzo de Soria, llamada
así porque según se dice allí almorzaron
por
última vez los Infantes antes
de morir en una emboscada en el Valle
de Araviana.
Concretamente
en el término municiopal de Cortos (Soria) se encuentra la
denominada Piedra
de los Siete Infantes
o
Mesa
de los Infantes,
que no deja de ser un gran ortostato
de
piedra rectangular y aristas curvas de aproximadamente un metro
cuadrado de superficie, en el que se aprecian cazoletas esculpidas,
canalillos y signos esquemáticos
como cruciformes
que
formarían parte de un monumento prehistórico
probablemente
del Eneolítico.
Sobre
ella,
cuenta la leyenda que
cuando
terminaron de
almorzar se
les apareció la Virgen, quien les sugirió que fueran a escuchar
misa a la
iglesia
de
Omeñaca, quedando el
pie de la Virgen, las cucharas y los platos impresos en la roca donde
almorzaban.
En
dicha vecina
iglesia de Omeñaca, la leyenda popular también
nos narra
como apresuradamente los Infantes interrumpieron el almuerzo y se
dirigieron hacia ella en busca de protección, yendo tan rápido que
no se pararon al llegar al edificio, cuando milagrosamente se
abrieron siete arcos en el pórtico para dejarles paso.
Iglesia
románica de Nuestra
Señora de la Concepción de Omeñaca (Soria)
Por
último, comentar que también en el cercano pueblo de Narros (Soria) se cuenta que esa misma virgen que se apareció a los infantes, era la Virgen del Almuerzo, la cual sería escondida en este cerro protegida por una campana, hasta que a principios del siglo XII unos pastores escucharan el sonido de una campana mientras paseaban a sus ganados por el cerro. En dicho lugar está constatado un castro de época celtibérica, en cuyas faldas se construiría la ermita de la Virgen del Almuerzo, quizás superponiendo las viejas tradiciones paganas con las nuevas cristianas.
“Por esta guisa es maldito aquel que traición faze;
non fallaredes en España qui su pariente se llame”.
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