En un tiempo en el que los pastores abandonaban los pueblos y marchaban a extremar, las mujeres celebraban reuniones nocturnas al calor de una vieja chimenea cónica. Estos son los "trasnochos", momentos en los que se relataban antiguas historias y leyendas mientras se cosía, hilaba y cardaba la lana. Aquí va el nuestro en particular ...
Es momento de mirar
atrás y recordar a los ancestros, es tiempo de hacer resonar nuestras más
viejas leyendas, la estación oscura se abre paso…
Llega la Noche
de Ánimas y como hicieron antaño nos dejaremos guiar por la luz de las
velas que chisporrotean en la puerta de nuestros hogares recordando a los que
ya no están el camino de retorno. No existen límites entre el mundo de los
muertos y el de los vivos, es hora de dar la bienvenida a un nuevo ciclo.
Recuperando nuestra labor incansable de seguir divulgando y rastreando
la esencia céltica que emana la tierra soriana, volvemos a meternos de lleno por
ese universo de tradiciones, creencias, misterios y folclore, que en ocasiones
podría estar funcionando a modo de ventana entreabierta a nuestro pasado más lejano
y brumoso de la Edad del Hierro.
Y es que las
leyendas juegan un papel fundamental, ya que forman parte del ámbito espiritual
y del pensamiento de la humanidad, no existiendo otra manera de penetrar, o al
menos acercarse, con sus añadidos y corrupciones, al depósito cultural de las
primeras poblaciones estables de la región.
Todos estos relatos
que nos han ido repitiendo generación tras generación de forma oral no son más
que la transmisión de unos arquetipos que no deben olvidarse, y cuyo mensaje hemos
de guardar como un auténtico tesoro, pues esconden la esencia misma de nuestros
miedos, esperanzas y en definitiva, de las enseñanzas recibidas.
No obstante, dicho acercamiento no resultará para
nada sencillo, pues se requiere de un previo análisis crítico sobre la
formación y la temática de estas narraciones que permita separar el grano de la
paja y dar a conocer su mantenimiento a lo largo de un proceso de “larga
duración”.
En
este cálido trasnocho, al calor de las llamas de nuestros hogares, vamos a incidir
en la literatura de Gustavo Adolfo Bécquer, quien de de forma
inconsciente recogiera todo un abanico de elementos del folclore popular
soriano del que puede extraerse una raíz céltica que va más allá de la
intención romántica del autor. Resulta curioso que en toda la tradición popular
del área cantábrica, noroeste español y en buena parte de Europa, abunden este
tipo de relatos ancestrales, mientras que aquí, en este rincón de
Castilla, donde la historia de sus pueblos parece situar una de las cunas de la
celticidad peninsular, han gozado de una escasa atención.
Veamos algunas de sus
historias y penetremos en los secretos que esconden:
En primer lugar, El
rayo de luna se hace eco de todo un compendio de creencias
profundamente arraigadas en el imaginario popular del mundo rural tradicional.
Tal y como se observa con su lectura, comienza enumerando a los seres
elementales de la naturaleza, del fuego, el aire, la tierra y el agua, además de la relación existente entre su misteriosa protagonista
con la luna. Estaríamos ante la creencia de que todo ser viviente y todo objeto
albergaba un espíritu o fuerza interior, concepto que más tarde derivaría en la
asunción, hasta no hace tanto, de la existencia de toda una serie de seres
denominados con más de mil nombres, pero que grosso modo conocemos como hadas,
duendes, gnomos, etc., o seres feericos en general. Concretamente en Castilla se denominaría “moras” a toda la gran familia de mujeres
sobrenaturales, no teniendo nada que ver con las musulmanas, claro está, y que englobarían a su vez a dos grupos de hadas: las encantadas y las damas de agua.
“En el fondo de la sombría alameda había visto agitarse una cosa blanca, que flotó un momento y desapareció en la oscuridad. La orla del traje de una mujer, de una mujer que había cruzado el sendero y se ocultaba entre el follaje, en el mismo instante en que el loco soñador de quimeras o imposibles penetraba en los jardines”.
Del mismo modo, nos encontramos con la idea celta del paso al Más Allá a través del agua, connotación de la que tenemos posibles evidencias en la tantas veces nombrada Fuentona (Muriel de la Fuente), donde fue hallado un casco de guerrero celtibérico posiblemente arrojado intencionadamente y de forma ritual a sus aguas.
“La luz de la luna rielaba chispeando en la estela que dejaba en pos de sí una barca que se dirigía a todo remo a la orilla opuesta. En aquella barca había creído distinguir una forma blanca y esbelta, una mujer sin duda, la mujer que había visto en los Templarios, la mujer de sus sueños, la realización de sus más locas esperanzas”.
El río Duero, en el caso de este relato de Bécquer, podría tener esa connotación de
puerta de entrada de
ultratumba, de forma similar a lo que apuntaran algunas fuentes clásicas, como en el episodio de Estrabón (Geo. III,3,4) donde
se menciona el miedo de las tropas romanas a la hora de cruzar lo que ellos
consideraban como el río Lethes (Limia, Orense), o río del Olvido.
Asimismo la figura de la hermosa dama de blanco parece
recoger un viejo mito que posteriormente se transformaría en la Virgen Blanca o
de las Nieves, venerada en innumerables municipios de la provincia, que en el
caso del área hispano-portuguesa podría tener correspondencia con la diosa
lusitana Ataecina, relacionada con la noche, la oscuridad y lo infernal,
al mismo tiempo que es divinidad de la fertilidad de la tierra que muere y
renace con el ciclo agrario.
Del
mismo modo, en la leyenda de El Caudillo de las manos rojas, el
poeta nos describe una virgen de blanca túnica que podía contemplarse en la
noche con los primeros rayos de la luna. Una luna de la que el propio Estrabón
(III, 4, 16) nos comentaría que en las noches en las que alcanzaba su plenitud,
marcaba la celebración del culto a un dios sin nombre por el que los celtiberos
y sus vecinos del norte danzaban a las puertas de sus casas. Divinidad incierta
quizás similar al dios Dagda irlandés
o al Dis pater de los galos, sin obviar su estrecha relación
con el calendario agrario.
En otra de sus más
conocidas leyendas, la de La Corza Blanca, se hace alusión a lo
que parece ser un tipo de hada o espíritu femenino que puede suplantar durante
un tiempo el alma de cualquier ser vivo alojándose en sus cuerpos. A su vez se la
relacionaría con la del ciervo de San Humberto, patrón de la cazadores, así
como con la cierva blanca que le fue regalada a Sertorio durante la guerra
civil acaecida en el solar de Hispania (82-72 a.C.) y que fuera utilizada como
talismán y portadora de mensajes divinos para ganarse el favor de sus aliados
nativos ibéricos, quienes la consideraban una deidad.
(…) “una corza blanca como la nieve salió de entre las mismas matas en donde yo estaba oculto, y dando unos saltos enormes por cima de los carrascales y los lentiscos, se alejó seguida de una tropa de corzas de su color natural, y así éstas como la blanca que las iba guiando, no arrojaban bramidos al huir, sino que se reían con unas carcajadas cuyo eco juraría que aún me está sonando en los oídos en este momento”.
No podemos
dejar de citar también el increíble relato de Los ojos verdes que
transcurre en las cercanías del Moncayo, donde se habla de la presencia de lo
que parece ser una mora de agua. El origen de estos seres fantásticos podría
residir en la creencia de antiguas deidades de las fuentes, a modo de seres
míticos que moraban en ellas y las defendían, otorgando propiedades
sobrenaturales a estos lugares que la tradición acentúa sobre todo en la noche
de San Juan.
“¿Ves, ves el límpido fondo de este lago? ¿Ves esas plantas de largas y verdes hojas que se agitan en su fondo?... Ellas nos darán un lecho de esmeraldas y corales..., y yo..., yo te daré una felicidad sin nombre, esa felicidad que has soñado en tus horas de delirio y que no puede ofrecerte nadie... Ven; la niebla del lago flota sobre nuestras frentes como un pabellón de lino...; las ondas nos llaman con sus voces incomprensibles; el viento empieza entre los álamos sus himnos de amor; ven..., ven."
En
este sentido, contamos con testimonios epigráficos referidos al culto de
divinidades asociadas a fuentes con virtudes curativas, como en las lápidas
dedicadas a las Matres de Clunia y
Salas de los Infantes en Burgos, y en las sorianas de Yanguas y Muro. Los
hallazgos de estas últimas curiosamente parecen estar asociados a manantiales
de aguas sulfhídricas muy útiles para curar erupciones cutáneas.
Relacionado
con el elemento tierra, aunque sin olvidar el acuático, penetremos en la leyenda de El Gnomo, desarrollada de
nuevo en el Moncayo, pero esta vez en su vertiente aragonesa, y más
concretamente en sus entrañas.
" (...) allí
viven unos espíritus diabólicos que
durante la noche bajan por sus vertientes como un ejambre, y pueblan el vacío y
hormiguean en la llanura, y saltan de roca en roca, juegan entre las aguas o se
mecen en las desnudas ramas de los árboles (…)"
Ahora
bien, el autor nos los presenta como seres un tanto negativos, recordando el
peligro que conlleva cruzarse o entrar en contacto con ellos, ya que les
resulta fácil seducir doncellas mediante bellas palabras, atrapándolas con sus
hechizos en una fuente encantada, puerta del mundo subterráneo en el que habitan.
Es en ese lugar donde el poeta nos relatara que un pastor extraviado,
probablemente entre la espesura de unos bosques que antaño fueron sagrados,
llegaría a penetrar en su interior descubriendo las increíbles riquezas que
allí custodiaban, las cuales suponían la condena de quienes las codiciaran. Así,
en las aguas que bajan de la cumbre de este monte sagrado, cuenta la leyenda
que podía verse un finísimo polvillo de oro, además de emitir un extraño susurro
que sería el llanto de las que se vieron seducidas por sus promesas.
Resulta
altamente sugestiva la relación que popularmente existe entre la presencia de este
tipo de relatos en los que aparecen enanos o gnomos, y la existencia de zonas
de gran riqueza mineralógica, como fuera el área del Moncayo. La existencia de
minas en sus cercanías se pierde en las brumas del tiempo, aunque se sepa que
su explotación fuera potenciada a partir del siglo II a.C., al entrar en
contacto con el mundo romano, a juzgar por la aparición de poblados dedicados exclusivamente
a la extracción de metal. Esta actividad ha perdurado hasta casi nuestros días
como así lo delatan algunas de sus minas abandonadas en Beratón, Cueva de
Ágreda, Ólvega, Noviercas, Somaén, Muro, etc., recordándonos en su silencio la
lección de acercarnos a sus leyendas con la mirada despierta, pues revelan
secretos tan profundos como los que la tierra esconde en su interior.
Por
último, transitando en esta noche mágica que dará paso a la estación oscura, no podemos
dejar de recordar la que quizás sea su leyenda más conocida, El Monte de las Ánimas.
Este relato
muestra la relación con el culto a los antepasados y la fina frontera entre el
mundo de los vivos y el de los muertos que se produce el 1 de Noviembre, día en
el que se celebraba la festividad celta de Samaín que daba comienzo
al año nuevo, hoy cristianizada como Todos los Santos.
Dentro
del relato destacamos especialmente el tema arquetípico de la Batalla Funesta, El
Cazador Perdido, la Caza Fantástica o la Caza Salvaje-Infernal, que nos
traslada a la tradición pagana germánica, céltica y nórdica, en la que aparecen
estos ejércitos espectrales conocidos por una infinidad de denominaciones (Chasse Infernale,
Chasse Sauvage, pasando por las alemanas Wilde Jagd, Wütischend Heer, Mesnie
furieuse, Chasse Arthur, etc.)
“Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche”.
Del mismo modo, contamos en nuestra Península Ibérica con diferentes
versiones, como la Santa Compaña en Galicia, la Güestia asturiana,
Hueste de ánimas en León y Castilla y la Hueste de Guerra o Cortejo de Gente de
Muerte en Extremadura, o en relación al arquetipo del Cazador Maldito, el Eiztari-Beltza o
cazador negro vasco y el Conde Arnau del Pirineo catalán.
En ella,
siempre un grupo de cazadores sobrenaturales, normalmente muertos, acompañados
de una jauría de perros salvajes o lobos y liderados por una divinidad infernal
(Wotan, Berholt, Odín, Vindos, Gwyn ap Nudd, etc.) o de figura
histórica-legendaria, presagian alguna catástrofe a su paso, como la muerte de
quien los atisbe, así como el inicio de una guerra para la que dan licencia.
También se interpreta como la cacería de aquellas almas que en la Noche de Ánimas o de Difuntos vagan por la tierra negándose a regresar a su mundo. No
obstante, el folclorista alemán Jacob Grimm (1834) creyó que en la Europa pagana la cacería implicaría la llegada de prosperidad, hasta que el cristianismo lo convirtiera en una marcha de horribles espectros demoníacos.
Son varias las voces que apuntaran la influencia de El Decamerón de Bocaccio en el relato de Bécquer, al igual que se ha
sugerido que el conocimiento de este tema arquetípico probablemente le llegara
de sus lecturas francesas, como por ejemplo del libro La Normandie, romanesque et merveilleuse: traditions, légendes, et
superstitions populaires de cette province, escrito por Améli
Bosquet en 1845, en cuyo tercer capítulo se centra en este tema. Del mismo modo, también se plantea la posible influencia recibida de Paul Sébillot, quien
incorporara a la hueste fantasmal de ánimas de la Alta Bretaña a los templarios o
“monjes rojos”. Incluso hay quienes comentan que el propio Bécquer pudiese haberse inspirado en una vieja superstición
que se contaba en Aurillac (Francia), muy similar a su relato, a la que el poeta sevillano hubiese tenido acceso.
No
obstante, todos los elementos que
aparecen en El Monte de las Ánimas forman
parte de los mitos originales de estas leyendas europeas que con gran maestría iría
combinando en su escrito. En cuanto a los aspectos comunes entre el relato bequeriano y los ejércitos fantasmales de la tradición europea tenemos, en
primer lugar, la comunicación verbal que se establece con los vivos, aunque en la
obra que transcurre en Soria sólo contemos con el susurro que escuchara
Beatriz. En todas ellas se produce por la noche, a partir de las doce, la hora mágica en
la que comienzan a desarrollarse los fenómenos sobrenaturales. Además, suceden
en un día especial, mágico, que en nuestro caso coincide, y no creemos que
sea casualidad, con la Noche de Difuntos o Samaín
de la tradición céltica europea. Por último, siempre suelen ir este tipo de leyendas precedidas
de una gran ventisca provocada por el ejército de aparecidos, a lo que se le
sumaría el sonido del barullo de esta terrorífica hueste acompañada de perros infernales.
Por nuestra parte, pensamos que el poeta pudiera
haber recogido todos los elementos que hemos visto en las obras citadas durante su estancia en tierras sorianas. De hecho, resulta altamente revelador que cerca de aquí, en la Sierra del
Madero, donde están las ruinas de San Andrés (Valdegeña, Soria), exista una leyenda oral similar en la que esqueletos fantasmagóricos de templarios vagan
por el entorno en la Noche de Difuntos portando espadas y espantando a
cazadores.
Llegados
aquí, como el propio Bécquer indicara, la inspiración de ésta y de las otras
historias que hemos visto, podría venir de aquellos relatos que escuchaba contar de
forma oral a su paso, de las viejas
del lugar, reivindicando la importancia que tiene esta rica fuente
de información inmaterial que conecta directamente con la mentalidad y el modo
de ver el mundo de nuestros antepasados in illo tempore.
Así, su obra pudiera servir para reconstruir algunas de las creencias célticas que
quedaron insertas en nuestra tradición oral, donde, como hemos visto, aparecen divinidades y seres animados de la mitología y del imaginario celta, la
propia luna, el paso al Más Allá a través del agua, el espíritu del bosque
encarnado en una corza blanca, el Cazador Perdido, la Caza
Fantástica…
¡FELIZ SAMAÍN!
¡FELIZ AÑO NUEVO!
Referencias bibliográficas:
ALMAGRO-GORBEA , M. (2008-09): “Pervivencia del
imaginario mítico celta en las leyendas “sorianas” de Gustavo Adolfo Bécquer”. Studi
Celtici 7, pp.207-233.
ALMAGRO-GORBEA , M. (2009): “La Etnología como fuente de estudio de la
Hispania celta”. BSAA arqueología, LXXV, pp. 91-142. Valladolid.
ALMAZÁN DE GRACIA, A.(2016) http://elige.soria.es/el-mas-alla-en-soria-enigmas-en-el-monte-de-las-animas-de-becquer/
BOIX JOVANÍ, A. (2017): "Una leyenda medieval para Soria: la Wilde Jagd en el Monte de las ánimas, de G.A. Bécquer". Revista de Folclore nº 424. Fundación Joaquín Díaz.
CALLEJO CABO, J. (1995): Hadas. Guía de
los seres mágicos de España.
Editorial Edaf. Madrid.
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Editorial Edaf. Madrid.
RUBÉN BENÍTEZ; (1971): Bécquer tradicionalista. Madrid: Gredos.
SÉBILLOT, PAUL (1889): Légendes locales de la Haut-Bretagne. Nantes, pp. 257-264
SÉBILLOT, PAUL (1889): Légendes locales de la Haut-Bretagne. Nantes, pp. 257-264
ZAMORA LUCAS, F. (1998): Leyendas de Soria.
(reedición) Ed. Patronato José María Cuadrado del C.S.I.C. Centro de Estudios
sorianos. Soria.
31 de octubre de 2017
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