TIEMPO DE MARCHAR A EXTREMOS: ¿Trashumancia prerromana?

En un tiempo en el que los pastores abandonaban los pueblos y marchaban a extremar, las mujeres celebraban reuniones nocturnas al calor de una vieja chimenea acampanada. Estos son los "trasnochos", momentos en los que se relataban viejas historias y leyendas que la memoria no ha podido enterrar mientras se cosía, hilaba y cardaba la lana. Aquí va el nuestro en particular...
El verano se va despidiendo y en los aledaños de la Idubeda ya comienza a brotar la flor malva conocida como "espantapastores" o "quitameriendas" (crocus sativus), anunciando el momento de reunir los hatajos y partir, zurrón al hombro, por las veredas de la Tradición.
La posibilidad de marchar a extremos, principalmente a Extremadura, Ciudad Real y norte de Andalucía, venía dada, según se documenta en el catastro del Marqués de la Ensenada (siglo XVIII), dependiendo si los rebaños de merinas, fuesen de cabaña de un solo dueño, mayoritariamente procedentes de la sierra Cebollera, o si tenían varios propietarios, que solían ser sus propios pastores, a los que se les denomina piareros o aventureros, quienes no tenían en posesión arrendaticia ganada en extremos y tenían que aprovechar como bien pudieran los sobrantes de las dehesas y montes del trayecto, la mayoría procedentes de Oncala.
Los pastores trashumantes eran la fuente trasmisora de información entre sus núcleos de población y las tierras distantes que recorrían, padeciendo por los caminos todo tipo de penalidades y aventuras que forjaban un carácter que se tornaba no menos que heroico. Vivían permanentemente al raso, encerrando por la noche al ganado en rediles portátiles formados básicamente por redes de esparto sujetas con estacas. Tanto en los caminos, puertos, como en extremo, el pastoreo trashumante se organizaba otorgando a cada componente un cometidos concretos, siendo el mayoral el responsable máximo de contratar a los pastores, arrendar las hierbas en puertos y los pastos de invernada, decidir la venta de su producción, así como controlar otros aspectos económicos y de organización. Por debajo estaban los rabadanes, que eran los encargados de cada rebaño y los transmisores de las órdenes a los pastores que viajaban cañada arriba y abajo, gestionando in situ toda la logística del viaje. Después nos encontramos al compañero o mansero, quien marchaba al frente dirigiendo a los «mansos» que guían al rebaño con el tañido de sus cencerros. Mientras, el ayudador o pastor de la chicada se encargaba de los corderos destetados, el ayudador de las yeguas que trasladaban las provisiones, por lo que era también llamado «yegüero» o “yuguero”, y por último el zagal, joven aprendiz del grupo que le correspondía el mayor trabajo para evitar que el ganado se saliera a los sembrados, además de ejercer de criado. 
Pastor soriano (Foto: José Ortiz Echagüe )
A la hora de indagar sobre los orígenes de la trashumancia, resulta preciso apuntar que ya en época romana, aunque el tipo de pastoría más aceptada fuese la villatica, por ser compatible con la agricultura, ya que limitaba la alimentación del ganado a los terrenos cultivados y adyacentes, es probable que la agrestis, es decir, aquella que obligaba a mover continuamente el ganado, no llegase a desaparecer del todo. Esta última sufriría múltiples intentos de ser excluida, puesto que suponía el trasiego constante de ganados y la aparición de disputas y pleitos con las poblaciones de los lugares por los que atravesaban. No obstante, en la propia península itálica queda constatada la existencia de una trashumancia reglada en base a las referencias escritas conservadas y a las propias leyes que regulaban el uso de calles para la libre circulación de los rebaños, cuya importancia merece tenerse en cuenta a tenor de que el propio Julio César, siendo cónsul, fuese situado en un momento dado al frente de su cuidado (Jul., 19,2).
Del mismo modo, y seguramente como continuidad de estas antiguas prácticas, en época visigoda, nos encontramos con tres fuentes fundamentales de las que se puede deducir la existencia de desplazamientos de ganados con un fin que supera la mera subsistencia, tal y como así lo recoge García Moreno, L.. Así, contamos con las leyes del Liber Iudicum (libro VIII) de Leovigildo, que contiene diversas disposiciones que regulan la libertad de tránsito, con el testamento de San Fructuoso de Braga (Vita Fructosi, 2), donde se indica que su padre, dux de las tropas del Bierzo, recaudaba impuestos de los rebaños y verificaba las listas de pastores en relación con el fisco, y por último con la noticia de san Valerio del Bierzo, quien llegaría a curar a una señora que fue atropellada por una punta de vacuno en estampida en el mes de septiembre, cuando el rebaño era llevado “a los montes”.
Pero el pastoreo móvil, tal y como lo entendemos hoy, tomaría forma definitiva en el medievo, momento en el que se dan una serie de circunstancias sociales y económicas que no estaban presentes en épocas anteriores. Es decir, cuando nuestro rey sabio, Alfonso X, decidiera reunir a todas las mestas o asambleas de ganaderos de León y de Castilla en un Concejo de Pastores en el año 1273, otorgándoles toda una serie de privilegios y prerrogativas que con el tiempo serían confirmados por sus sucesores, sentando así las bases de la Ordenación del Honrado Concejo de la Mesta en 1489 por los Reyes Católicos. El esplendor que llegaría a alcanzar esta institución se dejaría sentir por toda la Edad Moderna al ritmo del enorme peso que adquieren las exportaciones de la lana, verdadero motor económico del reino, permitiendo así el auge y la creación de las grandes familias propietarias ganaderas sorianas, a la par que se iba reforzando el poder de la Monarquía Hispánica, de quien todo dependía.
Esta situación se mantendría hasta que en los dos últimos decenios del siglo XVIII la disminución de la demanda de lanas en un contexto de industrialización europea y de sustitución de esta materia prima por otras de origen vegetal, como el algodón, así como los problemas financieros derivados de la revolución liberal que vivía el país vecino, hace entrar a este sector en decadencia, disminuyendo considerablemente las cabezas registradas. La herida mortal llegaría con la Guerra de la Independencia, verdadera máquina liquidadora de la hasta entonces potencia ganadera soriana.
Ahora bien, nos preguntamos, ya que es éste el propósito de este escrito, si esta potente estructura organizativa propiciada al amparo de la corona en un contexto concreto de Reconquista, pudiera tener sus antecedentes en una tradición pastoril anterior cuya experiencia y gestión a la hora de defender sus intereses y resolver los pleitos que surgieran entre los propios ganaderos hubiera servido de acicate para implementar dichas prácticas. Añadir si ¿cabría entonces la posibilidad de que se hubiesen llevado a cabo movimientos ganaderos de larga distancia durante época prerromana?. ¿Serían tales las dificultades de tránsito y el ambiente belicoso entre diferentes etnias que la historiografía abduce para negar la práctica trashumante en momentos tan pretéritos?.
Cierto es que desde la Edad del Bronce nos vamos encontrando en la región con determinados elementos que, en clave simbólica, parecen evidenciar lugares de paso de pastores. Nos referimos al entorno del Pico Frentes, punto de unión entre la serranía y el valle, donde encontramos lugares como la Cañada Honda de Valonsadero, Pedrajas y Oteruelos, con presencia de signos pictóricos esquemáticos relacionados con este tipo de actividades ganaderas. Concretamente, es en la Peña de los Plantíos de Fuentetoba donde se documenta una posible versión pictórica de las estelas del Suroeste, cuestión que podría ponernos sobre la pista. 
Panel de la Peña de los Plantios en Fuentetoba (Soria)
Respecto a este tipo de estelas, descartando el carácter funerario en el que fueron insertas por parte de la historiografía tradicional, cabría la posibilidad, como apuntaran Ruíz Gálvez y Galán Domingo, de que hubiesen servido para marcar el control de los recursos de un territorio y las vías que discurrían por él. Es por ello que, teniendo en cuenta que estarían realizadas para ser vistas desde lejos y permitir así la localización fácil de un camino o de una zona determinada de cara a viajeros y pastores, no resultaría descabellado tratar de relacionarlo con la existencia de movimientos de ganado a larga distancia que conectasen con los ricos y frescos pastos estivales del entorno de Soria. Yendo más allá, este tipo de demarcaciones pétreas, en nuestro caso pictórica, podrían estar indicando la localización de buenos pastizales, ya que si se observa la ubicación de la mayoría de las estelas, estas coinciden con los tramos finales de las cañadas de las grandes rutas trashumantes. Así se aprecia en las cañadas Soriana Oriental y Riojana, que desembocarían en las proximidades del valle de la Alcudia, donde se hallan las de Aldea del rey (Ciudad Real), e incluso en su prolongación por el valle del Guadalquivir, pasando por Setefilla y Carmona hasta confluir en las inmediaciones de Sevilla, lugares todos ellos donde se evidencian concentraciones de estos supuestos hitos (Sánchez-Corriendo Jaén, J.). 
Relación entre cañadas y estelas (Sánchez-Corriendo Jaén, J.; 1997).
De ser así, podríamos estar ante el indicio de desplazamientos ganaderos en tiempos anteriores a la Edad del Hierro que nos ocupa, del mismo modo que también existieron movimientos de carácter comercial, así como los relacionados con la extracción y traslado de minerales.
Ya en la Edad del Hierro la representación de ovejas y cabras en toda la Meseta Norte ha superado el 50% de los restos óseos recogidos, situándose, como norma general, en el primer lugar de especies documentadas, cifras que para momentos más avanzados aumentarán hasta alcanzar el 60% del total, tal y como así se evidencia en el registro arqueológico de Numancia.
La ubicación de los primeros castros coincide con los accesos a los agostaderos de la serranía y aunque su modelo de explotación parezca ser subsistencial, con una cabaña ganadera que posiblemente no fuese muy amplia, lo cierto es que se entrevé cierto interés por controlar los pastos estivales, defenderlos y trasmitir visualmente el prestigio social de su posesión.
En la Segunda Edad del Hierro la ganadería parece alcanzar un valor de riqueza de primer orden, cuyo control favorecería la formación de élites guerreras dedicadas a su protección. Pero, ¿cómo podrían transitar sin peligro por otros territorios acarreando unas cabezas de ganado que supondrían una de las principales fuentes de riqueza de estas poblaciones?. Por un lado, el pastoreo móvil en general, ha tendido a actuar al margen de las grandes contiendas y periodos de inestabilidad política, aunque también existiría la posibilidad de establecer políticas de alianza, amistad e intercambio con otras comunidades, es decir confederándose con otras poblaciones, diplomacia que reduciría la posibilidad de sufrir razias puntuales de robo de ganado.
En este sentido, junto a la información que proporciona el registro arqueológico, contamos con las fuentes clásicas, las cuales pueden aportarnos algo de luz, pero no sólo en relación a una lectura, quizá exagerada, que insistentemente alude a los conflictos armados protagonizados por bandas de guerreros y saqueadores, sino que también en base a los acuerdos pacíficos que en ellas se recogen y que no han gozado del mismo interés por parte de la historiografía.
En efecto, parecen intuirse las relaciones diplomáticas que mantuvieron entre sí las comunidades celtibéricas, bien a través de los intercambios de objetos exógenos de prestigio depositados en las tumbas de las élites socio-políticas, así como en otros de tipo matrimonial más difíciles de constatar, bien a través de pactos hospitalarios (téseras) y de alianza interétnica.
Tésera de Ciadueña (Soria)
Resultaría evidente que existiesen desplazamientos ganaderos riberiegos al amparo de la hospitalidad practicada habitualmente entre las diferentes comunidades celtibéricas, lo que no quita que además empleasen la fuerza de grupos de guerreros ante la falta de entendimiento con otras poblaciones, o como medio de protección ante la posibilidad de sufrir asaltos. Es por ello que el pastoreo pudiese estar acompañado de la caballería, es decir, que a su frente estuviesen grupos armados de la aristocracia de los oppida, y más teniendo en cuenta que las cabezas de ganado pudieron haber sido utilizadas también en sus transacciones económicas y para sellar los propios acuerdos diplomáticos con otros grupos (Diodoro de Sicilia 5,33,16).
En este sentido, las sociedades de jefaturas celtibéricas legitimarían y regularían su poder en base a la guerra. Es a través de ella como se entra en la edad adulta, como se gana el prestigio, se ejerce la competitividad aristocrática y se consigue cohesión social, además del mecanismo por el que se obtienen bienes materiales (ganados, botines, etc.) para redistribuir dentro y fuera de la comunidad, y por supuesto la manera de alcanzar pactos, alianzas, redes de fidelidad, territorios y privilegios de paso que garantizarían la movilidad pastoril.
Dentro de este contexto cabría la posibilidad de que también se hubiesen producido formas de pastoreo móvil de larga distancia. Al respecto, algunos autores como Sánchez-Corriendo Jaén o Sánchez Moreno, proponen la revisión de los estereotipos aportados por las fuentes clásicas en relación al fenómeno del bandidaje que practicaron principalmente lusitanos y vettones, concepto que parece ir parejo al del pastoreo y que en realidad podría estar definiendo a gentes que hiciesen un tipo de guerra no oficial, carente del prestigio que otorgaba la mentalidad romana. Cierto es que a los ojos de Roma, la movilidad del ganado en largas distancias escaparía de su control político y militar, además de generar inestabilidad rompiendo las fronteras periódicamente con sus prácticas seminómadas. 


Pero más allá de esta imagen subjetiva que consideraba a los pueblos del interior peninsular como gentes montaraces y primitivas dedicadas básicamente al pastoreo, cuya miseria ante la falta de tierras alentaba su belicosidad y bandidaje, quizás estemos ante la realidad de verdaderos desplazamientos trashumantes que se toparon con la dificultad de continuar sus prácticas itinerantes a medida que los romanos se asentaban en los fértiles valles del sur y hacían de su suelo propiedad del estado.
El ganado como fuente básica de riqueza entre los celtíberos, generaría la competencia de sus elites por la posesión de pastos, el sustento del mayor número de cabezas y el control de vados y pasos serranos, razón por la que serían defendidos y protegidos no por meros latrones que actúan al margen de la sociedad, sino por verdaderas cofradías guerreras, potenciando la militarización de la sociedad celtibérica y su expansión.
Fueran o no desplazamientos que cubrieran largas distancias, disten mucho de lo que hoy día entendemos por trashumancia, existan múltiples matizaciones y siempre sin olvidar que nos movemos, nunca mejor dicho, por un terreno muy resbaladizo y opaco, resultaría probable, desde la hipótesis, que este tipo de actividades ganaderas tuviesen su germen en momentos más antiguos de lo habitualmente aceptado.
Por mucho que el ruido del mundo moderno se empeñe en olvidarlos, seguirán en pie mientras que nuestras raíces sigan firmes y sólidas, que suenen los cencerros una vez más, ¡pastores a extremar!.
Leer más y consultar fuentes bibliográficas en: LOS CUSTODIOS DEL GANADO

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