En el sector oriental de la Meseta Norte, ocupando la zona septentrional de la actual provincia de Soria en la cuenca alta del Duero, encontramos un paisaje abrupto de orografía montañosa que gradualmente se va suavizando dejando en medio espacios abiertos de llanuras elevadas, con medias entre los 1.200 y los 1.000 m.s.n.m.Este espacio se encuentra atravesado por numerosos cursos fluviales, entre los que destacan el río Alhama, Razón, Tera y el Duero, este último de mayor caudal que en la actualidad, constituyendo abundantes humedales y arroyos. Los suelos son mayoritariamente sedimentarios, adscritos al secundario, terciario y cuaternario, con presencia generalizada de cuarzoarenitas y arcillas arenosas en el sector más septentrional y calizas en el meridional, con muy malas condiciones de drenaje en los fondos de valle y suelos poco profundos y pedregosos sujetos a un lavado continuo en las superficies inclinadas. Respecto a su climatología, después del brusco enfriamiento que supone el cambio del periodo suboreal al subatlántico, a partir del siglo VII a.n.e. se produjo una paulatina recuperación térmica con un régimen de pluviosidad alto y temperaturas algo más bajas que las actuales, conformando una agroclimatología que a partir de los 1.200 m.s.n.m. presenta complicaciones a la hora de cultivar ciertas especies[1], situación que se suaviza durante la primera mitad del siglo IV a.n.e. El medio vegetal queda definido dentro del piso supramediterráneo, cuyas especies primitivas nos sugieren un paisaje dominante para la Edad del Hierro compuesto básicamente por amplios y densos espacios boscosos de masas mixtas de caducifolios, perennifolios y aciculifolios, entre los que predominarían distintas variedades de Quercus, que se verán sustituidos por sabinas y enebros en los páramos más meridionales y por el Pino Negral y Silvestre en la alta montaña.
[1] En este sentido hay que tener en cuenta las inversiones térmicas que se producen durante la noche en el entorno, que hacen que las temperaturas de los valles sean inferiores a las de las montañas donde se sitúan los yacimientos.
[1] En este sentido hay que tener en cuenta las inversiones térmicas que se producen durante la noche en el entorno, que hacen que las temperaturas de los valles sean inferiores a las de las montañas donde se sitúan los yacimientos.
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