A PROPÓSITO DEL TORO JUBILO DE MEDINACELI:
El Toro Jubilo de Medinaceli es sin duda uno de los ritos más ancestrales que aún pueden presenciarse en nuestra Península. Tiene lugar durante una noche de otoño en el mes de noviembre, coincidiendo siempre con el día anterior a la festividad religiosa en honor de San Arcadio, Eutiquiano, Pascasio, Paulino y Probo, mártires, cuyas reliquias, tal y como cuenta la tradición, fueron llevadas desde África a la villa sobre un toro que portaba teas encendidas en sus cuernos.
La preparación del ritual requiere la elección previa de un astado que reúna las condiciones idóneas para tal fin, como sería su buena casta, tamaño y perfecta estampa, es decir no uno cualquiera, sino que se elige el mejor y más digno.
Es así que una vez preparado el ruedo en la Plaza Mayor de la villa, se procede a su atado en un poste donde se le embadurna de barro para evitar que sufra quemaduras. Allí se le coloca en sus cuernos un asta metálica (gamella), en cuyos extremos van bolas de pez y otras sustancias inflamables que serán encendidas antes de liberar al animal. Además, entre la gamella y las astas del toro se coloca una pieza de madera, la “astilla”, que sirve para impedir que el fuego le llegue a la cara.
Una vez listo, se procede a su suelta, donde es lidiado por los mozos más valientes ante las embestidas del animal cegado, enfurecido y nervioso, buscando refugio tras cada una de las cinco hogueras que se encienden en honor de los cinco Santos Mártires patronos de Medinaceli, iluminando y calentando un recinto que nos brinda una escena atávica y llena de sacralidad.
Una vez apagadas las bolas el toro vuelve al toril, siendo en la actualidad indultado, aunque antaño era sacrificado para la celebración de una caldereta una semana después, culminando así el rito pagano tras haber comulgado con la carne de la divinidad.
1. PARALELOS ETNOGRÁFICOS DE LA FIESTA
El rito del toro y el
fuego aparece en innumerables poblaciones peninsulares, desde los bous embolats de Cataluña y el levante ´valenciano,
pasando por Aragón y en el País Vasco y Navarra, estos últimos conocidos como zezensuzkos y zezengorris, en la actualidad relegados a un armazón con forma de
toro y dotado de fuegos artificiales que porta un hombre que arremete a todo aquel que se pone a su
paso. De hecho el Zezengorri según la
mitología vascona sería un animal que habita en cuevas y minas protegiéndolas
de la incursión de forasteros, a quienes embiste echando fuego por la boca y fosas
nasales, o bien con los cuernos y la cola ardiendo, deidad muy antigua
posiblemente vinculada con la búsqueda de metales. Prueba de su expansión
durante la Edad Media pudiera ser el toro embolado de Macastre (Valencia),
asociado a una leyenda muy similar a las descritas que posiblemente fuera
llevada por los repobladores vasco-navarros que llegaron a la zona y de los que
se tiene constancia fidedigna.
No obstante, este tipo de fiesta estuvo vinculada en los siglos XVI, XVII y XVIII a la Casa Real y a la aristocracia con motivo de visitas, nacimientos, bodas, coronaciones, etc., iría desapareciendo progresivamente en los siglos XIX y XX. En el caso de Medinaceli, sabemos a partir de la documentación conservada
por escrito, que viene celebrándose al
menos desde 1490, siendo interesante el dato de que en 1599 fuesen llevados a
cabo en honor del rey Felipe III y su esposa que pasaron por la villa a la
vuelta de su viaje de novios, poco después de la exhumación y traída de las
reliquias de los santos mártires (1581) a los que hoy se alude el motivo del
evento. Es así que el rito resultaría ser mucho anterior a la instauración del
culto a estos mártires en la villa, fechado un 13 de noviembre de 1610.
En cuanto a otros posibles paralelos fuera de nuestras fronteras
Antonio Ruiz Vega aludiría a la antropóloga norteamericana Elizabeth Chesley Baity, quien contrastara la semejanza etnográfica existente entre el Toro Jubilo de Medinaceli y diversos rituales similares de tribus ya desaparecidas en el norte de África y los que aún se daban en Grecia y la India, concretamente entre los anasteriades de Ayia Eleni, en la Macedonia griega, y entre los soari de Chota Nagpur, cerca de Sherria.
2. EN BUSCA DE UN ORIGEN...
Para la citada antropóloga norteamericana, el ritual del Toro Jubilo de Medinaceli tiene un probable origen pre-céltico de sustrato vasco, quizás enraizado en la Edad del Bronce, ya que apenas se habían encontrado datos etnográficos de este ritual entre los pueblos célticos.
Cierto es que el
culto al toro es un culto pre-indoeuropeo que aflora en una etapa netamente
indoeuropea, vinculado en poblaciones ganaderas con la fecundación y
prosperidad del ganado. En este sentido la muestra más representativa que
tendríamos en la provincia sería el conjunto de pinturas rupestres esquemáticas
del Monte Valonsadero, donde se representan en lenguaje simbólico aspectos
cotidianos como el pastoreo, posibles cultos a los antepasados, así como la
domesticación animal, destacando algunas de sus figuras astadas, como la de un
posible toro de fuego según interpretara su descubridor Teógenes Ortego.
Es precisamente en
este lugar donde se mantienen ceremonias que tienen a este animal como
protagonista, como es La Saca, día grande de las fiestas de San Juan en el que
se traslada a los morlacos a la capital para ser sacrificados (Viernes de
Toros), repartir su tajada (Sabado Agés) y comerlo en caldereta comunal
(Domingo de Calderas), rituales que regeneran al hombre y a la tierra con su
carne y su sangre. Este tipo de
calderetas, por otra parte, son muy abundantes en la mayoría de las fiestas
patronales de toda la provincia.
Del mismo modo, vemos como todo el festejo medinense mantiene unas actitudes mágicas relacionadas con el poder vivificador del animal, que podría contagiarse a aquellos que entraran en contacto con él, alcanzando así la virilidad necesaria para formar parte de la comunidad como adultos, propio de cualquier rito de paso. Igualmente, el simbolismo solar que encierra este toro de fuego es innegable, y más teniendo en cuenta que su celebración tiene lugar al comienzo de la estación oscura. En efecto, el toro bien podría estar representando directamente a una divinidad astral a través del símbolo, o bien el ritual mágico-religioso de sacrificio en su honor, cuestión última que pudiera resultar más probable a tenor de su poder regenerador y de los votos que se ofrecen al correr al toro, agradando a Dios para propiciar que éste sea correspondiente y garantice el retorno de la luz y de la fertilidad al final del ciclo que acaba de dar comienzo.
Aparte de estas cuestiones que nos llevan a la más lejana noche de los tiempos, fecha indeterminada donde las haya, frecuentemente se ha hecho referencia para explicar la antigüedad de este tipo de fiesta a un curioso suceso narrado por Tito Livio. En él se cuenta cómo Orisón, caudillo de los íberos oretanos, reunió un gran ejército y acudió a Helike (quizás Elche en Alicante o Elche de la Sierra en Albacete), sitiada por los cartagineses, empleando para la refrenda una manada de toros bravos que soltaría entre las tropas africanas con teas ardiendo en las astas, aterrorizando así a los elefantes cartagineses que acabarían dispersándose e incendiando el campamento enemigo, siendo esta la primera derrota de los de Amilcar en territorio hispano.
La cita, en efecto, serviría para atestiguar la innegable antigüedad de este tipo de ritos, aunque como vemos, no puede ser tomada como referente para explicar su origen, ya el culto al toro parece haber estado presente desde mucho antes a lo largo y ancho de la cuenca mediterránea y en el mundo indoeuropeo, siendo en este último donde cobraría un papel tan relevante que pasaría a formar parte de su idiosincrasia. Así se observa a través de la India védica, en el Mitra persa que posteriormente adoptaran y difundieran las legiones romanas, en los misterios órficos de Dionisio Zagreo del panteón helénico y en mitos escandinavos cosmogónicos.
2.1. El culto al toro en el mundo celta
Atendiendo a su posible origen céltico, cuestión que ha despertado la atención de un amplio número de investigadores, el
toro como animal simbólico, además de por su virilidad y fuerza, tuvo una
importante presencia en el imaginario de estos pueblos, tal y como nos lo
evidencia su iconografía y algunos de sus textos mitológicos.
Es así que varios pueblos célticos tomaron su nombre del
animal, como los Taurisci o los Taurini de la Galia Cisalpina,
además de estar presenta en diversos topónimos como Tarva (Tarbes) o Tarvanna
(Thérouanne ) en Francia y Taruedum
o Tarodunum en Inglaterra.
En la mitología
irlandesa, concretamente en la epopeya del Ciclo del Ulster, contamos con
el conocido relato del Robo del ganado de Cooley, recogido por
escrito entre los siglos VII y VIII d.C. La leyenda narra la guerra
de los ejércitos del rey del Ulster, Conchobar,
contra los de Ailill, rey de Connacht
y su esposa Maeve, reina de las hadas
y la magia. Esta última, se sentía humillada por su esposo que había aportado
al matrimonio un magnífico toro blanco (Finnbennach) que era el orgullo
de su reino, Sabiendo que el rey del Ulster (Conchobar) posee un toro marrón (Donn) mucho más poderoso,
la reina se lo pide, encontrándose con una rotunda negativa, por lo que enviaría
a sus guerreros a robarlo, lo que provocaría un enfrentamiento armado. Finalmente
la guerra se decantaría del lado de los soldados del Ulster capitaneados por Cúchulainn,
héroe divino relacionado con el dios Lug, aunque finalmente Donn mataría
a Finnbennach y volvería al Ulster donde también encontraría su final.
Añadir que en la batalla
de Cooley, el héroe Cuchulainn se
enfrenta a Ferdia, su hermano de
leche, héroe de igual fama que había sido engañado y convencido por la reina Maeve para que olvidara su antigua
amistad con el del Ulster y se enfrentara en un combate a muerte. La lucha
titánica entre los dos, recogida en el emotivo poema gaélico, recoge los
lamentos de Cuchulainn al dar muerte
a su amigo, destacando el siguiente párrafo:
(…) “Todo fue deporte, todo diversión.
¡Hasta que Ferdia
al vado llegó!
Que le he lanzado en el vado.
¡Jefe-toro de las tribus,
De todos el más bravo!” (…)
Del mismo modo, el carácter sagrado
del toro en la Irlanda pagana también aparecería en la ceremonia de elección de los nuevos reyes (Tarbhfhess, fiesta del
toro o sueño del toro), que consistía en el sacrificio del animal, cuya
carne era comida y sus jugos bebidos por un individuo sobre el que cuatro
druidas recitarían un conjuro para que éste, en sueños, tuviera la visión del
candidato destinado a la realeza.
También en Irlanda contamos con una leyenda donde un
joven príncipe fue convertido en toro gracias a las malas artes de su
madastra. Fue así que el animal se hizo
invencible, hasta que un día, gracias al amor de una princesa se pudo romper el
encantamiento y dar justo castigo a la culpable.
Por otra parte contamos con múltiples evidencias de representaciones de toros a lo largo y ancho de la Europa céltica, como los más de
cuarenta ejemplares de tres cuernos procedentes de la Galia, valor simbólico
que incide en su sacralidad y en el triplismo propio del mundo celta. También
contamos con su asociación a deidades guerreras celtas asimiladas a Marte, cascos de guerrero provistos de cuernos
de toro hallados en Centroeuropa y las Islas Británicas, altares votivos en los
que figuran toros en relieve, o incluso en el famoso Caldero de Gundestrup (Dinamarca),
donde se representa iconográficamente un complejo conjunto de mitos, en la que
los toros, como símbolos de la divinidad y como animales de sacrificio, ocupan
un lugar fundamental.
2.2. El toro en la Céltica Hispana
A partir de diversos análisis
paleontológicos llevados a cabo en yacimientos de Celtiberia, se ha podido
atestiguar la existencia de bóvidos, seguramente utilizados como animal de
tiro, estando por debajo en representatividad del ganado ovicaprino. Esta
tónica general podría trasladarse al vecino Alto Duero (sin
sobrepasar el 20% del número de restos), en consonancia con los datos aportados
en otros yacimientos de Guadalajara, León, Segovia, valle del Ebro y sobretodo
del Duero Medio tanto para momentos tempranos como para la etapa vaccea, donde
incluso llegaron a alcanzar en algunos asentamientos el primer puesto en
representatividad.
Igualmente, a partir del registro arqueológico de
la Manzana XXIII de la Numancia del
siglo III a.C., contamos con cifras para el vacuno del 12%. para un contingente
poblacional que alcanzaría aproximadamente las 1.500 almas.
Por otro lado, es muy
probable que el ganado bovino y sus pieles pudieran haber actuado como don
intercambiable para sellar acuerdos, captar alianzas, asegurar fidelidades
y regularizar lazos clientelares, o bien como botín, tributo o dinero en
momentos más tardíos. En este sentido resulta reveladora la cita de Diodoro de
Sicilia (5,33,16), quien nos narra como en el 140 a.C., los habitantes de
Numancia y Termancia pagan al general Pompeyo trescientos rehenes, nueve mil
saga, tres mil pieles de buey, todas sus armas y ochocientos caballos de
combate.
Además, contamos con esculturas de toros en piedra, entre las que cabe incluir a los conocidos verracos del ámbito vetón, así como con representaciones de toros en estelas funerarias. Destacamos por su mayor cercanía, una serie de estelas
con imágenes de bóvidos procedentes del área de Lara de los Infantes, así como las
dos piezas discoidales procedentes de Clunia, las sorianas (Tierras Altas) de
Vellosillo, Yangüas, El Collado, Valloria y Vizmanos, así como las documentadas
en el área riojana, navarra y alavesa en
cuanto al ámbito celtibérico se refiere, completándose la nómina de este tipo
de representaciones con las del entorno de Miranda do Douro y Bragança
(Portugal).
Estela triple altoimperial de Vizmanos, Soria (Foto: http://idoubeda.wordpress.com)
Las representaciones de toros en aras votivas dedicadas a deidades indígenas en
Hispania no son muy numerosas, como tampoco lo son en el resto del occidente
europeo. Entre los pocos ejemplos con los que contamos, destacan las del castro
de Monte Mozinho (Penafiel, Oporto),
la ermita de Nuestra Señora de Tebas en Casas de Millán (Cáceres), castro de El
Cocotín (S. Esteban del Toral, León),
Ujué (Navarra), aunque las más numerosas son las taurobólicas
anepígrafas halladas en Navarra y el norte de Zaragoza, en las localidades de
Artajona, Eslava, Sádaba, Sos del Rey Católico y Farasdués.
Resultaría muy probable que la mayor parte de este tipo
de testimonios hiciera referencia al animal ofrecido en sacrificio más que a un
símbolo de la propia deidad o relacionado con ella. No obstante, también
conocemos imágenes de animales en aras que funcionarían como icono o atributo
de la divinidad. En este último sentido resulta interesante la divinidad
cornuda representada en el relieve de Lourizán (Pontevedra), donde además
presenta los brazos en cruz rematados en amplias manos abiertas, siendo más
probable su relación taúrica que una posible vinculación con el Cernnunos galo, dios solar con
cornamenta de ciervo.
Relieve de Lourizán, Pontevedra
En conexión con otras áreas célticas, en territorio peninsular también aparece alguna estatuilla relacionada con deidades celtas asimiladas a Marte, como la conservada en el MAN y de probable procedencia pirenaica, provista de un casco corintio tricorne y coraza con figura de toro, elementos muy integrados en la "cosmovisión céltica”, como veremos más en profundidad al analizar el Vaso de los Toros de Numancia.
En metal, tenemos representaciones de toros en fíbulas zoomorfas de la Meseta Nororiental y el Alto Ebro, con hallazgos en las
provincias de Palencia, Burgos, Soria y Navarra fechados en torno al último
cuarto del siglo III y el primer cuarto del I a.C. Simpula, o recipientes rituales de libación
con protomos de toro realizados en plata, bronce o cerámica, bastante
habituales en todo el territorio peninsular, incluida Numancia. Téseras de
hospitalidad celtibéricas, como las de Contrebia
Carbica (Cuenca), Monreal de Ariza (Zaragoza), La Custodia de Viana
(Navarra) y Ubiema (Burgos), quizás relacionadas con el sacrificio realizado
para realizar el pacto.
Finalmente, aparecen también representaciones de toros sobre
soportes cerámicos, desde figurillas
de barro y algunos vasos zoomorfos procedentes de Numancia, hasta sus
características cerámicas pintadas. Respecto a estas últimas, entre los ejemplares más conocidos destacan el vaso de asa
diametral decorado con un doble pez y con caballo con una larga cola, rematada
en lo que parece ser la cabeza de un bóvido, una jarra que reproduce una cabeza
de toro de frente, de cuyos cuernos penden unas cintas que pudieran representar
un ritual de sacrificio de consagración,
muy parecido al que se celebra hasta la actualidad en la festividad de La
Barrosa (Abejar), así como lo que parece ser una danza ritual del culto al toro
donde pueden apreciarse dos
individuos masculinos (quizás alguno más) con sus brazos enfundados en lo que
viene interpretándose como astas de toro.
Pero por encima de todos, sin duda llama nuestra atención
el espectacular “Vaso de los Toros” de
aproximadamente la mitad del siglo I a.C., que merecerá la pena ser visto con
mayor detalle, pues parece recoger algunos de los mitos cosmogónicos de los
celtíberos expresados en lenguaje simbólico.
- Iconografía del Vaso de
los Toros (Numancia)
Estamos ante una gran crátera u olla que adquiere una función sagrada y ritual que sólo conocería la casta sacerdotal de una Numancia colonizada por Roma, conscientes de su final y reacios a revelar por escrito sus tradiciones. De ahí que fuera destruida intencionadamente posiblemente el mismo día en que se celebraron los ritos, posiblemente asociados a la ingesta de alguna bebida alcohólica (¿cerveza o caelia y algo más?).
En cuanto a su decoración
pintada, se observa la representación de dos toros en negro, uno con la cabeza de frente (¿vaca?) y otro de perfil, en cuyos flancos aparecen ajedrezados y ruedas inscritas en círculos, rellenándose sus cuerpos de otras ruedas, cruces, líneas en S, quedando rematadas sus colas con adornos (una cabeza de caballo y una cartela).
A la hora de desentrañar posibles significados, el propio
Blas Taracena se referiría a él como una posible representación de un mito de
fecundación de a tierra, que aunque estuviera presente desde mucho antes de la
Edad del Hierro, sería potenciado y ampliamente utilizado por el universo celta.
Sin embargo no han sido muchos los investigadores que se hayan atrevido en
profundizar en sus raíces recurriendo al estudio comparado de religiones y sus
simbolismos. En esta línea destacamos el camino abierto por Ángel Almazán,
quien ha encontrado paralelismos muy interesantes con los escritos védicos de
la India.
Así, en una de las partes de la composición pudiera
plasmarse el arquetipo que plasman los pueblos indoeuropeos en las luchas de
Dioses-Héroes Solares contra Dragones-Demonios, existiendo cierto parecido
entre el rey de los dioses de la India védica, Indra, a quien se le denomina en numerosos himnos como “Toro”. Esta
sección iconográfica podría estar representando al dios tutelar de la casta
guerrera, como igualmente lo era la divinidad a la que hemos aludido, quien
vencería a Vritra, dragón cósmico que
retenía las aguas en las montañas haciendo desecarse a la tierra. Indra, tras beber el soma, licor que
otorga la inmortalidad a los dioses, extraído del jugo de una planta que crecía
en las montañas y que a veces se mezclaba con leche o cebada, fulminaría a Vritra con su rayo. De esta manera se
trajo la lluvia, para después colocar el sol en el firmamento ahuyentando las
tinieblas.
Yéndonos al vaso celtibérico resultaría factible que el
mito que en él se representa sirviese para dar esperanzas a un pueblo numantino
en horas bajas, conscientes de su tránsito por la última parte del cuarto ciclo
temporal o yuga (la Edad de Hierro de Hesíodo o Kali-Yuga hindú),
anhelando el retorno de una nueva Edad de Oro o Satya-Yuga.
Además, no parece casual, por un lado, la relación entre
dicha bebida ritual del mito indio (soma) con la función contenedora de la
crátera, al igual que si nos fijamos, tal y como sugiere el autor de su
estudio, en los motivos simbólicos que en este panel se representan. Al
respecto, aparecen tres círculos cruciformes que podrían ser los tres vasos del
soma, la simbología solar de las cruces (¿sol naciente y poniente?), el morro
bostezante del toro (¿rayo?), el pez (¿agua agrediendo su liberación?), las
franjas inferiores intermitentes (¿ríos, lagos?), la continúa (¿tierra?) o la
alargada línea ondulada (¿aguas subterráneas que sustentan el mundo?).
Las semejanzas son razonables, resultando probable que
estuviésemos ante la representación de un mito de creación, que en la segunda
sección vería su continuidad (los bóvidos aparecen entrelazados a través de
líneas onduladas) con el mito de la reordenación de los Tres Mundos y el inicio
de un nuevo ciclo cosmogónico y temporal. Es así que en esta otra parte, según
Ángel Almazán, pudiera haber una correlación arquetípica con el relato hindú sobre
la creación que parte del Huevo Primigenio (Rig
Veda X. 82 5-6; Código de Manú y Chandogya Upanishad). De tal manera
pudiera estar representada una vaca como arquetipo de diosa madre fértil,
vinculada tanto a la tierra como a la luna, similar a Varuna, rey universal hindú que permitió al sol surcar las alturas,
regulando la noche y el día. Varuna
ejemplificaría lo que es la Unión de los Opuestos, la dualidad que
continuamente aparece en el vaso numantino, pues son dos las ruedas-swástica
(¿cielo-tierra?), los protomos de vaca y caballo, las dos espirales que salen
de la boca y la doble configuración del cuerpo. Al mismo tiempo pudiera
simbolizar la ligazón de todo el universo y
el Orden que hace girar las ruedas en el centro de las cosas.
Si bien, como hemos visto, estas dos secciones parecen
complementarias, siendo la primera más propia de la casta guerrera y la segunda
de la sacerdotal, resultando, en definitiva, ampliamente sugerente la conexión
indoeuropea de estos mitos antiquísimos, vía que para nada debemos despreciar
para desentrañar todo lo que subyace de la iconografía de la cerámica
celtibérica, al fin y al cabo lo único que nos queda de forma directa del
sistema de creencias y pensamiento de unas sociedades ágrafas.
- Ritos de sacrificio del toro
Como hemos visto, el toro jugó un papel muy destacado en
el territorio del centro y el occidente peninsular, tanto a nivel puramente
económico, como ritual y simbólico.
Así, hemos apuntado como aparece vinculado a divinidades
indígenas hispanas, asociado en ocasiones con el
Marte romano, aunque podría tener relación con alguna deidad anterior céltica relacionada
con la guerra, probablemente un héroe fundador/civilizador que es divinizado a su muerte. No obstante, su poder
vivificador podría ser utilizado también a la hora de acompañar a otras divinidades, simbolizando así una intensificación de su poder.
Al mismo tiempo, dicha simbología de fuerza se vería acompañada también de fecundidad, abundancia y prosperidad, de ahí que su presencia en la mitología y en la religión céltica esté muy en consonancia con su importancia como animal de sacrificio.
No
obstante, volviendo a la mitología indoeuropea, en India el mito de creación
del cosmos (Purusasukta, Rig Veda X,
90) se produce a partir del sacrificio de un dios (Prajapati), o de un animal primordial
que es desmembrado, seguramente un toro (como
el toro Evakatây entre los iranios). Es
así que el tiempo se construye a partir de la repetición eterna del acto de la creación mediante el simbolismo del
sacrificio de este animal, que señalaría el Año Nuevo. Además, en el mito
de Prajapati, éste cae en cinco pedazos,
los de su cuerpo, de tal manera que los vedas reconstruirían para el sacrificio
un altar de fuego, que simboliza el tiempo cósmico y que constaría de cinco
capas. Asimismo, bien pudieran estar representando las cinco hogueras que se
disponen en el coso medinense, altares domésticos de culto a los antepasados, a través de los cuales se repite una cosmogonía que reanima a una divinidad, probablemente el héroe fundador de la estirpe, que regeneraría el tiempo creándolo de nuevo (Mircea Eliade, 1972).
Este tipo de rituales parecen estar
presentes en diversos yacimientos del área céltica peninsular, como posiblemente
en el Cerro de Santa Ana (La Rioja) o en
los niveles celtibéricos del Soto de Medinilla (Valladolid), con un conjunto-ofrenda
que incluía cuatro cráneos y huesos largos de bóvido, además de restos de
otras especies. También en el Castrejón de Capote (Badajoz) de la Beturia Céltica, aparecieron sobre un altar y en sus inmediaciones los restos de unas dos
docenas de animales, entre los que figuraban seis bóvidos, así como en algunas
necrópolis celtibéricas en las que la presencia de restos de fauna han sido
interpretadas como ofrendas, quizás relacionadas con un banquete funerario,
destacando el caso de los cementerios de Molina de Aragón, Sigüenza y Padilla
de Duero o en las inmediaciones de Numancia.
Posibles escenas de sacrificio del toro en el Caldero de Gundstrup (Dinamarca)
Asimismo, el sacrificio de toros figura en algunas escenas
talladas en piedra, como la de la placa de granito procedente de Prende, en el concelho
de Baiao, en la que se representa
un relieve de toro caminando hacia la derecha conducido por un individuo que lo
sujeta por el cuello mientras un segundo personaje lo sujeta por la cola.
También existen algunas referencias epigráficas de animales sacrificados a
divinidades, como las de la capilla de Nossa
Senhora do Desterro de Marecos (Peñafiel, Oporto) con ofrendas de una vaca
y un buey, y la de Cabeço das Fráguas
(Sabugal, Guarda), donde se escribe sobre la roca de la montaña una dedicación
de ovejas, un cerdo y un toro a las deidades lusitanas de Trebaruna y Reue.
Del mismo modo, contamos con un conjunto de piezas de
bronce procedentes del cuadrante noroccidental de la Península Ibérica,
caracterizadas por incorporar figuras y prótomos zoomorfos, figuras humanas,
calderos, torques o hachas, formando a menudo composiciones que cabe relacionar
con prácticas de sacrificio, donde el toro ocupa un papel destacado.
Por último, no podemos obviar algunas fuentes escritas
altamente descriptivas, como la de Plinio el Viejo, quien nos narrara a
propósito de la ceremonia de la recolección del muérdago del roble realizada
por los druidas, que preparaban al pie del árbol:
“una ceremonia religiosa según
la cual traen dos toros blancos cuyos cuernos son atados. Un sacerdote, vestido
de blanco, sube al árbol y corta el muérdago con una hoz de oro y lo deposita sobre
un sayo blanco. Entonces inmolan las víctimas”
(Plin., nat., XVI, 95, 250-251).
3. CONCLUSIONES
El culto al toro y la práctica de su sacrificio ritual
fue habitual entre los pueblos prerromanos de la Península Ibérica, pudiéndose
haber mantenido este tipo de actos litúrgicos hasta nuestros días, potenciados,
eso sí, por los diversos pueblos mediterráneos que hicieron acto de presencia
en el territorio, para quienes no sería ajeno a su universo de creencias.
Como hemos visto, apenas contamos con paralelos etnográficos
que nos ayuden a acercarnos a su origen, aunque es muy posible que tanto el
toro medinense, como los vascos tengas raíces muy anteriores a las de la Europa
céltica, la que sin duda debió potenciar su culto como animal asociado a la
fuerza guerrera y a su poder regenerador en los cambios de ciclo temporales.
Así, la celebración del Toro Jubilo de Medinacelli
pudiera haber tenido una significación originaria vinculada con la propiciación
del retorno a un estado primordial, para las que el toro fuese su símbolo por
excelencia, y más si tenemos en cuenta que su celebración coincide con el
inicio del año nuevo celta, mes dedicado a la divinidad céltica Taranis. Dicha deidad superior guerrera, portadora a su vez de la rueda del tiempo, sería la que garantizaría las lluvias y la supervivencia de la comunidad, así como el que controla tempestades y tormentas, para el que los galos hacían todo tipo de sacrificos.
No obstante la relación entre el "Marte indígena" y el toro, unido a que éste solía ser venerado en lugares elevados, junto al simbolismo de la noche y la fecha elegida, podía ponernos en consonancia con el culto a algún tipo de dios del cielo en decadencia, en su faceta oscura, invernal y lunar, cuya cosmogonía se hacía necesaria repetir y
recrear anualmente para garantizar la trasformación del Año Nuevo en la inauguración de
una era. En definitiva, resulta sugestivo que este tipo de ritos tuviesen que ver con el recuerdo al culto al "primer rey" o héroe fundador que posteriormente es divinizado. Asociado al sacerdocio y a la fecundidad, como creador del
orden social, pues había enseñado a los hombres la cultura, al
institucionalizar el fuego del hogar y el primer sacrificio. Es decir, el primer mortal, quien estableció el
primer culto al antepasado, con sus ritos correspondientes, muy propio de la Europa céltica.
Del mismo modo, esta misma idea pudiera haber
quedado impregnada en la festividad carnavalesca de La Barrosa (Abejar) y en
las propias fiestas de San Juan en Soria durante el solsticio de verano, donde
los bóvidos vuelven a ser los protagonistas de unos ritos que hunden sus raíces
in illo tempore.
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