EBUROS, UN DIOS CÉLTICO ASOCIADO AL JABALÍ O AL TEJO EN CUEVAS DE SORIA


El reciente hallazgo en la localidad de Las Cuevas de Soria de un altar en el que se ofrecen votos a Eburos, relacionado con una divinidad céltica que adoptaría la forma del jabalí, supone una novedad absoluta tanto para la Península Ibérica como para el resto de Europa (Sanz Aragonés et al.; 2015). Veamos a continuación el posible significado de este descubrimiento y su inserción dentro de un marco arqueológico que goza de gran tradición celtibérica.
  • El poblamiento celtibérico del entorno
Las Cuevas de Soria es un municipio agrupado a la localidad de Quintana Redonda, situado al sur de la Sierra de Cabrejas y de la paramera de Villaciervos que discurre en paralelo a ésta, junto al pie de la sierra de Inodejo, por donde pasa el joven río Izana, tributario del Duero. Estas tierras salpicadas de matorral, encinas, sabinas y algún roble, antaño posiblemente la especie dominante, presentan altitudes medias que rondan los 1.000 metros s.n.m., lo que hace más difícil la actividad agraria, que siempre se ha visto complementada con actividades ganaderas extensivas de tipo ovino.

Existe constancia del poblamiento de esta zona desde la Primera Edad del Hierro (siglos VI-IV a.C.), donde contamos con la presencia de asentamientos de tipo castreño, como en El Castillejo de Nódalo, Los Castillejos de Cubo de la Solana y El castro de Las Cuevas de Soria, emplazados en lugares bien defendidos de forma natural, que se complementan con potentes murallas de piedra en las zonas más accesibles, además de San Cristobal en Villaciervos y El Castillejo de Las Fraguas, hoy arruinados por completo.

El castro de la localidad que nos atañe, se emplaza en un espolón de difícil acceso a 1.060 metros s.n.m. y a 20 metros sobre el barranco por el que fluye el río Izana, en cuyas inmediaciones recibe las aguas de varios arroyos que descienden desde múltiples direcciones, creando un espacio de interfluvio que limitará considerablemente las posibilidades de expansión del hábitat, que no supera la hectárea.
 
Imagen del Castro de Las Cuevas de Soria (celtiberiasoria.com)
En los lados sur y este, los más accesibles, se alza una potente muralla que tiene una longitud de 93 metros y una altura de 2,50 metros, mientras que en su lado oeste está defendido por un cortado natural (Pascual Díez; 1991).

En el reducido espacio interior, donde actualmente se alza la Ermita de Los Santos Mártires, se recogieron en prospección cerámicas a mano típicas de los castros de la Edad del Hierro (formas tipología Romero Carnicero; 1991) y también escasos restos de cerámica pintada celtibérica y algo de cerámica sigillata romana, correspondientes a una ocupación más reciente. No obstante desde antiguo se recogen noticias genéricas “de restos antiguos” recopiladas por E. Saavedra (1863), aunque será Blas Taracena (1941), en su Carta Arqueológica de la Provincia de Soria, quien lo incluya dentro de la llamada “Cultura castreña Soriana”.

Por tanto, nos encontramos ante un área notablemente poblada ya en la Primera Edad del Hierro, cuyos castros quizás puedan relacionarse con el área de fricción que probablemente existió entre la realidad arqueológica de poblados y necrópolis (Celtibérico Antiguo) del centro y sur de la actual provincia de Soria, y la de la serranía norte de Soria, tal y como apuntan los recientes trabajos efectuados en El Pico de Cabrejas del Pinar (Vega y Carmona; 2013). Cabría la posibilidad de que el castro de Las Cuevas de Soria se incluyese dentro de un marco espacial en el que coexisten estas dos realidades, cuyos límites serían la Sierra de Frentes y de Cabrejas, habiendo recibido una "celtiberización" más temprana a la de los coetáneos castros de más al norte, en función de los materiales recogidos en prospección sobre el asentamiento (Pascual Díez; 1991).

Para momentos plenamente celtibéricos, en la Segunda Edad del Hierro (siglos IV-II a.C.), contamos con la presencia cercana del poblado de Castilterreño de Izana, situado en un cerro amesetado a 70 metros por encima de la planicie que le rodea, ocupando una superficie que supera las 2 hectáreas de extensión. El enclave se dispone de una muralla que circunda toda la parte superior del cerro, construida a base de lajas de piedra recogidas con barro, en cuyo sector nordeste llega a alcanzar entre 1,50 y 2,50 metros de altura, mientras que en su lado este muestra un doble sistema defensivo que estaría unido por una especie de torre trapezoidal (7 por 8,50 metros).
Imagen aérea y planta de Castilterreño de Izana (celtiberiasoria.com)

En su interior, las excavaciones efectuadas por Blas Taracena en 1924 descubrieron viviendas rectangulares con zócalos de piedra cogida con barro y alzado de las paredes con tapial, habiéndose documentado en algunas de ellas la típica habitación subterránea o cueva para guardar los alimentos (de hasta 2,50m de profundidad), similares a las numantinas. Estas viviendas estarían dispuestas en torno a una calle de 2,50m de anchura, con aceras muy bajas y empedradas con piedras menudas.

Además de monedas con letrero celtibérico y latino, pesas de telar de cerámica marcadas, elementos de adorno como fíbulas y algunas armas y utillaje agrícola metálico, el gran número de hallazgos de cerámicas de producción local, adscritas en su mayoría a un momento avanzado en el siglo I a.C., contemporáneo a la consolidación del avance romano, hace pensar que estemos ante un centro productor de alfarería celtibérica que posiblemente hubiese arrancado su actividad uno o dos siglos antes (García Heras; 1994).
Imagen de Castilterreño de Izana (celtiberiasoria.com)
En los alrededores del castro de Cuevas de Soria se conocen dos yacimientos de época romana, siendo el mejor conocido el de la villa tardorromana de la Dehesa, que se dispone en la llanura aluviada que da paso a la comarca adyacente, siendo datada entre los siglos IV y V, aunque posiblemente se erige sobre otra anterior mal conocida.
Esta lujosa mansión de campo de casi cuatro mil metros cuadrados de superficie conserva de su estructura un gran patio central ajardinado con pasillo rodeado de columnas, más de 30 habitaciones con ábsides, cuartos de baño y suelos cubiertos de mosaicos teselados polícromos, además de un conjunto termal en su sector oriental.


Imagen de la Villa Romana de La Dehesa en Las Cuevas de Soria (www.villaromanaladehesa.es)
Gracias a sus ricos mosaicos decorados con motivos geométricos se pudo identificar un monograma que se repite constantemente, que al ponerse en relación con los estudios de los hallazgos epigráficos de sus proximidades, han permitido conocer que la villa pertenecía a los "Irrico" "Iricos", nombre gentilicio de origen celtibérico de la familia más relevante de la zona que se mantuvo vivo con orgullo a lo largo de siglos de romanización, como veremos a continuación.
Detalle de mosaico con emblema familiar de la Villa Romana de La Dehesa (www.villaromanaladehesa.es)
Junto a estos hallazgos que denotan una ocupación prolongada en el entorno, como hemos apuntado anteriormente se han documentado una serie de inscripciones latinas de carácter funerario mayormente, posiblemente vinculadas a un monumento familiar de la villa, aunque no faltan algunas votivas, como la dedicada al dios antepasado de la familia Avvus Irico.
Con el abandono de la villa, población reocuparía el castro de la Edad del Hierro, hecho que se repite en muchos de los yacimientos de la serranía. Además, en una de las ventanas situadas en la ermita que hoy en día se dispone sobre el antiguo castro, usado como cantera para su construcción, se conserva una inscripción dedicada a Valeria Titulla y su hija pequeña, encargada por otra hija.

  • Descripción del altar
En 2009 se halló de forma fortuita un ara que parece fue reutilizado, junto con otras piedras, para facilitar el drenaje de un área donde mana frecuentemente el agua.
Se trata de un altar labrado en piedra arenisca (75 x 36 cm) con corona y base que sobresalen del fuste, en cuyo campo epigráfico, distribuido en 5 renglones, puede leerse: Titus Ir/rico Ru/fi f(ilius) Ebu/ro v(otum) s(olvit) / l(ibens) m(erito), e interpretado como “Titus de los Irricos, hijo de Rufus, agradecido, cumplió merecidamente el voto a Eburos”.



Fotografía del ara dedicada a Eburos de Las Cuevas de Soria. Frontal y detalle del focus (ARECO S.L.)
La estructura de la fórmula del nombre del dedicante sugiere que Titus Irrico, hijo de Rufus, (hermano con toda probabilidad de Lucius Terentius Rufinos Irrico, a quien dedicara otra estela funeraria hallada en las inmediaciones, CIL II 2843), fuese un indígena romanizado, ya que ocupa desde el punto de vista lingüístico una posición intermedia entre el formulario votivo de tipo latino clásico y el dedicatario Eburos, que es una divinidad céltica indígena. Además, los Irricos fueron identificados como agrupación familiar en genitivo plural, dentro del patrón de nombres celtibéricos derivados en “-iko”.

 Dibujo del ara dedicada a Eburos en Las Cuevas de Soria. (ARECO S.L.)
  •  El dios Eburos, ¿divinidad jabalí?
El teónimo indígena Eburos supone una novedad absoluta. Se asocia al mundo céltico a partir de la existencia de una gran cantidad de derivados onomásticos con base “eburo”. Así, en la Península Ibérica encontramos los topónimos Aebura entre los Túrdulos al este de Sanlúcar y entre los edetanos, además de la Évora portuguesa, y un Eburobrittium en Lusitania. Como nombres personales, constan Eburus/Ebura, Eburo, Eburancus, Eburia, Eburinus/Eburina, Eburianus y Eburenius, además del nombre individual celtibérico Ebursunos (hijo de Eburos) documentado en el tercer bronce de Botorrita (col. III, lín. 52), donde aparece esta veneración a una divinidad céltica vinculada a la agrupación familiar Mailikinokum. Mucho más cercanas son las inscripciones funerarias halladas en San Esteban de Gormaz y Dombellas (Soria) asociadas al nombre de la agrupación familiar Eburanco, relacionada con esta misma divinidad.
Otros teónimos célticos afines hallados en Europa serían los de “ Deus Eberrios” de Gensac de Boulogne (Francia) , adaptado al dialecto céltico de la zona aquitana, la dedicación Matris aug (ustis) Eburnicis de Yvours (Francia) o en los personajes míticos de la Irlanda medieval, donde aparecen hasta cuatro llamados Eber, quizás relacionados con esta divinidad continental.
En cuanto al aspecto originario del dios Eburos, se barajan dos posibilidades derivadas del significado atribuido al celtema “eburo”. En primer lugar, podría aludir a un significado arbóreo relacionado con el tejo, derivado del “ibar” del irlandés antiguo. En segundo lugar, podría estar relacionado con el significado de jabalí a partir de la identificación del lexema céltico continental con este animal. 
En cualquiera de los casos, estamos ante una divinidad cercana a la naturaleza.

Recogiendo la interpretación de Sanz Aragonés et al. (2015), podríamos estar ante una deidad con aspecto de jabalí en base a que existe relación entre este animal y las dos monedas de los Aulerci Eburovices (Francia) y en el emblema de la ciudad britana de Eburacum (York), además del elevado número de representaciones plásticas de jabalí hallados en toda la Céltica antigua, y por último su aparición en la iconografía religiosa céltica y romano-céltica, así como en la mitología medieval galesa e irlandesa.


Monedas de Aulerci Eburovices (Francia)

Efectivamente, las representaciones animalísticas documentadas en la España prerromana, sobre todo en el ámbito de la Meseta Occidental, al igual que en el resto de la Europa céltica, fueron fabricadas y utilizadas con una determinada finalidad, quedando el jabalí inserto entre sus animales sagrados, junto al caballo o el toro.

Posiblemente, la tan extendida práctica de la caza de este cerdo salvaje entre los pueblos celtas y la complejidad que se requiere para tal fin, puesto que se llevaría a cabo con armas arrojadizas, siendo necesaria una gran destreza a la hora de atravesar su gruesa piel y sobretodo en su persecución una vez herido, unido a su condición de animal nocturno, así como su manera de obtener alimentos hociqueando en la tierra, contribuiría a que se le concibiera cierta carga simbólica y la necesidad de determinados rituales.

Las representaciones de jabalí peninsulares están entre las más utilizadas después de las de caballos y toros, englobándose en diversos tipos, desde pequeñas figurillas de bronce como fíbulas zoomorfas, broches de cinturón, figuritas, téseras de hospitalidad, hasta las grandes esculturas de piedra como los verracos en territorio de los vettones.

Verraco de Yecla (Salamanca)
Pero su finalidad y significación no debió ser idéntica, dada la variedad de soportes y emplazamientos, oscilando desde un papel social en la economía doméstica y colectiva, pasando por rituales funerarios o creencias religiosas, sin olvidar otras posibles interpretaciones.

Tabula de hospitalidad con inscripción celtibérica procedente de Uxama (El Burgo de Osma)
Respecto a la primera opción, la económica, la presencia de jabalíes o cerdos  es relativamente escasa en la mayoría de los yacimientos analizados de la cuenca del Duero, ocupando el tercer o cuarto puesto en representación, ( 5-10 % de NP), aunque se incrementa durante el Celtibérico Pleno, lo que denota una baja importancia dentro de las estrategias económicas de las comunidades campesinas del valle del Duero, quizás relacionado con la competencia que supone para el hombre la alimentación de estas especies omnívoras. Este tipo de ganadería  no tiene asentados unos criterios morfológicos que distingan las especies domésticas de las salvajes (jabalíes), por lo que las valoraciones al respecto presentan enormes dificultades. La edad de sacrificio de los ejemplares documentados en el Castillejo de Fuensaúco (Bellver, J.A.; 1992) coincide con la representada para casi todo el valle del Duero, primándose los individuos subadutos y adultos, lo que evidencia una estrategia de optimización del rendimiento cárnico en detrimento de la obtención de carne más tierna, aprovechamiento exclusivo, seguramente destinado a complementar y satisfacer las necesidades proteínicas de la comunidad (jamones, grasa, etc.), aunque existen algunos ejemplos de sacrificios infantiles y juveniles en poblados contemporáneos,  (Soto de Medinilla, Valladolid), quizás relacionado con un tipo de acto ceremonial destinado a evitar el acopio de riqueza a través del consumo en determinados momentos de grandes cantidades cárnicas, donde no importaría el gasto que suponía la ingestión de una especie joven (¿potlatch?).

Fíbula zoomorfa peninsular (Museo Lázaro Galdiano)
En cuanto a los rituales funerarios asociados a este animal, contamos con las mencionadas fíbulas, que si bien eran objetos que cumplían una función práctica, el hecho de que adoptasen estas formas y de que formen parte de ajuares funerarios indica algo más que su mera función cotidiana.
Como hemos indicado líneas arriba, está demostrado que en el mundo celta algunos animales fueron sacralizados por sus particulares cualidades, llegando incluso a adoptar su forma por parte de ciertas deidades, como por ejemplo Epona, la diosa-caballo, Cernunnos, asociado al ciervo,  Arduinna, la diosa jabalí e incluso Endovélico, identificado con un jabalí que se vincula al mundo misterioso y subterráneo, a pesar de la aversión existente entre los celtas a las representaciones iconográficas de las divinidades.
Como protector en la vida, el jabalí  representaría la valentía y la fiereza entendida en sentido positivo, como ejemplo del guerrero que va a la batalla. Como protector en la muerte, el jabalí estaría ligado a las fuerzas de la tierra, entre las que se sumerge con su hocico,  desempeñando el papel de acompañante y guía del guerrero hacia el Más Allá, al que ayuda a resucitar.

Escultura de bronce de jabalí erizado (Bibracte, Borgoña)
También se constatan sacrificios de cerdos o lechones por ser probablemente considerados la encarnación de ciertos principios, lo que conllevaba la exageración de determinadas partes de su cuerpo como el hocico, tal y como se observa en las representaciones celtibéricas o en las cerdas dorsales erizadas de las figuritas europeas. Estos actos, además, podrían estar manifestando cierto significado fertilizador, necesarios para fecundar a la Diosa Madre, sea cual sea su nombre, y al mismo tiempo, como hemos visto, el resurgir de la vida.
Dentro de la tradición hindú, el actual ciclo cósmico (kalpa) es llamado “Ciclo del jabalí blanco”, conteniendo un origen netamente hiperbóreo, ya que Vishnu, con apariencia de jabalí, dio origen al ciclo actual (manvantara) haciendo que la tierra emergiese de las aguas y ordenándola. Al igual, entre los celtas simbolizaban a los representantes de la autoridad espiritual y a los del poder temporal, es decir a las dos castas, los druidas y los caballeros, equivalentes, por lo menos originariamente y en sus atribuciones esenciales, a lo que son en la India las de los brahmanes y los Kshatriya (guerreros)” (Guénon, R. 1988).

Por todo ello, también en la mitología irlandesa y galesa el jabalí aparece como animal simbólico, tal y como se recoge, por citar algunos ejemplos, en El Ciclo del Ulster, donde el héroe Diarmaid tenía como mayor prohibición el matar al jabalí, ya que su hermano fue muerto accidentalmente y metamorfoseado en este animal mágico; o en la obra galesa de Las cuatro Ramas de los Mabinogi, donde aparece la figura de un jabalí blanco que dirige al héroe Pryderi a un misterioso castillo, donde entra pero no regresa y el castillo desaparece fruto de un encantamiento. Igualmente, en las leyendas artúricas, el druida Merlín es también el jabalí del bosque de Broceliande.

En definitiva, la relación del jabalí con el mundo de ultratumba está atestiguada no sólo en el mundo céltico, sino también en el mediterráneo, donde se representa la victoria del héroe sobre el mal y la muerte, tradición que pudo haber perdurado en la Edad Media, como así se constata en algunos sepulcros galaico-portugueses de caballeros con escenas de caza de jabalí (Erías Martínez; 1999).
Un buen ejemplo de esta relación para el ámbito celtibérico pueden ser, de nuevo, las fíbulas zoomorfas que tienen entre sus patas o en el extremo del hocico una pequeña cabeza humana. Es bien sabido que el rito de las «cabezas cortadas» o «cabezas trofeo» fue practicado entre los pueblos celtas que consideraban la cabeza como centro del ser humano y, por ello, poseedora de propiedades mágicas, aun después de la muerte del cuerpo.
De ser correcta esta interpretación, estaríamos ante una divinidad protectora que adoptaría forma de jabalí, animal que como hemos visto tiene claras vinculaciones con el mundo religioso y funerario, asociado en su origen al amparo del guerrero en su viaje al Más Allá, sin obviar otros significados posiblemente muy difuminados ya en el momento en el que fue realizado este altar. 
Eburos, ¿divinidad arbórea?
Añadimos aquí la interpretación que recientemente Francisco Marco Simón (2013-14) ha asignado al hallazgo de este teónimo, relacionándolo más bien con el bosque y los árboles sagrados esenciales en el mundo céltico, concretamente con el tejo, tal y como se apuntó líneas atrás en función de la tradicional identificación del celtema eburo- con dicha especie. 
El autor esgrime que los paralelos numismáticos apuntados por los editores de este hallazgo no son suficientes para elaborar conclusiones sólidas en su relación con el jabalí, decantándose por el horizonte que apunta la propia toponimia céltica, como por ejemplo a través de los nombres compuestos Eburocetón ("bosque de tejos") o Eburoialum ("claro entre tejos"), sin obviar que tanto los Eburovices como los Eburones serían los pueblos galos del tejo.
Si bien, al igual que hemos visto la presencia y admiración que el jabalí despertaría entre los pueblos celtas, ésta no es menor que la que tendrían ante este majestuoso árbol, cuyas vinculaciones con el mundo funerario quedarían reforzadas si tenemos en cuenta que sería una de las especies que mayor longevidad alcanzarían en el bosque, cuestión que no pasaría inadvertida y sería utilizada como símbolo de inmortalidad.
Tejo milenario de la Sierra de la Demanda 

La relación del bosque con la civilización céltica, donde se sitúan sus lugares de culto o nemetones, generalmente asociados a cuevas, ríos, lagunas, montes, rocas y por supuesto a árboles, es decir enclaves donde se manifiestan las divinidades o pudiera sentirse la presencia de un numen (Alfayé y Rodríguez; 2009), no sería una excepción en el entorno en el que nos encontramos.
Conocida es la cita de Marcial (I, 49,5) en alusión a un bosque sagrado que pudo emplazarse en el entorno del puerto de La Bigornia, cercano al también sacro Moncayo y que denomina Vadavero (actual Sierra del Madero) y de otro cercano al que se alude como Mons Burado (IV, 55, 29) en las cercanías de Beratón, localidad que podría haber guardado cierto parentesco etimológico con Eburoceton
Paraje cercano al "Pozo Perejón" de Las Cuevas de Soria, lugar donde se hacen hogueras y llevan a cabo representaciones en la Noche de Difuntos. (Fotografía de lascuevasdesoria-armando.blogspot.com)
Lo cierto es que sendos bosques y por qué no alguno más en las proximidades de Las Cuevas de Soria podrían haber funcionado de forma similar al bosque de los Carnutes en la Galia, donde César nos relata que allí se reunían los druidas, no pudiendo adentrarse en él armado, siendo éstos los "hombres del árbol" que desarrollarían allí sus enseñanzas y rituales. En este sentido, de tejo eran las ramas con la que los druidas irlandeses elaboraban sus varitas mágicas, techaban sus palacios (Conchobar en Emhain Macha), además de ser utilizado por su toxicidad posiblemente en la punta de sus flechas, Estrabón (Geo, XV:2), resultando curioso que posteriormente los castellanos usaran su madera para la construcción de arcos y ballestas e incluso fuese especie protegida por el Fuero de Soria (siglo XII-XIII), así como para el suicidio cuando eran capturados por sus enemigos o cuando la edad los hacía inútiles para la guerra, como en el caso de los cántabros según relata Silio Itálico (III, 328), sin obviar al propio Plinio que alude al tejo como veneno de los hispanos.
Tomando en consideración esto último, Antonio Ruíz Vega plantearía la hipótesis de que los guerreros numantinos devotos a su líder Retógenes, consumirían caelia mezclada con esencias de tejo para alcanzar así el furor necesario que les condujese a luchar entre sí con gladius de dos en dos (Valerio Máximo: 3,2, ext.7) y en definitiva a consumar el suicidio colectivo previo a la rendición de la ciudad a Escipión. 
De tal manera, podríamos estar ante culto enormemente extendido entre los pueblos celtas, vinculado a un árbol que todavía hoy aparece vinculado a iglesias y ermitas en varias regiones de Inglaterra e Irlanda, o en la más cercana Asturias, con más de 200 casos documentados. En el territorio de la actual Soria contamos con ejemplares de esta especie en la Sierra del Moncayo, Urbión y Cebollera, en el Cañón del Río Lobos y en la Sierra de Cabrejas, próxima esta última al emplazamiento del hallazgo que aquí nos atañe.
Monasterio benedictino de San Pedro de Villanueva (Cangas de Onís, Asturias)
Pero también estará presente el tejo en las fiestas populares de buena parte de la Europa céltica, donde se bendicen sus ramas y se colocan en las ventanas para propiciar la protección del hogar, cuestión que brillantemente ha llamado la atención de varios autores que lo relacionan con la iconografía de algunas cerámicas numantinas en las que aparecen figuras portando ramas espigadas (Almazán de Gracia; 2017), en la figura del árbol dentro de una estructura templaria del vaso de Arcóbriga en Monreal de Ariza (Marco Simón; 2013-14), e incluso en los motivos decorativos de cerámicas campaniformes y de la Edad del Bronce, así como en el arte rupestre esquemático, donde se dibujan pequeños ramos que se asemejan a los del tejo (Almazán de Gracia; 2017), connotaciones sacras que de ser así se perderían en la noche de los tiempos.


Conclusiones
A lo largo de estas páginas hemos dilucidado el posible significado de esta divinidad documentada a partir de la epigrafía en las Cuevas de Soria en base a una primera propuesta interpretativa que lo relaciona con el simbolismo del jabalí y que fue el motivo inicial de este escrito, a la que se le ha sumado más recientemente su posible vinculación sacra con el tejo.
Vaso de Arcóbriga (Monreal de Ariza)
Lo cierto es que la solución de esta cuestión parece correr de la mano de la Lingüística, ya que son estos los argumentos que más luz vierten en sendas propuestas, la derivada de la evolución fonética en celta continental de *epro a eburo, y su relación con la iconografía numismática de algunos pueblos en la que se representa un jabalí, y la tradicional establecida por los lingüistas que cuenta con múltiples ejemplos que lo enraízan con un significado arbóreo. 
No obstante y por mi parte, valgan estas hipótesis encontradas para despejar un poco más la bruma que encierra el conocimiento de la religiosidad de la céltica hispana, además de aportar otros datos relevantes que pudieran quedar en un segundo plano a pesar de ser de vital importancia, como es el hecho de que en época romana tardía, entre los siglos III y quizás el V d.C., una familia que no olvida su raíz celtibérica sigue encomendándose a una divinidad protectora celta.  
Así pues, y una vez más, vemos que parecen pervivir muchas de las creencias que estaban presentes desde mucho antes que hiciera aparición la civilización romana en la Península, incluso varios siglos después de la caída de Numancia, lo que confirmaría por un lado no solo su no desaparición completa, ya que dichas creencias parecen irse reinterpretando y adaptando a través de un largo proceso, llegando a propiciar la creación de un universo religioso de nuevo cuño que no sería totalmente romano, pero tampoco indígena. A todo esto se le uniría un contexto geográfico retardatario en el que el desarrollo social y político no habría alcanzado cuotas excesivamente elevadas en época romana y donde las familias continuarían fuertemente unidas por lazos ancestrales.
Por otro lado, vemos que las religiones privadas o familiares debieron ser la tónica dominante de estas gentes, es decir a nivel local y en base a las relaciones de parentesco con una divinidad protectora, lo que les permite su pervivencia con la romanización y más allá de la Antigüedad tardía, ya que no supondría un peligro respecto a la promoción del culto imperial. Esto explicaría que en momentos alejados en el tiempo de la plenitud celtibérica sigamos encontrando denominaciones de lugares, personas, familias, divinidades y cultos propios de la Edad del Hierro, como la de los Lugoves de Uxama (Osma), el culto a las Matres de las lápidas de Yanguas y Muro (de Ágreda), Drusuna en Los Olmillos (San Esteban de Gormaz) o los testimonios epigráficos de epiteto desconocido de Lattueriis y a Peicacomai (Hinojosa de la Sierra), Canteco en Espejo de Tera (Soria) y V(..)ocio en Alconaba, todos ellos en la actual provincia de Soria.
Quizás lo que más parece estar variando es el ritual, ya que con la romanización se introduce la costumbre de dedicar altares y cumplir promesas en honor de los dioses, además de plasmarse iconográficamente viejas creencias que hasta entonces se caracterizaban por ser anicónicas y por la ausencia de templos. En esta línea, tal y como apunta Santos Crespo Ortíz de Zárate (1997) podría entenderse la no constatación de un sacerdocio druídico en la Península Ibérica, pero si posiblemente de uno en un grado menor que hubiera mantenido vivo este tipo de creencias colectivas ancladas a un territorio y a unos antepasados determinados.
Fragmento de cerámica numantina con posible escena de sacrificio.
Junio de 2015
 (modificado y ampiado en enero de 2017)
BIBLIOGRAFÍA

ALFAYÉ, S.; RODRÍGUEZ CORRAL, J. (2009). "Espacios liminares y prácticas rituales en el noroeste peninsular". Acta Paleohispánica X, pp. 107-111.

ALMAZÁN DE GRACIA, A. (2017). "El tejo, árbol totémico desde el Paleolítico y en la Celtiberia". elige.soria.es.

BELLVER, J.A (1992). “Estudio Zooarqueológico de las cabañas circulares de El Castillejo de Fuensaúco”. II Symposium de Arqueología Soriana. Soria.
CERDEÑO, Mª.L.; y CABANES, E. (1994). “El simbolismo del jabalí en el ámbito celta peninsular”. Trabajos de Prehistoria 51, nº 2, pp. 102-119.
ERIAS MARTÍNEZ, A. (1999). “La eterna caza del jabalí”. Anuario Brigantino nº 22. Betanzos (La Coruña).
GARCÍA HERAS, M. (1994). “El yacimiento celtibérico de Izana (Soria), un modelo de producción cerámica. Zephyrus XLVII, pp 103 -155
GUÉNON, R. (1988). “Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada”. Eudeba-Ediciones Colihue. Buenos Aires.


MARCO SIMÓN, F. (2013-14). "El teónimo Eburus y el tejo". Saldvie nº 13-14. Universidad de Zaragoza. Zaragoza.
PASCUAL DÍEZ, A.C. (1991). Carta arqueológica de Soria. Zona Centro. Soria.

SANTOS CRESPO ORTÍZ DE ZÁRATE (1997). "Sacerdotes y sacerdocio en las religiones indoeuropeas de Hispania prerromana y romana." IIu Revista de Ciencias de las Religiones nº 2. 
VEGA MAESO,C. y BALLESTERO, E. (2013): Nuevos datos sobre la Edad del Hierro en el Alto Duero: el castro de El Pico (Cabrejas del Pinar, Soria). Trabajos de Prehistoria 70 (2): 372-384.


Registrado en Safe Creative

No hay comentarios: