Durante el solsticio
de invierno, que a los ojos humanos se traslada a los días 24 y 25 de
diciembre, el sol vuelve a nacer y comienza a elevarse, dando paso al lento
triunfo de la luz sobre una oscuridad que ha ido ganando terreno desde la
también mágica noche de San Juan. No es casualidad que en este preciso momento
que además coincide con el final de la siembra, los habitantes de la aldea de Ousilhao, año tras año, celebren una de
sus fiestas mayores. Como si fuese la primera vez, todo comienza de nuevo a
partir de San Esteban, el ciclo continúa.
La fiesta es
organizada anualmente por cuatro mozos pertenecientes a cada uno de los barrios
de los que se compone la aldea, lo que alimenta la cohesión social de un
caserío muy disperso. Entre todos y todas se reparten los personajes que
conformarán la celebración: un rey, dos vasallos, cuatro mozos, un gaitero, un
tamborilero y un grupo de mascarados, el resto les acompañaremos en el
trascurrir de estos tres días intensos para vivir una navidad diferente.
Nos situamos, por
tanto, en el día 24 de diciembre y escuchamos el sonido de una
gaita que anuncia el inicio del ciclo festivo. El gaitero, que tradicionalmente
es forastero, hace su llegada a la aldea para despertar a la población y se
reúne con los cuatro mozos para ensayar y que todo salga como marca la
tradición.
Dejamos pasar la
mañana del 25 de diciembre y ya por la tarde se inicia el
recorrido ritual por la aldea en la que los mozos con los “máscaras”, el
tamborilero y el gaitero van entrando en las casas de la localidad al mismo
tiempo que cantan, bailan y hacen diabluras. Éstas, están preparadas para
recibirles, organizando una habitación con una mesa en medio cubierta con un
mantel blanco de lino sobre el que se ofrece pan, vino, dulces variados, carne
de cerdo, etc., y les esperan en el más absoluto silencio.
Los primeros en
acceder al interior de las casas son los cuatro mozos acompañados por los
músicos, que danzan en torno a la mesa con movimientos circulares al mismo
tiempo que hacen sonar sus castañuelas y cantan las buenas fiestas del
siguiente modo:
“Estas casas sâo caiadas, mais por dentro do que por fora, muitos anos
vivam nelas, os senhores que nelas mora”
Terminada esta primera
ceremonia salen los mozos y entran los terroríficos “máscaras”, los cuales son
imposibles de identificar, en un principio, por su indumentaria. Ésta, se
conforma de un traje de colores rojizos y amarillos elaborado a base de tiras
de tela del que cuelgan campanillas y todo tipo de abalorios que emiten sonidos
estridentes, una capucha cubriendo la cabeza, zuecos de madera y la tradicional
máscara de madera de castaño. Su aparición rompe el silencio de las familias
que esperan en sus moradas, aportando una apariencia medio animal, medio
humana, con caras perversas, ojos grandes y bien abiertos, cejas y pestañas
grabadas a fuego, nariz pronunciada y boca abierta con la lengua fuera, de la
que en ocasiones sale una serpiente, junto a unas orejas que pueden ser
de lobo o cabra en la mayoría de los casos.
El comportamiento de
estos seres es inesperado, no conviene llamar su atención para no ser objeto de
sus travesuras. Su presencia aterroriza a los más pequeños y produce un
infinito respeto entre los adultos, están al margen de cualquier norma y de las
convenciones sociales que rigen la aldea durante el año. Son capaces de las
peores tropelías, inquietan al que los recibe al mismo tiempo que se percibe
que son necesarios, ya que de este caos vendrá el orden que imperará el año
venidero.
Con el mismo
estruendo con el que entran en las casas se esfuman, dejando atrás el rastro de
un vendaval para volver a las calles, donde corren, gritan, arrastran todo tipo
de objetos, saltan muros, ventanas, fustigan la tierra y si se cruzan con
alguien, lo cercan, saltan en torno a él, le salpican con los charcos de agua y
le provocan.
Terminado el día de
navidad, a la noche, el pueblo se junta para la “gallofa” y ya con la cara
destapada bailan hasta altas horas de la madrugada.
A la jornada
siguiente, el día 26 de diciembre, desde muy temprano se repite la
ronda por las casas que faltan por visitar. La comitiva vuelve a dar las buenas
fiestas del siguiente modo:
“Levantem-se ó senhores, desses seus escanos dourados, dai a esmola ao
Santo Estêvao, que ele lhes dará o pago”
Terminado el
recorrido, al mediodía, se juntan los mozos y los “mascaras” en la casa del
“rey” para partir hacia la iglesia donde se celebra misa en honor a San
Esteban. En el trascurso del recorrido se forma un cortejo con el gaitero al
frente seguido de los cuatro mozos y otras personas, el rey y sus dos vasallos
y en último lugar los “máscaras”, los cuales no tienen un lugar definido y
continúan con sus tropelías.
A la entrada del templo,
el sacerdote espera con el agua bendita que vierte sobre el rey y los vasallos
y una vez dentro éstos ocupan el lugar central, mientras uno de los mozos
acercan unos panes de trigo para ser bendecidos. Parte de este pan será
repartido entre la comunidad allí reunida para ser guardado en las casas por su
supuesto carácter curativo y protector, siendo, siempre que sea necesario, dado
al ganado para librarlos de enfermedades y sobre todo contra el mal de ojo.
Mientras, a los
“máscaras”, que representan las fuerzas sobrenaturales de la naturaleza, se les
impide el paso a suelo sagrado, por lo que se esconden y permanecen tranquilos
y sosegados.
Cuando la ceremonia
religiosa termina se lleva a cabo una procesión en torno a la iglesia y a
continuación se organiza la Mesa de San Esteban al aire libre, donde los
“máscaras” aprovechan para acometer sus últimas diabluras. Tras montar la mesa
se coloca en ella pan, vino, embutidos, dulces, fruta, etc., y se disponen a su
alrededor primeros los hombres, seguido de las mujeres y de los niños, quedando
el cura, el rey y los vasallos en otra contigua más pequeña.
Es ahora cuando se produce el acto de comunión
colectiva de comer el pan bendito y beber el vino que ofrecen los mozos,
siempre sin la presencia de los “máscaras” que siguen sin poder participar en
este acto.
Después del banquete
y tras cantar varias oraciones, el párroco hace la transferencia de poderes del
viejo al nuevo rey, al que se aplaude efusivamente. Acabado el ritual se colecta
dinero para las fiestas del año siguiente y el nuevo rey, flanqueado por sus
vasallos y seguido, ahora si, por los “máscaras”, es acompañado hasta su casa
ofreciendo pan y vino a toda su comitiva.
En el intervalo de
tiempo entre estos hechos y el baile que tendrá lugar como colofón de fiestas,
los “caretos” continúan sus travesuras, que ahora se acentúan, pues el día
termina y con él se marcharán estos seres sobrenaturales. Se llevan a cabo
pequeños robos, como el de algún carro de bueyes de los que aún quedan por la
aldea, asustando a quienes se cruzan con ellos y profiriendo sus famosos
discursos satíricos, generalmente dedicados a personas de la localidad, a los
que no se tiene ni la más mínima piedad.
Ya entrada la noche
los vecinos vuelven a bailar hasta altas horas de la madrugada, la fiesta llama
a su fin, al día siguiente todo volverá a la normalidad, cada uno regresará a
sus quehaceres diarios renovados, dejando atrás días de barullo, confusión y
caos.
- Simbolismo y conexión mágica de la fiesta
Sin duda, la
festividad de San Esteban que acabo de presenciar tiene un origen que se
remonta a lo noche de los tiempos, pero, ¿qué noche es esa?, ¿cuándo se
produjo?, quizás nunca lo sabremos, no obstante vamos a perdernos un poco a la
luz de su luna para rescatar un pedacito de su origen más remoto.
Por un lado,
estaríamos ante una fiesta que nos ofrece ciertas características de ritos
de paso, ya que se realizan, como he indicado anteriormente, en un periodo
de transición cercano al solsticio de invierno, además de integrar en su
participación a los jóvenes o “rapazes” que realizan pruebas de
resistencia física y ritos de pubertad.
Por otro lado, la
máscara en sí forma parte del mundo de los símbolos, no tiene una
sola interpretación, no permite un acceso directo a su significado y éste no
puede desligarse de la cultura, el lenguaje y el contexto donde es llamada a
figurar, presentándose como expresión simbólica de la comunidad.
Ahora bien,
comprender un símbolo no es tarea fácil, y más con nuestra mentalidad racional
moderna. Aún así, diversos autores han tratado de interpretarlo, en primer
lugar, como un símbolo cósmico porque recoge el mundo de lo visible a través de
la representación plástica de un rostro semihumano y semianimal.
En segundo lugar,
como un símbolo onírico, porque se enraíza con los recuerdos de una comunidad
que una vez al año atraviesa la consciencia. Por último, como símbolo poético
porque apela al lenguaje de una sociedad que se comunica mediante expresión
simbólica, hablándonos de las costumbres y tradiciones de una comunidad en un
sentido oculto que está detrás de todas las actitudes colectivas y ancestrales.
Además, el aspecto
enigmático y terrorífico de la máscara envuelve emocionalmente al observador
que la teme, a la vez que la considera necesaria como entidad mágica que se
comunica por la expresión de elementos simbólicos tales como los ojos abiertos,
la boca abierta y serrada, la lengua colgando y los gestos ejecutados por el
portador, además de todo lo que la rodea.
Según Benjamín
Pereira, la aceptación de este personaje se justifica porque representa en un
sentido amplio la idea de protección de la aldea, siendo a través de ella
cuando se normalizan ciertas fuerzas extrañas y difusas que en ese periodo se
creen desencadenadas y que se catalizan mediante su representación para retornar
a la normalidad.
En definitiva, estamos
ante un ritual de cambio de ciclo, que como en otras muchas de las
mascaradas de invierno que se desarrollan por la vieja Europa, implicaría a su
vez, el cese de un intervalo temporal, la abolición del año pasado y del
tiempo transcurrido, previo a la inauguración de una era, el Año Nuevo, lo
que supone un nuevo nacimiento. Durante dicha interrupción, que en este caso es
de tres días, se permitiría el retorno de los muertos a la vida para visitar a
las familias, y en definitiva, la vuelta al caos primordial que antecede
simbólicamente a la creación que está por venir. Es por ello que han sido
tolerados los excesos, se han iniciado los más jóvenes en la edad adulta y se
ha producido una inmersión social del orden.
Estamos por tanto, ante un tiempo en el que la
fuerza del símbolo y el ritual resultan estrictamente necesarios para propiciar
la fertilidad y la abundancia venidera a través de la expulsión de ciertas
fuerzas extrañas y difusas por medio de ruidos, gritos o golpes. Todo
termina con un círculo de fuego, momento en el que cesan los excesos y se
vuelve a la normalidad de la aldea, se ha cumplido con la liturgia, la
supervivencia está asegurada.
Ver vídeo de la fiesta:
CORREIA
SANTOS, M.J.; (1997) “Estudios sobre cuentos, mitos y leyendas de España y
Portugal”. En La Casa Encantada: Seminario Interuniversitario de
Estudios sobre Tradición, Eloy Martos Núñez y Vitor Manuel De Sousa
Trindade ( coords). Mérida: Editora
Regional de Extremadura; 1997.
ELIADE,
M. (1972): El mito del eterno retorno, Madrid.
MACIEL, SOFÍA ADRIANA; (1998) “A máscara de Ousilhao
(Vinhais). Uma leitura antropológica e metafísica”. Vinhais: Revista
Anual de Divulgaçao da Herança Cultural das Terras e
Gentes de Vinhais, nº
extraordinario diciembre.
PINELO TIZA, A. (2015): Inverno mágico, Volume I; II, Lisboa,
Ancora Editora.
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