"Los druidas no tienen nada más sagrado que el muérdago y el árbol que lo soporta, siempre suponiendo que el árbol sea un roble. De hecho creen que todo lo que crece sobre el roble ha sido enviado desde el cielo.... Sin embargo, el muérdago se encuentra rara vez sobre el roble, y cuando se encuentra se lo recoge con la debida ceremonia religiosa. Habiendo dispuesto un banquete debajo de los árboles, los druidas traen dos toros blancos cuyos cuernos atan por primera vez, Vestidos con ropas blancas, los sacerdotes suben entonces al árbol y cortan el muérdago con unas hoces de oro y lo reciben otros dos con una capa blanca. Luego matan a las víctimas, rogando a Dios que otorgue propicio sus dones. Ellos creen que el muérdago, tomado como bebida, aporta fecundidad a los animales estériles y es un antídoto contra todos los venenos".
Plinio el Viejo, Historia Natural, XVI, 249
Es tiempo de recogimiento, de disfrutar de la cosecha almacenada, hemos completado el tránsito a la etapa oscura, la noche avanza …
Nos adentramos en el monte Valonsadero, muy cerca de Soria capital, donde confluyen toda una red de cordeles, veredas y cañadas que descienden desde la serranía. Ante nosotros se divisa un evocador paraje natural salpicado de robles, ricos e inagotables pastizales y altos chopos en los que crece el muérdago con mayor profusión que en ninguna otra parte.
Nada es casual...
Y es que nos encontramos en un lugar en el que sin solución de continuidad, se han estado celebrado rituales y ceremonias, reuniones e intercambios, al menos desde el tercer milenio a.C.
Así nos lo sugieren las paredes rocosas en las que se encajonan los viejos caminos ganaderos, donde nos encontramos con un importante conjunto de pinturas rupestres esquemáticas que nos representan en lenguaje simbólico aspectos cotidianos como el pastoreo, la domesticación animal, así como elementos magico-sociales más complejos posiblemente de culto a los antepasados.
Ritos que, a pesar de haberse trasformado con el tiempo, (no olvidemos que es aquí donde se siguen celebrando parte de las fiestas de San Juan), en esencia nos recuerdan que estamos ante un lugar mágico. Posiblemente un arcano santuario al aire libre o nemetón, desde donde los antiguos pobladores de estas tierras sintiesen la manifestación o presencia de sus divinidades, aunque nunca podamos constatarlo a ciencia cierta.
Igualmente en las cercanías, ascendiendo hacia las sierras del Madero y Beratón llegamos a los bosques sagrados de Vadavero y Burado, como así fueron citados por un celtiberorromano como Marcial (I, 49,5). Unos bosques que quizás significasen para los celtíberos los mismo que para los galos el bosque de los Carnutes, un lugar consagrado a los dioses donde se reunían los druidas y donde no se podía entrar armado.
“En cierta época del año, [los druidas] celebraban una reunión en el territorio de los Carnutes —considerado el centro de toda la Galia—, en un espacio sagrado. De todas partes acuden allí los que tienen litigios, y se someten a sus decisiones y dictámenes” Julio César , Bellum Gallicum, Libro VI,13.
Parajes que en definitiva nos traen a la mente evocaciones relacionadas con esa imagen estereotipada del druida recogiendo el muérdago en fechas tan señaladas como Samaín. Un tópico creado por los autores clásicos, que desde la perspectiva civilizadora romana, de forma sucinta y en demasía recogiendo relatos de otras fuentes muy anteriores en el tiempo, nos ha llegado hasta nuestros días.
Pero, ¿quiénes fueron los druidas? ¿se puede afirmar su presencia por estas tierras ?
Para tratar de responder, en primer lugar seguiremos las observaciones directas que hiciera Julio César en su célebre obra La Guerra de las Galias donde podemos determinar que los druidas no eran simplemente sacerdotes, sino una poderosa casta social con diferentes atribuciones. Al mismo tiempo, algunos autores clásicos como Diodoro de Sicilia y Estrabón nos comentan que el druidismo tenía subespecializaciones, como son las de los bardos, poetas que cantan con el acompañamiento de instrumentos semejantes a la lira, y los vates o videntes, quienes predecían el futuro mediante la observación del vuelo de los pájaros y el sacrificio de las víctimas. Una división que por otra parte encuentra sus paralelismos en los Druí, Fáith/Filí y Bard que se mencionan en la literatura medieval irlandesa de tradición céltica.
“En términos generales se puede decir que para todos ellos hay tres grupos que gozan de especial distinción: los bardos, los vates y los druidas. Los bardos son poetas cantores, los vates tienen funciones sagradas y estudian la naturaleza. Los druidas se dedican también al estudio de la naturaleza, pero añaden el de la filosofía moral, y son considerados los más justos, por lo cual se les confían los conflictos privados y públicos, incluso el arbitraje en caso de guerra, y han llegado a detener a los que se estaban alineando para el combate”. Estrabón. Geografía IV. 4,4.
Igualmente sabemos que los druidas consideraron tabú el plasmar por escrito su filosofía y enseñanzas sagradas, de tal manera que éstas debían ser adquiridas mediante el ejercicio de la memoria durante un largo proceso de formación que podía durar hasta más de veinte años. De hecho, es de nuevo Julio César (Comentarios a las Guerras de las Galias VI, 13-14), quien apuntara que las enseñanzas druídicas se adquirían en Britania, concretamente en la isla de Inis Mona (actual Anglesey, Gales). Un lugar que sería destruido por el cónsul Suetonio Paulino en el contexto de la sublevación de los britanos contra Roma del año 58 d.C.
(…) “ante la orilla estaba desplegado el ejército enemigo, denso en armas y hombres; por medio corrían mujeres que, con vestido de duelo, a la manera de las Furias y con los cabellos sueltos, blandían antorchas; en torno, los druidas, pronunciaban imprecaciones terribles con las manos alzadas al cielo. Lo extraño de aquella visión impresionó a los soldados hasta el punto de que, como si sus miembros se hubieran paralizado, ofrecían su cuerpo inmóvil a los golpes del enemigo. Luego, movidos por las arengas de sus jefe, y animándose a sí mismos a no temer a un ejército mujeril y fanático, abatieron a los que encontraron a su paso y los envolvieron en su propio fuego. Después se impuso a los vencidos una guarnición y se talaron los bosques consagrados a feroces supersticiones. Pues en efecto, contaban entre sus ritos el de honrar los altares con sangre de cautivos y consultar a los dioses, en las entrañas humanas”. Tácito, Anales, XIV, 29-30
A partir de los relatos irlandeses de tradición céltica, concretamente en el Leabhar Gabhála o Libro de las invasiones, conocemos los nombres de algunos druidas míticos como Amairgen, el primer druida de los gaélicos, al que se le atribuyen toda clase de poderes y prodigios relacionados con la Naturaleza. También a Mide, el druida que encendió el primer fuego sagrado de Uisnech, en lo que se consideraba el ombligo de Irlanda, donde desde entonces se reunirían los druidas para sus celebraciones.
Invocación de Amairgen al llegar a las costas de Irlanda
Sin embargo, en la Península Ibérica, no existen evidencias que nos permitan afirmar la presencia de un sacerdocio druídico como el galo o el irlandés, pero si posiblemente de uno en un grado menor.
Así, por ejemplo, contamos con la representación de una escena de sacrificio de un ave sobre un altar protagonizada por un oficiante tocado de gorro cónico representado en un vaso cerámico de Numancia.Del mismo modo Marco Simón (2005) apuntaría la posible constatación de un sacerdocio a partir de la inscripción en lengua celtibérica de la llamada tésera de Arekorata (la Augustóbriga de los pelendones). En ella aparece el término “ueizos” que califica al nombre propio Bistiros de los Lastikos, relacionado con el teiuoreikis del Bronce de Luzaga, que denota una categoría superior a la del mero redactor del texto y cuyo significado podría tener que ver con la raíz *weid- (“ver”, “saber”), la misma que daría origen al término “druida”. Por tanto, estaríamos ante una palabra puramente celta, con una etimología rastreable en el trasfondo indoeuropeo, “dru-wid-es”, “los muy sabios”, acepción que sería más correcta que la que le diera Plinio el Viejo al asociar la propia palabra druida con “drus”, el roble.
También en la propia Celtiberia contamos con la figura de Olíndico (Floro, Epit. II, 17,9), líder elegido por el mismísimo dios pancéltico Lug, que portando una lanza de plata y demostrando capacidades proféticas y mágicas, provocaría un nuevo alzamiento contra Roma en el 143 a.C. Dicha figura misteriosa, que podríamos asociar a la de un druida, sería alcanzada por una jabalina de un soldado romano al intentar sigilosamente asesinar en su tienda al cónsul que ahí descansaba. Poco más sabemos de este personaje tan interesante.
Por último, aunque en este caso en el ámbito de la Lusitania, contamos con una cita de Estrabón (III, 3, 6-7) que nos habla de la existencia de sacrificios a partir de los cuales se llevarían a cabo vaticinios, “mediante las entrañas de los prisioneros de guerra”, realizados por parte de lo que parece ser un especialista religioso a quien se le denomina hieroskópos, aunque para los celtíberos no contemos con referencias que atestigüen estas mismas prácticas.
No obstante, podemos añadir que una parte de este tipo de sacerdocio celtibérico, así como las creencias colectivas ancladas a un territorio y a unos antepasados determinados, no desaparecerían por completo con la llegada de Roma, sino que se iría reinterpretando y adaptando a través de un largo proceso, propiciando la creación de un universo religioso de nuevo cuño que no sería totalmente romano, pero tampoco indígena.
Todo esto parece constatarse a partir de la aparición de algunos antropónimos asociados a familias de origen celtibérico que continúan consagrándose a divinidades célticas en época romana muy avanzada, como el caso de los Irrico / Iricos, señores de la villa romana de La Dehesa en Las Cuevas de Soria, quienes siglos después de la conquista ofrecerían sus votos a la divinidad céltica Eburos.
De tal manera, las religiones privadas o familiares continuaron siendo la tónica dominante de estas gentes, es decir una “magia menor” que se daría a nivel local y en base a las relaciones de parentesco con una divinidad protectora, lo que les permitiría sobrevivir, ya que aquí no supondría un peligro respecto a la promoción del culto imperial.
Todo esto parece constatarse a partir de la aparición de algunos antropónimos asociados a familias de origen celtibérico que continúan consagrándose a divinidades célticas en época romana muy avanzada, como el caso de los Irrico / Iricos, señores de la villa romana de La Dehesa en Las Cuevas de Soria, quienes siglos después de la conquista ofrecerían sus votos a la divinidad céltica Eburos.
De tal manera, las religiones privadas o familiares continuaron siendo la tónica dominante de estas gentes, es decir una “magia menor” que se daría a nivel local y en base a las relaciones de parentesco con una divinidad protectora, lo que les permitiría sobrevivir, ya que aquí no supondría un peligro respecto a la promoción del culto imperial.
En definitiva, aunque no los llamemos druidas, puesto que en Celtiberia no debieron estar organizados a la manera de la Galia o Britania, todo apunta a que los sacerdores celtíberos fueron igualmente los depositarios del legado espiritual, religioso, cultural e ideológico de sus comunidades. Más allá de la visión oscura que nos diesen sus enemigos los romanos, así como de la imagen simpática del mago anciano de largas barbas. Ellos serían los oficiantes de los rituales, los intermediarios entre los dioses y los hombres y los verdaderos guardianes de la tradición, aunque posiblemente quedaran supeditados a la autoridad sagrada que en Celtiberia ejercieran también las jefaturas guerreras (portadores de la soberanía política y mágico-religiosa), las cuales si fueron eliminadas al igual que los druidas galos y britanos.
Trepa y se enreda el muérdago en nuestros bosques sagrados. La rama dorada con la que se coronarían los reyes de otro tiempo. El arbusto transmisor de la energía del cielo.
Muérdago para el que la tradición aún siguiera apuntando que debía situarse en los umbrales de las viviendas y en los corrales de ganado, pues su magia espantaba a los lobos y favorecía los embarazos...
Referencias bibliográficas:
BERRESFORD ELLIS, Peter: Druidas. El espíritu del mundo celta. Oberon, Madrid, 2001.
GUYONVARCH, Christian J., LE ROUX. Françoise: Los Druidas. Abada Editores. Madrid. 2009.
MARCO SIMÓN: “Religión celta y celtibera”. Celtiberos: Tras la estela de Numancia. Catálogo exposición. Diputación Provincial de Soria, 2005.
RODRÍGUEZ GARCÍA, G. (2015): “Espacios sagrados y druidismo en la Hispania Céltica”, en La forja y la espada https://gonzalorodriguez.info/, 2015.
SANTOS CRESPO ORTIZ DE ZÁRATE (1997): “Sacerdotes y sacerdocio en las religiones indoeuropeas de Hispania prerromana y romana”. IIu Revista de ciencias de las religiones nº 2, 1997.