El martes de Carnaval tiene lugar a las puertas de Pinares la fiesta de “La Barrosa”, uno de los pocos ejemplos que nos quedan en la provincia de Soria de aquellas festividades mágico religiosas de origen pagano que se desarrollaban durante el invierno.
La celebración comienza por la mañana con una cuestación o pasacalles encabezada y protagonizada por dos barroseros que recorren todas las casas de la localidad, donde se les ofrece todo tipo de alimentos y licores, además de dinero para poder sufragar las fiestas. Uno de ellos porta la cesta donde se recogen los obsequios y una fusta para espantar a los que se acercan, mientras que el otro va dentro de una vaquilla hecha con un armazón de madera rectangular, cencerros ocultos en su interior y cubierto con blanca sábana, donde se representa en su zona frontal el rostro del animal que se remata con auténticos cuernos, además de ir decorado con cachirulos, cintas de colores y en su parte trasera con un apéndice que hace las veces de rabo.
Terminada la ronda tiene lugar una comida que se alargará hasta la tarde, para rematar la jornada por la noche en el salón de baile, donde todos los vecinos esperan la entrada de la barrosa al son de la música, que tras dar tres vueltas en círculo en el interior vuelve a salir y desaparece mientras unos cazadores que se disponen junto a la entrada preparan sus municiones para darle muerte a su regreso.
Es entonces cuando se la vuelve a dejar entrar para inmediatamente después, al asomar por la puerta disparar y acabar con los barroseros. Inmediatamente son recogidos por los otros mozos en un tapial y atravesando el salón de baile se les introduce por una puerta aneja que se le denomina “la cueva”, donde se les riega con vino empapando a los participantes que se encuentran debajo, para así resucitar simbólicamente y celebrar el acto con abrazos efusivos con los allí reunidos.
Terminada la ronda tiene lugar una comida que se alargará hasta la tarde, para rematar la jornada por la noche en el salón de baile, donde todos los vecinos esperan la entrada de la barrosa al son de la música, que tras dar tres vueltas en círculo en el interior vuelve a salir y desaparece mientras unos cazadores que se disponen junto a la entrada preparan sus municiones para darle muerte a su regreso.
Es entonces cuando se la vuelve a dejar entrar para inmediatamente después, al asomar por la puerta disparar y acabar con los barroseros. Inmediatamente son recogidos por los otros mozos en un tapial y atravesando el salón de baile se les introduce por una puerta aneja que se le denomina “la cueva”, donde se les riega con vino empapando a los participantes que se encuentran debajo, para así resucitar simbólicamente y celebrar el acto con abrazos efusivos con los allí reunidos.
A partir
de aquí se prepara un gran cuenco de vino del que beben y empapan sus ropas
primero los barroseros y después toda la comunidad de mano en mano, alargándose
la celebración con el baile de éstos y sus madres y una cena privativa de los
mozos, exclusiva de hombres, donde no se consume ningún alimento tocado por
manos femeninas.
En la actualidad la fiesta anda desprendida de muchos elementos que antaño
estuvieron vivos y cargados de simbolismo. Así, la escasez de población hace
que apenas queden quintos para cargar con la barrosa, no se persigue a la
chiquillería ni a las mozas para cornearlas y ha desaparecido la figura del zarragón que acompañaba a la vaquilla con
el propósito de atemorizar a todos aquellos que salieran a su paso. Además no constan menciones de la festividad en el Obispado del Burgo de Osma al que pertenecía, ni se conserva documento municipal alguno, probablemente debido al incendio acaecido en la localidad en 1897.
Todos los elementos que componen esta tradición nos retrotraen a un pasado remoto difícil de dilucidar, donde estaría incluido el ritual de paso hacia la edad adulta. Además parece guardarse la misma esencia de otras mascaradas invernales donde figuran este tipo de personajes que adoptando forma de animal se dedicaban a asustar, golpear con porras e investir a los vecinos, razón por la cual fueron quedando relegados al Carnaval por la Iglesia católica, al considerar que sus protagonistas eran representaciones diabólicas. Nada más lejos de la realidad puesto que lo que hacían era renovar y purificar la localidad, propiciando el advenimiento de un nuevo ciclo fértil.
En este
sentido, quizás La Barrosa tuviera relación con este tipo de festividades del
ciclo invernal de las que nos quedan pocos ejemplos en la provincia, como en Valdegeña, Villálvaro, Matanza de Soria, Villaseca de Arciel o los Zarrones de Borobia. En esta última localidad, son los quintos los auténticos protagonistas de la fiesta carnavalesca, quienes se visten con pieles, cuernos, albarcas, cencerros en la espalda, hasta cubrirse la cabeza completamente con cestos, para así recorrer las calles arrojando paja a todo aquel que salga a su paso.
En Rello por ejemplo, se pedían víveres con cencerros y posiblemente vestidos de zarragones, mientras que en Castillejo de Robledo y Peñalba de San Esteban eran auténticos pastores los que recorrían el pueblo con el sonar de sus cencerros, cascabeles y colodras a la llegada de la navidad. Asimismo, se conoce la existencia de otros zarragones en las danzas de paloteos de San Leonardo de Yagüe (“bobos”), en Santa Cruz de Yangüas, así como en la festividad primaveral del Zarrón de Almazán.
En Rello por ejemplo, se pedían víveres con cencerros y posiblemente vestidos de zarragones, mientras que en Castillejo de Robledo y Peñalba de San Esteban eran auténticos pastores los que recorrían el pueblo con el sonar de sus cencerros, cascabeles y colodras a la llegada de la navidad. Asimismo, se conoce la existencia de otros zarragones en las danzas de paloteos de San Leonardo de Yagüe (“bobos”), en Santa Cruz de Yangüas, así como en la festividad primaveral del Zarrón de Almazán.
El Zarrón de Almazán (Soria)
Igualmente,
son significativas las fiestas de reinados
de mozos de invierno, como en el caso de Romanillo de Medinaceli, donde se
concluye la celebración disparando simbólicamente al “rey” para rociarle con
vino de forma muy similar al rito de La Barrosa.
Al
respecto, Calvo Brioso (2012) recientemente ha
relacionado esta costumbre de verter vino con un culto funerario de raigambre
griega que pasaría posteriormente a los romanos, y que, siguiendo a dicho
autor, estaría constatado en muchas de las necrópolis ibéricas a través de
fragmentos cerámicos aparecidos junto a ellas, interpretados como los restos de
prácticas rituales de libaciones de vino.
Por otra
parte, reivindicar para posibles recuperaciones, las noticias sobre la existencia
de vaquillas similares a la de Abejar en las localidades vecinas de Muriel de
la Fuente, Blacos y posiblemente en Herreros (comunicación oral), donde algunos
vecinos aún recuerdan su existencia, ya desaparecida, de vaquillas similares.
Aunque sin duda las que más se asemejan, en cuanto a aspecto, son la llamada Vaca Bayona de Almeida de Sayago (Zamora), la Vaca Tora de las fiesta de Las Carantoñas de Acehuche (Cáceres) o las vaquillas que entre San Sebastián y carnavales recorren los pueblos de la Sierra Norte de Madrid, llamándonos la atención especialmente la de Robledillo de la Jara, donde la vaquilla muere de un disparo fingido, para inmediatamente después invitar a todos los presentes a una degustación de sangría.
Aunque sin duda las que más se asemejan, en cuanto a aspecto, son la llamada Vaca Bayona de Almeida de Sayago (Zamora), la Vaca Tora de las fiesta de Las Carantoñas de Acehuche (Cáceres) o las vaquillas que entre San Sebastián y carnavales recorren los pueblos de la Sierra Norte de Madrid, llamándonos la atención especialmente la de Robledillo de la Jara, donde la vaquilla muere de un disparo fingido, para inmediatamente después invitar a todos los presentes a una degustación de sangría.
Vaca Bayona de Almeida de Sayago (Zamora)
La Vaquilla del Carnaval de Robledillo de la Jara (Madrid)
Vaca Tora de Acehuche (Cáceres) (Foto Seadur Fernando)
Mascarada de invierno recuperada en Paredes de Buitrago, Madrid. (Fotografía Nuria Ferrer)
No nos olvidamos tampoco
del carnaval de Hacinas (Burgos), donde primero los niños sacan a “la
Curra”, que consiste en un armazón revestido de
tela, que termina en cuernos y es portado por una persona, seguida de "la
Tarasca", que recorre el pueblo amenazando a mozas y mujeres,
acompañándose a su vez del "comarrajo" y los "pelusos", mozos
disfrazados que hacen cuestación por las casas para después celebrar una buena merienda.
A la hora de rastrear los orígenes de La Barrosa, tarea ardua y quizás
imposible, no faltan quienes se han acercado a su estudio vinculándola a la etapa celtibérica en base a su
similitud con los motivos de algunas cerámicas pintadas numantinas del siglo I a.C. (Jimeno, 2007). En este sentido, junto a otras piezas con
representaciones de bóvidos, destacamos
una jarra que reproduce una cabeza de toro de
frente, de cuyos cuernos penden unas cintas que pudieran representar un ritual
de sacrificio de consagración, muy parecido en aspecto a nuestra Barrosa.
Asimismo, también contamos
en Numancia con una representación de lo que parece ser una danza ritual de
culto al toro donde pueden apreciarse dos individuos masculinos (quizás
alguno más) con sus brazos enfundados en lo que viene interpretándose como
astas de toro. No nos olvidamos tampoco del espectacular “Vaso de los Toros”,
una gran crátera u olla u olla destinada a la celebraron de rituales posiblemente
asociados a la ingesta de alguna bebida alcohólica que adquiere una función
sagrada, quizás relacionada con el sacrificio de estos animales. En su decoración
se observa la representación de dos toros en negro, uno con la cabeza
de frente (¿vaca?) y otro de perfil, en cuyos flancos aparecen ajedrezados y
ruedas inscritas en círculos, rellenándose sus cuerpos de otras ruedas, cruces,
líneas en S, posiblemente relacionado con la representación del mito de la
reordenación de los Tres Mundos y el inicio de un nuevo ciclo cosmogónico y
temporal (Almazán de Gracia; 1999).
No nos cabe duda de que en
la Península Ibérica el culto al toro y su
sacrificio debió estar muy arraigado desde la prehistoria, como así podemos
observar en el conjunto de pinturas rupestres esquemáticas del Monte
Valonsadero, asociadas a las primeras sociedades agro-ganaderas y
metalúrgicas del Calcolítico-Edad del Bronce (3.000-2.000 a.C.). Allí mismo, a
pocos kilómetros de Abejar, se representan en lenguaje simbólico aspectos
cotidianos como el pastoreo, posibles cultos a los antepasados o la
domesticación animal, destacando algunas de sus figuras astadas, como la de un
posible toro de fuego según interpretara su descubridor Teógenes Ortego.
No obstante, este
tipo de cultos parecen aflorar y potenciarse en una etapa netamente
indoeuropea, vinculado en poblaciones ganaderas con la fecundación y prosperidad
del ganado. Así, en el mundo céltico hispano se
constatan posibles rituales de sacrificio en yacimientos como los
del Cerro de Santa Ana (La Rioja), Soto de Medinilla (Valladolid), Castrejón de
Capote (Badajoz) y en algunas necrópolis celtibéricas en las que aparecen restos
de fauna que han sido interpretadas como ofrendas, como en los cementerios de Molina
de Aragón, Sigüenza y Padilla de Duero o en las inmediaciones de Numancia.
Pero, por
otro lado, algunas líneas interpretativas han relacionado el ritual de La
Barrosa con un taurobolio (sacrificio de un toro) en honor a Mitra o Atis. Esta
última interpretación, de la que se han hecho eco autores como Antonio Ruiz,
Sánchez Dragó, Juan García Atienza y Martínez Laseca, ha sido generalmente la
más aceptada, y no falta razón, sobre todo en relación al acto simbólico de la
muerte y resurrección del bóvido. No obstante el hecho de que parezca más una
vaquilla que un toro y que además no existan evidencias de dichos cultos
orientales supuestamente trasmitidos por la soldadesca romana en la provincia,
además de que éstos fueron demasiado elitistas para un ambiente agrario como es
el del territorio en el que se asienta Abejar, nos genera serias dudas.
Otra cosa
sería el buscar su relación con los antiguos mitos
cosmogónicos ya establecidos desde mucho antes de Roma entre
las tribus Indo-Iranias, con quienes compartimos una raíz común que durante la
Edad del Hierro dará lugar en la Europa occidental a la cultura celta en la que
se insertan los pueblos celtibéricos. En este sentido en India el mito de creación del cosmos (Purusasukta,
Rig Veda X, 90) se produce a partir
del sacrificio de un dios (Prajapati),
o de un animal primordial que es
desmembrado, seguramente un toro (como
el toro Evakatây entre los iranios). También
Mitra aparece en los escritos védicos de la India como la representación de
la estrella de la mañana, como deidad solar que equilibra el día y la noche, el
bien y el mal. Al mismo tiempo, estaría asociado a Varuna, su gemelo, representando la parte oscura del sol que
preside el atardecer y la llegada de la noche. Ambos son
señores de los ríos, y son los dioses más frecuentemente invocados para que
otorguen las lluvias. Tienen vacas que dan sabrosos jugos y arroyos que fluyen
con miel.
Llegados
a este punto, podríamos estar ante un ritual de raigambre indoeuropea que
respondiese a la concepción del tiempo construido a partir de la repetición eterna del acto de la creación
mediante el simbolismo del sacrificio de este animal, que señalaría un
cambio de ciclo, todo muy trasformado y adaptado con el peso de los siglos.
En este sentido, pudiera conectar con la tradición mítica céltica del héroe fundador, asociado al sacerdocio y a la fecundidad, como creador del orden social, pues había institucionalizado el primer sacrificio. Es decir que estemos ante la derivación del culto al antepasado, donde se hacía una ofrenda de sangre que lo alimentaba y aplacaba, todo ello en un agujero en la tierra ("la cueva") que míticamente conectaría con la tumba del héroe que participaría simbólicamente en el banquete. (Consultar lo que dijímos al respecto del culto al héroe antepasado en: http://pelendones-mariodiaz.blogspot.com/2018/09/el-fundador-de-la-estirpe.html)
En este sentido, pudiera conectar con la tradición mítica céltica del héroe fundador, asociado al sacerdocio y a la fecundidad, como creador del orden social, pues había institucionalizado el primer sacrificio. Es decir que estemos ante la derivación del culto al antepasado, donde se hacía una ofrenda de sangre que lo alimentaba y aplacaba, todo ello en un agujero en la tierra ("la cueva") que míticamente conectaría con la tumba del héroe que participaría simbólicamente en el banquete. (Consultar lo que dijímos al respecto del culto al héroe antepasado en: http://pelendones-mariodiaz.blogspot.com/2018/09/el-fundador-de-la-estirpe.html)
Sea o no su origen tan lejano en el tiempo como lo son los celtiberos de la Edad del Hierro, lo cierto es que se están repitiendo conductas y creencias que han estado vivas en la conciencia del hombre de la tradición hasta hace bien poco, cuyo pensamiento mágico y simbólico debió variar en cuanto a su lenguaje, pero no en cuanto a su significado.
Así, La Barrosa no
deja de ser una manifestación local de una tradición más universal que, hundiría
sus raíces en un antiguo ritual indoeuropeo que arraigó entre los pueblos
celtas y que pervivió con el cristianismo conjuntamente con otras
representaciones paganas que fueron siendo censuradas paulatinamente, pues se
creía ver en estas figuras animalescas la imagen de divinidades atávicas.
Si bien, desde aquí reivindicamos lo que subyace de todas estas festividades, su concepción mágica y simbólica, junto a la necesidad de su puesta en valor como verdadero patrimonio inmaterial de los sorianos y castellanos. Mantenerlas, recuperarlas y divulgarlas suponen su salvaguarda y con ella la de nuestra identidad, además de la riqueza que puede generar como atractivo turístico de unas poblaciones que se desangran demográficamente.
Extraído del artículo: LA ESENCIA CÉLTICA DE LA "SORIA MÁGICA"
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